2008 |
LA TRADICIÓN CLÁSICA EN LA PROSA CIENTÍFICA DE CHILE Y ARGENTINA. PLINIO Y LAS BALLENas en la obra del abate molina |
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Tal y como reza el título, mi incursión en la literatura hispanoamericana se centrará sobre todo en autores chilenos, con mención de alguno argentino, y ciertamente se trabajará sobre un tipo de prosa, la prosa científica. Dejo para otra ocasión el teatro de ese siglo y no profundizo más en cierta actitud anticlásica que he observado en algunos textos teatrales (especialmente Camila o la patriota de Sudamérica del chileno fray Camilo Henríquez, de evidentes resonancias historiográficas y romanas) y vuelvo al tema central de este trabajo: la prosa científica, especialmente, el género de historia natural que van a desarrollar algunos miembros de la Compañía de Jesús, antes e incluso después de su expulsión de América. Merece explicación o al menos un contexto histórico la proliferación de estudios científicos y muy en particular de trabajos sobre la historia natural de los distintos países que conforman el continente americano. Y hay que explicar, si bien someramente, los factores que se conjugaron para entender la proliferación de este subgénero en prosa. Los factores que concurren en el siglo XVIII y que explican el cultivo de la prosa científica son de variada índole. — El movimiento europeo filosófico llamado Ilustración, que, a pesar de la distancia e incluso el proverbial atraso de España en el desarrollo de las ciencias, llega e impregna la cultura de las colonias americanas con más fuerza, cabría decir, que en la metrópolis. La Ilustración implica un análisis racional, científico y metódico, aplicado a todas las ciencias conocidas, y, por tanto, a la geografía física y humana de todos los territorios, muy en especial, de aquellos cuyo conocimiento es aún rudimentario e insuficiente, como ocurre con los territorios americanos. Linneo y Humbolt son los máximos exponentes de este movimiento filosófico-científico. La historia natural es un género literario consolidado en la Antigüedad; los historiadores griegos y, especialmente Herodoto, son los predecesores de este subgénero que amalgama datos, leyendas y fábulas sin solución de continuidad. Después Aristóteles, con sus tratados de los animales, impone método y establece categorías y principios de ordenación, que, en general, no van a ser tenidos en cuenta, como pronto, hasta la llegada del Renacimiento, e incluso después. Los autores de libros de viajes, tan en boga en la época helenística, seguirán la estela de la fabulación junto a la alineación de datos reales y científicos, donde lo que importa no es la pertinencia o la comprobación, sino la verosimilitud. Dentro de la literatura romana es obligado citar y hablar de Cayo Plinio Segundo (c. 23-79 d. C.), conocido como Plinio el Viejo, el autor de la única historia natural conservada, seguidor del método enciclopedista y moralizante de Catón y Varrón, los grandes autores de prosa científica de Roma. De nuevo se evidencia que el autor no es un hombre de campo que observe con sus propios ojos lo que describe, ni siquiera que su información proceda de testigos oculares fidedignos, sino que se trata de un lector voraz y erudito, que desea compilar todo el saber de la época en lo tocante a la naturaleza. Ahora bien, un criterio se impone en su narración, la vinculación de las criaturas descritas con el hombre, su relación y su utilidad para con él. No hay método científico, sino acumulativo, en una especie de enciclopedia del saber antiguo que da entrada a narraciones de marineros, a leyendas, a fábulas y a toda suerte de mirabilia, con una afán crítico muy discreto; hay quienes defienden que la inclusión de las supercherías de magos y los sortilegios de viejas encantadoras o las recetas inverosímiles de algunos pueblos solo se explica por la voluntad de Plinio de recoger todo el saber del momento, incluso aquel con el cual él no estaba de acuerdo, como la magia oriental (G. Serbat, 1995, passim). Pero tampoco debemos olvidar que Plinio no fue un sabio en el sentido de erudito encerrado en su despacho para leer, sino que fue un hombre con responsabilidades políticas y militares (fue funcionario) y comandante de la flota bajo Vespasiano, de modo que en algunas descripciones, ligadas a su actividad, se observa un conocimiento mayor de la naturaleza que detalla, como, por ejemplo, en los animales que luchan en el circo, en los enfrentamientos de determinados animales marinos, etc. Como es sabido, murió en Estabia, durante la célebre erupción del Vesubio del año 79, en un intento por rescatar a la población civil y por su deseo de contemplar de cerca el acontecimiento, según narra su sobrino Plinio el Joven. Con todo, fue un ávido lector y no un naturalista.
La obra de Plinio levantó la admiración de sus contemporáneos por la envergadura de la tarea; y se convirtió en obra de referencia de todo el medievo y después, lo que se explica por el alarmante retroceso que la ciencia sufrió durante siglos hasta el despuntar del siglo XVIII y el alumbramiento de las ciencias en el siglo XIX. En ese momento, la revisión de Plinio produjo opiniones terribles que lo tildaron de irracional, charlatán, acientífico, etc. Dejó de ser referencia indiscutible para pasar a sufrir una damnatio brutal, olvidando que Plinio fue un hombre de su época y que además tuvo que ser un gigante, dadas las circunstancias, de épocas posteriores. La historia natural fue la vía por donde caló la metodología científica, y quien puso la cuña para abrir esa vía fue muy especialmente la Compañía de Jesús, que, una vez expulsada de América, la convirtió en «fuente elegiaca de ardorosas remembranzas» (Pedraza, T. I, 735), en una suerte de recreaciones idílico-utópicas. Representantes de esta deriva son el chileno Miguel de Olivares con la obra Historia militar, civil y sagrada del reino de Chile; el español José Gumilla con El Orinoco ilustrado y definido. Historia natural, civil y geográfica de este gran río y sus caudalosas vertientes; el también chileno Felipe Gómez de Vidaurre con Historia geográfica, natural y civil del reino de Chile; el igualmente chileno Juan Ignacio Molina, desde ahora abate Molina, con Compendio de historia geográfica, natural y civil del reino de Chile y Ensayo sobre la historia natural de Chile. A los que hay que añadir el soldado y naturalista autodidacta español Félix Azara, con Apuntamientos para la historia natural de los cuadrúpedos del Paraguay y del Río de la Plata y Apuntamientos para la historia natural de los páxaros del Paraguay y del Río de la Plata. De todos nos vamos a detener con más detalle en la obra del abate Molina, autor, además de la ya citada historia natural del reino de Chile, de unas elegías latinas, que cuentan, entre otras cosas, la viruela que padeció y que a punto estuvo de matarlo. Su dominio del latín así como del griego (al parecer compuso algunas odas griegas, hoy perdidas), sus conocimientos científicos que le valieron una cátedra en Bolonia, su dominio del italiano y del alemán, lo hacen el hombre elegido como paradigma de esta tendencia descrita de cultivo de una prosa científica que quiere ser ilustrada y que se manifiesta, cuando se requiera, alejada de las fuentes clásicas. Las ballenas es el tema de una memoria o discurso pronunciado en el Instituto de Bolonia de Ciencias Naturales ante un auditorio entendido, pero conservador en líneas generales.(1) Esta memoria recoge y repite muchos aspectos de su Ensayo; por ello vamos a realizar una somera comparación de esta memoria y el capítulo correspondiente de Plinio recogido en el libro IX, sobre los peces (animalia aquorum, X ,1) Antes que nada, hay que dejar claro que la obra del abate Molina es deudora de la obra de Plinio en concepción, objetivo y estructura: se trata de una obra que comenta todo lo que se sabe sobre un animal, que pretende reunir todo lo que de él se ha dicho antes y se estructura en una mezcla continua de datos reales y fabulosos. Sin embargo, hay una actitud personal que marca la distancia entre ambos mundos y anuncia un cambio significativo en el modo de acercarse a la naturaleza, la crítica; aunque algunos autores has visto una actitud crítica en Plinio para algunos temas, en general se trata de cuestiones morales asociadas a la magia. En el abate Molina, sin embargo, la crítica es una actitud permanente, actitud que le permite poner distancia con los autores antiguos y clásicos sobre todo en las exageraciones y en las narraciones fabulosas, aunque estas no hayan desaparecido del todo de su obra. Además de la actitud crítica, hay otro elemento fundamental para marcar el punto y aparte que supone la obra del abate Molina: la fuerza del testimonio personal o de los testigos. Muchos datos proceden de una penetrante capacidad observadora del abate y otros de relatos que él mismo había oído directamente de pescadores u hombres de mar. Esa presencia del testimonio personal o directo da una dimensión nueva y más cercana a la ciencia al relato del abate Molina, aunque la racionalidad radical que alumbrará al siglo XIX aún está ausente. He aquí algunos ejemplos de los rasgos mencionados. 1. El testimonio personal y/o directo Así empieza el informe del abate: «Habiendo tenido a menudo la ocasión de observar las ballenas en los mares del sur, en donde abundan como en aquellos del norte, y de informarme por personas inteligentes de la industria que utilizan los barcos pescadores de los Estados unidos de Norteamérica para capturarlas…» (43). Compárese con el comienzo de Plinio:
Así se refiere a los antiguos y frente a ellos destaca la aguda perspicacia de Linneo: «Los antiguos llamaron, en general, a todos estos colosos acuáticos con el nombre cete, que en griego significa grandes animales marinos; pero no atendiendo más que a su contextura oblonga y al elemento que frecuentan, los colocaron en la clase de los peces, y por tales son hasta ahora reputados por las personas no instruidas en la historia natural. El célebre Linneo, habiendo entre los primeros observado, con su habitual perspicacia, que estos extraordinarios vivientes respiraban por los pulmones y no al modo de los peces por las branquias, los separó totalmente y poniéndolos en el último orden de la clase de los mamíferos o lactantes...» (44-45). Plinio también se muestra en este aspecto, en el sistema respiratorio de los cetáceos, crítico con la autoridad en la materia, Aristóteles, y dice así:
En este asunto de la respiración pulmonar o branquial, hay que reconocer que ambos autores demuestran la misma desconfianza por las fuentes y se muestran prudentes con las opiniones generalizadas, aunque Molina muestra su admiración por Linneo y Plinio su desconfianza por Aristóteles. Otro ejemplo de actitud crítica con las fuentes antiguas se refiere al tamaño de las ballenas. Dice el abate Molina: «Los autores griegos, por lo demás amantes de lo fabuloso, nos hablan de ballenas vistas en los mares de la India de novecientos sesenta pies de largo, y Nearco, almirante de Alejandro Magno, estimado como uno de los más veraces entre aquellos autores, nos asegura haber observado una ballena encallada en la desembocadura del Éufrates de ciento cincuenta codos cúbitos de largo, o sea doscientos veinticinco pies [63 m]. Plinio, citando en confirmación de esta afirmación los relatos transmitidos por el rey Juba a Cayo César, recuerda los cetáceos flotando cerca de la desembocadura de los ríos de Arabia, que tenían seiscientos pies de largo, y trescientos sesenta y cinco de circunferencia [167 y 101 m respectivamente]. ... Cualquiera ve que la vanidad, tan común en los hombres, y el deseo que de esta se deriva de divertir a sus auditores con cosas sorprendentes… han sido el origen de estas ridículas observaciones» (46-47). Frente a la incredulidad manifiesta de Molina, Plinio se muestra más proclive a creer en las exageraciones:
Se evidencia que el abate Molina ha contemplado en más de una ocasión el animal que describe y no puede aceptar que en época alguna haya existido especimenes del tamaño mencionado por los antiguos; la observación directa y el testimonio de marineros niega toda verosimilitud a los testimonios de los antiguos, especialmente al de Plinio, que narra en un tono fabuloso cuanto tiene que ver con el tamaño y la rareza de los tipos, algunos con cabeza en forma de asno, buey, etc. 3. Datos concretos referidos a la utilidad de la captura de la ballena Es curioso que Plinio y el abate Molina coincidan en la descripción de al menos uno de los posibles usos de los materiales que se consiguen de las ballenas. El abate Molina es mucho más prolijo en detalles y establece el número de barriles de aceite que produce una ballena, habla del líquido oleoso que recubre el cerebro y que solidifica con el aire (el mal llamado esperma de ballena), otro tipo de aceite, de la carne y de las barbas. Sobre éstas dice: «Tuve la oportunidad de observar el esqueleto de una gran ballena cazada en las costas de Chile, en donde, de cuando en cuando, el mar, agitado por furioso vientos del sudoeste suele lanzar alguna, y habiendo medido una de las costillas, la encontré de seis pies de largo [1,6 m]... Las vértebras eran tan voluminosas, que campesinos, después de haberlas limpiado bien, se servían de ellas para sentarse en vez de sillas» (54). Al respecto podemos leer en Plinio:
Por supuesto, la observación de Molina es de primera mano, mientras que el dato de Plinio es indirecto, a pesar de que coincidan en el uso por parte de los habitantes de las costas del esqueleto de los cetáceos. Coincidencia más que curiosa, dicho sea de paso, lo que nos invita a pensar que la inclusión de anécdotas en la obra de Molina revela hasta qué punto este último es deudor del primero. 4. Los elementos fabulosos Hasta aquí hemos constatado la supremacía del método racional y de observación directa con el que el abate Molina transmite los datos sobre la ballena. Sin embargo, hay algunos aspectos del ensayo del jesuita que demuestran a las claras que es deudor de una manera de escribir y entender la historia Natural aún no superada, que consiste en la identificación del lenguaje y las cosas, de modo que se ve impelido a describir hechos imposibles y caer en debates estériles. Esta forma de escribir y entender la historia natural se basa en la estructura de la semejanza, es decir, un significado era el compendio de todo el saber acumulado sobre cada animal, planta o cosa, con independencia de la pertinencia de los datos que se daban sobre esas cosas. Las relaciones de identidad y de semejanza permiten que un autor de historia natural describa la etimología de la palabra, sinónimos, diferencias, anatomía, costumbre, temperamento, grito, generación, movimientos, lugares, alimentos, fisonomía, antipatía, simpatía, modos de captura, heridas, remedios, prodigios, presagios, mitología, dioses a él consagrado, alegorías, misterios, emblema, símbolos, usos medicinales y un largo etc. El abate Molina ha depurado extraordinariamente este conglomerado de cosas que constituye el significado de un animal, planta o cosa, pero, a pesar de los avances del racionalismo ilustrado, sigue siendo un escritor de historia natural que sigue la estela de Plinio. 5. Las leyendas La necesidad de contar todo aquello que se sabe o se dice de estos animales impulsa al abate Molina a introducir debates como el que sigue:
A pesar de que se muestra deudor de una concepción anterior a la separación del significado y de la realidad, no podemos dejar de mencionar la prudencia y la distancia que interpone entre estas narraciones legendarias y su opinión al respecto. 6. Las luchas Como no podía ser menos, el enfrentamiento de las bestias resultaba muy sugerente para un romano habituado a los espectáculos circenses, de modo que encontrar una descripción del embate bélico de la ballena y su más terrible enemigo, la orca, no puede sorprender a nadie. Lo que sí es sorprendente es que encontremos una descripción muy parecida en la obra del abate Molina, que no puede sustraerse a la atracción que ejerce la lucha en el reino animal o la descripción de los enemigos. Dice Plinio:
El abate Molina parece conocer el texto de Plinio y describe la lucha en estos términos:
La descripción continúa con la saña con que orcas y cachalotes cazan a las ballenas. Es fácil llegar a la conclusión de que el abate Molina, como todos los eruditos de su época, conocían y seguían bien la estructura y la concepción narrativa de la historia natural tradicional. Ello ha quedado mostrado aquí con la deuda evidente que el abate rinde a ese modo de escribir ciencia en la introducción de pasajes fabulosos, legendarios y en el relato pintoresco, más propio de un anecdotario, de las luchas de los monstruos marinos. A pesar del evidente peso de la tradición, hay que destacar el esfuerzo del abate por someter a juicio las narraciones transmitidas desde antiguo, aportar un método de observación directa, calibrar su experiencia con la que le ofrecen otros hombres experimentados, y consultar la bibliografía más reciente que los hombres de la Ilustración ya le empezaban a proporcionar. Posiblemente sea el paso necesario que la ciencia tuvo que dar para abandonar la estructura de anecdotario y semejanza, y empezar a trabajar en la síntesis de lo diverso y en la separación de significado y realidad. Por tanto, él y otros como él, fueron los epígonos de una tradición muy deudora de Plinio y los predecesores del pensamiento racional de Humbolt.
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