Fantasías pedagógicas: Beatriz Sarlo y sus traducciones para Punto de vista (1978-1984)
Recibido: 4 septiembre 2017 |
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Razones para una insistencia Por qué recobrar las traducciones de textos teóricos que Beatriz Sarlo realiza durante la última dictadura para la revista que, junto a Ricardo Piglia y a Carlos Altamirano, funda en 1978 como una suerte de reinvención del proyecto de Los libros?(1) ¿Qué cuestiones aún no discutidas planteamos a partir de esta exhumación? Estas preguntas introductorias vuelven sobre el lugar que la teoría tiene en el subcampo (2) de los estudios literarios en Argentina, no sólo durante el período de dictaduras sino también en el presente ya que, si bien con énfasis diferenciales ligados a las coyunturas, se depositan sobre ese discurso indeclinables fantasías (3) de autonomía, la correlación entre saber teoría literaria y decidir qué y cómo leer desencadena, en este subcampo heterónomo atravesado por la violencia política y por las crisis económicas, la creación de proyectos intelectuales no necesariamente alojados en instituciones que generan, vía la apropiación de teorías, movimientos críticos que pretenden llegar al campo intelectual en su conjunto. Por ejemplo, así como la teoría, tanto en «formaciones» (4) durante la dictadura como en cátedras durante los primeros años del primer ciclo de la posdictadura,(5) se usó para interrogar modos hegemónicos (6) de leer literatura enquistados en las instituciones de formación superior (cf. Caisso y Rosa 1987, Gerbaudo 2013, 2015, 2016, 2017a, 2017b, 2017c, Louis 2015, Bombini 2017), también durante el gobierno neoliberal de Carlos Menem sirvió para cuestionar tanto los contenidos de la reforma educativa impulsada por su gestión como la mega-operación de mercado de alcance transnacional que la acompañaba: se colocaban en la «colonia» los desechos de la metrópoli. Es decir, Argentina se había transformado en un nicho para alojar a precio dólar los materiales descartados hacía apenas algunos años en España (Puiggrós 1995, Gerbaudo 2006); con esos materiales viajaban también los «expertos» asesores. El artículo precisa las operaciones que, entre 1978 y 1984, vía la traducción, impulsa Sarlo en una revista que, como bien manifestó A. Gargatagli en una consulta, ocupa durante la dictadura «el espacio público que antes ocupaba la universidad» (2017), al menos para un sector importante del campo intelectual: los grupos de estudio clandestinos y Punto de vista fueron, en espacios y tiempos dispares expandidos más allá del fin del primer ciclo de la posdictadura, sitios de formación intelectual contra-hegemónicos a la universidad que, inserta en un campo académico atravesado por la «heterogeneidad estructural» (Beigel, Gallardo y Bekerman 2017), tuvo un ritmo de actualización desparejo dominado por la lentitud (a excepción de la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de La Plata y la Universidad Nacional de Rosario [Gerbaudo 2014]). Dicho en otros términos: la necesidad de la enseñanza de la teoría literaria, en especial en sus puntos controversiales (Graff 1987) dada su potencia para contribuir a formar lectores y docentes autónomos que reflexionen respecto de sus «modos de leer» (Ludmer 1985a, 1985b), fue una conjetura de trabajo promovida en los míticos seminarios dictados por Josefina Ludmer a partir de 1985 en la UBA. Una conjetura que demoró años para convertirse en un saber transformado en prácticas institucionales del subcampo observables en contenidos de cátedras, proyectos de investigación y de extensión, etc. En ese mismo sentido accionó Sarlo: la divulgación de teoría, tanto desde Los libros, Eudeba, Centro Editor de América Latina como desde los grupos clandestinos y Punto de vista, fue un ejercicio constante animado por la fantasía pedagógica de formar un nuevo lector. Este artículo aporta algo más a lo que ya se sabe sobre un aspecto de ese conjunto de intervenciones sostenidas con tenacidad: analiza las «operaciones» (Panesi 1998) que realiza mientras traduce teoría para Punto de vista durante la última dictadura. Las operaciones de Sarlo vía la traducción de teorías para Punto de vista Se observará que Punto de vista, publicada entre 1978 y 2008, prácticamente coincide con los años de la apuesta docente de Sarlo, institucionalizada o en formaciones: es la época de los «grupos privados» durante el terrorismo de Estado y luego, con la restitución democrática, de la universidad pública en la que permanece hasta su renuncia en 2003. De esos treinta años este artículo recorta un corpus que comprende sus traducciones para la revista realizadas durante la última dictadura argentina. Escudriñar este corpus supone asumir al menos dos riesgos: en primer lugar, la mayor parte de las traducciones publicadas por la revista durante este período no tienen el nombre del autor de la versión. Esto exige cotejar rasgos de estilo para verificar, en este caso, si se trata de una traducción de Sarlo: si se hipotetiza por la afirmativa, se procede luego a corroborar vía consulta. Como en todas nuestras investigaciones, los relatos extraídos de consultas y entrevistas se procesan en términos de «cuentos» (cf. Gerbaudo 2017d, 2017e), es decir, subrayamos tanto las alteraciones que el tiempo provoca sobre lo que se recuerda como el carácter narrativo de su textualización. p> En segundo lugar, la revista contaba con un Consejo de dirección (7) que, de todos modos, no eclipsaba el rol clave de la directora: afirmar que Punto de vista fue «la revista de Sarlo» es ratificar un efecto de lectura sustentado en datos de diferente orden. Por ejemplo, el cierre de este Consejo en el número 78 de abril de 2004 es una consecuencia del retiro de Carlos Altamirano, María Teresa Gramuglio e Hilda Sábato: si bien ese órgano interno se reinventa bajo la figura de un Consejo editor con el acompañamiento de traducciones se enmarcan en un conjunto de operaciones críticas entre las que sobresalen las siguientes:
Formuladas estas prevenciones, señalamos que sus hegemónicas en el subcampo de los estudios literarios.(8) Es inútil detenerse a clasificar sus traducciones según la operación en la que se inscriben ya que la mayoría participa de las tres. Aunque la primera que publica, merece una consideración especial por la «jerarquía enredada» (Hofstadter 1979) que desencadena: Sarlo traduce una entrevista que le hace a Raymond Williams y a Richard Hoggart donde, en buena medida, tematiza las operaciones señaladas. En la larga introducción que antecede a sus preguntas, se pronuncia sobre el lugar de la traducción en la circulación internacional de las ideas: con tono alarmado describe la importación hegemónica de teoría francesa por Argentina desde los campos de la sociología de la cultura, la crítica literaria, la lingüística y el psicoanálisis. A esa «industria cultural» (Sarlo 1979, 9) opone esta entrevista a estos «dos críticos ingleses» mientras coloca a «las redes que trazan las traducciones en el centro de una discusión sobre «las formas de las modas teóricas»: «sería cuestión de pensar lo que se gana y lo que se pierde en el campo del saber» con esas transacciones. Y a continuación aborda un ejemplo tomado del subcampo de los estudios literarios: «A qué se debe que los argentinos leyeran a los formalistas rusos después (y en el marco conceptual) del estructuralismo francés. Y que esta preeminencia no significó simplemente un orden de llegada sino una interpretación (una mutilación, acaso)». El ejemplo siguiente, tomado de los estudios lingüísticos, proyecta una investigación entonces «por-venir» (Derrida en Kofman y Dick 2003, 2005): «si Saussure fue tan tempranamente acogido en el Río de la Plata es, quizás, porque su sucesor es Jakobson y no Martinet, Luis J. Prieto o Hjemslev. Algún día se escribirá esta historia de adopciones y préstamos» (Sarlo 1979, 9). Esa investigación se desdobla hoy en varios proyectos en curso.(9) Lo notable es, de cualquier manera, su intento de modelar sus preguntas:
Estas preguntas se cierran con la caracterización de su proyecto: Sarlo señala «dentro de estas corrientes principales», es decir, dentro de las perspectivas hegemónicas signadas por el estructuralismo lingüisticista a la francesa, «programas intelectuales, políticas culturales y grandes líneas de debate». También advierte que se puede «considerarlas críticamente» y «ofrecer alternativas». Es decir: se puede hacer lo que está haciendo en ese mismo momento mientras interroga «¿qué leer y, sobre todo, cómo leerlo?». Dicho en otros términos, mientras plantea, ya desde entonces, sus preguntas (esas que configurarán su «marca» [Derrida 1972]), pugna por construir un nuevo canon teórico con sello inglés vía Williams y Hoggart. Y allí mismo estampa una de sus más persistentes autofiguraciones: la de la descubridora intransigente que trae estos textos que participan de más de una disciplina. También despunta una figuración tanto de Williams como de Hoggart que se convertirá en otra de sus constantes: su insistencia en sus orígenes sociales humildes tiene su correlato con sus fantasías de motivar la apropiación del capital cultural (cf. Sarlo 2001a):
El des-marcado disciplinar de estos textos vuelve, como en «bucle extraño» [Hofstadter 1979], sobre la producción de Sarlo, situada entre géneros y en oposición al estructuralismo francés, entonces dominante. Sobre Williams apunta: «Historiador de las ideas y de las formas de las ideas así como de los medios de producción cultural, propone una lectura de los textos literarios que remite a la literatura y a la sociedad, hablando sobre ambas» (10). Respecto de Hoggart, destaca en especial The Uses of Literacy (1957), tanto por su objeto de análisis como por su modo de abordarlo: Hoggart caracteriza el perfil de la cultura popular y sus cambios a través del análisis de sus prácticas, «de las comidas a las diversiones de fin de semana» (Sarlo 1979, 10), en «un texto que recoge lo "vivido" de la producción y el consumo culturales con una perspectiva sensible a la cultura obrera y sus valores». Por si quedara alguna duda respecto de la inclusión de este libro en esta serie teórica que arma y que reaparecerá en sus investigaciones (cf. Sarlo 1985), se apura en aclarar que «Hoggart lee a esa cultura como en sus ensayos literarios lee a Orwell o a D. H. Lawrence». Como adelantamos, esta es otra de sus marcas: Sarlo se ubica en una zona de borde disciplinar y enunciativa que suele mencionar con cierta incomodidad (cf. Sarlo 1988, 2011-2012), pero en la que, no obstante, permanece hasta el presente. Vale la pena demorarse en sus preguntas dado que ponen en evidencia sus fantasías pedagógicas: la entrevista es, de los géneros que traduce, el que las visibiliza con mayor nitidez dado que hace ostensible, justamente a través de lo que las preguntas traen a la conversación, las inquietudes del entrevistador respecto de las posiciones del entrevistado. El entrevistador repica sobre puntos particulares de las obras del entrevistado por razones que es importante situar en las contenciosas luchas del subcampo de los estudios literarios y del campo intelectual en su conjunto para que se pueda apreciar su complejidad: en este caso en particular, los interrogantes de Sarlo pretenden contribuir a descalabrar el modo de leer propiciado por las líneas teóricas dominantes. Tenemos entonces, por un lado, que en las preguntas que le plantea a Williams se transparenta no sólo la importancia que le otorga a la divulgación de los conceptos centrales de su obra sino también la inquietud por chequear su propia lectura, tramitada desde una posición en la que aún no se vislumbra la omnipresencia que cobrarán los planteos barthesianos (cf. Sarlo 1981, 1985, 2002, 2014, 2016) y en la que se reconocen las huellas de la marca gramsciana que había atravesado su producción hasta entonces (cf. Gerbaudo 2017a, 2017b). Por ejemplo, Sarlo le pregunta por su apuesta «al significado desde un punto de vista histórico» (Sarlo 1979, 10), por la relación «orgánica» que plantea entre literatura y sociedad (11), por el lugar diferencial que en sus textos van cobrando conceptos como «tradición», «hegemonía» y «estructura de sentimiento», por su lectura del estructuralismo francés, por la relación de su concepto de «materialidad» con el de «organización de la cultura» de Antonio Gramsci y por el modo en que de todo esto se deriva una postura sobre lo que la literatura es y sobre los materiales con los que se construye. Si en aquel momento Sarlo interroga para saber y también para hacer conocer una posición teórica que le permite discutir las líneas entonces dominantes en el subcampo de los estudios literarios en Argentina, hoy el texto reviste, además de interés histórico, interés didáctico: las respuestas de Williams convierten a la entrevista en un excelente texto introductorio a su obra. Vale la pena reponer al menos parte de algunas para que se pueda apreciar, además, la claridad de Williams y el cuidado pedagógico de la edición por Sarlo. Por ejemplo, sobre el enredado lazo que une a la literatura con la sociedad, Williams adopta una posición que también suscribe Sarlo: «la literatura es una actividad formativa, algo que sucede dentro de la sociedad y que contribuye a diseñar su forma» (Williams 1979: 11). Lo mismo podría afirmarse respecto del concepto de «tradición selectiva» y sus marcas en la preocupación de Sarlo por el presente (Podlubne 1998):(10)
Sarlo ubica la noción de «estructura de sentimiento» en el centro de la teoría williamsiana (concretamente, en La larga revolución y en Marxismo y literatura) y de sus análisis culturales. Desde esta hipótesis de lectura, le solicita que ensaye para Punto de vista, «otra vez su definición» (Sarlo 1979, 13). Williams accede y logra una formulación precisa y económica que alude a los límites de los análisis formalistas:
A petición de Sarlo, William se expande sobre los límites de las lecturas estructuralistas y formalistas y centra su atención en la «estructura del sentimiento» por considerar que genera «la conexión que la mayoría de los lectores tienen con la obra» (Williams 1979, 14). Aunque aclara que «frente a la pregunta de qué es lo verdaderamente específico en literatura se han ofrecido diferentes respuestas». Y agrega: «para mí la diferencia (que otros han radicado en el estilo, el lenguaje, etcétera) reside en esta muy específica organización del sentimiento». Williams entiende que el problema del formalismo es haber descartado como «ilegítima» la pregunta por el «origen» de las «formas» dado que «lo que descarta finalmente es a la historia y a la actividad social». Es importante subrayar que la traducción de esta entrevista se pone a circular en Argentina en plena dictadura. Sin hacer una referencia directa, se desliza un comentario respecto del éxito de estos modos de leer en situaciones en las que la abstracción resulta conveniente:
Williams contrasta la «popularidad académica» de los modos internalistas de leer con la «estructura de sentimiento» que reconocen la mayor parte de los lectores: su preocupación por identificar formas de leer que vayan más allá del círculo de entendidos recorre su obra (1961, 152) como la de Sarlo al punto de marcarles, incluso, los registros de escritura. La fantasía pedagógica de escribir no sólo para el «campo académico» (Bourdieu 1984) tiene en sus respectivas producciones énfasis diferenciales inescindibles de las contingencias. En este sentido, y no solamente por su notable actualidad dada la reinvención de los conceptos de literatura y arte (cf. Garramuño 2015, Degiovanni 2015, Catelli 2015, Rolle 2015, Pochettino 2015, Epplin 2015, Pacella 2017) con sus derivas sobre el lector al que se destinan estos bienes culturales, es necesario reponer las notas de Williams sobre la importancia de atender al análisis de las condiciones materiales de producción. Otra vez, muy pedagógicamente, recrimina a los análisis formalistas sus estrechas miras:
Por otro lado, en las preguntas que Sarlo le plantea a Hoggart se revela un recorrido intelectual en el que se espeja el propio: «empecé como profesor de literatura y luego mi interés se fue dirigiendo cada vez más hacia las conexiones culturales de la literatura» (Hoggart 1979, 15) dado que «no me satisfacían las que se establecían en los cursos normales, tradicionales, sobre literatura», afirma ante la pregunta de Sarlo por la «extensión, naturaleza y necesidad» (Sarlo 1979, 15) de la combinación entre enseñanza de la literatura e «interés en el cambio cultural». Es decir, Sarlo traduce una entrevista a Hoggart en la que lo hace hablar sobre las fantasías de intervención que desde la investigación se proyectan sobre la enseñanza y, más puntualmente, sobre los modos de leer. Vale la pena restituir, en esta dirección, las preguntas que Hoggart se plantea ante todo texto, no sólo por el carácter propedéutico de la formulación sino también porque es en estos interrogantes donde ubica las razones para su inclinación por el análisis de la cultura (ese que Sarlo buscaba promover en su lector por-venir):
La proyección de las obsesiones de Sarlo en el trabajo de Hoggart son notables: como Williams, Hoggart trabajó en la enseñanza de la literatura a adultos. Como lo hará con Williams (cf. Sarlo 2001a), se detiene en esta experiencia para llevarlo a una conversación sobre su fantasía más ambiciosa: le solicita que explique «de qué maneras la literatura puede ser comprendida fuera de los circuitos académicos» (Sarlo 1979, 16). En la respuesta de Hoggart se hallan prácticamente las mismas apuestas estéticas y didácticas que orientan el trabajo de Sarlo:
En esa misma línea se cierra la entrevista: como Hoggart (1957), Sarlo también producirá libros inclasificables en las cuadrículas disciplinares (cf. Sarlo 1988, 1998, 2014). En esta oportunidad, lo induce a opinar sobre la recepción francesa del más díscolo y también del más gravitante: The Uses of Literacy, ese libro en el que Hoggart evoca sus recuerdos de infancia para componer su relato sobre la »cultura vivida» por la clase obrera de Inglaterra (1957). Mimetizado con su viejo texto, vuelve a contar cuentos para esgrimir una respuesta que justifica tres decisiones epistemológicas: 1) la ubicación metodológica en una zona de borde disciplinar; 2) la escritura de un libro no destinado a los colegas de crítica literaria; 3) la construcción de un objeto de investigación con materiales que los críticos desatendían. Sarlo compartirá estas decisiones que se transformarán en estrategias de producción:
Hay otra entrevista que, por más de una razón, hace serie con estas: se trata de la concedida por Antonio Candido en el marco de las Jornadas de literatura latinoamericana celebradas en la Universidad de Campinas entre el 28 de enero y el 1 de febrero de 1980. Así como en la entrevista a Williams y a Hoggart se expresa la preocupación de Sarlo por la insularidad de las teorías inglesas, eclipsadas por las importaciones francesas, en esta se advierte su preocupación por la insularidad de la literatura de Brasil con relación a la del resto de América Latina. Por otro lado, la entrevista a Candido pone de manifiesto su inquietud por la conexión entre dos términos que recorren la obra del sociólogo brasilero y que recorrerán también la de Sarlo: «literatura» y «sociedad». Literatura e Sociedade (Candido 1965) inspira el libro prácticamente de igual título que publicará junto a Altamirano tres años después y que incluye un capítulo del de Candido: se trata de «Estructura literaria e função histórica» que se imprime sin traducción argumentando que la «vinculación lingüística es una necesidad y una bandera» para la «integración cultural latinoamericana» (Sarlo y Altamirano 1983, 257). Ese capítulo desarrolla una consistente propuesta para trabajar el vínculo entre la «literatura y la realidad o el medio social, o el referente» (Sarlo 1980, 5). Sobre esta cuestión gira la primera pregunta de la entrevista en la que además Sarlo, interesada en las formulaciones conceptuales planteadas desde América Latina, le pide a Candido que retome el concepto de «formadores de estructura» que permitiría esclarecer esta cuestión mientras contribuye a visibilizar este aporte:
La respuesta de Candido, sintética y precisa, conduce a que Sarlo vuelva con otra pregunta sobre sus conceptos: esta vez se trata de los de «función ideológica» y «función social» en los que encuentra un paso más allá tanto de la «concepción empirista ingenua que rastrea las relaciones puntuales entre la obra literaria y la realidad» como del «sociologismo abstracto que reencuentra en la obra las categorías con las que va a analizarla» (Sarlo 1980: 6). Esta vez, la respuesta arranca con una observación epistemológica con sutiles derivas éticas y políticas. Candido arremete tanto contra el reduccionismo de la abstracción como contra su ausencia radical:
Como en el caso anterior, la inteligencia pedagógica de Candido para elegir el ejemplo que clarifica su formulación es impecable. En este caso se detiene sobre un capítulo de Literatura e Sociedade en el que examina un texto ambivalente. Como los análisis derrideanos sobre el carácter diseminado del significado que impide fijar uno, Candido demuestra cómo el viejo poema épico Caramuru, escrito por José de Santa Rita Durao en el siglo XVIII, tiene una estructura ambigua que habilita que se lo lea de modos contradictorios: «durante el siglo XVIII el poema fue considerado en Portugal como glorificación de la colonización portuguesa; y, después de la independencia, en Brasil, como precursor de la autonomía brasileña» (6). Candido subraya que «la función social se ejerce independientemente de la voluntad del autor» (7). Un funcionamiento constatable en Caramuru que había sido escrito para la «glorificación de la fe católica en el Brasil»: «Me pregunté entonces por qué un mismo texto puede ejercer dos funciones sociales distintas. La respuesta es: a causa de la función total que sólo puede ser captada en relación con la concepción estética que dota de universalidad a la obra». Esta serie de entrevistas revela la fantasía de Sarlo de difundir vías metodológicas de lectura que contribuyeran a desmantelar las perspectivas internalistas entonces dominantes (la estilística, el formalismo leído en clave estructuralista francesa pero también la hermenéutica (Rosa 1981, Caisso y Rosa 1989, Estrín y Blanco 1999). Puntualmente esta con Candido concluye con preguntas que expresan la búsqueda de una metodología que permita componer historias literarias por-venir atentas al carácter dependiente de América Latina, no sólo en el aspecto económico sino especialmente en el cultural: la circulación internacional de los bienes simbólicos y la repercusión de dicha circulación en el campo intelectual son dos ángulos de un mismo problema que a Sarlo no le resulta ajeno. Su traducción de Pierre Bourdieu en ese mismo número obedece, justamente, a su fantasía de contribuir a atenuar la naturalización del orden cultural dominante. Como sucederá con la mayor parte de las traducciones circulantes en el campo universitario en «mimeo» o en «copia», el asunto de los «derechos» no es un impedimento: cuando lo que importa es introducir una perspectiva que problematiza algo del subcampo de los estudios literarios y/o del campo intelectual en general, los asuntos legales pasan a un plano secundario. Si bien en este caso hay una nota al pie que aclara que el artículo se publica «con autorización», en el apartado siguiente comprobamos que estas cuestiones se manejaban muy informalmente. En esta ocasión se trata de un fragmento del artículo «La production de la croyance (contribution a une économie des biens symboliques)» (Bourdieu 1977) publicado en la revista fundada por Bourdieu en 1975, Actes de la Recherche en Sciences Sociales. Sarlo lo traduce como «Los bienes simbólicos, la producción del valor». Su versión del título desplaza la atención hacia el eje del valor: una decisión que corrobora al eliminar los dos epígrafes del original mientras selecciona un conjunto de pasajes específicamente centrados en el problema que pone en lugar central en su brevísima introducción. Esta introducción da cuenta del gesto inaugural que producía: Bourdieu era entonces un autor desconocido en Argentina y Sarlo necesita incluir datos biográficos básicos (recordemos que estamos en un tiempo previo a la Web) junto a una sigilosa desestimación del concepto de literatura promovido por las teorías hegemónicas en el subcampo de los estudios literarios. La muy propedéutica nota que Sarlo apunta al describir la línea bourdesiana, recoloca a la literatura en un circuito ignorado por las líneas estilísticas, hermenéuticas y estructural-formalistas ya que repone el polo de la producción y el de la recepción en el análisis: «Nacido en 1930, profesor en la École des Hautes Études de París, Bourdieu ha indagado particularmente el origen social de los gustos estéticos y las costumbres culturales, las formas del aprendizaje y la reproducción de ideas y valores» (1980, 19). Este comentario revela que Sarlo conocía, al menos, Les héritiers(Bourdieu y Passeron, 1964), La reproduction(Bourdieu y Passeron 1970), La production de l’idéologie dominante (Bourdieu y Boltanski, 1976) y, en particular, La distinction(Bourdieu, 1979): una deslumbrante investigación recortada sobre el problema que Sarlo destaca en su versión de este artículo. Una investigación que cita algunos años después siguiendo su primera edición francesa (cf. Sarlo 1989, 22): otra prueba de la voracidad por la actualización que permite no quedar al margen del tipo de conversación intelectual transnacional que pugnaba por desencadenar. Dado que Sarlo traduce sólo algunos fragmentos del original francés es relevante analizar qué aspectos recorta para el lector argentino al que los destina y cuáles soslaya tomando en consideración, además, que se trata de una selección importante: más allá de la posible diferencia de tipografía, el texto de Bourdieu tiene cuarenta páginas mientras que la selección de Sarlo se circunscribe a cinco. Si cuantificamos los subtítulos, tenemos que el texto de Sarlo traduce los cinco primeros de un total de veinte. Como señala Gisèle Sapiro (2013, 79), la potencia heurística de la teoría bourdesiana radica, entre otros puntos, en su atención al espacio de recepción al analizar la circulación internacional de las ideas. Tenemos entonces que, en este Bourdieu de Sarlo, en parte por su lugar en el campo intelectual (menos consolidado que el que tendrá apenas algunos años después, cuando lo describa con cierta despreocupación no exenta de algunas imprecisiones (cf. Gerbaudo 2017b, 45-47), en parte por las disputas que entonces atravesaban el subcampo de los estudios literarios, sobresale la preocupación por la intervención institucional que reconocerá en otros artículos (cf. Sarlo 2001a, 15) sin caer en el equívoco reproductivista que le adjudicará a su sociología. No obstante, y como en toda su obra, no deja de ser un Bourdieu-metafórico al que sólo adopta desde un ángulo que, metodológicamente, no la implica en la búsqueda de los datos «duros» que exige su sociología: una licencia que, no obstante, no le impide abordar ciertos aspectos de los campos que le resultan útiles para sus exhortaciones (cf. Sarlo y Altamirano 1980, 1983). Sostenemos que Sarlo incurre en una apropiación metafórica cuando construye su Bourdieu también cuando selecciona los fragmentos a traducir para este número de Punto de vista: para empezar, la versión de su título le incorpora al original un tema que supone un desplazamiento. Su traducción sitúa en primer plano el asunto de los bienes simbólicos que en el original bourdesiano se insertaba en el subtítulo a la vez que diluye el carácter de aporte teórico del original («contribución a una economía de...»). En el mismo movimiento, sustituye el término «creencia» por el de «valor» colocando esta obsesión suya en el centro del trabajo bourdesiano. Una obsesión que se trama a partir de las tensiones del espacio de recepción: más que la preocupación económica que está en el corazón del artículo bourdesiano, a Sarlo le urge remarcar el problema de cómo se construye socialmente el valor, tal como lo hace en esa nota introductoria, verdadera inducción a la lectura sesgada desde el eje que allí fija. En correlato con esto, elimina los dos epígrafes del original: relevantes para el campo francés, estos epígrafes, tomados de dos «agentes» (Bourdieu 1987, 1997) del campo editorial, refuerzan el eje que Sarlo desestima y que los fragmentos no traducidos y la parte del título substituida desarrollan. Un aspecto que luego Bourdieu retoma y profundiza en Las reglas del arte. Si en el libro de 1992 Bourdieu se centra especialmente en Gustave Flaubert para reconocer en La educación sentimental una suerte de tratado sociológico avant la lettre que exhibe las posiciones y las tomas de posición en el campo literario francés de su época situado a su vez en relación con el campo artístico y con el editorial, entre otros, en «La production de la croyance» es el teatro parisino el que le da pie, como luego hará en Las reglas, al trazado de una cuidada cartografía que le permite «objetivar» (1977, 11) las posiciones y oposiciones constitutivas de los campos de producción de bienes culturales a partir de su manifestación en el espacio social. Bourdieu muestra que la posición de agentes e instituciones en la estructura de relaciones de fuerza económicas y simbólicas tiene su correlato en la estructura de la distribución del «capital específico» y que ambas son inescindibles de las asunciones verificables en las estrategias de quienes se sitúan en los polos dominante y dominado del campo teatral: es a partir de un minucioso análisis estadístico que traza homologías estructurales entre consumo de bienes culturales y fracciones de clase de pertenencia (atiende al público de los diferentes teatros [toma indicadores como edad, profesión, lugar de residencia, frecuentación, precio pagado por la entrada, etc.] así como a los autores llevados a escena para diferenciar al teatro de vanguardia del teatro burgués considerando tipo de espectáculo, público al que apuntan, relación entre espectáculo y riesgo comercial, etcétera). Bourdieu evaluaba entonces al trabajo estadístico como «la base objetiva» (15) para caracterizar las relaciones en un campo; con los años atenuará esta confianza en los datos matemáticos, aunque sin abandonarlos del todo (esa distancia se verifica metodológicamente en La misère du monde y se expresa en términos declarativos en Esquisse pour une auto-analyse). Estos datos «duros» son los que la traducción de Sarlo omite porque, vale la pena remarcarlo, su toma de posición en las controversias locales la llevaron al subrayado de los aspectos que recobra. Si esta traducción sesgada de Bourdieu permite en parte reconstruir, para seguir su terminología, las luchas por redefinir que es «lo posible» y «lo pensable» (cf. Bourdieu 2001a) en el subcampo de los estudios literarios en la Argentina de la dictadura, la traducción del texto que Susan Sontag escribe a propósito del fallecimiento de Roland Barthes replica las fantasías de nano-intervención de Sarlo: en varios pasajes, el retrato que Sontag construye de Barthes parece un retrato de la traductora. En «Recordar a Barthes», Sontag recoge una colección de «instantáneas»; transcribimos las que se proyectan en las obsesiones profesionales de Sarlo. Así por ejemplo, si bien refiriéndose al espacio francés y a Barthes, deja entrever el carácter para nada pacífico del campo intelectual mientras remarca cierto pathos en el modo de involucrarse en las contiendas: «Sentía las ideas dramáticamente: una idea competía siempre con otra. [...] Enfocó sus armas contra el enemigo tradicional: lo que Flaubert llamaba "ideas recibidas"» (1980, 16). También cae sobre la traductora la caracterización de sus emprendimientos críticos: «Fue un vanguardista como crítico. [...] Defendía lo que en una obra le estimulaba, su sistema de escándalo» (17). Y siguen otras notas que, ya entonces y a contrapelo de las líneas hegemónicas en el sub-campo de los estudios literarios argentinos, sitúan la producción en el marco de la vida de la que se desprende: «Toda su obra es una empresa inmensa de auto-descripción». Es justamente ese pathos el que se advierte en la traducción de una ponencia de Hans Robert Jauss presentada en el IX Congreso de la Asociación Internacional de Literatura Comparada realizado en Innsbruck en 1979 y publicada en 1980. Como con los autores que traduce y que le interesa colocar en un particular espacio de tensión del subcampo, anexa a «Estética de la recepción y comunicación literaria» una nota introductoria de tono beligerante. Atravesada por el posicionamiento bourdesiano, se sitúa tanto contra el mercado editorial como contra la crítica universitaria desde el amparo del trabajo colectivo realizado en la revista: «Como el destino de ciertos textos parece sujeto a las inapelables decisiones editoriales o al éxito de las modas literarias, Punto de vista se propone abrir un lugar de difusión alternativa a ambas contingencias» (1981, 34). Esta apuesta a la continuidad de la puesta en circulación de líneas contra-hegemónicas se refuerza por la promesa de otras traducciones por-venir: «hoy traducimos el texto de Jauss» (34), aclara, mientras deja en suspenso cuáles serán las próximas ya que son tanto los solapamientos propiciados desde los polos dominantes del subcampo de los estudios literarios como las batallas por librar desde sus márgenes las que definirán el trabajo por hacer. Su nota es terminante respecto de la existencia de una hegemonía que busca producir un efecto , concretamente en este caso, difundiendo un texto que propone un modo de leer emergente en aquel estado del subcampo: la teoría de Jauss no circulaba en español. A esta desactualización como al eclipse deliberado de lo que se aparta de las perspectivas institucionalmente estabilizadas, opone esta traducción:
Se trata de un texto puntillosamente ordenado en seis puntos en los que Jauss no sólo caracteriza los postulados de su teoría sino también las líneas que enfrenta: entre ellas, las perspectivas defensoras de un «método descriptivo y formalizante colocado "más allá de la interpretación"» (35). No es difícil reconocer aquí el supuesto de Susan Sontag (1964) (11) al que Jauss replica: una confrontación que pone en juego modos de leer que trascienden los dos nombres citados para involucrar al formalismo, la estilística, el estructuralismo con sus derivas «post», pero también una versión de la hermenéutica muy diferente a la dominante en el subcampo de los estudios literarios en Argentina (cf. Estrín y Blanco 1999). De hecho, ya durante la democracia, Jorge Panesi dicta una muy polémica clase que casi termina en juicio en la que confronta el modo de leer de ciertas «hermenautas» que navegan por «las procelosas aguas del ser latinoamericano y nacional» (1985) con el impulsado desde la hermenéutica de la estética de la recepción de Jauss. Esta distinción se aclara si se consulta esta traducción de Sarlo (también si se revisan los usos críticos que hará de diferentes aportes de Jauss [cf. Sarlo 1988, 34]):
Igual de clarificadora es su sentencia contra la monologización de una época a partir de una lectura. Se expone en estos párrafos un pequeño tratado metodológico y también didáctico cuya vigencia llega hasta el presente:
No es necesario agregar demasiado respecto de la embestida que la traducción de esta ponencia de Jauss supone respecto de las lecturas dominantes entonces en el subcampo de los estudios literarios en Argentina. El último texto que Sarlo traduce para Punto de vista durante la dictadura vuelve a Bourdieu: se trata de un fragmento de la «Lección inaugural» dictada cuando ingresa al Collège de France en abril de 1982. En este caso, la nota introductoria de Sarlo, una marca de sus traducciones, da la apariencia de un comentario meramente descriptivo de ese rito de iniciación:
No obstante, si se la lee atendiendo a los pasajes que selecciona de la extensa lección bourdesiana, se advierte el sentido de la operación: tal como lo revelará Bourdieu muchos años más tarde en Esquisse pour une auto-analyse, su sacrílego gesto puede compararse a lo que los artistas llaman «intervención» (Bourdieu 2004, 138). Y justamente es ese sacrilegio el que Sarlo pone en valor: Bourdieu caracteriza descarnadamente un rito en el mismo momento en que lo actúa. Por su parte, Sarlo traduce el texto en el marco del conjunto de operaciones desacralizantes que ensaya contra el campo universitario de aquella coyuntura, en continuidad con investigaciones previas publicadas en Los libros (cf. Sarlo 1972): una serie de acciones que requiere, para su interpretación, la ubicación en el subcampo con sus exclusiones. Precisamente para este análisis importan las traducciones que, por su extensión, debe fragmentar: en ellas se hace ostensible, más que en otras, su posición: analizar tanto los pasajes que selecciona como los que descarta permite determinar con detalle, no sólo cómo Sarlo se arma «su Bourdieu» sino el sentido de su intraducción. Un sentido que se define en la lucha contra los sectores hegemónicos del campo académico de entonces librada desde las formaciones pergeñadas desde el campo intelectual. Pero la intervención de Sarlo sobre el texto de Bourdieu no se circunscribe al recorte de tres páginas sobre un total de 49: por un lado, como ya es usual con Bourdieu, modifica su título en función de atrapar a su lector-por venir mientras desplaza el eje de lectura del original, centrado en la puesta en abismo del ritual del que participa su autor, para llevarlo hacia «el oficio de sociólogo». Lejos de una posición pasiva, Sarlo interviene en la escritura al traducir la Leçon sur la leçon como «Lección. El oficio de sociólogo»: replica aquí el título del libro que en 1973 Bourdieu publica junto a Jean-Claude Passeron y a Jean-Claude Chamboredon. Por otro lado, le anexa a su versión 3 subtítulos: otra intervención sobre la escritura, tan osada como la que Bourdieu equipara muchos años después con una intervención artística. No obstante, como en el original francés, su versión se inicia sin estos subtítulos y con un apego prácticamente literal. En ese comienzo Bourdieu señala, a modo de una jerarquía enredada, el carácter arbitrario de ese ritual del que participa y que se autoriza por la escucha de los «maestros» consagrados (en este caso, Claude Lévi-Strauss, Georges Dumézil, Michel Foucault y Jean-Pierre Vernant [2004: 138]), garantes de la legitimidad de lo enunciado por quien se inicia:
El pasaje siguiente, muy recortado, se aloja bajo el subtítulo «La policía simbólica», rol en el que sitúa a la sociología, ciencia despreciada en la pirámide del campo académico francés en relación a la disciplina de la que el propio Bourdieu provenía: la filosofía. Sarlo deja prácticamente intacto el pasaje en el que Bourdieu defiende la importancia de un orden «meta», no sólo en la sociología, aunque enfocándose en ella:
Sarlo coloca estos subtítulos tomando expresiones del texto de Bourdieu que hace funcionar como aglutinadoras de sentido: contienen la hipótesis básica de los párrafos que engloban. El que sigue, «En contra del sociólogo rey», incita a la apropiación de los resultados que aporta la sociología para acciones que modifiquen el estado de las cosas en diferentes campos. La conquista de la libertad, la autonomía y la emancipación por el conocimiento es una búsqueda que se inscribe en los textos y en la bio-grafía bourdesiana (se constata una proyección de Sarlo en esta selección de pasajes que traduce):
Por último, bajo el subtítulo «La historia cuerpo y la historia cosa», Sarlo aloja los pasajes en los que Bourdieu distingue «la historia objetivada en las cosas, bajo la forma de instituciones y la historia encarnada en los cuerpos, bajo la forma de un conjunto de disposiciones duraderas» (18) que llama habitus. Como todos sus conceptos, bio-grafía y acción se imbrican: «El cuerpo está en el mundo social; el mundo social está en el cuerpo» (17). Desde este lugar ratifica el carácter constitutivo de la lucha tanto por las transformaciones de las situaciones de opresión como por el mantenimiento del estado de las cosas positivas: «Los campos sociales son campos de fuerza, pero también campos de lucha para conservar o transformar esos campos de fuerza» (17). Finalmente, a partir del trazado de un bucle extraño, Bourdieu vuelve sobre su performance, sobre su sentido, sobre las fantasías de intervención que deja entrever:
El texto de Bourdieu es, en este marco, una suerte de programa de acción para el combate que, desde formaciones como Centro editor de América Latina, Los libros, los grupos de estudio clandestinos y Punto de vista, Sarlo viene librando desde los tiempos del onganiato hasta prácticamente estos umbrales de la restitución del orden democrático que se producirá con el llamado a elecciones de 1983. En todos estos espacios sus intervenciones batallan contra los poderes hegemónicos e ilegítimos que ocupan el gobierno del Estado, la universidad. Su combate se libra con las herramientas de la teoría: esa que el espíritu de la época llama «ciencia» (término que Bourdieu sostendrá hasta el final de su vida). Esa que traduce, enseña, divulga, reseña; esa que difunde vía entrevistas con sus productores mientras pone el eje sobre lo que cree necesario discutir desde el espacio de recepción. En este último caso, lo que Sarlo descarta de su traducción son los pasajes en los que Bourdieu se expande sobre problemas propios del campo francés: puntualmente, las luchas que libra para instalar en las instituciones la versión de la sociología que su trabajo inaugura. Sarlo se saltea esos pasajes porque los combates de la zona de recepción son otros: son otros quienes ocupan los polos dominantes, desde otras configuraciones de poder, con otros alcances y es a otro lector al que se busca interpelar. Lo que se comparte, de todos modos, es la apuesta a la potencia de las mismas armas y de las mismas herramientas: se trata de una confianza promisoria y paciente en la fuerza del conocimiento. O como más tarde enunciarán los discípulos bourdesianos en un magnífico libro homenaje: se trata de la apuesta a La libertad por el conocimiento (Bouveresse y Roche 2004). Las traducciones leídas desde los «cuentos»: auto-figuraciones y fantasías de nano-intervención Más allá de las operaciones detectadas a partir de las traducciones de Sarlo para Punto de vista durante la dictadura, en este apartado reponemos sus «cuentos» sobre dichas prácticas ya que permiten analizarlas desde otro ángulo: el de sus fantasías de nano-intervención, ya no recortadas a partir de sus acciones en el campo sino desde sus autofiguraciones. Para comenzar, rescatamos los cuentos que cuenta Sarlo sobre la traducción de las primeras entrevistas que publica en Punto de vista: veinte años después, a propósito de una compilación de textos sobre Antonio Candido bajo el cuidado de Raúl Antelo (2001), retoma ese conjunto de entrevistas así como también lo hace en el prólogo que escribe para la publicación de la traducción al español de The Country and the City (Williams 1973). De esas autofiguraciones interesan, para este trabajo, dos series. La primera, tomada de las notas que dirige al lector que a comienzos del siglo XXI recorre una entrevista que tuvo lugar veinte años antes: la reedición en 2001 de aquella entrevista a Candido de 1980 prueba la importancia de lo allí discutido. En esas notas Sarlo describe a aquella joven que fue como una «outsider» (2001b, 35) y también como una principiante tenaz que investigaba a pesar de las precarias y hostiles condiciones existentes en los países latinoamericanos. Esas condiciones que arrastraban a las internacionalizaciones forzadas o dejaban en la intemperie dada la carencia de espacios institucionales que enmarcaran la práctica:
La segunda serie interesa particularmente porque pone en contigüidad epistemológica y en el mismo plano de relevancia intelectual a las entrevistas realizadas a Williams, Hoggart, Candido, Antonio Cornejo Polar y Ángel Rama. En su cuento, la entrevista a los teóricos ingleses aparece como una suerte de anzuelo utilizado para pescar estas otras que esas figuras del campo podrían conceder a aquella tímida desconocida que era presentada como la directora de una revista también, entonces, ignota:
Si seguimos su cuento, «ese reportaje, hecho de modo un poco irresponsable» fue «el impulso para una larga relación» (35) con la obra de Candido. Una relación generada por «la perfecta elegancia» y «la dimensión extrema de [la] inteligencia» desplegada por «el Candido oral» (36). Ese que veinte años después, Antelo rescata para su sofisticada antología crítica en la que incluye la entrevista de Sarlo y su traducción para Punto de vista. Ese que en aquel momento expresa, probablemente como pocos, una cuidada articulación entre «la dimensión formal y estética» de la literatura en «una visión que no dejaba de ser social e ideológica»: a Williams y a Hoggart les faltaba el conocimiento sobre Latinoamérica que, en especial al primero, le reprochará más o menos por la misma época (cf. Sarlo 2001a, 20-21). Otro rescate de aquellas entrevistas se produce a propósito de la reedición argentina del clásico de Hoggart: ese que Pablo Alabarces llama «el libro irrepetible» porque, entiende, «satura el conjunto» (2014, 366) de la producción del inglés. La citada reedición incluye aquella nota de Sarlo fechada en 1979: Alabarces parece sorprenderse por esta decisión que califica como «curiosa» (366). También parece sorprenderse por la catalogación del libro en la colección «Antropológicas»: encuentra allí una recuperación «etnográfica» que «consagra una lectura disciplinar y a la vez sesgada» que desplaza tanto su «clave literaria» («sólo un crítico literario como Hoggart pudo oír la intervención decisiva del lenguaje en la formación de la cultura obrera» [367]) como su aporte sociológico. «La autoetnografía memoriosa hablaba del pasado mientras la sociología cultural miraba críticamente el presente y el futuro» (376), apunta. Es interesante resaltar que, en verdad, esta inscripción pone de manifiesto la potencia de los cuentos que Hoggart cuenta, no sólo en The Uses of Literacy sino en esa entrevista gravitante realizada y traducida por Sarlo que cierra con una autofiguración coincidente con la catalogación de la editorial argentina. Si tomamos en cuenta este dato, no debiera sorprendernos la inclusión de aquella entrevista en esta reedición que no hace más que confirmar, en primer lugar, la pregnancia de aquella lejana conversación animada por Sarlo en decisiones tomadas desde el campo intelectual y desde el campo editorial contemporáneo (no hay tiempo aquí para sutilezas respecto de los puntos en los que ambos se intersectan) y luego, la necesidad de su exhumación. Este cuento de Hoggart se genera gracias a las inteligentes interpelaciones de Sarlo:
Una consideración particular merece el análisis de sus auto-figuraciones a propósito de sus traducciones de Bourdieu ya que se insertan en una serie mayor compuesta por una representación que se reitera: la de una intelectual que, a pesar de contar con los capitales culturales que le habrían permitido transitar por los circuitos mainstream (cf. Beigel 2014), opta por los regionales. Durante una conversación con María Pia López y Sebastián Scolnik describe esta circulación sur-sur como una elección inscripta, además, en una tradición del campo intelectual argentino:
Esta autofiguración se repite durante el diálogo con Alejandro Grimson transcripto para la revista Otra parte (Sarlo, 2011-2012). Pero la imagen más rotunda de esta serie se produce durante una consulta puntual a propósito de esta investigación: ante la duda sobre un dato respecto de sus operaciones de intraducción (puntualmente, sobre la supuesta autorización para publicar las traducciones en Punto de vista), le pregunto a Sarlo si Bourdieu se había enterado de la difusión casi inmediata que ella le daba a sus trabajos en Argentina a través de su revista. Reiteramos que remitimos a un tiempo previo a la aparición de la Web y que, en el caso particular de la Leçon sur la leçon, se trata de una clase inaugural que Bourdieu dicta en el Collège de France en abril de 1982 y que Punto de vista publica entre agosto y octubre del mismo año. También le pregunto cómo conseguía esos materiales. En su cuento se mencionan dos viajes destinados principalmente a actualizar bibliografía: uno durante fines de los setenta y otro en 1981. Pero también irrumpen las librerías porteñas y su papel en la difusión de teoría en la Buenos Aires de la dictadura junto a la figura del repliegue: «Aunque resulte difícil de creer hoy, Leçon sur la leçon llegó a Buenos Aires, a librería Fausto (donde también compré la Leçon de Barthes» (2015). Y agrega: «a Bourdieu no lo conocí, aunque supe de su existencia muy temprano [...]. En realidad, soy poco cultivadora de los contactos. Soy una intelectual de cabotaje, una criollita» (2015). Prácticamente la misma aufiguración se reitera en un cuento que relata su contacto con Sontag. Sucede en un viaje a Nueva York fechado en 1985: «viviría allí algunos meses, la primera vez tanto tiempo lejos de Buenos Aires, fuera de América del Sur» (2015, 14), apunta Sarlo mientras remarca su salida de ese circuito por el que dice transitar con comodidad. El encuentro se produce en la proyección de Berlin Alexanderplatz de Rainer Werner Fassbinder en el cine Metro: «No se me ocurrió decirle nada. [...] ¿Qué quería decir que Sontag y yo estuviéramos allí? Nada» (2014, 15). En una versión más extensa de este cuento conecta este viaje con uno previo mientras vuelve sobre las mismas representaciones. Varios pasajes reiteran su figuración como poco cosmopolita entremezclada con la de la «criollita» y también la de la «pajuerana». Vale la pena reconstruirlos porque hilvanan, en una sola narración, las diferentes caracterizaciones que fuimos señalando: «en diciembre de 1984 visité por primera vez Estados Unidos, algo tarde, si se considera que tenía más de cuarenta años» (2013, 119); «nos llevaron al National Gallery. [...] No pude mirar nada [...]. Busqué refugio en un lugar cuyo nombre aprendí en ese momento: el museum shop, que estaba más a la medida de mi disminuida capacidad» (120); «Nos dedicamos a averiguar cómo llegar al Barrio Chino, demostrando la ignorancia de turistas que confundían a Manhatan con el San Francisco del cine y las novelas policiales» (120); «Cuando se pronuncia la palabra provinciano, este primer viaje a Estados Unidos me viene, de modo inevitable, a la cabeza» (120). Y a continuación vuelve sobre el relato de su primer viaje largo fuera de Latinoamérica para componer una versión que detalla ese encuentro con Sontag mientras confirma, prácticamente con formas idénticas, su posición ante esa coincidencia azarosa:
Estos «cuentos» tanto como sus prácticas dejan entrever las fantasías de nano-intervención de Sarlo en el campo intelectual, aunque desde ángulos diferentes: mientras en los primeros leemos sus autofiguraciones y lo que ellas expresan sobre sus fantasías, en las segundas leemos sus acciones con el mismo sentido. En ambos se advierte la búsqueda de incidir sobre los modos de leer literatura, entre otros discursos. Una búsqueda que tramita vía la divulgación de teoría (cf. Sarlo 1981, Sarlo y Altamirano 1980, 1983), su traducción, su publicación desde el Centro Editor de América Latina y su enseñanza, entonces desde los grupos de las catacumbas. Puntualmente, sobre la práctica de la que nos ocupamos aquí, constatamos que, en parte, es contra las líneas entonces dominantes en el campo universitario, derivadas de malas vulgatas del estructuralismo, la estilística y la hermenéutica, que realiza estas traducciones: traduce una importante cantidad de textos que orientan la lectura hacia una perspectiva sociológica no reñida con el filo barthesiano que atravesará el conjunto de su producción (cf. Sarlo 1981, 1985, 2013, 2014b, 2016; Kohan 2017). Y junto a esa lucha, se descubre el intento de contribuir a fundar un nuevo lector: un lector por-venir, moldeado desde sus propias prácticas de «consumo intelectual» ya que es su biblioteca teórica selecta la que traduce. Esa que usa en sus ensayos críticos de la época: no es necesario agregar demasiado sobre la marca de Williams y de Bourdieu en sus escritos; sí necesitamos mostrar cómo también Hoggart y en especial Jauss se entreveran en algunas de sus hipótesis y en algunas decisiones metodológicas, más allá del sitio que todos estos autores que importa tienen en los manuales didácticos que escribe junto a Altamirano. Daría lugar a otro artículo demostrar por qué sólo traduce de Barthes una entrevista que incluye en la compilación de ensayos publicada vía el Centro Editor de América Latina (cf. Sarlo 1981); baste mencionar, a modo de hipótesis provisoria, la importancia de las cuidadísimas traducciones de textos nodales de Barthes ya realizadas entonces por José Bianco, Héctor Schmucler y, en especial, por Nicolás Rosa (de hecho, Sarlo las retoma en su antología, junto a otras [Sarlo 1981]). Queda también por probar por qué su interés por Sontag la lleva a traducir ese texto que envía a Barthes: algo de Barthes y algo de la teórica norteamericana se traen en ese ensayo, transido por la tristeza ante la pérdida. Un texto que, debido probablemente a un matiz acentuado por su traducción, suena con un tono similar al que escribirá a propósito de la partida de Sontag (2005). Esa autora que, en uno de sus últimos libros, pone en serie con sus autores-fetiche: en Plan de operaciones. Sobre Borges, Benjamin, Barthes y Sontag, mientras exhuma y recobra textos, consolida su serie teórica, su biblioteca categorial. Como lo muestran estas prácticas, la atraviesan fantasías de fundación y de clausura. Algo que acontece no sólo con la literatura, aunque fundamentalmente con ella: es conocido su papel en la creación de la firma Juan José Saer (cf. Dalmaroni 2006). Un papel que actúa la pregunta bourdesiana sobre quién crea al creador (Bourdieu 1977): una pregunta alojada en ese primer texto de Bourdieu que traduce para Punto de vista. Menos abordados habían sido hasta ahora sus deseos de fundación teórica, evidentes si se analizan estas operaciones de intraducción en diálogo con sus ensayos críticos, sus textos de divulgación, sus prácticas en el campo editorial y en la enseñanza clandestina (cf. Gerbaudo 2014, 2016). Fantasías fundacionales y fantasías de cierre. No es sino esto lo que confirma su texto de clausura del Coloquio Internacional Juan José Saer celebrado en Santa Fe en mayo de 2017. Su presentación no sólo pretende delimitar cómo se configura la narrativa argentina después de Borges (que circunscribe a tres nombres: César Aira, Rodolfo Fogwill y Juan José Saer) sino que, además, fantasea con precisar un momento de apertura y de conclusión de un modo de leer, concretamente a Saer. Un modo de leer que se abre con el grupo de Punto de vista y que se cerraría allí, en ese Coloquio que, entre otros, reúne a buena parte de las firmas que contribuyeron a crear a ese autor que los convoca. A la composición de ese modo de leer, también aportaron estas traducciones que publica en Punto de vista durante la dictadura mientras discute con fervor las perspectivas aplicacionistas y diseccionistas que, entonces, reinaban en el campo universitario argentino. Una batalla que disputaba un territorio de enseñanza y de investigación institucionalizado, hegemónico y ocupado ilegítimamente desde otro que se inventa desde el margen habitado por las respetadas formaciones. Una batalla librada desde un lugar simbólico que, probablemente, encuentre su caracterización más elocuente en «Ella, Juana Bignozzi»: algunos de sus mejores cuentos, también alrededor de estas fantasías pedagógicas, se escriben en este ensayo en el que Sarlo se proyecta en la figura de Bignozzi. O más bien, se identifica con la figura que construyen algunos de sus versos: «Sobre el sueño de las ciudades amadas / una mujer sigue buscando / la piedra mágica de la felicidad por el saber» (Bignozzi en Sarlo 1998 [2007]). Ese saber que, tal como lo hará Bourdieu en uno de sus textos más didácticos y también más autobiográficos, Esquisse pour une auto-analyse, se exhibe como una conquista adquirida gracias al esfuerzo y a la obcecación. Ese mismo esfuerzo que, en el caso de Sarlo, se empeña tercamente en ciertas prácticas de transferencia (traducciones, clases clandestinas, ensayos críticos y manuales) destinadas a un nuevo lector por-venir. Ese al que, ahora, conmina a re-inventarse, a llevar la «herencia» (Derrida 2001) a otra parte. Notas (1) Para el análisis del proyecto alrededor de la revista Los libros, sus diferentes etapas, la variación en sus equipos de dirección y las intervenciones de Sarlo, ver Panesi 1985a, 1996; Podlubne 1998, 2015, 2016; De Diego 2001, Dalmaroni 2004, 2006; Croce 2006, Peller 2011, Somoza y Vinelli 2011, Espósito 2015, López Casanova 2015, Walker 2016, Gerbaudo 2017a. (2) Caracterizar el «campo» de las «letras» en Argentina exige, como mínimo, tres aclaraciones. En primer lugar, obliga a distinguir tres grandes «subcampos» (Bourdieu 2001a) divididos a su vez según sus líneas teóricas: los estudios literarios, los lingüísticos y los semióticos. Una diferenciación hegemónica recién bien entrado el siglo XXI (cf. Gerbaudo 2014). En segundo lugar, es necesario distinguir, dentro del subcampo de los estudios literarios, las líneas que se reconocen en los protocolos de entrada, permanencia y habitus del «campo científico» (Bourdieu 1976, 2001a, 2001) de las que se rigen según las normas del «campo artístico» (cf. Bourdieu 1977, 1992, 2013; Sapiro 2013, 72). A su vez, el campo de las letras participa del «campo intelectual» en tanto sus agentes fundan sus tomas de posición a partir de sus competencias específicas (Bourdieu 1997). Finalmente, adaptamos los conceptos de Pierre Bourdieu y de Gisèle Sapiro para dar cuenta de un sub-campo situado en los márgenes de los grandes centros de circulación internacional de las ideas: posición periférica analizada por Ana Teresa Martínez (cf. 2013) cuyos aportes recobramos. (3) Para el concepto de «fantasía de nano-intervención», véase Gerbaudo 2017d. (4) Este concepto de Raymond Williams (1977) se utiliza para relevar los movimientos generados en editoriales como Centro Editor de América Latina, en revistas como Los libros, Punto de vista, Lecturas críticas, etcétera, en los grupos de estudio clandestinos (llamados «universidad paralela» o de las «catacumbas»; también «grupos privados» ya que quienes los sostenían económicamente eran los asistentes) liderados en Rosario por Nicolás Rosa y Juan Ritvo y, en Buenos Aires, por Noé Jitrik, Josefina Ludmer, Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia, Carlos Altamirano y Eduardo Romano. Estas formaciones protagonizaron acciones de «resistencia» (Derrida 1991) a los modos de leer oficiales promovidos por las instituciones durante las dictaduras (cf. Rosa y Caisso 1987, Giordano 2011, Podlubne 2013, Gerbaudo 2013, 2014, 2015). (5) Diferentes hechos del presente motivan que situemos en diciembre de 2015 el inicio de un «segundo ciclo» de la posdictadura (para el primer ciclo, ubicado entre 1984 y 2003, véanse Antelo 2016, Gerbaudo 2016). Las decisiones tomadas por el macrismo en derechos humanos, laborales, educación, salud, ciencia, tecnología, comunicación, política internacional, economía, seguridad, etcétera, incurren en inquietantes retrocesos en el plano de los derechos recuperados entre 2003 y 2015. De este modo, vuelven a abrirse heridas dejadas tanto por el terrorismo de Estado como por decisiones que, aún bajo el orden democrático, remiten a políticas económicas, culturales y simbólicas de la dictadura. Son emblemáticos, en este sentido, algunos ejemplos de reacciones populares ante algunas de estas medidas regresivas: la instalación frente al Congreso de la Nación en abril de 2017 de la Escuela Itinerante para expresar el rechazo a los recortes en educación (una forma de manifestar que recuerda la Carpa blanca de los años noventa, emplazada en el mismo lugar); el lavado público de platos por los científicos del CONICET tras la aprobación del presupuesto 2017 para el sector (una evocación de la descalificación, unida a los recortes a la ciencia y a la tecnología, promovida por el ministro de economía Domingo Cavallo, también durante los años noventa); la marcha del 10 de mayo de 2017 contra la sanción del «2 por 1» por la Corte Suprema de justicia que implica un retroceso en los avances obtenidos gracias a la lucha por los derechos humanos; la marcha del 11 de agosto de 2017 reclamando la «aparición con vida» de Santiago Maldonado, desaparecido durante la represión encarnada por la Gendarmería Nacional a una protesta liderada por la comunidad mapuche en el sur del país. (6) Este término se emplea con el sentido no totalizador de Raymond Williams (1977). (7) Para el detalle de los diferentes momentos de la revista, la variación en sus consejos, etc., véanse Pagni 1996, Patiño 1997, Vulcano 2000, De Diego, 2001, Peller, 2011, Gerbaudo 2017b. (8) Para un análisis de las operaciones de apropiación de las teorías de Raymond Williams, Richard Hoggart y Pierre Bourdieu, ver Vázquez 1998, Pastormerlo 1998, Olmos 2002, Dalmaroni 2004, Montaña 2009, Moraña 2014. (9) Cabe citar, por un lado, las investigaciones de Guillermo Toscano y García (2017); por el otro, el proyecto dirigido por Gisèle Sapiro, International Cooperation in the Social Sciences and Humanities: Comparative Socio-Historical Perspectives and Future Possibilities (INTERCO SSH, European Union Seventh Framework Programme FP7/2007-2013/ Grant Agreement N° 319974, marzo, 2013-febrero, 2017). Este proyecto comprendió diferentes países (Argentina, Brasil, Francia, Italia, Reino Unido, Austria, Holanda, Hungría y Estados Unidos) y disciplinas (Sociología, Psicología, Filosofía, Economía, Letras, Antropología y Ciencias Políticas). El trabajo sobre la institucionalización y la internacionalización de los estudios literarios, lingüísticos y semióticos en Argentina se realizó con mi coordinación. En la recolección de los datos participaron inicialmente María Fernanda Alle, Pamela Bórtoli, Cintia Carrió, Daniela Gauna, Ángeles Ingaramo, Micaela Lorenzotti, Sergio Peralta, Lucila Santomero, Ivana Tosti, Santiago Venturini, Carlos Leonel Cherri, Daniela Fumis, Daniel Gastaldello, Silvana Santucci, Gabriela Sierra, Cristian Ramírez y Verónica Gómez. Parte de estos datos como de primeras síntesis parciales están disponibles on line en la página Web del Centro de Investigaciones Teórico-Literarias (cf. Gerbaudo 2014). A partir de setiembre de 2015 se integraron al equipo Nora Catelli, Annalisa Mirizio, Max Hidalgo, Edgardo Dobry, Ana Gargatagli, Marta Puxan, José Hernández y Víctor Escudero (Universidad de Barcelona): sus aportes, centrados en un Estudio comparado de la circulación de la teoría y paradigmas críticos en España y Argentina: academias, conflictos y actores, se condensarán en un Segundo Informe Técnico a publicarse en 2018 en la página Web del mismo Centro de investigaciones. Este informe es el segundo de una serie de cinco: el primero, sobre institucionalización (cf. Gerbaudo 2014); los cuatro restantes, centrados en la internacionalización de cada uno de los subcampos referidos, es decir, se empieza por el de los estudios literarios, se sigue con el de los estudios lingüísticos (a editar por Lucila Santomero, Cintia Carrió y Micaela Lorenzotti) y luego con el de los estudios semióticos (a editar por Daniel Gastaldello) para terminar con un análisis comparativo de la dinámica de estos subcampos. Este trabajo se enmarca en un nuevo proyecto grupal (Estudios literarios, lingüísticos y semióticos en Argentina: institucionalización e internacionalización 1945-2010, CAI+D UNL, 2017-2020) que retoma y a la vez circunscribe las preguntas planteadas por Sapiro; por otro lado, estos e-books completan y expanden la serie de Informes Técnicos planificada al inicio de la investigación (cf. Gerbaudo 2014, Mirizio 2016). Finalmente, este proyecto grupal aloja los que diferentes integrantes realizamos de modo individual en el marco del CONICET, ya sea como investigadores de carrera o becarios: entre los principales resultados de estos trabajos, cabe destacar los de Ángeles Ingaramo (2011, 2012a, 2012b), Lucila Santomero (2017), Cristian Ramírez (2016, 2017) y Silvana Santucci (2017). (10) Para la correlación entre estas traducciones de Sarlo para Punto de vista y las preocupaciones que atraviesan su producción, véanse Gerbaudo 2017a, 2017b, 2017c. (11) En «Contra la interpretación» Sontag concluye que «en lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte» (38). BIBLIOGRAFÍA ALABARCES, Pablo, «Richard Hoggart (1919-2014)», Prismas 18 (2014), 365-367. ANTELO, Raúl (ed.), Antonio Candido y los estudios latinoamericanos, Pittsburgh, Universidad de Pittsburgh, 2001. –– «Programa para un posgrado futuro», El taco en la brea, 3 (2016), 144-171. 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