TRADUCTORES E INTÉRPRETES DEL EXILIO REPUBLICANO EN LA CONSPIRACIÓN DEL HOTEL LUX DE MOSCÚ (1)
Marcos RODRÍGUEZ ESPINOSA
Departamento de Traducción e Interpretación
Universidad de Málaga
2023
Recibido: 20 febrero 2023
Aceptado: 10 abril 2023

1. Introducción

A partir de mayo de 1939, en torno a 1300 personas, en su mayoría miembros de la cúpula, cuadros medios y militares de alta graduación militantes del Partido Comunista de España (PCE) y del Partit Socialist Unificat de Catalunya (PSUC), el grueso del contingente de españoles republicanos exiliado en la URSS, desembarcan en puertos soviéticos a bordo de los buques Maria Uliánova y Kooperátsia. Al finalizar la guerra civil, residen ya en «la patria de los trabajadores» más de 3.000 exiliados, entre ellos, los niños evacuados de España en 1937 y 1938, los educadores y el personal auxiliar que los acompaña, los alumnos pilotos que estudian en las escuelas de aviación soviética y los tripulantes de barcos españoles en la URSS. Se trata, en suma, de un colectivo poco numeroso en comparación con el que se refugia en Latinoamérica, rigurosamente seleccionado por un estado soviético nunca partidario de recibir una emigración masiva, cuya estricta burocracia, bajo el control del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y la Internacional Comunista (IC), condicionará el destino de los exiliados en los años siguientes (Alted, 2002: 131-139).

Nuestra guerra civil, antesala de la gran catástrofe bélica que se cierne sobre Europa, es un acontecimiento trágico que la población soviética sigue con especial interés a través de los artículos que envían, entre otros muchos periodistas, Iliá Ehrenburg y Mijail Koltsov, corresponsales de Izvestia y Pravda, desde los distintos frentes de guerra, y de las campañas de solidaridad con el pueblo español organizadas por innumerables colectividades del país (Schlögel, 2012: 98). Cuando los miembros de la cúpula del PCE llegan a Moscú se encuentran, al menos formalmente, bajo la protección de la IC, que reúne en su sede a una comunidad comunista cosmopolita que funciona con una lógica de horarios muy marcados, en espacios vigilados en los que desempeñan su rutinario trabajo cientos de secretarias, editores, escritores y traductores y reside la comunidad transnacional de kominterianos (Rueda, 2018: 98). Los funcionarios de esta aristocracia comunista extranjera que, en ocasiones, realizan misiones secretas en apartados lugares del mundo con nombre y documentación falsos, se alojan en el Hotel Lux, en la calle Gorki de Moscú. Estos agentes llevan una existencia privilegiada, frente al resto de la población soviética, a pesar de que muchos de ellos serán víctimas de las purgas estalinistas (Vaksberg, 1993: 36-37). Poco después de la llegada de los exiliados republicanos a la URSS, un grupo de dirigentes políticos de los cuadros medios del PCE y algunos intelectuales, entre ellos Caridad Mercader, Santiago Carrillo, Enrique Castro, José Antonio Uribes, Rafael Vidiella, Alberto Sánchez, César Arconada y Luis Abollado son alojados en el Hotel Lux. Carabantes y Cimorra (1982: 230) definen el edificio como una Babel que en la que los españoles intentan comunicarse en un ruso común en un tiempo en el que la mayoría de ellos apenas si conoce el alfabeto cirílico. Santiago Carrillo (1993: 324-325), en este sentido, recuerda también el hotel como una «Babel de lenguas», en donde coincide con el francés André Marty, organizador de las Brigadas Internacionales, el filósofo Georg Lukács, el austríaco Ernest Fisher, el checo Bedrich Geminder, compañero sentimental de Irene Falcón, y el húngaro Ernö Gerö, destinado en España durante la contienda civil.

Buena parte de la cúpula del PCE ya conoce la URSS de viajes anteriores. Entre 1930 y 1931, el secretario general José Díaz realiza un curso en la Escuela Internacional Leninista, en la que recibe formación política y estudia francés. Díaz será nombrado responsable de la IC en España, Latinoamérica y la India y en su tiempo libre estudia ruso «con la esperanza de poder hablar algún día sin necesidad de traductores» (Sánchez Moreno, 2013: 275). En 1930, Jesús Hernández, siendo secretario de agitación y propaganda del partido, se forma en ese mismo centro de instrucción ideológica y participa, en diciembre de 1933, con Dolores Ibárruri, en las sesiones del XIII Plenario del Comité Ejecutivo de la IC y en el VII Congreso de la organización (Hernández Sánchez, 2007: 51-53). Durante su primera estancia en la capital soviética, a mediados de 1936, un joven Santiago Carrillo quedará deslumbrado tras su visita al mausoleo de Lenin, el Kremlin y el teatro Bolshói (Preston, 2017: 65).

A su llegada a Moscú, los exiliados republicanos son recibidos por altos funcionarios de la IC, algunos de ellos con un amplio conocimiento de diversas lenguas. A este respecto, Enrique Castro Delgado (1950a: 26) recuerda que se entendían perfectamente con Stoyán Mínev (Stepánov), antiguo comisario soviético en España, que hablaba inglés, francés, alemán, italiano, español y ruso, y con el ucraniano Dimitri Manuilsky, secretario general ejecutivo de la IC, que dominaba el francés, inglés, alemán, italiano, y comprendía el español. Pese a sus estancias previas, muy pocos dirigentes españoles aprenden ruso, por lo que siempre dependen de los traductores facilitados por las autoridades soviéticas y de los suyos propios. Jesús Hernández, por ejemplo, rememora una reunión con el secretario general Giorgi Dimitrov, y con la políglota búlgara Stella Blagoyeva, encargada de la sección de cuadros, que se ocupa de traducir el contenido de su conversación (Hernández, 1954: 290). Castro alude, asimismo, a un intérprete de la Sección de Prensa y Propaganda llamado Chapiro, o Shapiro, con el que trabaja, que «habla bastante bien el español» por haber vivido varios años en Cuba y que «todas las mañanas le traduce a José Díaz el contenido de la prensa o los boletines oficiales (Castro, 1950a: 12 y 65). Santiago Carrillo, por su parte, comenta que su jornada laboral en Moscú comienza con una especie de rito, la lectura del editorial de Pravda, traducido por su secretaria rusa, Marusia (Carrillo, 1993: 325).

A pesar de la abundante presencia de traductores e intérpretes en los distintos departamentos de la IC, los propios de la cúpula del PCE cumplirán un destacado papel en la organización, desarrollo y supervivencia de la comunidad de exiliados republicanos establecida en la Unión Soviética. En este artículo estudiamos el relevante papel de dichos mediadores con especial referencia a su trabajo en la redacción en lengua española de Radio Moscú, que pronto se constituye en un arma propagandística en la lucha contra la dictadura del general Franco y en la defensa de la Unión Soviética durante la segunda guerra mundial, así como su supuesta implicación en la denominada «conspiración del Hotel Lux», en la que se produce un enfrentamiento entre los partidarios de Jesús Hernández y Dolores Ibárruri, al margen de la mayor parte de los militantes, por el control del partido tras el fallecimiento del secretario general José Díaz, y que se salda con la purga de los dirigentes Jesús Hernández y Enrique Castro, que se exilian en México y, por último, el papel del antiguo líder del POUM Julián Gorkin, como promotor de proyectos editoriales de alcance internacional, a través de los cuales las contra-memorias antiestalinistas de militantes purgados como Jesús Hernández y Enrique Castro durante la conspiración del Hotel Lux acaban por convertirse en armas de la Guerra Fría cultural de los Estados Unidos contra el comunismo.

La redacción de Radio Moscú en español. Traductores en el combate contra el franquismo y el nazismo

En 1939, al poco tiempo de llegar en 1939 los primeros contingentes de exiliados españoles a la URSS, las autoridades soviéticas reclaman la incorporación de individuos con experiencia previa en labores periodísticas a Radio Moscú, propiedad del estado soviético desde su fundación en 1929, que llega a difundir sus programas en 26 lenguas al concluir la segunda guerra mundial (Winek, 2009: 99-113). Luis Cechini, expresidente de la Federación de Ferroviarios de Argentina, cuya voz se escucha en España durante la II República, inaugura la redacción en lengua española de la emisora en 1932 (Bas, 2012), a la que se une en 1937, en funciones de locutora y traductora, Yekaterina Olévskaya, una judía-ucraniana que aprende español en México, a donde su familia se exilia en 1922, que trabajará con posterioridad como intérprete de español de los extranjeros que visitan la Unión Soviética (La Palabra Israelita, 2009), así como Pavel Liminik, un argentino, también de origen judío, que pudo haber formado parte del contingente de traductores enviados a España durante la guerra civil (Orlova, 2019: 58).

En esta redacción de Radio Moscú, a instancias de Jesús Hernández, empieza a colaborar el madrileño Eugenio Cimorra, un periodista especializado en la crítica teatral, literaria y taurina, que, desde finales de la década de los años veinte, frecuenta la tertulia de Rafael Cansinos Assens y mantiene relación con destacados intelectuales como Federico García Lorca, Rafael Alberti o Luis Buñuel. En 1935 Cimorra conoce a Jesús Hernández, que le integra en la comisión de agitprop del partido, y al que acompañará, tras ser elegido este diputado por el Frente Popular en las elecciones 1936 y ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes durante la guerra civil, en calidad de asesor de prensa, secretario político del ministerio y director de Mundo Obrero (Cimorra, 2022: 28-48).

En Radio Moscú, Cimorra coincide con otros camaradas españoles, como Arnaldo Azzati, secretario de Agitación y Propaganda de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) (Rodríguez-Espinosa, 2007: 250), y Ramón Mendozona, defensor de Madrid durante el golpe de Casado (Carrillo, 2010: 199), redactor de estilo y locutor, que recuerda, asimismo, la presencia en la emisora de un armenio llamado Kumarián, que había sido intérprete en la guerra civil y que se convertirá en redactor jefe de las emisiones en lengua española (Mendozona, 1996: 84). Luis Galán (1988: 140-141), también militante de la Juventud Socialista Unificada (JSU) que se incorpora también como traductor a Radio Moscú en 1944, reseña, por su parte, la labor de sus compañeros Isaías Álvarez y José Blanca, empeñado este último en elaborar un cuaderno en el que se anotaban las frases más citadas de Stalin para no tener que traducirlas de nuevo. Cimorra (2022: 73) y Galán (1988: 161) recuerdan, además, el trabajo de José Luis Salado en la emisora, traductor de la agencia de información la Komintern (SUPRES). Fue Salado un periodista popular en los ambientes teatrales y cinematográficos, que publicó sus artículos en Informaciones y Heraldo de Madrid, y que trabajó en los estudios de Paramount en Joinville (Francia) realizando doblajes de películas de la mano de Claudio de la Torre. Durante la contienda civil, es nombrado director de La Voz y de Labor. Portavoz de la III Brigada Mixta y conoce a corresponsales de guerra como Ilya Ehremburg y Langston. En la Unión Soviética escribe artículos para la prensa latinoamericana y realiza labores de traductor y corrector de estilo, al tiempo que hace por leer el único ejemplar de ABC que llega a Moscú con un mes de retraso y que Dolores Ibárruri guarda en una caja fuerte solamente al alcance de algunos privilegiados (Carratalá, 2011a: 10; 2011b: 383).

Al quedar toda la programación de Radio Moscú emitida en español bajo la estrecha supervisión de la censura soviética, surgen conflictos derivados de su estricto control lingüístico e ideológico, como es el caso de la negativa de Mendozona de traducir un editorial de Izvestia, del ministro Molotov, en el que se bendice la firma del pacto de no agresión germano-soviético. Mendozona, a punto de ser enviado a Siberia, tras ser llamado a capítulo por José Díaz y la Komintern, se libra del castigo tras la invasión de Alemania. La Segunda Guerra Mundial constituye, en cualquier caso, una época dorada de la labor de los traductores españoles de Radio Moscú al entender que su contribución a la defensa de la Unión Soviética frente la invasión nazi era la mejor manera de luchar por la democracia en España (Mendozona, 1995: 84).

Traductores e intérpretes testigos y víctimas de la conspiración del Hotel Lux de Moscú

Jesús Hernández se traslada en 1943 a México, donde se ha exiliado una gran parte de la militancia de partido, con la idea de remodelar la cúpula del buró político y cubrir la secretaría general, vacante desde la muerte de José Díaz. El plan se topa con la oposición de los principales miembros del partido, con la excepción de su más cercano colaborador, Enrique Castro. Hernández, en principio, no desea eliminar políticamente a Dolores Ibárruri, aunque parece que prefiere relegarla a la posición honorífica de la presidencia y reserva la secretaría general para otra persona. Pasionaria cuenta con el apoyo de las jerarquías soviéticas, mientras que Hernández es muy popular entre la militancia de base, a la que promete poder abandonar la Unión Soviética en un futuro. Hernández es expulsado del PCE en mayo de 1944 acusado de ejercer actividades antisoviéticas y de urdir una conspiración para desbancar a Dolores Ibárruri y apoderarse de la secretaría general (Arasa, 2005: 159-160). Enrique Castro, primer comandante del Quinto Regimiento, representante del PCE en la IC, director de la emisora en lengua española de Radio Moscú y secretario personal del secretario general José Díaz, es también públicamente defenestrado por su implicación en el supuesto complot diseñado por Hernández.

Los traductores e intérpretes de la cúpula del PCE, algunos de ellos miembros de la IC, se verán implicados, en algunos casos a su pesar, en el enfrentamiento entre los partidarios de Hernández y Ibárruri. Irene Levy Rodríguez, más conocida por camaradas como Irene Falcón, por su matrimonio con el periodista peruano César Falcón, o Irene Toboso, es una poliglota madrileña de origen judío cuyas funciones como secretaria de Dolores Ibárruri también incluyen las de traductora. El andaluz Luis Abollado Vargas, antiguo alumno de la Escuela Leninista, dirigente de la JSU y traductor de los consejeros militares soviéticos durante la batalla de Málaga y de la agencia SUPRES, será otro de los traductores que ejerza sus funciones en el entorno de Hernández, Castro y Radio Moscú (Rodríguez-Espinosa, 2021: 67-81), y Vicente E. Pertegaz, combatiente del Quinto Regimiento, el traductor oficial de Castro (Castillo, 2014: 50-63), al que verterá a diario, entre otras informaciones, el resumen del diario Pravda, los partes de guerra y la inesperada noticia de la disolución de la Comintern (Castro, 1950a: 214 y 256).

Al parecer, en esa rivalidad entre Hernández e Ibárruri, el secretario general José Díaz apoya antes de su fallecimiento al primero cuando decide nombrar a Enrique Castro su secretario personal. Todo cambia cuando la hermana de Irene, la también políglota Enriqueta Levy Rodríguez, se incorpora al secretariado de Díaz, en el que realizará, entre otras funciones, las de traductora (Arasa, 2005: 159). Castro (1950a: 45) sospecha de ella, sobre todo por su origen judío, que, en su opinión, pese a la supuesta igualdad de las razas en la Unión Soviética, ella oculta cuando opta por llamarse Kety (sic) L. Rodríguez. Con posterioridad, Castro (99, 101, 318-319) apuntará en sus textos memorialísticos, como pruebas de la implicación de las hermanas Levy en el asalto a la cúpula del partido que planea Ibárruri, su presencia como traductoras en las reuniones de Díaz con el secretario general de la IC, Dimitrov, así como la agresiva intervención de Irene Falcón en el juicio sumarísimo al que se somete a Castro el 6 de mayo de 1944, en el que exige su separación del comité central y el cese en sus responsabilidades en Radio Moscú. Castro (303 y 308) recuerda, además, que, tras su condena, algunos de sus más cercanos colaboradores, entre ellos los traductores Vicente Pertegaz, Ramón Barros (Moncho) y Julio Mateu, al que tilda de «servil por naturaleza», acuden al despacho de Falcón para recibir instrucciones. La defenestración de Hernández y Castro pasa desapercibida para la mayor parte de los militantes, como por ejemplo Ramón Barros, que se incorpora al plantel de traductores tras un rápido aprendizaje del ruso, que Díaz e Ibárruri premian con su ingreso en la Escuela Política del Komintern, en Planiernaya, y su posterior adscripción a la IC de la Juventud (KIM), donde también trabaja como traductor Luis Abollado (Barros, 2011: pos. 2641). En sus memorias, Barros (pos. 5841 y 5217) acusa a Irene Falcón de haber exigido a los militantes sospechosos de colaboración con Hernández y Castro hacer un cursillo de desintoxicación ideológica y presentar a Pasionaria un informe sobre las actividades de todos ellos al terminar la jornada.

Mientras espera la autorización para marcharse a México, gracias a la mediación de Giorgi Dimitrov, Enrique Castro (1950b:362) consigue un trabajo como corrector de estilo en las Ediciones en Lenguas Extranjeras de Moscú. La traductora Lidia Kúper le acompaña a la sede de la editorial, donde el director le promete la tarifa y los encargos suficientes para que pueda cubrir sus necesidades económicas (732). Kúper lleva al miembro de la cúpula del partido recientemente purgado a saludar a los camaradas españoles con los que va a coincidir en la editorial porque, en opinión de la traductora, debe mantener con ellos una relación cordial. Castro, que detecta en algunos sus compatriotas «un gesto de odio y superioridad» y en otros «una actitud cordial», concluye que las Ediciones en Lenguas Extranjeras era un lugar de «redención» para aquellos que se desviaron de las directrices de la IC (733-734).

Santiago Carrillo, con la aprobación de Dolores Ibárruri, instalados ambos por entonces en París, diseña una «intriga estalinista a gran escala» para acusar a Jesús Hernández y Enrique Castro de organizar una conspiración para asesinar a Pasionaria y su antiguo amante Francisco Antón en la sexta planta del Hotel Lux (Preston, 2017: 68). El 25 de noviembre de 1947, Fernando Claudín y Vicente Uribe presiden una asamblea general a la que se convoca a lo más granado del exilio republicano, una suerte de «ejercicios espirituales» de tres días de duración, que ponen en cuarentena a la élite de partido (Galán, 1988: 180). Este juicio sumarísimo, a imagen y semejanza de las purgas estalinistas en la que fueron sacrificados, entre otros viejos conocidos de la guerra civil española, el corresponsal soviético Mijaíl Koltsov, tiene consecuencias devastadoras para los funcionarios españoles de la radio soviética, quizás por la cercanía de muchos de ellos a Hernández y Castro. En una visita previa de Carrillo, el joven dirigente de la KIM advierte contra el peligro de «aburguesamiento», sobre todo en aquellos camaradas que disfrutan de privilegios económicos, entre ellos los intérpretes y los traductores que realizan sus labores de mediación al lado los dirigentes, en la radio y en las distintas instituciones políticas y culturales soviéticas (179).

La conspiración, también denominada «Operación Lux» (Cimorra, 2022: 162), o «complot del Hotel Lux» (Hernández Sánchez, 2007: 153), se salda con la humillación ritual de destacados líderes, a los que se acusa de comportamientos antisoviéticos y conocimiento del complot, entre los que se encuentran José Antonio Uribes, diputado por Valencia y miembro del comité central de PCE, al que se le envía a dar clases de español a una universidad moscovita, y determinados colaboradores de Radio Moscú, Segismundo (Segis) Álvarez, secretario de organización de la JSU, que es relegado a bibliotecario de la Internacional Comunista, José Juárez, jefe de la sección de cuadros, Luis Abollado y Ramón Barros (Moncho), ambos miembros de la JSU formados políticamente en la Internacional Comunista. La lista de purgados incluye a Julio Mateu, director de Radio España Independiente (REI) y miembro del comité central del partido, al que Vicente Uribe, en su acta acusatoria, tilda de «payaso», lo cual resulta una sorpresa para todos los demás pues era notoria su cercanía a Dolores Ibárruri y a Irene Toboso. Abollado, Barros y Mateu son condenados a trabajar en las cadenas de montaje de las fábricas moscovitas de automóviles Stalin y Lijachov. Todos ellos quedan suspendidos de sus responsabilidades políticas hasta confesar públicamente su culpabilidad (Kharitonova, 2014: 228; López y Barrachina, 2016: pos. 2582; Morán, 2017: pos. 4807).

La conspiración del Hotel Lux, el asesinato de Trotski y la difusión de la memoria heterodoxa del comunismo

La conspiración del Hotel Lux también se extiende otros escenarios y protagonistas en los que la traducción y los traductores cumplen una función relevante papel. Caridad Mercader, la «Pasionaria catalana», se posiciona en la pugna por el poder en el PCE a favor de Hernández, con el que se reúne en repetidas ocasiones en el hotel, y defiende a Castro en una turbulenta reunión del buró político del 5 de mayo de 1944, en la que acusa a los generales Enrique Líster y Juan Modesto de rendirse a Dolores Ibárruri. Mercader es, sin duda, una de las pocas personas que pueden lanzar esta clase de órdagos a la dirección del partido. Es una estrecha colaboradora de los servicios secretos soviéticos y, a mediados de 1942, a petición de Dimitrov, entra a formar parte del consejo editorial de la redacción francesa de INO-Radio, la red de emisoras en distintos idiomas que la NKVD monta para la Komintern, y de la redacción francesa del Comité Internacional de Radio, ocupaciones que le confieren la apariencia de una militante normal a ojos de sus camaradas españoles. Lo que distingue, sin embargo, a Caridad diferente de cualquier otro comunista español es haber sido condecorada por Stalin con la Orden de Lenin por su participación, junto a su hijo Ramón, el verdadero autor del crimen, en el asesinato de Trotski en México el 21 de agosto de 1940 (Luri, 2016: 324-327).

Siguiendo órdenes de Stalin, los altos funcionarios de los servicios de inteligencia soviética, Pavel Sudoplátov y Leónidas Eitingon, ayudante durante la guerra civil española de Aleksandr Orlov, responsable de la muerte de Andreu Nin, el líder del POUM y prestigioso traductor de literatura rusa acusado de trotskista y agente franquista, diseñan un plan para acabar con la vida de Davídovich Bronstein, que ha pasado a la historia con el sobrenombre de Trotski. Tras un primer intento fallido del muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, teniente coronel de las brigadas internacionales, Eitingon encarga el asesinato a Ramón, el hijo de Caridad Mercader (Sudoplátov, 1994: 72-75).

Oculto bajo las identidades falsas de Jacques Mornard, un abogado belga millonario, cosmopolita, políglota, y Frank Jacson, un hombre de negocios canadiense, Mercader enamora a Sylvia Ageloff, una joven estadounidense miembro del Socialist Workers Party (SWP), que, en septiembre de 1938, colabora con la conferencia constituyente de la Cuarta Internacional como traductora y que tiene acceso al círculo de más íntimo de Trotski. El romance entre Mercader y Ageloff abre a éste, con fatales consecuencias, las puertas de la casa del viejo revolucionario en Coyoacán (Gorkin, 1970: 208).

Mercader será condenado a veinte años de cárcel, tiempo que dedica, entre otras actividades, a alfabetizar y dar clases de idiomas a sus compañeros de reclusión. Poco después de su condena, Lavrenti Beria, mano derecha de Stalin y jefe de la NKVD, aprueba la Operación Gnomo, que pretende sacar de la cárcel al catalán. Dicha operación, que fracasa, incluye asistencia jurídica encabezada por la letrada cubana Ofelia Domínguez Navarro y por Eduardo Cenizeros, abogado defensor del preso, y un plan de fuga a cuya frente se sitúa a Alejandro Kúper Kuperstein (Luri, 2016: 342 y 354), discípulo de Gregorio Marañón, prestigioso intérprete de los asesores soviéticos durante la guerra civil española y residente del NKVD en la embajada soviética en México (Elpátievsky, 2008: 375).

Al instalarse Jesús Hernández y Enrique Castro en México pocos sospechan que la presencia de estos líderes purgados en el país contribuirá a la construcción de narrativas alternativas a la memoria institucionalizada del PCE, que arrojarán luz sobre aspectos desconocidos sobre la destrucción del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), el asesinato de Trotski y la conspiración del Hotel Lux (Rueda, 2018: pos. 638). Esenciales en la construcción de esta contramemoria disidente serán los proyectos editoriales de dimensión internacional de Julián Gorkin (Julián Gómez García-Ribera), secretario internacional del POUM y director del órgano de prensa de dicho partido, La Batalla, que será encarcelado por los hechos de mayo de 1937. En torno a 1925, Gorkin visita en el Hotel Lux a Andreu Nin, funcionario de la Internacional Sindical Roja (ISR), futuro traductor al catalán de los clásicos rusos, y uno de los fundadores de POUM. Nin, cercano ideológicamente a Trotski, será expulsado de la Unión Soviética en 1929, y su vida terminará a manos los servicios de inteligencia soviéticos en Alcalá de Henares en 1937 (Amat, 2016: 25).

Tras abandonar España, Gorkin se instala en México donde funda varias editoriales, Ediciones Libres, junto al impresor Abrams y el diputado mexicano Muñoz Costa, Publicaciones Panamericanas, en sociedad con otro militante del POUM, Bartomeu Costa-Amic, y Ediciones Quetzal, que compra al escritor Ramón J. Sender (Glondys, 2012: 36). Pese a la persecución que sufre por parte de agentes soviéticos, que incluye un ataque en abril de 1944 en el que resulta gravemente herido, Gorkin identifica a Ramón Mercader como el asesino de Trotski gracias a la información que le proporciona el general Leandro Sánchez Salazar, coronel del servicio secreto e investigador principal del crimen. A partir de estos datos, redacta un libro que firma con el militar mexicano y que publica ediciones Self de París en 1948 con el título Ainsi fut assassiné Trotsky, en traducción del francés de Jean Talbot, pseudónimo tras el que se oculta el propio Gorkin. La obra constituye un éxito editorial que se verterá a una docena de idiomas y de la que habrá hasta una edición pirata de 100.000 ejemplares en un país de América Latina (Gorkin, 1970: 10-13).

Los siguientes proyectos editoriales de Gorkin están vinculados a tres destacados militantes comunistas españoles salidos de la Unión Soviética. El primero aparece firmado por Valentín González, más conocido como El Campesino, un mito prefabricado por la dirección del PCE como paradigma de la resistencia popular durante la guerra civil que, tras enfrentarse con las autoridades soviéticas y pasar un tiempo en un gulag, escapa a Teherán a principios de 1949. Gorkin consigue traerlo a Frankfurt y le organiza una gira por Alemania e Italia, países en los que se convierte en personaje popular en prensa y radio, como luego ocurre en sus viajes por América Latina. En 1950, una vez difundido por entregas en el diario Le Populaire, la editorial Plon de París publica La vie et la mort en URSS (1939-1949), una recopilación de las experiencias de Valentín González en la Unión Soviética transcritas por Gorkin (Amat, 2016: 87). Al año siguiente, aparecen la versión en español, Vida y muerte en la URSS, editada en Buenos Aires por Bella, y la alemana, Die grosse Illusion. Von Madrid nach Moskau, publicada en Colonia por Kiepenheuer & Witsch. En 1952, salen al mercado la traducción inglesa El Campesino. Life and Death in Soviet Russia, en Londres, Nueva York y Melbourne, firmada por Ilse Barea, esposa del novelista Arturo Barea, ambos exiliados en Londres tras escapar de España acusados de trotskistas por el PCE y el servicio de inteligencia soviético.

En las negociaciones que Gorkin mantiene con Valentín González, el antiguo líder poumista consigue que se publique en francés, por entregas, en el diario Le Monde, entre diciembre de 1949 y enero de 1950, un texto memorialístico de Enrique Castro que Gallimard reúne al año siguiente en un volumen titulado J’ai perdu la foi à Moscou. En 1950 se lanzan dos versiones en español de la obra, la mexicana, Mi fe se perdió en Moscú, publicada por la editorial Horizontes de México, y la española, La vida secreta de la Komintern: cómo perdí la fé en Moscú, impresa por Ediciones y Publicaciones Españolas (Gorkin, 1970:13). Dos años después, se imprime la traducción portuguesa, O Komintern sem mascara. Como perdi a fe em Moscou, en Río de Janeiro, en el catálogo de la editorial Tribuna da Impresa. Castro redactará otro libro autobiográfico en el que narra el período anterior a su primera obra. Se publica en 1960 con el título de Hombres made in Moscú, pero resulta un fracaso de ventas. Por esas fechas Ramón Mercader está a punto de regresar a la URSS, donde será condecorado por Leonid Breznev con la medalla de Héroe de la Unión Soviética y disfrutará de un amplio apartamento, una dacha y una pensión de la KGB equivalente a la de un general de división retirado. Su versatilidad con los idiomas hace que complete sus ingresos traduciendo libros y artículos de revistas, con la ayuda, mientras aprende en mayor profundidad el ruso y otras lenguas eslavas, de la hispanista Svetlana Rosenthal, o Elena Feerchstein (Puigventós López, 2012: 518). Durante estos años, Mercader vuelve a recuperar el contacto con su antiguo superior Naum Eitingon, que, tras la ejecución de Beria, es condenado a 12 años de prisión. Eitingon se ha casado con Eugenia Puzirova, su intérprete durante la guerra civil española y sobrevive gracias a las traducciones que realiza para la editorial Relaciones Internacionales de Moscú y los ingresos que le proporciona ser el chófer de Mercader (Kuznetsov, 2001; Luri, 2016: 428-429).

Tras frustrarse las negociaciones con Hachette y Gallimard para que publicaran la traducción francesa de su segundo volumen de memorias, Castro, por sus contactos en el mundo editorial parisino, recurre a Gorkin, que juzga la obra de escasa calidad. En cambio, en 1963, el editor español Luis de Caralt la publica en su sello, como parte de una operación política diseñada por el gobierno de Franco, que incluye el regreso de Castro a España y el intento de Carlos Robles Piquer, director general de Información, de que la embajada de España en Washington realice gestiones para que la traducción de la obra al inglés se ofreciera a alguna editorial británica o estadounidense (Rueda, 2018: 546 y 550).

En febrero de 1953, la editorial América publica en México la primera edición de Yo fui un ministro de Stalin, de Jesús Hernández, unas memorias en las que el líder comunista ha estado trabajando en la Yugoslavia de Tito, que, según Gorkin, son revisadas por él mismo, y a las que también pone título. Gorkin se encarga de gestionar, además, la traducción francesa, que la editorial Fasquelle imprime ese mismo año bajo el título La grande trahison y la italiana, que aparece en entregas en el diario Il Messaggero. La obra de Hernández se publicará en 1954 en España con prólogo y notas del comisario de policía y propagandista franquista Mauricio Carlavilla en la editorial de su propiedad NOS (Amat 2016:90-91).

Conclusiones

Desde la llegada de los distintos contingentes de exiliados republicanos a la URSS, los traductores e intérpretes que militan en el PCE realizan una labor fundamental como mediadores entre los dirigentes del partido, que en su mayor parte desconocen la lengua rusa, y la cúpula de la Comintern. En Radio Moscú, y con posterioridad en Radio España Independiente (REI), emisoras desde las que se combate la dictadura franquista, serán testigos, siempre en el más absoluto secreto, de los heroicos meses en los que la Unión Soviética se juega su supervivencia frente a la Alemania nazi. En la redacción en lengua española de Radio Moscú, los traductores españoles coincidirán con Adelina Kondrátieva, la veterana intérprete de consejeros militares durante la guerra civil que destacará el papel de Eusebio Cimorra, entre otros, en la creación de una nueva generación de hispanistas rusos, y con la ucraniana Yekaterina Olévskaya, célebre en Chile por los programas en los que se dirige a los opositores a la dictadura del general Pinochet (Cimorra, 2022: 107; Sepúlveda 13/05/2009).

La relevancia de traductores e intérpretes de la máxima confianza de los diferentes líderes de la cúpula del PCE la demuestra el hecho de que, en el juicio sumarísimo que se produjo tiempo después de la «conspiración del Hotel Lux», fuesen castigados un grupo de militantes que ejercieron como traductores en los entornos políticos de Jesús Hernández y Enrique Castro. Uribe se ensaña particularmente con aquellos a los que tacha despectivamente de «intelectuales», es decir, periodistas, traductores y artistas, por haberse aburguesado y perdido el sentido revolucionario soviético (Luri 2016:295). Dos traductoras, las hermanas Irene (Falcón) y Ketty Levy Rodríguez (Irene Falcón), colaboradoras de Dolores Ibárruri, por su cercanía al antiguo secretario general José Díaz, serán figuras claves en la defenestración de Hernández, Castro y el control ideológico de los demás traductores. A raíz de la condena a muerte de Bedřich Geminder, compañero sentimental de Irene Falcón y secretario internacional del partido comunista checoslovaco, en las purgas estalinistas de finales de 1952, las hermanas Levy Rodríguez serán apartadas de sus responsabilidades y enviadas dos años después a China, en donde trabajarán en la redacción de lengua española de Radio Pekín.

Aun cuando la escasez de afinidades y conocimientos culturales de la tierra que acogía a los españoles aumentaba el peligro de su desarraigo, fueron muchos los exiliados que hicieron el esfuerzo, pese a su juventud, de aprender el idioma y adaptarse a costumbres para ellos extrañas (Cabañas, 2017: 17). Tras ser condenados por su supuesta participación en la conspiración del Hotel Lux, algunos traductores, en sus textos autobiográficos, entre ellos Ramón Barros (2011: pos. 5735-5742), afirman que los exiliados comunistas de los distintos países se mezclaban en contadas ocasiones con los ciudadanos soviéticos, y que su visión de la URSS estaba sesgada a menudo por la interpretación de los traductores de las bondades del país. Su conocimiento del ruso permite a Barros trabajar como traductor en las oficinas de la IC y con ciertos miembros de la cúpula del PCE, motivo por el cual será purgado con posterioridad. Como otros militantes caídos en desgracia, Barros acaba trabajando en Ediciones en Lenguas Extranjeras, editorial en la que también recalarán otros colegas suyos como Lidia Kúper y Luis Abollado, traductores literarios que, junto a otros exiliados republicanos como Augusto Vidal Roget, Arnaldo Azzati Cutanga, José Laín Entralgo o Isabel Vicente Esteban, retornarán a España a finales de la década de los años cincuenta, y lograrán retraducir buena parte de los autores clásicos rusos, una tarea a la que quiso dedicarse Andreu Nin tras su salida de la Unión Soviética (Rodríguez-Espinosa, 2007: 243-276).

La publicación de las obras de Enrique Castro, Valentín González y Jesús Hernández constituyen, por otra parte, ejemplos de contra-memorias propias de la disidencia o de la apostasía antiestalinista, sometidas a una instrumentalización desde los usos de la Guerra Fría intelectual (Rueda, 2018: 442). En este sentido, toda una generación de antiguos revolucionarios y funcionarios kominterianos, como Franz Borkenau o Arthur Koestler, entre otros, publicaron también encendidas críticas al estalinismo, en muchas ocasiones sufragadas por el Departamento de Estado norteamericano (Hernández Sánchez, 2007: 25). Al igual que muchos de sus compañeros de viaje, tras ser expulsado, o abandonar el POUM en torno a 1949, Gorkin evoluciona políticamente hacia posiciones socialdemócratas y centra su campaña en la publicación de relatos memorialísticos antiestalinistas en distintas lenguas y puntos del globo, participando, asimismo, activamente en la Guerra Fría intelectual a través de su vinculación con el Congreso por la Libertad de la Cultura, una organización fundada en 1950 con financiación secreta de la CIA que plantea una batalla cultural al comunismo. Este antiguo revolucionario profesional, que por estos años muta en alfil de la Guerra Fría, se encargará de la expansión del Congreso por América Latina y de dirigir los Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura (Glondys, 2012: 22; y Amat, 2016: 88-89).

NOTA

(1) Este artículo se ha realizado en el marco del Proyecto de Investigación «Políticas editoriales en torno al español como lengua de traducción en España y América» (P20_00201) financiado por la Conserjería de Transformación Económica, Industria, Conocimiento y Universidades de la Junta de Andalucía, y se ha elaborado, en parte, durante una estancia de investigación en Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (Argentina).

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