El primer Ulises español: cinco reflexiones
Recibido: 18 mayo 2013 |
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Entre 1924 y 1930 se publicaron en España cuatro fragmentos traducidos del Ulises de James Joyce. Aparecieron en revistas que se escribían en castellano, gallego y catalán, en tiempos en que la cultura peninsular disponía de esas valiosas tramas paralelas —tardarían años en recuperarse— y en que comenzaba a vislumbrarse un campo literario poderoso. El fascismo triunfante desarticuló aquel proceso creativo y la recepción futura del Ulises quedó contenida en las noticias que podían dar las prensas literarias, informaciones que poco tienen que ver, en verdad, con el concepto mismo de recepción: que la escritura de los autores nacionales, en palabras de Antoine Berman, «se deje influir» por la escritura traducida. Esfumado el porvenir —la primera versión española del Ulises es de 1976— quedó ese curioso pasado de un Joyce fragmentario que tres de las cuatro lenguas de España insertaron de diverso modo en las tradiciones literarias del castellano, del catalán y del gallego. Esas versiones parciales están incluidas en los siguientes artículos:(1) Antonio de Marichalar, «James Joyce en su laberinto», Revista de Occidente (Madrid), 6 (noviembre de 1924), 177-202. «Ulysses. Anacos da soadisema novela de James Joyce postos en galego do texto inglés, por Ramón Otero Pedrayo», Nós (La Coruña), 32 (15 agosto 1926), 3-11. «La nueva literatura inglesa. James Joyce», La Gaceta Literaria (Madrid), 21 (1 noviembre 1927), 3. Traducción de E[rnesto] G[iménez] C[aballero]. «James Joyce, Ulisses», Hélix (Vilafranca del Penedés), 9 (febrero 1930), 4-5. Traducción de M. R. 1. La recepción de la recepción En el primer artículo que Ezra Pound publicó sobre James Joyce (2) presentaba Dublineses (que había sido editado el mes anterior) como un repertorio irlandés que rompía con la tradición de la literatura irlandesa. Ese apartarse de lo irlandés fundaba una paradoja, la del realismo sin color local. Pound subrayaba la definición de la escritura de Joyce como realista (en el sentido de formular una representación verosímil del mundo narrado) para marcar de inmediato lo que lo separaba del costumbrismo irlandés: ese mundo representado estaba muy lejos de ser típico aunque nunca perdía la esencia que lo vinculaba a determinado lugar. Para ejemplificar el razonamiento, Pound citaba dos modelos: Gustave Flaubert, Benito Pérez Galdós. La segunda referencia parece sorprendente: ¿por qué Galdós al que la crítica española no asoció inicialmente (o después) con Joyce? Ese vínculo no aparece en los primeros textos que se escribieron en España a propósito de Joyce. Tampoco en aquellas traducciones fragmentarias al castellano, que publicaron Antonio Marichalar (1924) y Ernesto Giménez Caballero (1927). Tampoco en el prólogo, también de Antonio Marichalar, de la primera obra de Joyce traducida completa al castellano: El artista adolescente de Dámaso Alonso. Quizá por esta desvinculación de la propia tradición, porque se trataba de lecturas repetitivas y de carácter snob, la recepción castellana (incluyendo las traducciones fragmentarias) no se citan dentro de la recepción europea o mundial de Joyce ni pasaron a formar parte de compleja trama de ediciones internacionales toleradas, prohibidas, adulteradas o ilegales que nutren la biografía más esencial del escritor irlandés. Leer a Joyce como si fuera una absoluta novedad es lo opuesto a leer la literatura como forma y, por tanto, es cortejar la imposibilidad de describir en qué consiste la novedad. Pound, esencialmente un formalista, pudo leer en Galdós un linaje joyceano y referir semejanzas en el modo de representar el mundo de lo narrado. Tanto en «Gens de Dublin y Mr James Joyce» como en «James Joyce y Pécuchet»,(3) Ezra Pound habla de una novela determinada: Doña Perfecta. Sin embargo, es posible desarrollar las observaciones del poeta norteamericano en otros escenarios. Algo que descubre el lector común cuando, alejado por completo de la nutrida bibliografía que acompaña a la obra de Galdós, ese lector se limita a leer sus novelas. En ellas, lo primero que sorprende es una representación extremadamente verosímil de la oralidad que empieza en el narrador —una voz de perfiles masculinos— y salta de personaje en personaje, de mujeres a hombres, modulando la gama infinita de tipos sociales que aparecen en sus obras. Es probable que esas voces vivísimas comenzaran como mera mímesis de la lengua oral para terminar por convertirse en representaciones cada vez más sofisticadas de la conciencia humana. Esa experimentación (para que la voz del personaje sea la psicología del personaje, para que el lector comprenda cómo es cada personaje oyendo sólo hablar al personaje, hay que hacer muchas pruebas) lo llevó a pocos centímetros de lo que conocemos por palabra interior o monólogo interior de la literatura moderna. Para verificarlo basta este ejemplo tomado de Fortunata y Jacinta, escrita entre 1886 y 1887. Las cursivas indican cuán cerca estuvo.
Veamos ahora el texto de otro autor que se escribió también en 1887.
En el prólogo que antecede al libro de donde está tomado este último fragmento, Valéry Larbaud afirma con rotundidad: «Acabamos de disipar definitivamente (esperamos) los principales malos entendidos que han surgido en los Estados Unidos y en Francia, en estos últimos años, acerca del monólogo interior. Hemos establecido la prioridad de Édouard Dujardin, en lo que concierne a invención y empleo de esta forma».(6) La obra que Larbaud está presentando al público es, desde luego, Les lauriers sont coupés, considerada por James Joyce y por la crítica de la obra de Joyce como la primera experiencia explícita de una técnica nueva: la reproducción verbal del fluir de la conciencia. Si el fragmento de Fortunata y Jacinta explora la misma técnica que Les lauriers sont coupés (como se observa en la comparación) no sería un disparate afirmar que Galdós coincidió con Dujardin y que, por lo tanto, también Joyce estaba en Pérez Galdós porque el escritor español —como Flaubert, como Henry James, como Dostoievski, como Faulkner, como Virginia Woof— buscaba soluciones a los problemas narrativos que le planteaba la complejidad de la escritura. La voz del narrador de Fortunata y Jacinta forma parte del mundo de los personajes de Fortunata y Jacinta y cuando tiene que alejarse del círculo de las personas más o menos cultas que forman la familia principal, no resulta raro que individuos que practican una suerte de analfabetismo oral hablen por su cuenta o sean parodiados por el narrador. El personaje de Moreno Isla es un caso aparte. Como dice Umberto Eco de Ulises «no es el diario del artista exiliado de la ciudad, sino del everyman exiliado en la ciudad».(7) En este caso, de un país. El narrador no puede hacerse cargo, sin comprometerse, de esa forma de hablar. ¿Qué marcas sutiles podría introducir para mostrar la distancia entre el madrileñismo apasionado de muchos otros personajes y alguien que siente un asco confuso por la realidad que lo vio nacer? La solución hallada es perfecta. No se reproduce lo que en verdad dice —algunas frases sueltas— se anota lo que piensa y el modo caótico cómo lo piensa. La cercanía de Galdós a las técnicas de las novelas del siglo XX justifica que Pound lo incluyera en su peculiar repertorio de «maestros modernos». La dificultad de leer a Galdós por parte de los críticos españoles que se ocupaban de la literatura del siglo XX explica lo contrario: que la presentación de Joyce se hiciera a partir de elementos circunstanciales contenidos en las reseñas francesas o inglesas a las que repiten de forma visible e invisible. Tal es el caso del primer traductor fragmentario de Ulises. 2. Antonio Marichalar. Lector transversal de Joyce La primera traducción conocida del Ulises de James Joyce en castellano son algunos fragmentos incluidos en el artículo «James Joyce en su laberinto» de Antonio Marichalar (1893-1973) que se publicó en la Revista de Occidente en 1924. Este miembro de la Academia de la Historia —al que Manuel Abellán situó como uno de los catedráticos y profesores al servicio del fascismo español— era un divulgador cultural que tuvo alguna participación en las revistas literarias de los años treinta y que, al terminar la guerra civil (que pasó refugiado en Francia), colaboró en Escorial, una publicación que reunió a los escasos nombres literarios que convocaban las ideas del régimen: Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Gonzalo Torrente Ballester, José María Alfaro, Pedro Mourlane Michelena, José Luis López Aranguren, Juan José López Ibor, Carlos Alonso del Real, Gerardo Diego. El texto donde están incluidos los fragmentos de Ulises revela las habilidades que Marichalar cultivó años después en el campo de lo biográfico (méritos que quizá le valieron el sillón de académico de la historia) y que dependen más de la escritura que del rigor científico. Tales rasgos de estilo no son ideológicos: a pesar de los vínculos con la derecha española no dejó (que se sepa) textos que reflejaran la natural convivencia con la grisura de la época. No dejó tampoco nada que dijera lo contrario y aunque suele ser recordado como el «introductor» de Joyce, Faulkner y hasta de Virginia Woolf, no parece creíble que sus reseñas y artículos modificaran en algo el curso de la cultura en lengua castellana. Cierta delicadeza de su escritura y el interés que pareció demostrar en divulgar la literatura contemporánea sugieren que no debió sentirse cómodo con el mal gusto imperante durante el largo franquismo como tampoco debió aprobar el clima de violencia que el fascismo impuso a la II República. Más que un crítico —resulta difícil subrayar hoy alguna frase memorable en sus escritos— ocupó un lugar en la industria cultural de los años veinte y treinta cuya acelerada modernización incluyó una gran expansión editorial gobernada por inéditos contactos con otros países europeos y por la primera e inicial hegemonía de lo mediático. El progreso de las artes gráficas y la multiplicación de los medios de comunicación escritos (a los que sumó la radio en los primeros años del siglo XX) determinaron que la información literaria y artística incluyera públicos más amplios que conocían nombres y rostros separados de las obras. La figura de autor es una de las características del arte de vanguardia porque nunca antes, con la misma intensidad, apellidos, caras, tics y excentricidades alcanzaron tan alto grado de independencia de la escritura literaria o de las producciones artísticas. El caso del escritor irlandés fue emblemático porque, al lado de las críticas y lecturas que fue produciendo su obra, se multiplicaron textos menores que pusieron en marcha cierta «operación Joyce» y que hicieron circular las prohibiciones o el anecdotario que acompañaban a sus libros. El artículo de Marichalar repite esas tendencias: los anticipos iconográficos (una foto del autor), los sucesos banales (un lord inglés, una dama y un Rolls Royce) y la recensión de las ideas de dos o tres plumas famosas como argumento de autoridad forman una presentación convencional ajena a la lectura crítica que tuvieron Ulises y su autor en otras latitudes. Revelan esa función divulgativa los fragmentos no tomados del original sino traducidos literalmente de la versión francesa que Valéry Larbaud había publicado en Commerce, la revista trimestral que dirigían Paul Valéry, Léon-Paul Fargue y el propio Larbaud.(8) Se trata de párrafos que formaban el primer borrador de la traducción completa de Ulises que apareció en 1929,(9) aunque el crítico y traductor de la Revista de Occidente no mencionó la fuente de su traducción ni tampoco la lengua verdadera de su versión: el francés. James Joyce, Sylvia Beach, 1922, p. 731:
Valéry Larbaud, Commerce, 1924, p. 156:
Antonio Marichalar, Revista de Occidente, 1924, p. 193:
La versión de Commerce, firmada por Larbaud y Auguste Morel, tal como se señala en la pequeña introducción que la precede, buscaba presentar al lector a los tres personajes principales (Bloom, Molly Bloom y Dedalus) y los novedosos procedimientos narrativos de Ulises. Marichalar reproduce un fragmento del monólogo final y dos párrafos breves destinados a mostrar los juegos de palabras. Traducir desde el francés —es bastante verosímil que la tan publicada versión de Al faro de Virginia Woolf de Antonio Marichalar también tuviera este linaje— resultaba una práctica muy extensa. La elección de un idioma diferente del original puede ser visto —sobre todo ahora— como un acto ilegítimo. En términos literarios, sin embargo, no son pocos los beneficios ni los efectos que esas mediaciones indirectas dejaron sobre la lengua. Basta mencionar el influjo decimonónico en la tradición española de la narrativa rusa —traducida toda ella desde el francés— para comprender que el traslado exitoso de procedimientos o formas no depende de que el punto de partida sea necesariamente el original. En esta ocasión, sin embargo, se produce un extraño efecto. En aquella primera traducción se interpretaron de modo exagerado las alteraciones verbales que representaban porcentajes mínimos del original, de dos a cuatro palabras por página, y que se convirtieron en francés (y en la versión castellana de Marichalar) en transformaciones casi masivas: ausencia total de acentos, apóstrofos y guiones, unión de palabras, repeticiones. La desarticulación de la lengua —uno de los rasgos textuales de las vanguardias— está presente en la prosa de Ulises pero convertirla en dominante parece un modo erróneo de leer las innovaciones del texto. No fueron las alteraciones formales las que dieron a la novela la fuerza extraordinaria como para modificar, presidir y seguir influyendo en la narrativa del siglo XX. Fue la manera como esas variaciones se insertaron tanto en modos convencionales de narrar como en procedimientos innovadores hasta el punto de que podría definirse el trabajo de Joyce como una enciclopedia de las formas narrativas modernas. Da la impresión de que Marichalar no supo ver la totalidad de Ulises, como su autor tomaba literalmente el naturalismo, lo retorcía y lo hacía desaparecer o como usaba en cada capítulo recursos diferentes de los que cualquier muestra resultaría ilusoria. En su repetición doblemente fragmentaria de la traducción francesa y en los comentarios que la describe, esta versión no supera el exhibicionismo literario, el muestrario de tics destinados a sorprender y a convertir al mediador, el propio Marichalar, en una figura erróneamente à la page. Tampoco la exagerada representación de los juegos verbales combina con la vulgaridad verbal que se atribuye a Molly Bloom en esa versión porque ni perras ni grasa ni echados en los rhododendros (sic) corresponden a la oralidad del personaje. La articulación de esa grosería difusa con el acelerado encadenamiento de extravagancias desconocidas por el original produce un efecto raro, un pliegue superficial que contradice lo que se percibe en las publicaciones de la Revista de Occidente y en las colecciones y obras que sugirió Ortega en Calpe: la voluntad de formar lectores. Ese anhelo proponía un canon complejísimo: filosofía, estética, psicoanálisis, literatura clásica, la mejor literatura contemporánea. La versión de Marichalar de este Joyce pudo formar épatés no lectores de literatura. 3. El Ulises comercial de La Gaceta Literaria La siguiente versión fragmentaria del Ulises apareció en La Gaceta Literaria, a finales de 1927, firmada por Ernesto Giménez Caballero. Parece necesario adelantar que tampoco estos fragmentos proceden del inglés. Son una traducción al castellano de otro anticipo de la traducción francesa de Auguste Morel aparecida en 900. Cahiers d´Italie et d´Europe, la revista italiana fundada por Massimo Bontempelli con la colaboración de Curzio Malaparte. El Ulises italiano era una tarea que había ocupado a Carlo Linati (para el que Joyce construyó el llamado Esquema Linati en 1920) que publicó fragmentos de su versión en Il Convegno en 1926.(10) A diferencia de la Revista de Occidente, proyección del largo influjo del Instituto Libre de Enseñanza sobre la vida intelectual española y de las notables iniciativas de las primeras décadas del siglo que permitieron un extraordinario desarrollo científico y cultural peninsular, La Gaceta Literaria (1927-1932) fue esencialmente una plataforma de la industria editorial. Beneficiada por los inmensos logros del período y de sus brillantes intelectuales y escritores, la revista se inspiraba en lo que venía promoviendo la Revista de las Españas fundada por la Unión Ibero-Americana (1885), el primer órgano planificado para influir en América Latina, el mercado natural de España. La nueva publicación que dirigía Giménez Caballero (con la colaboración de Guillermo de Torre) aspiraba a hegemonizar lo producido en ese período —de hecho, fue comprada por la CIAP (Compañía Ibero-Americana de Publicaciones), empresa que representó el primer intento de monopolización de la industria del libro en castellano— y continuar la ocupación editorial y cultural de los países americanos comenzada a finales del siglo XIX. Esa meta —controlar la edición del vasto continente— implicaba también ampliar la visibilidad de lo propio que tuvo en La Gaceta Literaria la forma de un recorrido publicitario: ciencia (no tuvo casi desarrollo en la revista), artes plásticas, arquitectura, cine, música (también con pocos artículos) literatura por zonas: catalán, portugués, ladino, inglés, alemán, francés, italiano, etcétera. La versión de Joyce formaba parte de la presentación de la literatura inglesa contemporánea y que se tomara lo publicado en 900 de forma literal indica lo irrelevante que podía resultar la creación verdadera. Ese espíritu mercantil y exitista se oponía en todo a la tradición editorial y literaria seria —semejante a la de los otros países europeos— que terminó fulminada en los años futuros. 4. Un fascista reescritor de las vanguardias Ernesto Giménez Caballero (Madrid, 1899-1988) fue un franquista convencido que participó de la vida editorial de los años treinta y hubiera caído en el total olvido si los poetas y escritores españoles de la generación del 27, a la que pertenecía por edad, hubieran podido desarrollar libremente su talento en una España republicana y democrática. Ese vacío benefició su memoria e incluso su obra gráfica —a la que llamó carteles—(11) tuvo no hace muchos años un espacio en las salas de exposición como si el carácter de mero plagio de los collages del futurismo italiano no pudiera ser percibido por nadie. La serie más relevante de los carteles futuristas: Parole in libertà (Filippo Marinetti), Parolelibera (Francesco Cangiullo) o 13 introspezioni (Carlo Carrà) se hizo en 1914 cuando Marinetti también compuso la Sintesi futurista de la guerra, cuyo espíritu y forma repite explícitamente Giménez Caballero. Tampoco tiene interés su obra literaria de la que destaca sólo la prosa eficaz, habilidad compartida por Agustín de Foxá (compañero de filas falangistas) que fue, en cambio, capaz de utilizarla en tramas narrativas que, desde el punto de vista técnico, son notables. No parece el caso de Giménez Caballero ya que de la lectura de Yo, inspector de alcantarillas, por ejemplo, difícilmente quede un recuerdo. Son asimismo insignificantes los libros de ensayos porque corroboran que la adhesión a las ideas de extrema derecha es paralela a la incoherencia retórica, a la dificultad de organizar una cadena argumental sobre el tema del que se habla (12) o escriba. También las colecciones de l'art brut de Jean Dubuffet contienen elementos estéticos curiosos, sin embargo, su propia naturaleza patológica los sitúa en un espacio para artístico, al lado del arte o contra el arte según la doble definición de la forma griega para. No tiene este origen el surrealismo cuya pertenencia y hasta su inicio en España se atribuye a Giménez Caballero. Ni puede confundirse la calidad de esta estética de vanguardia con la simulación charlatana e improductiva de personajes a los que, sólo la falta de sanción social del largo ciclo fascista o filofascista de la España contemporánea (1923-1930; 1939-1975),(13) puede colocar en un espacio jocoso o de inimputabilidad. Sin duda, hubo en Francia o en Italia, colaboracionistas o militantes fascistas de gran talento, cuya obra resulta interesantísima de analizar más allá de sus acciones o simpatías. No es el caso de Giménez Caballero, desde luego, que no estaba lejos de Onésimo Redondo, Ramiro Ledesma Ramos o del José María de Salaverría que en 1938 imaginó al poeta Garcilaso de la Vega ciñéndose apresuradamente la espada para ponerse a las órdenes del general Franco. Como antes Marichalar, aunque entre los dos existe un abismo cultural, la versión de La Gaceta Literaria distorsiona el original que funciona como punto de partida. La domesticación de lo escrito por Auguste Morel (y dejando de lado los errores evidentes de Giménez Caballero con el francés) convierten los fragmentos en una narración española: la iglesia de San Jorge, el luto de Bloom, el «terno», el «piscolabis», los «croisants» y «vienas calentitos» y el «ayuno». Ulysses. Text, with an introduction and notes by Jeri Johnson, Oxford University Press (1993), p. 92:
Auguste Morel, 900, pp. 110-111:
Ernesto Giménez Caballero, La Gaceta Literaria, p. 3:
No son las únicas incoherencias en un texto que nadie desconoce que ocurre en Dublín, con personajes de Dublín, con costumbres de Dublín y hasta con el pan de Dublín. Sin embargo, fue posible escribir «un viejo camastrón», «negociejo», «hele ahí», «qué hay», «pues bien», «buenos los tengamos (los días)». O, por fin, en un arrebato de imaginación antisemita: «Se les ve llegar de su cuchitril judaico, seminaristas pelirrojos, fregando recipientes vacíos, en tanto el patrón está en la cueva» cuando Morel había escrito «On les voit arriver de leur cambrouse de Leitrim, séminaristes rouquins, ils rincent des récipients vides, le vieux est à la cave» y el original decía: «Coming up redheaded curates from the county Leitrim, rinsing empties and old man in the cellar». Traducir de esta manera (la otra experiencia traductora conocida de Giménez Caballero son una serie de ensayos de Curzio Malaparte a los que tituló pomposa y antiunamunianamente En torno al casticismo en Italia) no es exactamente traducir. Es una falsa tarea divulgativa en la que la realidad literaria se ve totalmente invadida y distorsionada por los sucedáneos. Este Joyce hispánido (Giménez Caballero se llamaba a sí mismo precursor hispanida del fascismo panlatino) de La Gaceta Literaria que copiaba el trabajo de los artífices franceses del Ulises (Valery Larbaud, Stuart Gilbert y el propio Joyce) al tiempo que aconsejaba que los escritores latinoamericanos dejaran de mirar a París y eligieran como meridiano Madrid,(14) no tenía otra meta que vender algo: desde una vanguardia ecuménica a la «España universal y necesaria» que cruza exaltada el «Cartel de la nueva literatura».(15) Es la transformación del arte en una mercancía cuya circulación masiva está destinada a eliminar, con palabras de Walter Benjamin, la presencia de lo irrepetible. Y Joyce escribe lo luminosamente irrepetible 5. El destino de Ulises en España En los archivos de la censura literaria de Alcalá de Henares hubo, por lo menos dos Ulises. El primero de ellos fue depositado en 1962 por la editorial Planeta con la intención de editarlo. No se encargó una traducción a nadie: simplemente se presentó para su aprobación la tercera edición (1959) del trabajo de José Salas Subirats publicado por Rueda de Buenos Aires. La novela de Joyce sería precedida del «Estudio Biográfico de James Joyce de R. Fernández de la Reguera». En uno de los apartados de los formularios de la censura previa se mencionaba como antecedente una importación suspendida el 14 de junio de 1946, relacionada con la primera edición de la editorial argentina, aunque en realidad la publicación de Rueda no se vendió en España. La autorización de 2.000 ejemplares tiene fecha del 16 de marzo de 1962 y está precedida por el informe del lector «don 10». Es decir, un anónimo, que dijo lo siguiente:
Curiosamente la obra no vio la luz hasta 1964 cuando fue incluida en una colección de Planeta llamada, paradójicamente, Maestros ingleses. Se trataba del Tomo VI, en papel biblia y donde Ulises compartía volumen con George Wells (La guerra de los mundos), D. H. Lawrence (La mujer perdida), Aldous Huxley (Un mundo feliz) y Graham Greene (El poder y la gloria), libros que, como Ulises, también habían sido editados en la Argentina. La versión de Salas Subirats fue publicada en España dos veces más. Anotada por Julián Ríos e ilustrada por Eduardo Arroyo, apareció en Círculo de Lectores de Barcelona en 1991 con una frase elogiosa y equívoca que dice así: «La obra de Joyce, en la versión de José Salas Subirats que hemos seleccionado, mereció la aprobación de Jorge Luis Borges, primer traductor de un pasaje del Ulises al castellano». En 1996, Planeta volvió a publicar Ulises o cierta versión de Ulises también conocida (en palabras de Juan José Saer) como «la masacre que un tal Chamorro cometió corrigiendo la versión de Salas Subirats». El segundo Ulises (16) conservado por la censura literaria fue la versión de Joan Francesc Vidal Jové (1899-1978), narrador y dramaturgo catalán que tradujo a Joan Maragall, Salvador Espriu, Mercè Rodoreda, Balzac, Rabelais, Rimbaud, Sade, Zola y Joanot Martorell. La traducción fue presentada por Alfredo Herrero Romero para la editorial que llevaba su nombre AHR a lo que se denominó, después de la Ley de Prensa de 1966, la «consulta voluntaria». Mecanografiada y con 1082 páginas, la obra de Vidal Jové recibió la autorización el 15 de marzo de 1967. Por razones que se desconocen aquel permiso no fue suficiente para que fuera editada. En este caso sí sabemos cuánto cobró el traductor, 31 pesetas por folio, que el trabajo debía hacerse a partir de la versión francesa de Auguste Morel y en cuatro meses. Una de las cartas de Vidal Jové a este editor resulta bastante elocuente del destino no literario de la novela más extraordinaria del siglo XX. «Si no está Vd. en la cárcel (hoy todo es verosímil) escríbame Vd., telefonéeme. Si no es así —como espero— y no me contesta, únicamente los servicios de pompas fúnebres podrían justificarle. Y aun no, a sus herederos. Un salud, cordial y un tanto desesperado.» APÉNDICE Primeros fragmentos del Ulises de James Joyce publicados en gallego: «Ulysses. Anacos da soadisema novela de James Joyce postos en galego do texto inglés, por Ramón Otero Pedrayo», Nós (La Coruña), 32 (15 agosto 1926). NOTAS (1) Con una excepción final, este trabajo sólo trata de las versiones al castellano y algunos de los vínculos que pueden establecerse entre el Ulises y la tradición literaria española. (2) Ezra Pound, «Gens de Dublin et Mr James Joyce», The Egoist (Londres), año I, núm. 14 (15 julio 1914). En: Forrest Read (ed.), Pound/Joyce, Lettres d´Ezra Pound a James Joyce, avec les essays de Pound sur Joyce, París, Mercure de France, 1970. Traducción de Philippe Lavergne, p. 89. (3) Ezra Pound, «James Joyce et Pécuchet», Mercure de France (París), CLVI, núm 575 (1 junio 1922), ibídem, p. 114. (4) Benito Pérez Galdós: Fortunata y Jacinta, Madrid, Alianza, tomo II, p. 76. (5) Édouard Dujardin, Han cortado los laureles, traducción de Roberto Yahni, Madrid, Alianza, 1973, p. 16. (6) Valery Larbaud, op. cit., prólogo, p. 8. (7) Umberto Eco, Las poéticas de Joyce, traducción de Helena Lozano, Barcelona, Lumen, 1993, p.60. (8) Commerce, París (verano 1924), Cahier I. (9) Traducción de Auguste Morel, con la colaboración de Stuart Gilbert y revisada por Valery Larbaud y James Joyce. La obra fue publicada por La maison des Amis des Livres de Adrienne Monnier en 1929 y este texto se utilizó como base del segundo volumen de las Œuvres de Joyce en la Bibliothèque de la Pléiade, en 1995. (10) Il Convegno, VII, núms. 11-12, (nov.-dic. 1926). La versión italiana completa de Ulises, considerada muy notable, fue obra de Giulio De Angelis y la publicó Mondadori en 1960. (11) Se publicaron en Carteles, Madrid, Espasa-Calpe, 1927. Después en Poesía. Revista ilustrada de información poética (1976), 31-63. También fueron el tema de una exposición relativamente reciente: «Carteles Literarios» de GeCé. Universitat de Barcelona. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Barcelona, 1994. (12) Ernesto Giménez Caballero fue entrevistado, en 1977, por Joaquín Soler Serrano en el programa A fondo. (13) Así se vivía, en 1928, la llegada de Marinetti a Madrid: «Entre el numeroso y aristocrático público que asistía, recordamos a las duquesas de Dúrcal y Andría, duque y duquesa de Sanlúcar la Mayor, marquesa de Villanueva de las Achas; conde y condesa de Yebes. María Luisa Kocherthales, el embajador de Italia con gran parte del personal de la Embajada, conde de Peña Ramiro, marqueses de Pons y Palomares, señores de Bauer (don Ignacio), marqueses de Villabrágima, señores de Carrizosa (don Javier y otros). También numerosas personas de la intelectualidad madrileña, como los señores Cossío, doctores Pittaluga y Goyanes, Ramón Gómez de la Serna, Jiménez Caballero y otros» (La Época (Madrid) (15-2-1928). Se comprende, por las limitaciones que imponía la España de entonces, que la presencia de Marinetti en Barcelona y Madrid tuviera ese público y fuera comentada por la prensa en esos términos exultantes, cuando en Brasil o Argentina, por ejemplo, se lo recibía con desdén y tomates. Pero, superados aquellos tiempos oscuros, que se difuminen las tensiones del período de las vanguardias como si todo fuera irrelevante resulta una especie de continuidad de la barbarie. El fascismo tuvo en Europa un sanguinario desarrollo de dos largas décadas; en España terminó con los fusilamientos de 1975. Solo entonces se comenzaron a desmantelar las instituciones represivas que, a lo largo de cuarenta años, habían administrado el terror —aquello que diferencia al fascismo de otros sistemas totalitarios— y regido la cultura y la vida cotidiana de los españoles. Esta dramática duración, la adhesión al franquismo de no pocos escritores peninsulares de vanguardia o contemporáneos de las vanguardias, la complacencia o el silencio provocados por la prolongación inusitada del pánico, parecen no permiten todavía una lectura imparcial de los textos que componen este período. (14) La llamada «polémica del meridiano» la originó una suerte de editorial («Madrid, meridiano intelectual de Hispanoamérica») que apareció sin firma en La Gaceta Literaria del 15 de abril de 1927 y que después se atribuyó Guillermo de Torre. Contiene algunos de los argumentos paranoides propios de la derecha española desde antiguo («las turbias maniobras anexionistas que Francia e Italia vienen realizando respecto a América, so capa de latinismo») y disimulos intensos como, por ejemplo, la necesaria dependencia cultural o científica de Francia como si tal cosa hubiera sido un invento latinoamericano y no lo que necesitaba (incluyendo a España) cualquier país que quisiera modernizarse. Los debates tuvieron recorridos cómicos y serios pero fueron resumidos por el poeta argentino Nicolás Olivari con toda claridad: «América es simplemente un problema editorial.» (15) Véase la nota 11. (16) Este Ulises escrito a máquina a la antigua usanza fue localizado por el profesor Alberto Lázaro en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares. Tal como se menciona en el interesante artículo (de donde están tomadas las referencias sobre este hallazgo) «La primera traducció de l´Ulisses a Espanya» de Teresa Iribarren i Donadeu (traducción al portugués de Brasil por Mauri Furlan), el catedrático de la Universidad de Alcalá presentó la novedad en XVIII Encuentros James Joyce de Las Palmas de Gran Canaria en el 2006 modificando de forma substancial la cronología de las traducciones de Joyce en España. En Scientia Traductionis, núm. 12 (2012), 342-363. BIBLIOGRAFÍA BONET, Juan Manuel, Diccionario de las vanguardias en España (1907-1936), Madrid, Alianza, 2007. CAUDET, Francisco, Las cenizas del fénix: la cultura española en los años 30, Madrid, Ediciones de la Torre, 1993. DUJARDIN, Édouard, Han cortado los laureles, Madrid, Alianza, 1973. 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