PRESENTACIÓN
MARIO SANTANA
UNIVERSIDAD DE CHICAGO
La figura del traductor suele ocupar un espacio marginal, cuando no inexistente, en la definición de las ciudadanías literarias. Preocupados por el catálogo de lo supuestamente propio y original, críticos e historiadores han tendido a ver la riqueza de un legado cultural en función del censo de autores y textos que pudieran considerarse autóctonos, fruto de una producción nacional (cualesquiera que sean las fronteras lingüísticas, políticas, étnicas de tal concepto) que se pretende y propone como independiente. A mayor autonomía, a mayor capacidad de producir obras originales, mayores parecerían ser por consiguiente la potencia y lozanía de una cultura. En tal geografía de fronteras nítidas e infranqueables, la traducción aparece como una tarea apenas accesoria cuando no contraproducente, y es por ello que las literaturas nacionales suelen menospreciar los nombres de aquellos a quienes la historia ha acusado de imitadores o seguidores de modas extranjeras, pues en vez de cultivar la simiente de lo «auténticamente nuestro» dedicaron sus esfuerzos a importar y apropiarse de lo foráneo.
El sueño de la endogamia suele producir monstruos. Ninguna literatura se alimenta exclusivamente de sí misma, por la sencilla razón que el proceso literario no es sólo un fenómeno de creación sino también, y en no menor medida, de recepción: no existe escritura sin lectura, y si bien es cierto que en la mayoría de los casos la producción de una determinada literatura se produce en una sola lengua, no lo es menos que a través del mecanismo de la traducción el horizonte de sus lectores se extiende más allá de los límites impuestos por la lengua propia. Una cultura que no traduce es una cultura empobrecida. Gracias a la traducción, son múltiples las literaturas que gozan hoy de su propio Homero, su Dante, su Cervantes, su Tirante, o su Sor Juana.
Es innegable la importancia de la traducción para la existencia y viabilidad de un sistema literario, entendido éste como conjunto de actividades de producción, circulación y recepción de aquello que una sociedad considere como literatura. La constitución de mundos imaginarios y modelos genéricos dentro de cualquier sistema no se alimenta exclusivamente de las aportaciones de sus ciudadanos más inmediatos (los habitantes nativos de ese sistema) sino que depende también de ideas y formas tomadas de otros, una apropiación -quizás podamos hablar de una verdadera nacionalización- que en gran medida se realiza gracias a la traducción. Más que un simple instrumento de acceso a una realidad remota -en función de influencias más o menos efectivas en sus lectores individuales-, las obras traducidas representan una presencia directa y activa en la vida literaria, de modo que la falta de producción autóctona de un determinado modelo poético ha sido suplida en numerosas ocasiones con la importación de textos de otras literaturas. La traducción, pues, no sólo enriquece la comunicación cultural de una sociedad, sino que puede llegar incluso a sustentar sus propio funcionamiento.
Al presentar esta nueva Biblioteca de traductores, que pretende ir editando en versión íntegra algunas de las traducciones ibéricas y americanas más relevantes desde la Edad Media, es inevitable referirse a Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), el polígrafo santanderino que fue el pionero de la investigación sobre la historia de la traducción en la Península, de quien se ha tomado para esta biblioteca virtual el título de una de sus tres obras fundamentales en este ámbito: Horacio en España, la Bibliografía hispano-latino clásica y la Biblioteca de traductores españoles. Más allá de su pensamiento conservador -podría decirse que incluso pese a éste-, Marcelino Menéndez Pelayo puso de manifiesto la ineludible interconexión entre culturas y rescató de la oscuridad los nombres de aquellos que habían contribuido a enriquecer la literatura castellana. En su labor como filólogo fue consciente como pocos en su siglo de que hablar de literaturas nacionales (tema predilecto de sus contemporáneos) supone hablar necesariamente de literaturas nacionalizadas, de flujos y migraciones. Esta nueva Biblioteca de traductores -quizás fuera más apropiado hablar de una biblioteca de traducciones- pretende servir de instrumento para recuperar y preservar el legado que ha hecho accesible en castellano peninsular, castellano de América y catalán la obra de otras culturas y, por ello, ha transformado y ensanchado la ciudadanía propia.