2008

VER CÓMO SE TRADUCE A FREUD: UNA EXPERIENCIA HISTÓRICA
Leandro Wolfson





ImprimirGuardar con Internet Explorer


Conferencia impartida en el marco de las Jornadas sobre la Traducción Literaria y Filosófica organizadas por el Centro Cultural Ricardo Rojas de Buenos Aires (2006)

A la memoria de José Luis Etcheverry


En estas páginas trataré de resumir una experiencia de traducción en la que me tocó colaborar. Su resultado es bien conocido: las Obras completas de Sigmund Freud, publicadas por la editorial argentina Amorrortu entre los años 1974 y 1985. Casi desconocido, en cambio, es el proceso por el cual se llegó a este resultado, salvo para los que participamos de él. Me ha parecido que podría tener algún valor didáctico rescatar esa experiencia que, en mi caso, fue fundamental en mi carrera de traductor.

Al mismo tiempo, deseo rendir con estas hojas un sentido homenaje a la figura protagónica de esta historia, que comenzó siendo mi compañero de trabajo y terminó siendo mi maestro.

En marzo de 1969 ingresé a la editorial Amorrortu como jefe de traductores, después de haberme desempeñado algunos meses como corrector de estilo free lance. La editorial tenía en ese momento planes de expansión que pronto desbordaron mi capacidad de trabajo y mis limitaciones idiomáticas, ya que sólo dominaba el inglés y tenía conocimientos apenas aceptables de francés. En particular, se estaba pensando en contratar obras en alemán, italiano y francés, que yo no estaría en condiciones de supervisar.

De ahí que a mediados de 1970 se lanzara a través de periódicos una oferta de trabajo con el objeto de conseguir un posible jefe de traductores para esos idiomas, ya que ninguna de las personas que conocíamos reunía los requisitos adecuados. Fue así como se sumó al pequeño plantel fijo de la empresa José Luis Etcheverry.

Esta circunstancia fue más o menos coincidente con un proyecto de gran envergadura: nada menos que una nueva edición de las obras completas de Freud. La editorial inglesa The Hogarth Press ya había publicado en su mayor parte la célebre Standard Edition (1953-1974), en 24 volúmenes, traducida y editada por James Strachey. Esta publicación había ordenado por primera vez cronológicamente los trabajos de Freud. Además, su aparato crítico (introducciones a cada trabajo, notas explicativas, remisiones internas, índices alfabéticos de varias clases, etcétera) era de una excelencia indiscutida –mucho más indiscutida que la traducción al inglés de Strachey– y, por supuesto, ofrecía un material invalorable para presentar las obras. El plan de la empresa era traducir a Freud directamente del alemán y luego agregar el aparato crítico de Strachey y reproducir su ordenamiento cronológico.

Recordemos que esto sucedía en 1970. Freud había muerto en 1939. Las leyes argentinas de entonces establecían que las obras culturales pasaban a dominio público 50 años después de la muerte del autor. (Más adelante este plazo se aumentó a 70 años, pero para entonces ya la colección había sido enteramente publicada). Esto iba a producirse en 1989, y a partir de esa fecha cualquiera podría traducir tanto a Freud como a Strachey sin necesidad de ningún contrato previo. Teníamos un plazo máximo de 19 años para la traducción, revisión, diagramación, impresión, comercialización, etcétera, de los 24 volúmenes. Parece una cifra desmesurada, pero la dificultad y complejidad de la tarea demostraron que no era así. La colección se terminó de publicar en 1985, apenas cuatro años antes de que venciera el plazo.

La contratación exigió varios meses de largas tratativas, por un lado con los herederos de Freud, por el otro con los de James Strachey. En el ínterin, debía tomarse la decisión suprema: quién traduciría a Freud. El propio Horacio de Amorrortu, director de la empresa, y todos los integrantes de ésta que conocimos a Etcheverry llegamos al convencimiento de que era la persona más indicada para acometer esa enorme tarea.

Etcheverry había terminado la escuela secundaria en su localidad natal, una ciudad pequeña de la provincia de Buenos Aires llamada Lincoln; aún le quedaban restos de su origen en su manera de hablar, en algunos arcaísmos castizos todavía vigentes en la campaña bonaerense, y en su actitud general bonachona, humorista y campechana. Luego vino a estudiar a la ciudad de Buenos Aires; por lo que sé, abandonó después de algunos años la carrera de Economía e inició la de Filosofía. Sus intereses intelectuales no se limitaban a estos dos campos: conocía al dedillo la historia, tenía una marcada formación política, y conversando con él era casi inevitable transitar por todos los ámbitos del saber. Con igual facilidad hablaba de los antiguos griegos como de los acontecimientos más recientes de la actualidad. Y todo ello con una actitud nada presuntuosa; por el contrario, Etcheverry era la humildad personificada. Como dijo de él el doctor Horacio Etchegoyen, «era un hombre modesto y sabio... siempre dispuesto a escuchar, a aprender y a explicar».

Era, además, políglota, y casi todas las lenguas que dominaba (alemán, italiano, francés, inglés) habían sido aprendidas por él sin asistir a curso alguno, tan sólo leyendo a los clásicos de cada una de ellas –como se dice que aprendió Freud el español leyendo el Quijote–.

Su versación filosófica y el hecho de que no hubiera tenido ningún contacto previo con el medio psicoanalítico fueron, en lugar de una desventaja, la razón principal que motivaron su designación como traductor de Freud. La idea no era mejorar o corregir antiguas traducciones sino repensar a Freud totalmente de cero, y proponer a partir de ahí una versión que, sin duda, habría de apartarse de las convencionales.

¿Cuáles eran éstas? En rigor, una sola, la realizada por el español Luis López-Ballesteros y publicada por la editorial Biblioteca Nueva entre los años 1922 y 1934 en 17 volúmenes –que llegó a ser muy conocida en una apretada edición en papel Biblia, en tres volúmenes–, completada más tarde por el argentino Ludovico Rosenthal para el sello argentino Santiago Rueda con el agregado de otros cuatro volúmenes entre 1952 y 1956.

Precisamente en 1952 había concluido la primera edición ordenada más o menos cronológicamente de las Gesammelte Werke, las obras supuestamente «completas» de Freud; sin embargo, en esta colección faltaban algunos escritos que Rosenthal encontró y tradujo para Santiago Rueda. Por eso Rosenthal pudo destacar con justicia, al terminar la publicación de las obras por parte de esta editorial, que se cumplía «una empresa pocas veces lograda en la historia del libro: publicar la obra de un autor más íntegramente en una traducción que en su propio idioma original».

Por lo tanto, fue esta primera traducción de Freud por López-Ballesteros y Rosenthal la que conocieron todos los que se aproximaron al psicoanálisis en España e Hispanoamérica, en particular los creadores en 1943 de la Asociación Psicoanalítica Argentina (como Marie Langer, Ángel Garma, Arnaldo Ravcovsky y Enrique Pichon-Rivière), y los analistas formados por ellos.

La traducción de López-Ballesteros, prologada nada menos que por Ortega y Gasset, fue un esfuerzo muy meritorio para su época. Sin embargo, habían pasado más de cuarenta años de psicoanálisis y de estudios freudianos, y para entonces ya resultaba claramente insuficiente. Como escribió el propio Etcheverry, a esa versión «le sobra gracia, pero le falta rigor». El desafío era producir una nueva traducción que estuviera a la altura de los tiempos. El esquema de trabajo al disponernos a encarar esta tarea mayúscula fue el siguiente:

1) Etcheverry se dedicaría en forma exclusiva a la traducción de Freud durante los años que eso le demandara; él mismo calculó que podría entregar un promedio de 80.000 palabras mensuales, con lo cual la traducción de las obras completas podría completarse en cuatro o cinco años.

2) Se creó un Comité Asesor, integrado por dos psicoanalistas y un psicólogo, todos ellos muy destacados en sus especialidades.

3) Este Comité mantuvo varias reuniones con Etcheverry con anterioridad al comienzo de la traducción, de modo de fijar criterios básicos. Luego, estos criterios y la terminología que habría de emplearse se fueron precisando cuando Etcheverry entregó las primeras obras, que fueron los dos tomos de La interpretación de los sueños, seguidos del volumen 14, el de la «metapsicología»; si bien estas obras no agotaban en absoluto los problemas conceptuales y terminológicos, fueron allanando el camino hacia un entendimiento cada vez mayor entre el traductor y el Comité.

4) Una vez que las obras eran leídas y discutidas por el Comité, éste le hacía llegar a Etcheverry sus comentarios y sugerencias.

5) Después de que Etcheverry procesaba la labor del Comité, las obras pasaban a mí, quien las cotejaba palabra por palabra con la Standard Edition y le señalaba a Etcheverry todos aquellos casos –muy numerosos– en que la traducción de Strachey parecía presentar una diferencia importante con la suya. Estos casos, junto a algunas otras sugerencias mías menores, eran analizados puntualmente por Etcheverry, a veces volviendo al original alemán, y él tenía siempre la última palabra al respecto. Nunca dejaba de explicarme en qué se fundaba, por ejemplo, para ratificar su versión distinta de la de Strachey. (Ésta fue la parte de la tarea que resultó más instructiva para mí).

6) Finalmente, yo tuve a mi cargo la traducción directa del inglés de todas las introducciones y las abundantes notas de Strachey, tarea en la que, desde luego, recurría a Etcheverry cada vez que se presentaba alguna dificultad terminológica.

Supongo que en algún cajón se conservan aún los jugosísimos intercambios escritos entre Etcheverry, los miembros del Consejo Asesor, y, en unos pocos casos, yo. Para un historiador de la traducción en la Argentina, sería un material riquísimo. Lo demás ha quedado expuesto en los 24 volúmenes y, sin exponer, en la memoria de quienes lo hicimos.

Cuando se lanzó la colección al mercado, fue acompañada de un pequeño volumen adicional llamado Sobre la versión castellana (1978). Este opúsculo fue escrito casi enteramente por Etcheverry –yo tuve a mi cargo una brevísima historia de las versiones castellanas de Freud–, pese a lo cual, con su humildad característica, no quiso figurar como autor. Decía que era «una consecuencia del trabajo». En él Etcheverry justificó la mayoría de los criterios que lo impulsaron a tomar sus decisiones conceptuales y terminológicas. En algunos casos, éstas fueron sumamente resistidas por la comunidad psicoanalítica, pero creo que puede decirse, sin temor a equivocarse, que en la actualidad la versión de Etcheverry goza de un gran consenso, sobre todo entre los teóricos del psicoanálisis y los investigadores del pensamiento freudiano. Es raro encontrar artículos de psicoanalistas escritos en castellano que incluyan como referencia bibliográfica alguna otra versión.

El propósito general de Etcheverry al abordar los textos de Freud fue «abrirse paso hasta sus últimos resortes de creación». A tal fin, no sólo propuso nuevas versiones para términos tradicionales sino que sacó a la luz nuevas discriminaciones terminológicas, que en las traducciones anteriores habían permanecido ocultas. Hay decenas de ejemplos, sobre los que no podemos extendernos aquí.

Para todas estas opciones léxicas, Etcheverry dio la correspondiente explicación en Sobre la versión castellana. Otra cosa era escuchar sus vívidas disquisiciones orales, tanto ante el Comité como en los frecuentes diálogos que mantenía conmigo. Esas elecciones nunca fueron arbitrarias o azarosas, y a muchas las defendió con denuedo ante los intentos de corrección. Todas ellas respondían a una intención clara y claramente explicitada. Creo que muchos estudiosos de Freud le habrán agradecido la pertinacia con que mantuvo su escrupulosidad terminológica.

Hay otro aspecto que quiero señalar. Más allá de las decisiones relativas al vocabulario propiamente psicoanalítico, Etcheverry no fue insensible a la belleza estética de muchos trabajos de Freud. Recordemos que a éste se le otorgó en vida, en 1936, el Premio Goethe, y que Thomas Mann destacó en esa oportunidad hasta qué punto era, en esencia un gran escritor, cuya finalidad primordial había sido «desentrañar la infancia». G.-A. Goldschmidt, en su magnífica intervención en el «debate de Arlés» de 1988 (Agoff, 2005), dice: «Freud es un escritor en tanto y en cuanto no se deja arrastrar por el oleaje de la lengua, porque, igual que Goethe, él se esfuerza por remontar el río para descubrir de dónde viene». Esta especie de «exploración arqueológica» de la lengua encontró en Etcheverry una atentísima mirada. Por eso su traducción resulta, por momentos, extraña, anticuada o arcaica. Etcheverry poseía en su haber lingüístico arcaísmos de la lengua nuestra que le permitieron amoldarse con flexibilidad a esa tentativa de su autor.

Nuestra tarea común duró alrededor de cuatro años y medio. En 1982 apareció el último volumen traducido por él, y sólo me restó a mí la labor de compilar los índices que integran el volumen 24 y de controlar la minuciosa corrección de pruebas. (Aún no había aparecido en el horizonte la PC, y todo el trabajo se hizo en las máquinas de linotipia, a partir de hojas dactilografiadas). Etcheverry murió de cáncer de pulmón en el año 2000. Hubo un solo homenaje escrito, que yo sepa, proveniente de la comunidad psicoanalítica, y fue el que le rindió el Dr. Horacio Etchegoyen (2000). Aunque no pertenezco a esa comunidad sino a la de los traductores, en nombre de esta última quise rendirle aquí mi modesto reconocimiento.


Referencias bibliográficas

AGOFF, Irene (traducción, introducción y notas), El debate de Arlés, Buenos Aires, edición de la traductora, 2005.
ETCHEGOYEN, Horacio, «Recordatorio de José Luis Etcheverry», Revista de APdeBA, vol. 22, no 1, 2000, pp. 5-6.
ETCHEBERRY, José Luis, Sobre la versión castellana, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1978.
FREUD, Sigmund, Gesammelte Schriften, Viena, Internationaler Psychoanalytischer Verlag, 12 vols., 1924-1934.
——, Gesammelte Werke, Londres, Imago Publishing Co., vols. 1-17, 1940-1952; Francfort del Meno, S. Fischer Verlag, vol. 18, 1968.
——, Obras completas, trad. Luis López-Ballesteros y de Torres, Madrid, Biblioteca Nueva, 17 vols., 1922-1934.
——, Obras completas, trad. Luis López-Ballesteros y de Torres (vols. 11-17) y Ludovico Rosenthal (vols. 18-21), Buenos Aires, Santiago Rueda, 21 vols., 1952-1956.
——, Standard Edition of the Complete Psychological Works, trad. James Strachey, 24 vols., Londres, The Hogarth Press, 1953-1974.
——, Obras completas, trad. por José Luis Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu editores, 24 vols., 1974-1985.
LAPLANCHE, Jean, y J.-B. PONTALIS, Vocabulaire de la psychanalyse, París, Presses Universitaires de France, 1971.
WOLF, Martin, y Doris HAJES (eds.), Freud hoy en la Universidad, Montevideo, Universidad de la República, Facultad de Psicología, 1996. (Incluye una extensa conferencia de José Luis Etcheverry y sus respuestas a las preguntas del público.)
© Grupo de Investigación
T-1611,
Departamento de Traducción, UAB | Research Group T-1611, Translation Departament, UAB | Grup d'Investigació T-1611, Departament de Traducció, UAB