2017

El exilio español en México y la traducción literaria
Lizbeth Zavala Mondragón (1)

Facultad de Estudios Superiores Acatlán
Universidad Nacional Autónoma de México

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Recibido: 15 septiembre 2017
Aceptado: 15 diciembre 2017


El exilio español originado por la dictadura franquista ha sido estudiado en profundidad en sus diferentes aristas: la política, los estudios migratorios, las artes plásticas, la creación literaria, la ciencia, la pedagogía, las publicaciones. Las contribuciones al desarrollo de la industria editorial mexicana por parte de los exiliados no fueron pocas ni superfluas. El comercio del libro mexicano cambió por el aumento de la producción, la sistematización de su venta y también por el mejor desarrollo de la formación profesional. La traducción de obras literarias fue una de las actividades a la que más contribuyeron los transterrados y, a pesar de ser un tema reconocido en las historias generales del exilio, básicamente no se ha ahondado en él debido a la incertidumbre de las fuentes. En las siguientes líneas se intenta esbozar un panorama un poco más preciso de la traducción literaria del exilio español en México durante un primer periodo a través de las figuras de algunos traductores.

Para comenzar a observar la profesionalización de la industria del libro a raíz de la llegada de los exiliados, así como de la traducción literaria, se puede partir del Boletín Bibliográfico Mexicano. Esta publicación apareció todos los meses a partir del 31 de enero de 1940, su editor fue el Instituto Panamericano de Bibliografía y Documentación, pero su «publicador» fue la Librería Porrúa Hnos. y Cía. El Boletín tenía un carácter comercial, ya que estaba destinado a libreros, bibliotecarios y profesionales del libro, por lo cual incluía las novedades nacionales y extranjeras, clasificadas por tema y descritas con la referencia bibliográfica completa, incluyendo el crédito de traductores, ilustradores y prologuistas, y el formato del libro y precio; asimismo incluía artículos y reseñas de destacados intelectuales transterrados y mexicanos, así como publicidad de las editoriales. Por otra parte, hay que recordar que el Instituto Panamericano de Bibliografía y Documentación fue creado por el exiliado español Miquel Ferrer (2) en 1939,(3) quien a su vez fue miembro de la Compañía General Editora y de la que dependía el Instituto:

Las diversas labores del Instituto han sido clasificadas en Secciones o Departamentos que se ocupan de proporcionar informaciones bibliográficas y documentación general sobre cualquier materia o tema; bibliografías completas y guías de lectura, biografías de escritores y hombres de ciencia; puede proporcionar directorios de editores, libreros y bibliotecas de todo el Continente Americano; tiene un Servicio de Prensa y un Servicio Gráfico; se encarga de gestionar y administrar derechos de propiedad intelectual; cuenta con una oficina de traducciones científicas, técnicas y literarias que al propio tiempo se encarga de la revisión de originales (inglés, francés, alemán, italiano, portugués); tiene un Departamento para la organización y cuidado de bibliotecas particulares y otro Departamento para la dirección técnica de las ediciones que llevan a cabo los autores por cuenta propia.(4)

También en un pasaje anterior se aclara que los colaboradores del Instituto son «distinguidos» profesionales.

Ni la publicación ni el instituto tuvieron en México ningún precedente del mismo alcance. Por ello el Boletín resulta simbólico para la tesis del muy positivo desarrollo editorial mexicano a raíz de la llegada de los transterrados. Es decir que la reestructuración del libro comenzó desde la organización de su circulación, pues incluso se creó un instituto y una publicación especializados en libros por gente del libro para gente del libro. Este cambio general en el ámbito del libro se particulariza asimismo en el ámbito de las traducciones de literatura. Gracias a este Boletín fue posible observar los fenómenos editoriales a los que se dedica el presente artículo. De otra manera, el panorama de las traducciones de literatura sería hasta cierto punto imaginario, pues sin esta publicación como antecedente no habría quedado más que revisar catálogo por catálogo de diferentes bibliotecas, así como examinar físicamente los paratextos de los libros originales. Tareas difíciles porque, como se verá, muchas de esas editoriales fueron fugaces, tan fugaces que en alguna ocasión no alcanzaron a publicar los libros que anunciaron.


Los libros del exilio y las editoriales mexicanas

La producción del libro del exilio se ha clasificado directa o indirectamente en dos etapas. Por ejemplo, Teresa Férriz Roure en su estudio sobre La edición catalana en México (5) identifica dos etapas en la producción del libro del exilio catalán. La primera de ellas abarca el periodo de la llegada masiva de los exiliados, en 1939, y hasta 1947; asimismo, en estos años ubica la etapa de producción más intensa. Por otra parte, en 1950 se publica La emigración republicana española. Una victoria de México de Mauricio Fresco. Aquí el autor hace un primer recuento del mundo del libro desde 1939 a aquella fecha. Menciona que en 11 años de exilio se crearon más de 50 editoriales, se publicaron 2.250 libros, de los cuales alrededor de 1.600 fueron traducciones de filosofía, medicina, arte, música, historia y, por supuesto, literatura, cuyas lenguas de salida fueron el francés, inglés, alemán, entre varias otras.(6) En ese recuento Fresco también habla de las casas editoriales creadas por transterrados que publicaron en otras lenguas, como vasco, catalán e inglés.(7)

Para el presente artículo (8) se tomó en cuenta hasta el año de 1945: los exiliados esperaban el triunfo de los Aliados con la esperanza de que éstos apoyaran al gobierno republicano y desconocieran la dictadura franquista. Dado que no sucedió así, su condición de exiliados para muchos se volvió definitiva, sólo algunos regresaron a España y otros buscaron nuevos países de refugio. Este proceso tardó varios años más.

Para observar el carácter de «importante» de las contribuciones de los exiliados traductores es fundamental contrastar brevemente el ámbito de la traducción en el libro mexicano en relación con la actividad previa del exiliado. Sólo como ejemplo, se citarán en unas cuantas líneas tres casos de editoriales mexicanas que publicaron traducciones y posteriormente se hablará del mundo del libro español antes del estallido de la guerra para plantear antecedentes de ambos países.

Durante los primeros treinta años del siglo XX, el desarrollo editorial mexicano avanzó lentamente. Las noticias de publicaciones aparecen con mayor frecuencia hacia el tercer lustro de la centuria. Hay que mencionar que México sufrió las vicisitudes de la Revolución mexicana entre 1910 y 1921, por lo cual no fue nada oportuno el cese de las exportaciones debido a la Primera Guerra Mundial. No obstante, sí hubo proyectos editoriales interesantes.

Uno de esos primeros proyectos fueron los Cuadernos literarios Cvltvra, que comienzan a aparecer quincenalmente en 1916 con la edición de Rafael Loera y Chávez, y la dirección de Agustín Loera y Chavez y Julio Torri.(9) En total se publicaron 87, un catálogo que integraba obra nacional y extranjera, que seguía la consigna de publicar textos «difíciles de conseguir».(10) Aparecieron traducciones de autores clásicos realizadas por reconocidos intelectuales y escritores mexicanos. Por ejemplo, Salomé de Oscar Wilde en versión de Efrén Rebolledo (mayo de 1917), Vencidos de Bernard Shaw en versión de Antonio Castro Leal (noviembre de 1917), Cuentos y leyendas de Selma Lagerlöf con traducción de Agustín Loera mismo (agosto de 1918) o Los límites del arte y algunas reflexiones de moral y de literatura de André Gide con versión de Jaime Torres Bodet (octubre de 1920).

En la siguiente década, los años veinte, específicamente entre 1921 y 1924 arranca el proyecto editorial de la Secretaría de Educación Pública con la dirección de José Vasconcelos, el cual también incluyó la publicación de traducciones, aunque más bien uno de los pilares de su proyecto fue la promoción de obras mexicanas.(11)

Finalmente, a principios de los años treinta, específicamente en 1934, se funda el Fondo de Cultura Económica (FCE) a cargo de Daniel Cosío Villegas y con el apoyo fundamental de Alfonso Reyes, una de las figuras literarias mexicanas más importantes y también traductor. El primer libro que el FCE publicó fue El dólar plata de William Shea con traducción del poeta y ensayista Salvador Novo, «lo que confirmaba la escasa profesionalización de la disciplina económica en México»,(12) y lo que demostraba también la escasa profesionalización de la traducción, pues, aunque Novo era una figura intelectual brillante, no era el profesional más pertinente para una obra de aquella disciplina.

Por supuesto, los proyectos editoriales mexicanos no fueron sólo tres. Antes se habían fundado bastantes otras casas. No obstante, se citaron tres ejemplos que representaron cada época. Como es visible, la traducción, en especial la traducción literaria, sólo aparece como protagonista en uno de ellos, en Cvltvra, y esa tendencia se conservaría hasta la llegada de los exiliados españoles de la guerra civil.

A diferencia de México, en España se desarrolló una buena producción editorial durante esas tres primeras décadas y el cese de exportaciones europeas debido a la Primera Guerra Mundial fue para ellos oportuno, pues así pudieron mejorar sus relaciones comerciales con el mundo hispanoamericano.(13) Su histórico desarrollo editorial llegó a tener gran complejidad a mediados del siglo XIX, por lo cual, para el estallido de la guerra civil, ya estaba consolidada una industria que incluía varios perfiles, entre otros: grupos editoriales, como CIAP; editoriales en expansión, como Manuel Aguilar; editoriales de avanzada, como Cénit, y editoriales con fines no lucrativos, como la de la Revista de Occidente.(14) Además de un alto grado de industrialización, desde el siglo XIX mejoras de la enseñanza, como la Institución Libre de Enseñanza, o la creación de la Junta para la Ampliación de Estudios, que becaba jóvenes para formarse en el extranjero,(15) fomentaron programas que también tuvieron una repercusión positiva en el ámbito de la traducción.

En esos años, se tradujeron obras literarias (narrativa, poesía) así como filosofía y disciplinas científicas. Numerosos intelectuales y escritores del período también fueron traductores: Miguel de Unamuno, Ramón María del Valle-Inclán, Manuel y Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez.(16) Posteriormente, la generación del 27 diversificó los intereses y amplió el canon, inicialmente modernista, traduciendo poesía francesa, inglesa y alemana de las vanguardias europeas y norteamericana.

Por otra parte, a finales de los años veinte comenzó un movimiento editorial singular, el movimiento editorial de avanzada, es decir, de educación de la población a través del libro con un enfoque socialista. El promotor de éste y otros tantos proyectos fue Rafael Giménez Siles. La traducción en esta época fue parte más que esencial de catálogos de las editoriales, como lo fue Cenit. ¿Y qué tradujeron? Literatura, historia, política y educación para la familia, de autores rusos y de otros países del Este de Europa. Los traductores ya no eran los poetas que traducían a los poetas, sino intelectuales militantes que traducían otros militantes, es decir, no sólo era Luis Cernuda traduciendo a Hölderlin o Pedro Salinas traduciendo a Proust, sino Wenceslao Roces traduciendo a Engels, a Marx; Julián Gorkín traduciendo a Panait Istrati.(17)

A México llegaron con el exilio traductores formados en estos diferentes ámbitos de la traducción. Resulta difícil, sin embargo, describir su trabajo con precisión y analizar el alcance de las empresas que fundaron o en las que participaron. Uno de los problemas fundamentales del estudio del libro del exilio es justamente la falta de documentación. El Boletín fue el primer documento en que se sistematizó la circulación del libro mexicano de la época y, aunque existieron otros registros, fue el más completo y profesional. En este trabajo también se consideraron otras fuentes: catálogos de las bibliotecas y la publicidad propia de esos años tanto en las revistas como en las solapas o contraportadas de los libros. Hay que recordar, no obstante, que una situación frecuente en las casas fundadas por el exilio fue su vida fugaz. Muchas editoriales muy probablemente cerraron puertas antes de publicar sus proyectos. El hecho de que el Boletín registrara únicamente obra publicada lo sostiene con más fuerza como testimonio formal.

En aquel pasado como en el presente, la práctica de la traducción literaria tenía varias motivaciones por parte del traductor. En este sentido, Ruiz Casanova identifica dos tipos de traductores: «[A]quellos que traducen según la exigencia editorial y del mercado literario y aquellos otros que vierten, en esencia, la obra de los autores que desean ver incorporados a la lengua española».(18)

Más allá de la simpatía política del presidente Lázaro Cárdenas por la causa republicana, para México la llegada de los profesionales exiliados significó un impulso cardinal en su producción de los libros. Es verdad que la producción propia se encontraba en pleno desarrollo; sin embargo, iba despacio y el número de colaboradores, entre ellos los traductores, era reducido, apenas un puñado. Dentro del grueso de los exiliados, llegaron intelectuales y diplomáticos con alto nivel académico y, en muchos casos, con sólida experiencia editorial. Muchos de los transterrados encontraron en la traducción y el mundo del libro sustento económico. A estos traductores Ruiz Casanova los llamó con humor «mercenarios».

A pesar de que su nivel de profesionalización era bastante superior que el promedio en México, no faltaron las críticas a la práctica de la traducción. En 1946, el también exiliado pero en Argentina Francisco Ayala publicó en México el ensayo «Breve teoría de la traducción».(19) Además de explorar la traducción como proceso, se trata de una crítica a la mala práctica que se llevó a cabo en esos momentos en Hispanoamérica. Ayala reconoció el auge de la traducción, pero, asimismo, la poca profesionalización de los traductores y este es el punto de partida hacia la teoría. Esa crítica desafortunadamente y pese a los esfuerzos, por lo menos en México continúa vigente: las licenciaturas y los estudios de formación en traducción están poco a poco emergiendo; en gran parte continúa siendo una disciplina autoaprendida y aún en camino de profesionalización.

Por falta de documentación, no es posible aventurar un juicio sobre la calidad de las traducciones. Existe alguna opinión como las de Ayala y testimonios de viva voz de los propios traductores. Pero, en general, el panorama de la traducción en el exilio debe juzgarse a través del Boletín Bibliográfico. Cabe mencionar que, aunque esta publicación estaba editada profesionalmente, no contiene todas las referencias bibliográficas. También existen otras circunstancias referidas al crédito de los traductores, es decir, un nombre desconocido y difícil de explorar, o bien, algún pseudónimo no revelado.

La traducción literaria en la mayoría de los casos estuvo dirigida justamente por escritores. Para Ayala en su «Breve teoría» un traductor debía ser un escritor. Pues bien, los traductores mejor conocidos del exilio, la mayoría de hecho, justo son los escritores, de quienes se reconocen estas versiones como parte de su obra literaria. Estas afinidades estéticas en algunos casos se verán reflejadas incluso en los géneros. En otros casos, las afinidades no fueron de los traductores, sino de los editores, por lo cual la labor de traducción se convirtió meramente en un trabajo remunerado. Asimismo, es importante mencionar que en el Boletín Bibliográfico en muchos casos se anotaron traductores de los que fue imposible saber más que su nombre y en muchas otras traducciones ni siquiera se les nombró. Esta situación podría llevar a otras reflexiones de las que no se ahondará en estas líneas, pero que sí tienen una pertinencia en otros estudios de traducción: ¿por qué dejar en el anonimato a quien no fue escritor?


Traductores y diplomáticos

A continuación, se ofrece una lista de traductores exiliados acompañada de una semblanza brevísima y de los trabajos que publicaron entre los años 1939-1945. Todas las figuras que en las siguientes líneas aparecen son sumamente interesantes, pues, además de su muy buena formación, fueron participantes activos en las publicaciones más importantes de sus regiones; aunque en muchos casos no tenían experiencia en la traducción literaria, eran escritores o críticos, a la par que combinaban actividades políticas y diplomáticas.

Las labores internacionales y diplomáticas de algunos de estos intelectuales les permitieron un contacto directo con las lenguas extranjeras, lo cual los ayudó después en el ejercicio de la traducción en el exilio. Es el caso de Felipe García Ascot (1927-1986), diplomático en Portugal y refugiado en México en 1939. Fue traductor del francés para la editorial Quetzal, iniciada por Ramón J. Sender y posteriormente dirigida por Bartomeu Costa-Amic y Julián Gorkin. Ésta fue una de las editoriales más entrañables del exilio. Su catálogo estaba conformado por ediciones bilingües que serían exportadas a Canadá y también por traducciones de los clásicos de la literatura francesa y que fueron comercializadas en México.(20) García Ascot tradujo Cándido de Voltaire, Los caprichos de Mariana de Alfred de Musset y el Rubayat de Omar Jayyam.

Domingo Rex Muñoz (1900-?) también fue diplomático. Ejerció funciones tanto en la España republicana como en la del exilio. En México, emprendió una labor importante en el sector de la radiodifusión. También fue editor, fundó Ediciones Rex, especializada en biografías de personajes españoles y latinoamericanos (DB, t. IV, pp. 178-179). Asimismo, editó Retablo Hispánico bajo el fugaz sello de ediciones Clavileño, editorial, también de su creación, importante porque reunió escritos en pro de la pervivencia de la cultura española en el exilio.(21) Como traductor publicó La guerra de las moscas. Novela de aventuras extraordinarias de Jacques Spitz con el sello de la así editorial del exilio Cima (1939).

Otro diplomático e intelectual fue Rafael Sánchez de Ocaña. Becado por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas en universidades de Francia y Alemania ejerció después como traductor tanto en España como en México. Sánchez de Ocaña visitó México antes del exilio dentro de sus labores diplomáticas, colaboró en el diario El Nacional y ocupó la cátedra de Historia de España en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Posteriormente se integró a la Casa de España en México, ahora Colegio de México, y participó en algunas organizaciones del exilio, como fue la Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles (JARE) (DB, t. 4, pp. 322-323). En España había publicado algunas traducciones (J. Barbey D’Aurevilly, La hechizada, Calpe, 1920). En México fue el traductor de Le neveu de Rameau. El sobrino de Rameau de Denis Diderot (Quetzal, 1942) y fue el revisor de la traducción que Ruth Kahn Bing realizó de Alrededor del amor: correspondencia íntima de J. W. Goethe (Leyenda, 1945).


Traductores y escritores

Otros dos traductores del exilio, y que también tuvieran labores diplomáticas en la España republicana, fueron Luis Cernuda (1902-1963) y Joaquín Díez Canedo. Del primero se ha escrito sobre su trabajo de traducción, sobre todo de las obras inglesas. No obstante, la que se publicó en el exilio fue Poemas de Friedrich Hölderlin, versión que realizara en conjunto con el poeta alemán Hans Gebser (editorial Séneca, 1942) y la cual hasta la fecha cuenta con una edición vigente (Visor). Cernuda, una figura relevante en la poesía española del siglo XX, «suplía sus escasos ingresos con traducciones hechas por encargo, conferencias y con esporádicas colaboraciones literarias» (DB, t. 2, pp. 54-60). Sin duda, también realizó traducciones por afinidad estética. Jenaro Talens identifica estos Poemas como una de ellas. (22) ¿Qué tanto cabría anotar justo esta edición publicada por Séneca como una traducción del exilio siendo que su publicación no fue autorizada por Luis Cernuda? (DB, t. 2, p. 57). Y además, a este cuestionamiento hay que agregar que el poeta se estableció en México hasta 1952. La edición de Séneca fue una reedición de la aparecida en Cruz y raya en 1935.

Enrique Díez-Canedo (1879-1944) fue uno de los invitados en 1938 a la Casa de España en México, y formó parte del primer grupo de intelectuales en partir al exilio y el más selecto. Además de fungir como catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), también colaboró en varias e importantes publicaciones periódicas. A pesar de que murió pocos años después de comenzado su exilio, en México publicó Carmen; Mateo Falcone; Las almas del purgatorio de Prosper Mérimée (Atlántida, 1943), La dama de las Camelias de Alexandre Dumas (Leyenda, 1942) y El sentido de la muerte de Paul Bourget (Centauro). Las tres casas que albergaron sus traducciones fueron fundadas por José Bolea.

Entre otros escritores traductores, se encuentra Antonio Sánchez Barbudo (1910-1995). Llegó a México en 1939. Aquí publicó varias traducciones en colaboración con su esposa Angela Selke, de origen germano nacida en Rusia y corresponsal durante la guerra civil. Además de haber vertido juntos Visado de tránsito de Anna Seghers (Nuevo Mundo, 1944), también refugiada política en México (del nazismo alemán), tradujeron en colaboración Las diabólicas de Jules Barbey D’Aurevilly (1945), La casa de la cortesana y otras narraciones de Oscar Wilde (Tollocan, 1944), El rabino de Bacharach de Heinrich Heine (Compañía General Editora, 1940) y Fragmentos de Novalis (Nueva Cultura, 1942). Otras colaboraciones de Sánchez Barbudo fueron Los siete ahorcados de Leónidas Andreiev (Biblioteca Sol, 1944), realizada junto con León Krasnov, y La bestia humana de Émile Zola (1945), junto con Rodolfo Selke. La única traducción que en este periodo Sánchez Barbudo publicó como traductor único fue Adolfo de Benjamín Constant, en una cuidada edición de la colección Obras maestras de la literatura amorosa de Leyenda (1944).

Una pareja de escritores que también exploraron el campo de la traducción y que asimismo vinieron invitados a la Casa de España en México fueron los poetas Ernestina de Champourcín (1905-1999) y Juan José Domenchina (1898-1959). Ella, además de una poeta consolidada y con una formación escolar en lenguas extranjeras muy rigurosa (DB, t. 2, pp. 73-76) fue, en el exilio, la traductora más prolífica. La mayoría de sus traducciones no literarias fueron publicadas en el Fondo de Cultura Económica y suman alrededor de cincuenta. Trabajó textos en inglés, francés y portugués. (23) Con respecto a sus traducciones literarias, básicamente todas fueron publicadas en la editorial Centauro de José Bolea: La guirnalda de Afrodita (s/f), Las gacelas de Hafiz (1944), El destierro de Rama de Valmiki (1944), Cantos de los oasis del hogar (1944), La flauta de jade. Poemas chinos de Shang-ling Ts’ao/Franz Toussaint (1944), Obra escogida de Emily Dickinson (1945 o 1946), ésta en colaboración con su esposo Juan José Domenchina. La única obra literaria que, por lo menos en este periodo, no publicó en Centauro fue Nube de testigos de Dorothy Sayers (Nuevo Mundo, 1942).

Juan José Domenchina fue asimismo un reconocido aunque un poco repudiado poeta. En el exilio colaboró con su esposa traduciendo para el FCE y otras editoriales. Sus actividades profesionales fueron paralelas y bastante colaborativas. Si no traducían en conjunto, él escribía los prólogos. Como traductor independiente, también trabajó para la editorial Centauro en los mismos años que lo hizo Champourcín y, muy probablemente, en los muy pocos años que tuvo de vida de la editorial. Además de haber traducido a Emily Dickinson, publicó una versión de Ritusamhara. La ronda de las estaciones de Kalidasa (1944), El diván de Abz-ul-Agrib (1945), así como Las elegías de Duino (1945) de Rainer Maria Rilke. La única traducción que no publicó en Centauro, en este periodo, fueron Las canciones de Bilitis de Pierre Loÿs, que apareció en la editorial Leyenda (1944), que, como ya se ha mencionado, pertenecía al mismo dueño de Centauro, el valenciano José Bolea.

José Bolea (1903-1987) también fue escritor y periodista, aunque en México su labor más importante fue como editor. Fue el fundador de las casas Leyenda, Atlántida y Centauro, además de haber establecido imprentas. También fue traductor. En el Boletín se encuentra una colaboración con Carmen Gallardo de Mesa de la novela de Josep Conrad El solitario de Sambután (Lemuria, 1941).

La mayoría de los intelectuales transterrados combinaban la labor de traducción con cursos universitarios u otras tareas editoriales como corrección de pruebas, impresión, edición, etcétera., y sobra decir que además la mayoría de ellos nunca dejó de lado el periodismo, la creación y la crítica literarias, así como la actividad política.

La figura literaria de Manuel Altolaguirre (1905-1959) nunca se aparta de su labor como impresor y editor. Suele citarse su imprenta La Verónica en su primer destino de exilio, La Habana, y también se habla de sus colaboraciones en los diarios mexicanos, así como sus proyectos de edición (Isla) y de cine (Producciones Isla). Durante este primer periodo, apareció una edición de Adonais de Percy B. Shelley en la editorial mexicana Polis en 1939 y con la colaboración estrecha de Antonio Castro Leal. Altolaguirre aún no estaba exiliado en México en el momento de esa publicación. Esta publicación fue una reedición de la versión que el malagueño publicó antes del estallido de la guerra civil española y que Castro Leal retomó posteriormente. Ya en La Habana, en 1941, Altolaguirre volvió a publicarla (DB, t. 1, pp. 98-104). La reedición de traducciones fue una práctica habitual; anteriormente se revisó el caso de Poemas de Hölderlin con traducción de Cernuda y Gebser.

Antonio Suárez Guillén (1895-1964), como Altolaguirre, colaboró en el exilio como publicista en Panamerican Films y Ultramar Films, así como también participó en varias revistas. Como traductor publicó de León Daudet La trágica existencia de Víctor Hugo (Proa, 1942), así como de Paul Reboux su Colin o las voluptuosidades tropicales: Santo Domingo, 1767 (Costa-Amic, 1943).

Uno de los escritores cuyo trabajo de traducción ha sido bien comentado es León Felipe (1884-1968). Publicó varias traducciones en el exilio y éstas aparecieron tanto en México como en Buenos Aires. Todas ellas, con excepción de un par —una de ellas, la más polémica—, fueron obras en prosa o de no ficción. Este dato es importante porque se ha considerado que León Felipe sólo publicó las traducciones de poesía por afinidad estética. Es decir que el resto de traducciones aparecidas en México las hizo por encargo. La obra poética publicada en México fue su versión de «Los hombres huecos». Poemas de T. S. Elliot (Taller, 1940). La segunda traducción fue publicada en Argentina y se trató de Canto a mí mismo de Walt Whitman (Losada, 1941). Esta versión fue muy criticada por alejarse sustancialmente del original. Aquí es pertinente citar el pensamiento al respecto del propio León Felipe:

Lo que hago con el libro de Jonás y con el libro de Job lo hago también con el de Whitman si se le antoja al Viento. Cambio los versículos y los hago míos porque estoy en un terreno mostrenco, en un prado comunal, sobre la verde yerba del mundo, upon leaves of grass. [...] Estoy en mi casa. Y yo, que no me atrevería nunca a cambiar las frases de una gacetilla o los signos de una crónica temporal, no tengo empacho aquí, ahora, en cambiar a mi manera las palabras de Whitman y las palabras de Jehová.(24)

De narrativa publicó en México Una dama perdida en la tormenta de Willa Sibert Cather (Nuevo Mundo, 1942).

El escritor Benjamín Jarnés (1888-1949) ya había publicado traducciones desde antes de tomar la decisión del exilio (E. M. Remarque, Sin novedad en el frente, 1929; Ch. L. Philippe, Bubú de Montparnasse). Fue un escritor bastante activo que exploró varios géneros de la literatura y colaboró constantemente con revistas. Emprendió el exilio en 1939 y en México realizó colaboraciones en la prensa y numerosos trabajos por encargo incluyendo las traducciones (DB, t. 3, pp. 87-91). Se tiene registro de Historias mágicas de Rémy de Gourmont (Leyenda, 1944), El millón de Marco Polo (Galatea, s/f), Leyendas polacas de Susana Strowska (s. p. i.) e Historia de Manon Lescaut y del caballero del Grieux de L’Abbé Prévost.

El escritor y artista José Moreno Villa (1887-1955) llegó a México en 1939 tras una estancia en los EE. UU. En la España anterior a la guerra sería un escritor bastante productivo. En México colaboró con las publicaciones periódicas más importantes del momento. Que se conozca sólo publicó una traducción. Se trata de un escritor que actualmente las editoriales recuperan: Arthur Schinzler y su Señorita Elisa en la colección Obras maestras de la literatura amorosa de Leyenda (1945).

Adolfo Sánchez Vázquez (al que se mencionaba más abajo vinculado a la literatura infantil) llegó a México en el Sinaia en junio de 1939 con apenas 24 años. Fue un militante más que activo del Partido Comunista Español y en México continuó por muchos años con la correspondiente actividad política a la vez que trató durante un largo tiempo de finalizar en la Facultad de Filosofía y Letras sus interrumpidos estudios universitarios. En esta primera larga etapa del exilio, que para él fue permanente, el marxista Sánchez Vázquez colaboró en numerosas publicaciones periódicas, impartió cursos de filosofía y, entre alguna otra actividad, fue traductor. Cuenta con una extensa bibliografía de traducciones filosóficas del ruso al español, que más bien habría de publicar después de los años cincuenta. Sin embargo, en aquella primera etapa de su refugio, la etapa de adaptación y de formación académica, publicó algunas traducciones para las editoriales de José Bolea (Washington Irving, Vida de Mahoma, Centauro, 1942; Honoré Mirabeau, Cartas de amor, Centauro 1944; Eugene Violette-Le-Duc, Historia de la vivienda humana, Centauro, 1945; Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, Leyenda, 1946) y también algunas lecturas para la Biblioteca Infantil Cervantes (Hans Christian Andersen, El patito feo, La sirena, 1944, y El valiente soldadito de plomo, Cinco chícharos, El escarabajo y La sopa del asador, 1944; Oscar Wilde, El príncipe feliz, El gigante egoísta y El amigo Fiel, 1944). La traducción literaria coincide con los intereses tempranos de Sánchez Vázquez, ya que después él se centraría en los estudios filosóficos y también publicaría bastantes traducciones de esta rama de las humanidades. Suyo hay testimonio –casi– de viva voz de la práctica de la traducción. Él dejó por sentado que la traducción era un trabajo para poder subsistir económicamente pero que, no obstante, ésta no era muy bien redituada: «Tenía que traducir día y noche y las condiciones de supervivencia eran muy difíciles […]. Traducía, sobre todo, del ruso, que se pagaba un poco mejor, pues para las traducciones del francés y del inglés, sobraban los traductores —sobre todo los malos— y, claro, se pagaban mal».(25)

La publicación en español de los Poemas sagrados y profanos de Yehudá Haleví trae a colación un aspecto diferente al observado en el resto de traducciones literarias. Hasta el momento se ha observado que la mayoría de obras corresponden a la literatura europea clásica y también a la literatura europea contemporánea a los transterrados, así como obras de carácter narrativo y en poquísimas ocasiones otros géneros, como poesía o ensayo. Los Poemas de Yehudá Haleví destacan por ser la traducción de una obra del pasado de la España misma, de su pasado sefardí y una de las pocas obras poéticas que se tradujeron. La versión corrió a cargo de dos intelectuales españoles también destacados y dos entrañables amigos. Se trata de los escritores Juan Gil-Albert (1904-1994) y Máximo José Kahn (1897-1953), de origen alemán pero nacionalizado español. Ambos colaboraron en varias ocasiones durante el exilio, así como emprendieron un viaje por toda América. Años después del exilio mexicano y de su viaje, Gil-Albert regresó a España (DB, t. 2, pp. 467-471) y Khan se quedó en Buenos Aires. Máximo José Kahn emigró a España en los años veinte (DB, t. 3, pp. 121-122) y fue ahí para conocer más acerca de su origen sefardí, y es en esa curiosidad que se explica la traducción de los Poemas de Yehudá Haleví.


Traductores de Cataluña

Josep Carner (1884-1970) también vivió esas circunstancias. Fue un reconocido poeta, periodista y diplomático catalán. Llegó a México en 1938 y partió hacia Bélgica en 1945, no sin regresar en varias ocasiones. En México participó en revistas y también en la Casa de España. Fue traductor de clásicos universales al catalán (Shakespeare, Molière, Dickens, Carroll, Twain, Defoe, Musset, entre otros), pero también al español. Sus versiones fueron publicadas principalmente en el FCE y en la Compañía General Editora, que dirigía su colega Miquel Ferrer. Las obras de pensamiento fueron publicadas en la primera y las obras literarias en la segunda, casa donde también dirigió las colecciones en que éstas aparecieron: Colección Mirasol (La celebrada rana saltarina y otros cuentos de Mark Twain [1940] y Conde Gaspar Ruiz. Un anarquista de Joseph Conrad [1941]) y la Pequeña Colección Mirasol (La paternidad inquieta de Jean Schlumberger [1940]). Con respecto a la labor de dichas colecciones, en el primer volumen de 1940 del Boletín se dedicaron las siguientes palabras, firmadas por «los editores», a lo cual se debe entender a Ferrer y Carner: «Obedecen estas colecciones a una doble necesidad de los tiempos: la de breves lecturas de suma y variadísima calidad, hechas para los muy recortados sosiegos de la vida presente, y de la de literatura de fácil adquisición, acercada a la ingente masa de los menos provistos, que tienen derecho a reivindicar el conocimiento de lo más escogido para elevación de nivel de la unidad humana». Entre otras obras, también vertió al español el Paul Valéry de su esposa Émilie Noulet.

Otro caso similar podría ser el de Lluís Ferrán de Pol (1911-1995) y su traducción de La olla de oro (Compañía General Editoria, 1940, colección Mirasol). El escritor había publicado la versión catalana un año antes de haber emprendido el exilio a México. La versión en español la realizó en colaboración de María Teresa Pujol. El DB registra que Lluís Ferran de Pol hacía la labor de traducción como sustento económico a la par de numerosas actividades relacionadas con las publicaciones de libros y revistas.

Vicenç Riera Llorca llegó a México en 1942 después de varios años de exilio en República Dominicana. Aquí se integró a una imprenta fundada por Avel·lí Artís i Balaguer y fue ahí que comenzó a laborar también como traductor del inglés y del francés para trabajos que editorial Minerva realizaba para el Comité de Propaganda Interaliado. Posteriormente el impresor invitó a Riera Llorca a fundar una editorial de temas de guerra, y fue así que se creó Fronda (DB, t. 4, 191-196). En el periodo estudiado, se publicó ―por lo menos— una traducción de Riera Llorca en Fronda; se trata de Una francesa en la tormenta de Madeleine Gex le Verrier (1943).

Los transterrados también se ocuparon de la literatura infantil; habría que revisar caso por caso si la decisión de publicar obras para niños residía en la afinidad estética o simplemente en el comercio. Dos traductores que trabajaron la literatura infantil fueron Josep Roure Torrent (1902-19565) y también Adolfo Sánchez Vázquez (1915-2011), de cuya biografía se habla arriba. Roure fue un abogado y escritor catalán que ya desde antes del exilio había publicado algunas traducciones. Primero se exilió en Francia y llegó a México en 1942. Aquí también fue trabajador editorial. Fue traductor de cuentos de Charles Perrault para la Biblioteca Infantil de editorial Cervantes (La bella durmiente del bosque. Graciosa y su paje. Las hadas, 1944; El pájaro azul, 1944), así como de una versión de Las mil y una noche (Cervantes, 1944).

Agustí Bartra (1908-1982) también fue uno de los escritores exiliados más afianzados. Su exilio-travesía pasó por Francia, República Dominicana, Cuba, México y EE. UU. A México llegó en 1941 y, según se ha comentado (DB, t. 1, pp. 298-304), para sustentarse económicamente hubo de ejercer empleos que nada tuvieron que ver con su formación, como el oficio de carpintero, hasta que comenzó a traducir textos del inglés y del francés. Algunas de sus traducciones fueron publicadas en la editorial del catalán Costa-Amic. Éstas fueron El hombre de púrpura de Pierre Louÿs (1944) y Tres poetas iluminados: Baudelaire, Verlaine, Rimbaud (1945), entre muchas otras que publicaría de la siguiente década en adelante.

Bartomeu Costa-Amic fue sido el editor más productivo de la época. Durante su ejercicio, acogió a un sinnúmero de colaboradores transterrados. Otro de ellos fue Ángel Samblancat (1885-1963), una figura política bastante activa hasta que tuvo que salir en el exilio, primero en Francia y posteriormente en México en 1942. Aquí abandonó su actividad política y pasó dificultades económicas que lo llevaron a ejercer distintas tareas editoriales (con la editorial Orbe, cuyo despacho estaba en su misma casa), impartir clases de griego y de latín, así como realizar traducciones para algunas editoriales como Pax, Quetzal y Costa-Amic, quien, cabe mencionar, resaltaba el crédito del traductor en las ediciones (DB, t. 4, pp. 310-313). Para la editorial Ibero Americana tradujo Cuarto de hotel de Colette (1943), mientras que para la editorial del catalán Costa-Amic tradujo El diablo en el cuerpo de Raymond Radiguet, El verano en bayas de Hughes Rebell y Sakuntala de Vyasa, todas publicadas en 1944. Se ha señalado que Samblancat fue un traductor bastante productivo: «[D]e la copiosa nómina —todo en Samblancat es plural— destacan obras de Heine, Gide, Radiguet, Maupassant, Stendhal, Nicolau D’Olwer, Prat de la Riba, que se suman a no pocas obras clásicas de Marcial, Juvenal y Luciano».(26)

Julián Gorkin, el pseudónimo que Julián Gómez García Ribera (1901-1987) adoptó en honor a Máximo Gorki, también cultivó el teatro, específicamente el teatro social, a partir de su primer exilio. Este proceso lo vivió en París durante los años veinte y, para solventar su economía a finales de la década, ejerció la traducción, así como otras labores editoriales y de creación literaria. Julián Gorkin también fue traductor para la emblemática editorial Cenit, uno de los proyectos editoriales más interesantes en lengua española. Gorkin mantuvo un intenso compromiso político de temprana ideología socialista y posteriormente comunista. Su actividad política lo llevó varias veces al exilio: la tercera vez partió hacia Francia después de haber huido de Cataluña, donde estaba preso, y posteriormente, en 1940, vino a México, tras una breve estancia en Nueva York. En México se reunió con su camarada Costa-Amic, quien, como él, fue miembro del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Paralelo a su trabajo como escritor-analista político, junto con Costa-Amic emprendió tres proyectos editoriales: la fundación de Ediciones Libres (1940), la fundación de Publicaciones Panamericanas (1941) y fungió como director de Ediciones Quetzal (DB, t.2, pp. 501-504). Como traductor publicó la novela Retoño de Jean Giono para Publicaciones Panamericanas (1941), casa que fuera apoyada económicamente por un par de hermanos de origen polaco (27) y cuya línea editorial estaba enfocada en la política internacional del momento. A finales de los cuarenta, Julián Gorkin regresó a Francia con la esperanza de estar cerca de España cuando cayera Franco.


Traducciones y traductores emblemáticos

Como el grueso de los intelectuales que realizaron traducciones, Daniel Tapia Bolívar (1908-1985) fue escritor y periodista. Partió al exilio en Francia en 1939 con el presidente Manuel Azaña y posteriormente viajó a México. Aquí colaboró en revistas, comisiones e instituciones fundadas por exiliados españoles, como el Ateneo Español mismo. Muchos años antes de convertirse en el director de Alianza Editorial Mexicana, Tapia Bolívar publicó al menos dos traducciones literarias: El resucitado de D. H. Lawrence en la editorial Leyenda (1944) y La reina Margarita de A. Dumas (s/e, 1945) (DB, t. 4, pp. 445-446).

Florentino Martínez Torner (1896-1969) de formación maestro y posteriormente licenciado en Filosofía y Letras, comenzó a publicar traducciones desde mucho antes del estallido de la guerra civil española. Ya en el exilio, del cual hasta su muerte tuvo la esperanza de que terminara, dejó de un lado la actividad magisterial y también se integró a la vida periodística y, sobre todo, a la traducción.(28) Se ha señalado que Martínez Torner traducía del inglés, del francés y del italiano (DB, t. 3, pp. 267-268); sin embargo, sus traducciones más destacadas, dentro del periodo estudiado, fueron los seis volúmenes de La guerra y la paz de León Tolstói (1943), y Vida de Tioma Kartachev: la infancia de Tioma. Las colegialas. Los estudiantes. Los ingenieros de Nikolai Garin (1944), ambas aparecidas en la heredera de editorial Cenit, la Colección Málaga de Rafael Giménez Siles. Posteriormente, ya en los cincuenta, Martínez Torner colaboraría frecuentemente con el Fondo de Cultura Económica y en los sesenta con Siglo XXI y Joaquín Mortiz.

Varios de los escritores-traductores que hasta el momento se han revisado, exploraron diversos géneros a lo largo de su trayectoria. El teatro fue un género bastante recurrido. Sin embargo, esta frecuencia en la creación literaria no se reflejó bien a bien en la traducción. Por ejemplo, Paulino Masip (1899-1963), que también fuera narrador, fue uno de los escritores teatrales más afianzado en el exilio. En su juventud, muchos años antes del transtierro, tradujo novelas de Charles Nodlier. Se ha señalado que también fue un traductor prolífico (29) sobre todo para el FCE; no obstante, en el periodo estudiado sólo publicó la traducción de Salambó de Gustave Flaubert (Atlántida, 1943).

No así el caso de Álvaro Arauz (1911-1970), quien llegó muy joven a su exilio en México en 1942, después de haber permanecido en Francia, país en que trabajó como periodista y traductor. En México continuó con sus labores periodísticas pero también editó siete colecciones teatrales (Colección de Teatro Español, Colección de Teatro Mexicano, Colección Temas Teatrales, Colección Teatro de Bolsillo, Colección Teatro Contemporáneo, Colección Teatro Universal y Colección Teatro Mexicano en el Extranjero). Como traductor, en el periodo que a esta investigación concierne, publicó Juana de Arco en la hoguera. Oratorio dramático en once escenas de Paul Claudel (Tenochtitlán, 1945). No obstante, la siguiente década fue la más productiva de Arauz en el campo de las traducciones de literatura, ya que publicó traducciones de obras —muchas de ellas dramáticas— de autores como Jean Paul Sartre, Colette, André Gide, Simone de Beauvoir, Próspero Merimée y Moliére (DB, t. 1, pp. 185-187).

Este escrito finalizará con la semblanza de dos traductores emblemáticos del exilio. El primero de ellos, y a colación de Cenit, se trata de Wenceslao Roces (1897-1992), uno de los intelectuales más destacados del exilio español de 1939. Roces también recibió una beca de la Junta para la Ampliación de Estudios y tomó cursos en algunas ciudades alemanas. Emprendió el proyecto de Cenit junto con Rafael Giménez Siles. Fue el director de la Biblioteca Carlos Marx. Tras la derrota de la guerra salió al exilio por varias ciudades, hasta instalarse en México. En un primer momento, su labor principal fue como traductor para el FCE y posteriormente como académico. Fue un traductor crucial de obras sobre comunismo y socialismo, la lista es bastante larga. No obstante, como traductor literario figura un caso especial: La séptima cruz de la alemana Anna Seghers y publicada en editorial Nuevo Mundo (1943). ¿Por qué es especial este trabajo? Seghers también recibió asilo político en México, junto con otros intelectuales judíos o disidentes del nazismo. Nuevo Mundo fue una editorial de temas políticos y de actualidad y hasta el momento no ha podido dilucidarse si se trató de una editorial de exiliados españoles o de mexicanos.

Para cerrar este artículo, se hablará de Aurelio Garzón del Camino. Se trata de un traductor de quien sólo se puede saber algo a través de las anécdotas. Garzón del Camino fue un trabajador editorial silencioso y discreto. Fue el director de correctores de la Compañía General Editora y el traductor de La comedia humana de Balzac (Colección Málaga). Durante el periodo estudiado fueron publicados cuatro de los 16 tomos, 10 mil 650 páginas, según contabilizó Jorge Bustamante García,(30) también publicó la traducción de Historia triste de una mujer alegre de Neel Doff. Sergio Pitol en su discurso en la entrega del Premio Cervantes 2005 reconoció a Garzón del Camino como uno de sus tres maestros.(31) De Garzón del Camino se guarda un breve pero significativo testimonio acerca del traductor como lector:

Leí y estudié a Balzac. Sin embargo, le aseguro, sólo cuando lo traduje comprendí más o menos a fondo. Traducir es conocer de forma distinta y más profundamente a un autor. Las dificultades con las que uno tropieza son, a menudo, las dificultades con las que tropezó el propio autor. El traductor revive (goza y sufre) el proceso de la creación de una obra.(32)

La traducción de Garzón del Camino continúa vigente.

Este puñado de traductores que se han enlistado en las líneas anteriores apenas representa una parte de la gran labor que realizaron los exiliados españoles en el campo de la literatura traducida en México. Muchos de ellos no arribaron en 1939, unos cuantos llegaron un año antes, pero una buena parte llegó después. De hecho, el número de traducciones literarias comienza a crecer de manera más pronunciada a partir de 1944. Será pertinente estudiar el lustro siguiente para observar el fenómeno de la traducción una vez que los exiliados se han convencido de que la dictadura franquista no tendría un final cercano.

Las historias del exilio recuerdan otros nombres de traductores que aquí no se han tocado, y son José Gaos, Eugenio Ímaz o Juan David García Bacca. La razón de esta omisión reside en que ellos se ocuparon de textos de carácter filosófico, aunque bien es cierto que muchos de esos estudios estaban estrechamente vinculados con la literatura. No obstante, para delimitar el presente estudio, se decidió centrar el objetivo solamente en las obras literarias.

A lo largo de la presente enumeración de traductores y sus obras, aparecieron de manera recurrente varios aspectos en la práctica de la traducción, o bien, en el perfil de los traductores. En general se trata del alto o altísimo nivel académico de los intelectuales transterrados, al margen de su intensa actividad política y sus antecedentes intelectuales en España. El grueso de los traductores antes que nada fueron creadores literarios que exploraron múltiples géneros, así como ejercieron la crítica literaria y el periodismo político. Varios de ellos recibieron las becas de la Junta para la Ampliación de Estudios y/o desempeñaron labores diplomáticas que les permitieron buenos conocimientos de las lenguas de salida.

Es también interesante observar que por cada traductor se ocupó de una, dos o tres obras traducidas. De ninguna manera las anteriores líneas han pretendido ser exhaustivas, simplemente porque es imposible realizar un catálogo completo. Uno de los principales problemas de la historia del libro del exilio es la pérdida de testimonios. Muchas de las editoriales que los transterrados fundaron cerraron al poco tiempo de haber abierto, y apenas dejarían alguna huella. A pesar de que la labor del Boletín es heroica, el testimonio aún se queda incompleto. Asimismo se observó que la traducción en muchos de los casos fue un medio de sustento económico, pero, como en general, iba acompañada de un mal pago, los traductores también fueron colaboradores editoriales de otras áreas, por supuesto, sin dejar de lado su actividad política en el exilio, así como la creación literaria o el periodismo.

Las presentes líneas son apenas un pretexto para un sinfín de estudios sobre las historias de la traducción y del libro en España y en México.


NOTAS

(1) Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas, Facultad de Estudios Superiores Acatlán, Universidad Nacional Autónoma de México. Coordinadora editorial de Editorial Herder México.

(2) Cfr. Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García (eds.), Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, t. 2: Casanovas-Guerra, Sevilla, Renacimiento, 2016 (col. Biblioteca del exilio, Anejos, 30), s. v. «Ferrer i Sanchís, Miquel (1899-1990)». Para referencias subsecuentes a este diccionario se abreviará como DB, seguido del tomo y las páginas correspondientes.

(3) Según puede constatarse en la presentación aparecida en «Informaciones», en Boletín Bibliográfico Mexicano, Instituto Panamericano de Bibliografía y Documentación, Librería de Porrúa Hnos. y Cía., 30 de abril de 1941, núm. 16, año II.

(4) Ibid. Cursivas de la autora.

(5) Teresa Férriz Roure, La edición catalana en México, México, El Colegio de Jalisco, 1998.

(6) Cfr. Mauricio Fresco, La emigración republicana española. Una victoria de México, México, Editores Asociados, 1950, vid. «Frutos de la emigración».

(7) Ibidem.

(8) Este artículo está basado en la tesis de licenciatura: Lizbeth Zavala Mongragón, El transtierro de un oficio: las traducciones literarias del exilio español en México (1939-1945), Tesis de licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas, Dr. Rubén Darío Medina (dir.), Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Estudios Superiores Acatlán, 2017.

(9) J. M. González de Mendoza, «Agustín Loera y Chávez», en VV. AA. Cvltvra: 50 años de vida. Los cuadernos literarios, la imprenta, la empresa editorial (1916-1966), México, Cvltvra, s/a, pp. 23-28.

(10) Vid. Antonio Castro Leal, «Cuadernos literarios de ‘Cultura’. Novedad y difusión. Interés universal y nacionalismo», en Ibid., pp. 67-71.

(11) Cf. Claude Fell, José Vasconcelos: los años del águila (1920-1925): Educación, cultura e iberoamericanismo en el México postrevolucionario, México, Instituto de Investigaciones Históricas (UNAM), 1989 (Serie Historia Moderna y Contemporánea, 21), pp. 479-511.

(12) Javier Garciadiego, El Fondo, la Casa y la introducción del pensamiento moderno en México, México, Fondo de Cultura Económica, 2016 (col. Libros sobre Libros), p. 18.

(13) Cf. Fernando Larraz, Una historia trasatlántica del libro. Relaciones editoriales entre España y América Latina (1936-1950), Gijón, Trea, 2010, p. 20.

(14) Ibid., p. 29.

(15) Cf. Javier Garciadiego, op. cit., pp. 14 ss.

(16) José Francisco Ruiz Casanova, Aproximación a una historia de la traducción en España, Madrid, Cátedra, 2000, pp. 464 ss.

(17) Gonzalo Santoja, La república de los libros. El nuevo libro popular de la II República, Barcelona, Anthropos, 1989.

(18) Vid. José Francisco Ruiz Casanova, op. cit., p. 455.

(19) Francisco Ayala, «Breve teoría de la traducción», en El escritor en la sociedad de masas y Breve teoría de la traducción, México, Obregón, 1956 (col. Obregón de ensayos).

(20) Cf. Teresa Férriz Roure, op. cit., p. 42.

(21) Cf. James Valender, «Retablo Hispánico: notas sobre una miscelánea del exilio español (1946)», en Manuel Aznar Soler (ed.), Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento, 2006, pp. 855-861.

(22) Jenaro Talens, «Prólogo», en Friedrich Hölderin, Poemas, tr. y pról. Luis Cernuda, Madrid, Visor, 1985.

(23) Vid. Julio Santoyo, «El otro quehacer (olvidado): Ernestina Michels de Champourcín, traductora», en Sancho el Sabio, vol. 30, 2009, pp. 255-264. Disponible en http://dialnet.unirioja.es/servlet/fichero_articulo?codigo=3037393. [Consultado: 1 septiembre 2017.]

(24) Esta cita, así como todos los datos del pasaje, los he tomado de Juan Frau, «Una traducción polémica: León Felipe ante la obra de Whitman y Shakespeare», Hermēneus. Revista de traducción e interpretación, 4 (2002), 2. Disponible en http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=290504. [Consultado: 1 septiembre 2017.]

(25) Vid. Entrevista a Adolfo Sánchez Vázquez por Teresa Rodríguez de Lecea, CSI, Instituto de Filosofía, Madrid. Disponible en http://webs.ucm.es/info/eurotheo/filosofia/a_sanchezvazquez/trdlecea.htm. [Consultado: 1 septiembre 2017.]

(26) Vid. Neus Samblancat Miranda, Ideario y ficción en la obra novelística de Ángel Samblancat, vol. I, Tesis doctoral dirigida por los Drs. Sergio Beser Orti y Francisco Bonamusa Gaspa, Universidad Autónoma de Barcelona, 1990, p. 56.

(27) Cfr. Florentino Martínez Torner, Dos estudios geográficos y etnográficos sobre Asturias, Quirós (Asturias), Museo Etnográfico de Quirós, 2005, pp. 9-15. Disponible en https://www.gijon.es/publicacions/show/4253-dos-estudios-geograficos-y-etnograficos-sobre-asturias. [Consultado: 1 septiembre 2017.]

(28) Cfr. Manuel de las Rivas, «Paulino Masip y la novela popular: Historias de amor», en María Teresa González de Garay y Juan aguilera Sastre (eds.), El exilio literario de 1939: actas del Congreso Internacional celebrado en la Universidad de La Rioja del 2 al 5 de noviembre de 1999, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2003. Disponible en http://www.cervantesvirtual.com/obra/el-exilio-literario-de-1939-actas-del-congreso-internacional-celebrado-en-la-universidad-de-la-rioja-del-2-al-5-de-noviembre-de-1999--0/. [Consultado: 1 septiembre 2017.]

(29) Un par de hermanos de apellido Kluger, según lo señala Teresa Férriz Roure, op. cit., p. 41.

(30) Cfr. Jorge Bustamante García, «La traducción: los quehaceres del amante», La jornada semanal, 722 (4 enero 2009). Versión electrónica disponible en http://www.jornada.unam.mx/2009/01/04/sem-jorge.html. [Consultado: 1 septiembre 2017.]

(31) Sus otros dos maestros fueron Manuel Martínez Pedroso y Alfonso Reyes. Cfr. Sergio Pitol, «Discurso de D. Sergio Pitol. Entrega del premio de literatura en lengua castellana "Miguel de Cervantes" 2005», 21 de abril de 2006. Disponible en http://www.uah.es/export/sites/uah/es/conoce-la-uah/la-universidad/.galleries/Premios-Cervantes/discurso_pitol.pdf. [Consultado: 1 septiembre 2017.]

(32) Jorge Bustamante García, op. cit., rescata este testimonio de una entrevista que Aurelio Garzón sostuvo con Emmanuel Carballo.




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