Hace aproximadamente cuatro años, la joven editorial madrileña Tres Hermanas que, con su editora Cristina Pineda al frente, hacía poco que había iniciado su andadura, me propuso la traducción y edición completa, por primera vez al castellano, de los Diarios de Virginia Woolf, un proyecto que me interesó por su envergadura (cinco volúmenes de más de seiscientas páginas cada uno) y por la decisión y valentía editorial que implicaba; la propuesta me entusiasmó y preocupó en parecidas proporciones, pero finalmente acepté porque lo estimulante de la empresa pudo más que las reticencias que me planteaba. A lo largo de este tiempo, han aparecido cuatro de los cinco volúmenes de los Diarios (1) y este año se publicará el quinto y último, que abarca desde el año 1936 hasta unos días antes de su muerte en 1941, que es el que actualmente trabajo. Creo, pues, que ha llegado el momento de hacer balance de esta aventura apasionante de seguir día a día, durante veintiséis años, la cotidianidad de la vida de un genio: Virginia Woolf.
Para los lectores que no estén familiarizados con la obra de la autora, con el modernismo anglosajón o con el llamado grupo de Bloomsbury, del que ella es un pilar fundamental, estos Diarios construyen un mosaico fascinante de escritores, pintores, críticos, reformadores sociales, economistas y políticos decisivos e imprescindibles para entender no solo la literatura y el arte entre la segunda década del siglo XX y la Segunda Guerra mundial, sino también las transformaciones sociales y políticas de ese convulso periodo.
Virginia Woolf fue una figura fundamental, como ya he dicho, del modernismo anglosajón, renovadora de la narrativa contemporánea, maestra del denominado stream of consciousness e icono feminista por numerosos artículos, algunos de ellos incluidos en los Diarios, a modo de Apéndices («Ley sobre el comercio de plumas» (DVW II), «El estatus intelectual de la mujer» (DVW II) o «Esa artificiosa sociedad florentina» (DVW III), pero sobre todo por dos ensayos imprescindibles sobre el papel de la mujer en la literatura y en la vida: Una habitación propia y Tres guineas. Woolf es, asimismo, autora de nueve novelas: Fin de viaje, Noche y día, Al faro, El cuarto de Jacob, Mrs. Dalloway, Flush, Orlando, Los años y Las olas, y de gran cantidad de relatos e innumerables artículos de crítica literaria publicados en las principales revistas y periódicos de su época, algunos de ellos recogidos en castellano en distintas colecciones: El lector común, Horas en una biblioteca, Genio y tinta; o de próxima aparición como Carta a un poeta joven, para la editorial José Olañeta, y Escritos sobre arte, una recopilación de ensayos sobre arte para la editorial Lamicro, que yo misma he traducido.
Woolf nace, como Virgina Stephen, en Hyde Park Gate, en el corazón del victoriano barrio londinense de Kensington, en 1882; es la tercera de los cuatro hijos que tienen en común sir Leslie Stephen, intelectual inglés conocido sobre todo por su Oxford Dictionnary of National Biography, y Julia Duckworth, de soltera Jackson, sobrina de la pionera de la fotografía Julia Cameron; ambos son viudos, y aportan entre los dos otros cuatro hijos al matrimonio. Laura, hija del primer matrimonio de Stephens con la hija del novelista Thackeray, vivirá recluida gran parte de su vida en una institución mental, como tantas otras mujeres de su época. Es sorprendente la cantidad de mujeres relacionadas con artistas y hombre cultos (hijas, hermanas y esposas) que, entre los siglos XIX y XX, pasaron gran parte de su vida en hospitales psiquiátricos. Baste recordar nombres como Lucía Joyce (1907-1982); Vivianne Eliot (1888-1947); Laura Stephen, hermana de Virginia Woolf; Zelda (1900-1948), mujer de Scott Fitzgerald; la hermana del primer novio de Lucía Joyce, traductora de Dubliners al italiano; Camille Claudel (1864-1943), encerrada desde 1913 hasta su muerte en 1943, o la artista Helen Coombe (1864-1937), mujer de Roger Fry; es sangrante, por ejemplo, el trato recibido por Constance Lloyd (1858-1898), mujer de Oscar Wilde, a la que diagnosticaron «locura pélvica» y murió tras una operación para eliminarle los ovarios. En realidad, padecía esclerosis.(2)
A la muerte de su padre, Virginia, su hermana Vanessa y sus hermanos Adrian y Toby Stephen, alumnos de Cambridge y miembros de la exclusiva hermandad universitaria de Los Apóstoles, se trasladaron al entonces nada elegante barrio de Bloomsbury (la novelista Jean Rhys, en su colección de relatos Los tigres son más hermosos, nos ofrece un panorama del barrio con mucho menos glamour del que hoy tiene). Junto a Toby y Adrian aparecen, como asiduos visitantes de la casa, un grupo de compañeros de la universidad entre los que se encuentran Lytton Strachey, Clive Bell, Duncan Grant, Roger Fry, John Maynard Keynes o E. M. Forster, con los que las hermanas Stephen, Virginia y Vanessa, amplían los conocimientos de los que se habían visto privadas por no haber asistido, como sus hermanos, a la universidad; se abren así a una vida intelectual y personal, y a un mundo de relaciones mucho más libre, rico y amplio del que hasta entonces habían podido disfrutar.
En 1912 Virginia se casa con Leonard Woolf, un funcionario judío en Ceilán, antiguo compañero de su hermano Toby en Cambridge; poco después de la boda, sufre una crisis nerviosa muy grave (lo que hoy se conoce como trastorno bipolar), crisis que había sufrido por primera vez a los 14 años, tras la muerte de su madre y de su hermana Stella; estos brotes le asaltarían varias veces a lo largo de su vida y finalmente la llevarían al suicidio a los 59 años.
Virginia y Leonard viven los primeros años de su matrimonio en el barrio de Richmond, a las afueras de Londres, porque Leonard considera que es más saludable para Virginia que no esté inmersa en la vida social de la capital; allí compran su primera impresora manual y dan comienzo a lo que será la editorial Hogarth Press, una editorial que empieza su andadura en 1917. En 1938, Virginia vende su parte al poeta y editor John Lehmann, que la gestionará junto con Leonard hasta 1946, año en el que es absorbida por la editorial norteamericana Chatto & Windus. La Hogarth Press publicará la obra de grandes autores como, por ejemplo, las obras de Freud, traducidas al inglés por James y Alix Strachey, entre otros, las primeras obras de T. S. Eliot y, por supuesto, todos los libros de Woolf, que no tendrá que preocuparse jamás por buscar editor para sus novelas. En 1924, ante la insistencia de Virginia, que ya no soporta vivir en las afueras, se trasladan a Londres y se instalan en Tavistock Square (Bloomsbury), donde continúan con su editorial y donde transcurrirá el resto de su vida con escapadas regulares, primero, a Asheham House y, después, a Monks House, su casa de campo en Rodmell, Sussex.
Imagen 1. Algunos de los primeros libros publicados por Hogarth Press: cubiertas de Jacob's Room (1922) de Virginia Woolf, ilustrada con una xilografía de Vanessa Bell, The Waste Land (1923) de T. S. Eliot y The Ego and the Id (1927) de Sigmund Freud, en traducción de James Stratchey
En 1915 comienza la redacción de los Diarios de los que ahora nos ocupamos, unos diarios que ella pretende que sean un registro meramente de hechos y acontecimientos, no de sentimientos, para cuando tenga 60 años sentarse a escribir sus memorias, y si ella no lo hace, quizás Leonard pueda sacar un volumen de todo ello, tal como finalmente sucederá. Es decir, durante un primer momento, los diarios nacen con la intención de registrar hechos de su vida cotidiana, como una mera crónica de acontecimientos que posteriormente le puedan servir de guía y recordatorio; pero a medida que avanza el proceso de escritura de los diarios, el criterio se va modificando porque la línea divisoria entre hechos y todo lo demás se diluye. ¿Acaso no son también las emociones, los pensamientos, las dudas o las reacciones ante la crítica, igualmente «hechos»?, parece plantearse la autora. A medida que esa línea se borra, la vida entera en su visibilidad y también en su invisibilidad se convierte en material que registrar en los diarios, de tal modo que además de su vida cotidiana, social, literaria, familiar y amorosa, los diarios registran sus procesos de creación, las tentativas iniciales de una novela, sus planes de escritura con los precisos horarios y plazos que ella misma se fija, los miedos ante la obra acabada, el tedio de la corrección, sus preguntas sobre el logro alcanzado, la impaciencia por recibir la opinión de otros escritores como Katherine Mansfield, E. M. Forster o Lytton Strachey, tres de los juicios que ella más valora: «No hay nadie como K. M. o Forster, con quienes merezca la pena discutir del oficio». Y por si eso no fuera suficiente, los diarios despliegan una galería de retratos de sus contemporáneos, famosos o desconocidos, que resultan incisivos, mordaces, irónicos, fruto de una minuciosa y perspicaz observación. Son magistrales sus comentarios sobre autores tan conocidos como John Maynard Keynes («Es escurridizo como una gota de mercurio en una tabla inclinada, un poco inhumano, pero muy bondadoso, como suele serlo la gente inhumana») (DVW I, 20/1/1915); sobre Thomas Hardy, H. G. Wells, Ethel Smith o T. S. Eliot, pero también sobre su sirvienta Nelly, o los de una mujer que celebra el fin de la guerra: «Una mujer gorda y desaliñada, vestida de terciopelo negro y plumas, con esos dientes cariados de los pobres, insistía en darle la mano a dos soldados: “Gracias a vosotros, chicos, & bla, bla, bla”. Estaba ya medio borracha & enseguida sacó una gran botella de cerveza, de la que les hizo beber; luego, los besó & cuando la vimos por última vez, corría por el andén agitando la mano a los dos impasibles soldados». De hecho, hay críticos, como la doctora Francis Spalding, que consideran que, a largo plazo, serán los Diarios y su Correspondencia las obras fundamentales de Virginia Woolf. Por tanto, los Diarios no nacen como un asunto totalmente privado y sin voluntad de ser publicados, sino que hay en ellos, desde el principio, una clara voluntad de estilo y una perspectiva de publicación íntegra o fraccionada, por ella o por otros.
Cuando, en 1940, los alemanes bombardean Londres y destruyen la casa de los Woolf en Tavistock Square, una de las pocas cosas que Virginia rescata de las ruinas son los treinta cuadernos de diarios que abarcan de 1915 a 1941, cuadernos que desde 1979 se conservan en la Biblioteca Pública de Nueva York. Estos cuadernos son la base de la edición inglesa de los cinco volúmenes editados en inglés por su sobrina política Anne Olivier Bell que se corresponden con la edición en castellano objeto de este comentario.
En 1953 su marido, Leonard Woolf, publica un volumen con extractos de las entradas de sus diarios que tratan sobre la escritura y que titula A Writer’s Diary, traducido por Andrés Bosch, en 1981, para la editorial Lumen como Diario de una escritora.
Existe una gran confusión sobre la edición de los diarios en castellano y, cuando decimos que esta nuestra es la primera edición de los diarios completos, casi siempre hay alguien que se pregunta si no estaban ya traducidos. Por ese motivo quiero hacer, en primer lugar, un breve repaso de sus ediciones en inglés y en castellano para ayudar a aclarar el equívoco y fijar los términos de esta edición que ahora comento.
Dejemos a un lado unos inconstantes diarios de juventud escritos entre 1897 y 1909 y publicados como A Passionate Apprentice: The Early Journals, que no son objeto de la edición inglesa de los diarios y que tampoco se han publicado en castellano.
Entre 1977 y 1984, su sobrina política, Anne Olivier Bell, casada con Quentin Bell, hijo de su hermana Vanessa, editó en la editorial Hogarth Press los diarios de Virginia Woolf en cinco volúmenes con un espléndido aparato de notas que corresponden a los treinta cuadernos depositados en la biblioteca de Nueva York y que se han convertido en un documento imprescindible, no solo de la obra de Woolf sino del modernismo anglosajón. Casi en la misma época se publica la correspondencia, lo que da a Anne Olivier Bell la oportunidad de cruzar la información de los diarios con la que ofrecían las cartas.
Imagen 2. Primer volumen (1977) de la edición en cinco volúmenes de los Diarios de Virginia Woolf a cargo de Anne Olivier Bell
Unos años más tarde, en 1990, la propia Anne Olivier Bell prepara una edición abreviada de los cinco volúmenes del diario anotado, con la intención de hacerlos más asequibles a un público menos especializado, y publica A Moment's Liberty. The Shorter Diary, que supone un 20% del material de los diarios completos, repartidos en tres breves volúmenes. Hay que decir que la parte correspondiente a las anotaciones de viajes se ha omitido y en muchos casos las anotaciones que aparecen en la edición de Leonard han sido eliminadas o acortadas en éste, se han suprimido párrafos y personajes, y se ha resumido drásticamente. No sé hasta qué punto podemos decir que esta fuera una edición necesaria, aunque fuera más asequible, pues el texto queda mutilado y falto de referencias. Esta versión abreviada de los Diarios supone, como ya hemos dicho, una quinta parte aproximadamente de los Diarios completos y es la que, entre 1992 y 1994, editó Grijalbo Mondadori, en España, en traducción de Justo Navarro, el primer volumen, y de Laura Freixas, el segundo y tercero.
El único intento de abordar la versión completa de los diarios es la traducción del tercer volumen, Diarios 1925-1930, traducido por Maribel de Juan para Siruela en 1993. Una edición cuidada que sigue la edición inglesa, aunque traslada las notas al final en lugar de situarlas a pie de página como en el original. Para el lector desprevenido no deja de ser desconcertante que comenzaran la traducción de los diarios completos por el tercer volumen y se quedaran ahí.
Mención aparte, por lo chusco de la historia, merece la edición del libro Hogarth House, 1915-1921. Diarios, vol. I, traducido por tres oscuros personajes indetectables, A. Merino, I. Arrillaga y Sara Múgica, para Ediciones Libertarias.(3) Aunque inencontrable en un principio, finalmente di con el libro y con un artículo publicado en la revista Livius, 10 (1997), 165-181: «Virginia Woolf y su traducción: Los diarios», firmado por Luisa-Fernanda Rodríguez Palomera de la Universidad de León, en el que hacía referencia a la obra Hogarth House 1915-1921, publicada por Ediciones Libertarias en 1993. En la solapa del libro, señala la autora del artículo, se dice que la «presente edición está preparada, traducida y anotada por Antonio Merino, Inma Arrillaga y Sara Múgica». Incluyen una introducción a cargo de Antonio Merino y una nota editorial en la que podemos leer lo siguiente: «Para dirigir nuestra edición hemos preferido guiarnos por los originales que se encuentran en la Biblioteca Pública de Nueva York, llevando a cabo un prolijo cotejo de las ediciones preparadas por Leonard Woolf y Anne O. Bell». Se trata de una información falsa de principio a fin: ni hay cotejo ni es prolijo. En ningún momento dice a cuál de las dos ediciones de Anne Olivier Bell se refiere, si a la abreviada o a la completa. Sin embargo, las anotaciones son prácticamente iguales a las del Diario Íntimo de Grijalbo Mondadori. Hemos constatado que la elección de los días, las omisiones de acontecimientos, personajes y comentarios sobre literatura y viajes que hizo Anne Olivier Bell, aquí también se repiten. Podemos afirmar que no es que aporte novedad alguna, sino que es un plagio del volumen primero de la edición de Grijalbo Mondadori, que traducida por Justo Navarro se había publicado un año antes. En suma, que tanto el título Diarios como las palabras de Antonio Merino resultan un fraude. La doctora Rodríguez Palomero sostiene que «este primer volumen tiene 285 páginas y por las indagaciones que ha hecho no parece que haya posibilidades de que se publiquen los dos restantes que han prometido; se han sugerido problemas de índole interna».
Esta es, en síntesis, la historia de los Diarios en su traducción al español y, por tanto, podemos decir que esta edición de Tres Hermanas es la primera que aborda la traducción íntegra de los mismos. Su publicación es fundamental en el panorama editorial español por diversos motivos que afectan a áreas de conocimiento distintas, referidas no solo a la literatura, sino a los movimientos artísticos, sociales y políticos de la Inglaterra de entreguerras.
En primer lugar, estos Diarios desmontan la idea de una intelectual aristocrática, distante, conocedora de un único escenario, frágil e inestable emocionalmente; nos muestran, en cambio, a una mujer con una gran actividad física e intelectual: recorre kilómetros a pie y en bicicleta; sale a recoger setas; conoce plantas y mariposas; escribe cientos de reseñas y artículos en los periódicos y revistas literarias más prestigiosas del país; publica novelas y ensayos; asiste a la ópera, a conciertos, a las bibliotecas, a innumerables fiestas; discute de literatura con sus amigos; organiza constantes reuniones; va y viene de Londres a Asheham, primero, y luego, a Rodmell; compra casas, viaja, estudia ruso, griego e italiano, y no solo funda con Leonard la Hogarth Press, sino que aprende el oficio de editora.
En segundo lugar, estos Diarios desmontan el cliché de fragilidad transmitido por el cine, el teatro y las fotos que repiten el tópico de su desequilibrio, su enfermedad y sus crisis. Es cierto que Woolf padeció graves dolores físicos y mentales a lo largo de toda su vida, pero la suya es una extraordinaria historia de superación y de valor, de autoanálisis y autoconocimiento de sus procesos mentales, de sus episodios de locura, como ella los llama, de su aprovechamiento literario incluso, como muestran las descripciones de la locura del joven Septimus Warren en La señora Dalloway. Nada de eso le impide ser, como declara en muchos momentos de la escritura de su diario, una persona feliz la mayor parte del tiempo y de una extraordinaria valentía y coraje para terminar con su vida cuando considera que esta no merecía ya la pena.
En tercer lugar, estos Diarios son un documento imprescindible por la luz que arrojan sobre la obra de ficción de Virginia Woolf, sobre la génesis y el proceso de elaboración de sus novelas; sobre la conexión entre sus procesos emocionales y mentales en relación con su escritura (DVW III: 462); sobre sus reescrituras y correcciones, sus cambios de título; sobre la expectación y reacciones ante la crítica y su valoración frente a sus contemporáneos; por tanto, resulta un texto indispensable para conocer no el resultado final que nos ofrecen sus novelas, sino todo ese proceso de gestación, de dudas, de idas y venidas de una obra en construcción.
Además del mundo individual de sus amistades y de las relaciones que ella y Leonard sostienen en común, es interesante el minucioso registro de personajes y actividades del mundo de la política, la economía y los reformadores sociales entre los que Leonard se mueve y en el que ella le acompaña: en las reuniones con importantes figuras del laborismo; en su implicación con el movimiento sufragista,(4) con la Women's Co-operative Guild; en la participación de Leonard en los comités fundacionales y en la redacción de los estatutos de la Liga de las Naciones, germen de lo que sería Naciones Unidas; en acontecimientos como la huelga general de 1926, y en el papel de la prensa: todo ello es un fresco de valor inestimable para cualquier estudioso de la historia de Inglaterra del periodo de entreguerras.
Los Diarios, además, como un espejo, reflejan, por contraste, la mojigatería, la corrección política y el puritanismo intelectual de nuestra época. Tenemos que dar gracias a que Virginia Woolf nació a finales del XIX, y no a finales del XX, porque de haber sido así, creo que hoy no habría publicado casi nada y recibiría acusaciones de todo tipo por no ajustarse a los dictados de los nuevos guardianes de la corrección, la moral y el lenguaje. Afortunadamente, los Diarios muestran a una mujer libre, contradictoria, con opiniones contundentes sobre sus contemporáneos y con sus claroscuros, es decir, un ser humano completo, no un icono o un eslogan fácil de enarbolar y de consumir. Opina que «el patriotismo es una emoción innoble» (12/11/1918); y uno de los aspectos que más le alegra del fin de la guerra es que «Volvemos a ser una nación de individuos» (15/11/1918). No ama especialmente al prójimo: «Empiezo a odiar al prójimo sobre todo cuando miro sus rostros colorados en el metro. Realmente, prefiero mil veces contemplar un filete crudo de ternera o unos buenos arenques plateados» (3/1/1915). Le desagrada el aspecto estético de los pobres, de los que, no sin ironía, dice: «Los pobres no tienen suerte: ni modales ni autocontrol con los que protegerse; nosotros tenemos el monopolio de todos los sentimientos generosos (diría que esto no es totalmente cierto, pero que hay cierta verdad en ello. Como dijo Gissing, la pobreza degrada» (13/12/1917). Despotrica sobre el ambiente masculino: «El ambiente masculino me desconcierta. ¿Desconfían de una? ¿Te desprecian? Y si es así, ¿por qué se quedan en la sala durante todo el rato que dura la visita? [...]; creo que un abrupto precipicio parte en dos la inteligencia masculina & que ellos se enorgullecen de sostener puntos de vista que se parecen mucho a la estupidez. Me resulta mucho más fácil hablar con Katherine; ella da & resiste como yo espero que lo haga; recorremos mucho más terreno en mucho menos tiempo» (17/4/1919).
En los Diarios hay acerados comentarios sobre el rechazo que le produce el exceso de amaneramiento entre los homosexuales, los deficientes mentales o las mujeres judías de su familia política. A veces es viperina, sarcástica, tremendamente irónica, contradictoria y capaz de fulminar al otro con la palabra justa. Pero, al mismo tiempo, adora y valora el trabajo y la opinión de sus amigos Strachey o Foster, abiertamente gays; mantiene una corta pero intensa relación con Vita Sackville-West y acepta la relación amorosa que le ofrece la arrolladora y enérgica anciana Ethel Smyth; se casa con un judío y sostiene múltiples relaciones con ese prójimo al que, en ocasiones, dice odiar.
Cuando un traductor, traductora en este caso, se enfrenta a una obra de esta envergadura, las preguntas y los interrogantes que se plantea son muchos y de muy diversa índole: qué palabras emplear, qué tono, qué registro, cómo oír en tu cabeza el sonido y el color de las palabras de la autora para poder darles vida en la lengua de llegada; los profanos, incluso gente leída ─entre los que hay algún teórico de la traducción y algún lexicógrafo─ que no se han planteado nunca los complejos procesos mentales que tienen lugar en una traducción literaria, parecen pensar que las palabras están en los diccionarios, pero no es ese el lugar que la propia Woolf les asigna. A propósito de esto merece la pena escuchar el que, según parece, es el único documento de voz que se conserva de Virginia Woolf,(5) una emocionante reflexión sobre las palabras inglesas que, por supuesto, sirve igualmente para las palabras de cualquier lengua y sus hablantes ya sean estos escritores, traductores o simples usuarios. En él sostiene que «las palabras no viven en los diccionarios» y esto es algo que no deberíamos olvidar los traductores. Por supuesto que los diccionarios están ahí para ayudarnos en nuestra tarea, pero en ellos las palabras reposan, se exhiben, despliegan sus significados, pero no viven, no actúan, no se relacionan. Las palabras viven en los libros, en las historias y los diálogos de otras épocas que nos llegan vivos en boca de sus personajes; en las cartas, los diarios, las crónicas, las conversaciones, en nuestros respectivos léxicos familiares, por usar el título de un espléndido libro de Natalia Ginzburg; ahí es donde tenemos que ir a buscarlos; ahí nos tenemos que empapar de esos viejos y nuevos significados para poder rescatar las palabras y restituirlas en la traducción con aires nuevos.
En su ensayo epistolar Carta a un poeta joven,(6) dirigida a John Lehmann, pero, en realidad, dirigida a los jóvenes poetas de la generación posterior a la suya, algunos de ellos compañeros en Cambridge de su sobrino Julian Bell y otros, estudiantes en Oxford como Wystan Hugh Auden, Cecil Day Lewis o Stephen Spender, Virginia Woolf dice: «El arte de la escritura [...], el arte de tener a tu entera disposición cada una de las palabras de la lengua, de conocer su peso, color, sonido y asociaciones, y lograr de ese modo que sugieran más de lo que afirman, puede, desde luego, aprenderse, hasta cierto punto, mediante la lectura [...], pero de forma mucho más drástica y efectiva si imaginamos que uno no es uno mismo, sino otro. [...] Tomemos un ejemplo obvio. ¿Acaso podemos dudar de que la razón de que Shakespeare conociera cada sonido y sílaba de la lengua y de que pudiera hacer con precisión lo que quisiera con la gramática y la sintaxis, era que Hamlet, Falstaff y Cleopatra lo habían apremiado a dicho conocimiento?, ¿y que los lores, oficiales, subordinados, asesinos y soldados rasos de sus obras de teatro insistieron en que debía decir exactamente lo que ellos sentían con aquellas palabras que expresaban sus sentimientos? Fueron ellos, los personajes, quienes le enseñaron a escribir, no el creador de los sonetos».
¿Qué otra cosa hace el traductor, actor, intérprete de un discurso literario sino, imaginar que, como dice Virginia Woolf, «uno no es uno mismo sino otro» o como señala Bajtin, alguien que puede decir «soy yo con las palabras de otro o soy otro con mis propias palabras»? Esta idea de quién dicta las palabras precisas, con el tono y el registro adecuado, con los giros y digresiones más apropiados a la situación cuando se escribe o se traduce, a qué voces echamos mano y oído al reescribir un discurso tan íntimo resulta especialmente estimulante para saber, a la hora de traducir, quiénes son nuestros Falstaff y nuestras Cleopatras.
A la hora de abordar un trabajo que originalmente se escribió a lo largo de 26 años hay dos de los factores importantes a considerar: su temporalidad y asociada a ella, su fragmentariedad. Una obra de ficción o un ensayo tienen un tiempo de realización de uno, dos o tres años en la mayoría de casos. La evolución del estilo y de los presupuestos estéticos, e incluso ideológicos, dentro de una novela no sufren grandes alteraciones a lo largo de su escritura, pues suele haber una cierta unidad, pero en una obra escrita a lo largo de más de 20 años, los cambios de estilo, los juicios sobre personas o asuntos diversos, el foco de atención, el modo de abordar los hechos van cambiando imperceptiblemente. Los traductores no podemos limitarnos a escuchar la voz del texto y encontrar el tono y el ritmo en el que reescribir esa obra, sino que nos vemos obligados a reentonar y encontrar el nuevo estilo, el nuevo léxico, las nuevas formas que el tiempo, la madurez y la experiencia van otorgando a esa escritura.
Además de estos dos aspectos, el mantenimiento de la coherencia interna es otra espina clavada en la cabeza del traductor de este tipo de obras. En una traducción de cinco volúmenes, realizada en un periodo de cuatro o cinco años, es difícil a veces mantener los criterios adoptados en el primero de ellos. Hay decisiones que se toman al inicio y que no parecen tan acertadas en los siguientes, pero que te ves obligada a mantener, salvo que sea imposible hacerlo, y en cuyo caso habrá que advertir de ello al lector.
No se puede desatender el mantenimiento de los criterios de edición y su traslado al lector. Los volúmenes forman un todo pero son libros indepentes, por lo que alguien puede leer un volumen sin haber leído los anteriores. Por este motivo no queda más remedio que reiterar en cada volumen los mismos criterios de edición que ya se explicitaron en los anteriores y pedir disculpas al lector por la reiteración en caso de que ya los conozca.
Para la edición de estos diarios, como ya dije al principio, sigo con escrúpulo la rigurosa edición de los Diarios de Virginia Woolf que Anne Olivier Bell publicó entre 1977 y 1984. No obstante, hay algunas decisiones que me gustaría comentar, unas como editora y otras como traductora, las dos funciones que he llevado a cabo en este proyecto. Son decisiones que fijan el texto de un determinado modo y de las que conviene advertir al lector para que este no se lleve a engaño y evitar posteriores referencias que distraigan la lectura del texto.
Veamos algunas de ellas. La más drástica se refiere a la conservación del signo tironiano «&»,(7) que en español (para evitar el etcétera), se interpreta como «et» y constituye un uso alternativo a la conjunción «y». Este signo es conocido en inglés como ampersand, que procede de la expresión «and per se and», es decir, «y por sí mismo y». Como es sabido, este signo derivado del latín, pasó a diversos idiomas, incluido el español, en el que su uso es superfluo en la escritura habitual, pues la conjunción «y» tiene una grafía más sencilla. Por tanto, su uso en esta traducción cumple sobre todo un objetivo estético, así como el de imprimir una cierta velocidad en la relación torrencial de hechos, personajes, actividades y pensamientos narrados. Woolf utiliza profusamente en sus Diarios el signo «&» y lo convierte en un rasgo relevante de su escritura que, según entiendo, no tiene, como digo, tanto una función taquigráfica como estética. La importancia de las cuestiones plásticas y tipográficas de los modernistas en general, y de Virginia Woolf en particular, tanto en su vertiente de escritora como de editora de la Hogarth Press, justifican la adopción de esta decisión. No obstante y dada la frecuencia de su uso en el original, no lo he mantenido en todos los casos. En ocasiones, he evitado el polisíndeton, aunque, en otras, por razones de estilo, lo he mantenido. En determinados momentos, he reservado el uso del «&» para unir el último elemento de una enumeración de palabras y, en otros, he preservado el valor copulativo y estilístico del signo, tanto entre sintagmas como entre proposiciones. Del mismo modo, a veces, lo he sustituido por la conjunción «e» cuando la palabra que seguía empezaba por «i» para evitar la cacofonía. Lo fundamental, pues, no es la reproducción exacta del número de veces que aparece en el original, sino que lo haga con la frecuencia necesaria para que el lector reconozca el signo «&» como un rasgo distintivo de la escritura del Diario.
Mis intervenciones dentro del texto (aclaraciones, ampliaciones y notas a pie de página) aparecen siempre con asterisco y entre corchetes, entre otras razones porque muchas de las personas mencionadas han muerto después de la edición de Anne Olivier Bell, cuyas notas he completado. Otras veces, ha sido necesario introducir aclaraciones, incluso corregir algún error ocasional de las notas del original y, por supuesto, ofrecer la bibliografía citada en su traducción al español siempre que esta exista.
En lo referente a la grafía de las cantidades referidas al dinero, las distancias o las horas, he mantenido la forma asistemática del Diario, es decir, a veces, con números y, otras, con letras, que es una alternancia natural en la escritura de un diario durante un periodo tan largo de tiempo.
Con frecuencia Virginia Woolf escribe incorrectamente apellidos o topónimos que tanto en la edición inglesa como en la nuestra hemos mantenido. A veces, A. O. Bell indica al lado, entre ángulos, la grafía correcta del nombre y otras veces reproduce correctamente el nombre en la nota. Por tanto, cuando hay diferencias entre el texto y la nota, la forma correcta es la de la nota.
Terminaré este artículo con el comentario de algunas curiosidades del texto y de las dificultades que a veces presenta en su traducción más allá de lo meramente lingüístico y cuya resolución me ha resultado divertida.
Hay ocasiones en los que el problema no es la lengua, sino las referencias culturales que tal vez el lector de aquel momento conociese, pero que hoy no solo son desconocidos para los lectores de la lengua original, sino doblemente desconocidos para los lectores de otra cultura y otro tiempo. Por ejemplo, en una ocasión, la señora Strachey le cuenta a Virginia Woolf una historia sobre un pasado glorioso cuyo protagonista es el bisabuelo de la escritora:
how old Pattle shot out of his tank, & thereby killed his wife, who thought him come to life again: how the sailors drank him dry on the voyage to England.
de cómo el viejo Pattle salió disparado de su barril & aquello mató a su esposa, que creyó que había resucitado; de cómo los marineros se lo bebieron todo y lo dejaron seco en el viaje de vuelta a Inglaterra. (DVW I, 18/1/1918)
La traducción no tenía sentido sin el conocimiento de la anécdota que remite al curioso final de James Pattle, bisabuelo de Virginia Woolf y funcionario en Bengala. Cuentan que la bebida lo mató y su cuerpo fue repatriado a Inglaterra en un tonel de ron, que explotó durante una tormenta. La impresión enloqueció a su viuda, que murió en el viaje; los marineros se bebieron el ron.
En otros casos, la dificultad deriva de que, en el texto, hay referencias a elementos inexistentes en la cultura de llegada:
I had better assuage my fretfulness with pen & ink. I have a pen of
Haría bien en calmar mi inquietud con pluma & tinta. Tengo una pluma de malaquita o vulcanita (¿?) que tal vez podría servir para un mordedor de bebé. (DVW I, 4/11/1918)
Afortunadamente me ayudó mucho en la comprensión del texto la posibilidad de ver el sádico artilugio que reproduce la imagen, usado en Inglaterra entre los siglos XVIII y XIX, formado por un trozo de «coral», montado sobre un mango de plata y utilizado como un mordedor para el bebé.
Imagen 3. Mordedor de coral
El siguiente caso requería una gran imaginación para poder actualizar el sentido y hacer una traducción ajustada sin conocer algunas peculiaridades de la vida gamberra del Cambridge de las primeras décadas del siglo XX, de las que afortunadamente pudo informarme el profesor Jonathan Boulting, ex alumno de esa Universidad y gran conocedor de la literatura inglesa.
En el siguiente fragmento el historiador Arnold Toynbee critica que, aquellos niñatos insolentes, alumnos de Cambridge en 1914, se hayan convertido en héroes por el hecho de haber muerto en la Primera Guerra Mundial. Dice Woolf:
But he described their rows & their insolence & their quick snapping brains, always winning scholarships, & bullying & bringing bath chairs full of rats into Chapel, and admitting no one to their set, so that in the end they were almost abolished by the Colonials, who hated them back.
Pero él describía las peleas & la insolencia & la rapidez para sacarte de quicio de aquellos muchachos que siempre conseguían becas & intimidaban & llevaban a los servicios religiosos de la universidad sillas de ruedas llenas de ratas & no dejaban que nadie formara parte de su grupo, de manera que, al final, casi quedaron eliminados por los colonialistas que, a su vez, también los odiaban. (DVW I, 18/1/1918)
No podía entender qué hacían en la capilla las sillas de baño y sobre todo, cómo se llenaban de ratas. En realidad, las sillas de ruedas son las Bath chairs, cuyo nombre se debe a la ciudad termal de Bath, donde James Heath, su inventor, las fabricó por primera vez en el siglo XVIII. El hecho de que en el texto «Bath» aparezca en minúscula no ayudaba tampoco mucho a la resolución del problema.
Imagen 4. Sillas de «Bath»
Aunque aquí las he traducido como «sillas de ruedas», la nota explicando el origen del nombre me parece importante para no hurtar al lector un fragmento de información cultural interesante. Los «colonialistas» eran hijos de funcionarios repartidos por el imperio británico que generalmente tenían un estatus social inferior al del resto de alumnos.
Finalmente, me gustaría acabar reproduciendo un fragmento de conversación con uno de esos miembros de la aristocracia con los que «Intelectualmente soy crítica [...], pero que sensualmente tienen encanto». Virginia Woolf está conversando con lady Cromer sobre los malos tiempos que corren para la aristocracia, y dice:
K. The Cecils have given up their house ─couldn’t afford it─
V. But he has 5,000 a year!
K. No such thing; besides everyone must economise. My dear Virginia, ‘the end is coming. À la lanterne!’.
K. Los Cecil han dejado su casa. No se la podían permitir.
V. ¡Pero si él recibe 5000 libras al año!
K. Nada de eso; además, todo el mundo debe economizar. Mi querida Virginia, «el fin se acerca. À la lanterne!».(8) (DVW I, 4/11/1919)
No me cabe duda de que, al fin, la edición de estos Diarios ─un monumento de la literatura autobiográfica de una de las figuras más sobresalientes del panorama literario del siglo XX y un festín para los estudiosos y amantes de la literatura del yo─ servirá para una necesaria reevaluación crítica de su obra y ofrecerá una nueva perspectiva en la construcción de un personaje mucho más rico y complejo que el cliché que, en demasiadas ocasiones, se nos ha mostrado de ella; ahora reaparece un ser humano lleno de matices y colores, fuerte y poderoso, una luchadora incansable contra sus propios demonios, una mujer interesada no solo en la literatura y el arte, sino en la riqueza y complejidad de lo cotidiano: la comida, los viajes, el dinero, la gente, los amigos, y que consideraba que «no hay nada como una fiesta». Es un gozo para mí haber tenido el privilegio de actuar de ventrílocuo.
(1) El diario de Virginia Woolf. Volumen I (1915-19), Volumen II (1920-1924), Volumen III (1925-1930), Volumen IV (1931-1935) y Volumen V (1926-1941), traducción y edición de Olivia de Miguel, Madrid, Tres Hermanas, 2017, 2018, 2020, 2021 y 2022 (en prensa). En adelante, me referiré a ellos como DVW I, II, III, IV y V.
(2) En una entrevista publicada en La Vanguardia el 22/12/2017, la doctora en Historia de la Ciencia Eulalia Pérez Sedeño sostiene que «fabricar enfermedades mentales típicamente femeninas ha sido un dispositivo muy eficaz de control y regulación de la rebeldía y sexualidad de las mujeres, empezando por la histeria en el siglo XIX. La supuesta enfermedad de la «histeria» se trataba con electrochoques, torturas psicológicas o extirpando los ovarios o el útero. El feminismo y el lesbianismo estaban también consideradas enfermedades psicológicas. Encontramos informes de reconocidos médicos en los que, por ejemplo, se escribe: «Decidí extirparle los ovarios para acabar con sus pervertidos instintos [...]. Ahora es una mujer deseosa y ansiosa de atender su hogar».
(3) Déjenme contar aquí una curiosa conversación telefónica que mantuve con el editor de Ediciones Libertarias para que desconfíen hasta del ISBN. Harta de buscar un libro, que parecía un fantasma y referencias a unos traductores que no habían traducido nada salvo el libro aparentemente inencontrable, llamé a la editorial y hablé con el editor que me aseguró que no conocía ni el libro que constaba en el ISBN, ni a los supuestos traductores que habían usurpado, según él, el nombre de la editorial.
(4) En Inglaterra el derecho al voto de las mujeres se consigue en 1918, pero solo para las mujeres mayores de 30 años y con ciertas propiedades a su nombre.
(5) Se trata de una grabación de la BBC realizada el 29 de abril de 1937, disponible en Youtube https://www.youtube.com/watch?v=zcbY04JrMaU [consultado: 4 septiembre 2021].
(6) Virginia Woolf, Carta a un poeta joven, trad. de Olivia de Miguel, Palma de Mallorca, José de Olañeta, 2022 (en prensa).
(7) Las notas tironianas constituyen un sistema de taquigrafía inventado por Marco Tulio Tirón, ex-esclavo, secretario y escriba del político, orador y filósofo romano Marco Tulio Cicerón, en el siglo I a. C. El sistema de Tirón estaba formado por unos mil signos, ampliados posteriormente a cinco mil. En la Europa medieval se enseñaban en los monasterios, y el sistema se extendió a unos trece mil signos. Su uso entró en declive a partir del siglo XII, pero siguió utilizándose hasta el siglo XVII.
(8) La expresión francesa «À la lanterne!» (¡A la farola!) procede de la primera fase de la Revolución francesa en el verano de 1789, en la que las farolas sirvieron como instrumento para linchamientos y ejecuciones en las calles de París.
© Grupo de Investigación T-1611, Departamento de Filología Española y Departamento de Traducción, UAB
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