2008

una aventura en las montañas roCheuses
Edgar Allan Poe





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Se reproduce a continuación la versión del cuento «A Tale of the Ragged Mountains» aparecida en la publicación parisina El Correo de Ultramar, en su número del 3-9 de enero de 1853. Se trata de la primera traducción conocida de un texto de Poe al castellano, anterior en cuatro años a la identificada hasta ahora. La versión es anónima y, como consta explícitamente, se realizó a partir de la traducción de Baudelaire aparecida en la prensa francesa unas semanas antes. Para más información, véase el artículo «Sobre la primera traducción de Edgar Allan Poe al castellano» (1611, 3), donde el relato se presenta como apéndice. Esta edición digital reproduce las características ortográficas y tipográficas (salvo en la línea blanca de separación entre párrafos) del texto de El Correo de Ultramar. [Juan Gabriel López Guix]

 


Una aventura en las montañas Rocheuses

Hácia fines del año de 1827, cuando yo residia cerca de Charlottesville en Virginia, hice por casualidad el conocimiento del señor Augusto Bedloe, jóven caballero, notable bajo todos conceptos y que excitaba en mi curiosidad é interés, juzgando imposible darme razon de su estado fisico y moral. ¿ De dónde venia ? no lo supe jamás bien. Con respecto á su edad, si bien le he calificado de jóven, notaba en él algo que no podia explicarme, á pesar de que hablaba siempre como si lo fuera, mas habia momentos en que se le habria podido considerar anciano de un siglo. Pero sobre todo en su apariencia y físico ofrecia un aspecto completamente extraño : era alto en extremo, muy delgado y corvado : sus miembros de una longitud y extenuacion poco comunes ; su frente estrecha y de sien á sien, ancha ; su complexion sanguinea ; su boca grande y flexible, y su dentadura, aunque sana, era la mas irregular de cuantas he visto en boca de hombre ; pero no obstante su sonrisa no era desagradable, como se podia suponer de semejante conjunto, mas carecia de accidentes é inflexiones ; una profunda y monotona melancolía y una tristeza sin alteraciones ; sus ojos eran de una anchura extraordinaria y redondos como los del gato ; sus pupilas experimentaban una contraccion y dilatacion que alternaban en razon de que la luz aumentaba ó disminuia, exactamente corno sucede en algunas especies de animales : en los momentos que se exaltaba, las niñas adquirian un brillo inexplicable, y parecia que arrojaban rayos luminosos no reflejados é interiores como sucede con el sol ó una lámpara ; pero habitualmente eran vaporosas, veladas y adormecidas como si pertenecieran á un cuerpo muerto de muchos dias.

Estas particularidades personales parecian que le causaban algun fastidio, y lo daba á entender de continuo en un estilo medio explicativo ó justificativo, que me hizo una penosa impresion la primera vez que le ví ; pero me fuí poco á poco acostumbrando, y mi prevencion se disipó. Parecia querer dar á entender, ó mas bien persuadir, que no habia sido siempre como era entónces, y que una serie prolongada de nebralgia habian marchitado su hermosura, poco comun, y trasformádole como yo le veia. — Hacia varios años que le asistia un médico llamado Templeton, viejo de sesenta y mas años, que conoció en Saratoga, y de cuya experiencia sacó ó creyó sacar un buen beneficio. El resultado fué que Bedloe, que era rico, hizo un arreglo con el doctor Templeton, en virtud del cual este le asistiria exclusivamente por una suma anual.

El doctor Templeton habia viajado durante su juventud, y en Paris se hizo uno de los prosélitos de Mesmer ; asi es que todos los remedios que habia aplicado á su enfermo eran magnéticos, y como este experimentara alivio en sus dolores agudos, habia inspirado en él, hasta cierto punto, confianza en su sistema. Pero el doctor, como todos los entusiastas, se habia propuesto obstinadamente hacer de su pupilo un completo prosélito de su sistema, y lo consiguió tanto, que al fin le indujo á que se sometiese á una série de experiencias : reiteradas con frecuencia, produjeron un resultado que, por ser ahora muy comun, llama poco la atencion, mas que en el tiempo de que hablo era muy raro en América. El doctor y su enfermo habian establecido entre sí una relacion magnética muy marcada ; pero no es mi intencion dar á entender que esta pasase los límites de la potencia somnífera, mas sin embargo habia llegado á un grado de bastante intensidad. La primera prueba del discípulo de Mesmer para producir en el suyo el sueño magnético quedó sin resultado; á la quinta, á la sesta, esto fué muy incompleto; pero á la duodécima el triunfo fué completo, y despues la voluntad del paciente sucumbió completamente, en tales términos, que cuando yo hice su conocimiento, el sueño se realizaba casi instantáneamente por la simple voluntad del doctor, hasta cuando el enfermo ignoraba su presencia, ó que estuviese inmediato. Solo ahora, en el año de 1845, en que estos milagros se ven comprobados con miles de ejemplos, me atrevo á referir esta aparente imposibilidad como un problema completamente resuelto.

La complexion de Bedloe era en extremo nerviosa, excitable y entusiasta ; su imaginacion volcánica y fecunda, y sin duda adquiria mayor energía por el uso del opio que tomaba habitualmente en mucha cantidad, y sin el cual le hubiera sido imposible existir. Acostumbraba á tomar una fuerte dósis todas las mañanas encima del almuerzo, y mejor diré, despues de una taza de café muy fuerte, porque nada comia por la mañana, y enseguida se marchaba solo, acompañado de un perro, á dar un largo paseo en las montañas y lúgubres alturas que hay al oeste y sur de Charlotteville, llamadas aquí montañas Rocheuses.

Un dia sombrio, nebuloso y caliente de los últimos de noviembre, y durante el interregno de las estaciones que llamamos en América el verano indiano, salió Bedloe para la montaña, segun su costumbre, pero llegó la noche sin que pareciere.

Eran cerca de las ocho, y cuando inquietos por su ausencia nos disponiamos á ir á buscarle, entró repentinamente en casa, ni mejor ni peor de salud, pero mas animado que de costumbre : la narracion que nos hizo de su expedicion y de los incidentes que habian retardado su vuelta, fué de los mas singulares que se pueden oir, como se veré por lo que sigue:

Ustedes recordaran que cuando salí esta manana serian las nueve poco mas ó ménos: me dirigí enseguida hácia la montaña, y á eso de las diez entraba en un desfiladero enteramente nuevo para mí, cuyas sinuosidades continué con interés. El teatro que se ofrecia á mi vista por todos lados, si no merecia ser calificado como delicioso, tenia condiciones inexplicables de lúgubre desolacion, deliciosas para mí : aquella soledad parecia completamente vírgen, y me persuadia que los céspedes y los riscos que pisaba no habian sido pisados jamás por piés humanos : la entrada del barranco está tan oculta, y de hecho inaccesible, que de ningun modo era imposible que yo fuese el primer aventurero que transitaba por él y penetraba en aquellas soledades.

La niebla ó humo que caracteriza particularmente el verano indiano, que se extendia sobre los objetos, confundia las impresiones vagas que ellos producian en mí, y era tan densa aquella niebla poética, que me era imposible ver los que estaban á diez pasos de mí. El camino era sinuoso en extremo, y como el sol no se distinguia por ningun lado, perdi toda idea de la direccion en que marchaba ; no obstante el opio habia producido su efecto acostumbrado de rodear de un interés mágico todo lo que se ofrece ála vista.

En la ondulacion de una hoja, en el color de un tallo, en la forma de una flor, en el zumbido de las abejas, en el brillo de una gota de rocío, en el silvido del aire, en los olores vagos que venian del bosque, en todo se manifestaba un universo de inspiraciones, una série magnífica y sin fin de ideas desordenadas y usurpadas.

Absorto en estas ilusiones, caminé por varias horas; pero la niebla era tan densa, que me ví obligado á seguir mi camino á tientas, y en aquel instante se emparó de mí el desaliento, una duda, un temblor nervioso. Temia adelantarme, caer en alguna sima, y recordaba las historias singulares que se cuentan de esas montañas y de los hombres extraños y salvajes que habitan en sus cuevas : mil ideas inciertas se atropellaban para confundirme mas; pero cambiaron instantáneamente al oir, no léjos de mí, el redoble de un tambor.

Mi estupor fué extremo, porque un tambor en aquellas montañas era cosa extraordinaria, y no me hubiera sorprendido mas la trompeta del Arcángel; pero un nuevo motivo de zozobra é interés me causó una nueva admiracion. Oí acercarse un zumbido y un ruido como el que resulta del movimiento de un manojo de llaves grandes, y al instante un hombre bronceado, casi desnudo, pasó gritando por delante de mí, y tan cerca, que sentí en mi rostro el calor de su respiracion ; llevaba en una mano una especie de instrumento ó arma, compuesta de muchas argollas de hierro, y lo sacudia vigorosamente. No bien se habia ocultado en la niebla, que aparece en su persecucion una enorme fiera, anhelante, con la boca abierta y los ojos centelleantes ; no podia equivocarme con respecto á su especie : era una hiena.

La vista de este monstruo léjos de aumentar mi terror, me sirvió de alivio, porque en aquel momento estaba convencido de que soñaba, y me esforzaba y hacia todo cuanto hacer podia para despertarme y darme cuenta de mí mismo : marché adelante : me resfregué los ojos ; dí gritos fuertes ; me pellizqué en varias partes. En esto ví delante de mí un manantial, y me lavé en él las manos, la cabeza y la cara, y esto me pareció disipar las fantásticas ilusiones que me habian atormentado hasta entónces : al levantarme creí ser otro hombre, y continué con brio y satisfaccion mi camino desconocido.

A fuerza de tanto andar y cansado ya, no solo por el ejercicio, sino por la pesadez de la atmósfera, me senté al pié de un árbol, y ví un débil rayo de sol que dibujó en el suelo la sombra de las hojas del árbol. Consideré durante algunos minutos aquella sombra con admiracion ; su forma me llenó de estupor; levanté los ojos, y conocí que el árbol era una palmera.

Me levanté precipitadamente, y en un estado de agitacion imponderable, porque la idea de que soñaba no me bastaba. Ví y me persuadí que estaba en completa posesion de mis cinco sentidos, que ofrecian á mi alma un mundo entero de sensaciones nuevas y singulares. El calor se hizo intolerable, y un olor extraño impregnaba el ambiente. Un murmullo profundo y continuado que se transmitió como el que produce un rio caudaloso, llegó á herir mis oidos, mezclado con el afecto que resulta de una multitud de voces humanas.

Miéntras escuchaba con el asombro que es inútil describiros, una breve pero fuerte ráfaga de aire disipó, como por encanto, la niebla que cubria la tierra. Encontrábame al pié de una elevada montaña, y dominando una vastísima llanura, que atravesaba un majestuoso rio, á cuya orilla se veia una ciudad de aspecto oriental, semejante á las que nos describen los cuentos árabes, pero mas singular aun que las que en ellos se pintan. Desde el punto que yo ocupaba, muy elevado sobre el nivel del pueblo, podia ver todas sus vueltas y revueltas, y ángulos, como si estuviera dibujada : las calles eran infinitas y se cruzaban sin órden en todos sentidos, pareciendo mas bien prolongadas avenidas en las cuales los habitantes pululaban materialmente. Las casas eran extraordinariamente pintorescas, é inmensa la profusion de balcones, torres, capillas y pagodes caprichosamente calados. Abundaban los mercados, y en ellos los ricos géneros en cantidad inmensa ; sedas, muselinas, diamantes, joyas y cuchillería que deslumbraba. Al lado de estas cosas se veian banderas, banderolas, lanzas, mazas doradas y plateadas, palanquines y literas ocupadas por damas elegantes y con velos, elefantes riquísimamente enjaezados, tambores é ídolos de una escultura grotesca. En medio de tanta multitud y tanto clamoreo, el tropel de la confusion de un millon de hombres negros y amarillos, con turbante y togas, circulaba, cosa extraña, un número infinito de bueyes con cintillas benditas, al paso que vastas legiones de monos asquerosos y sagrados trepaban chillando por las cornisas de las mosqueas, ó se suspendian y pendolean en las torres y los pagodes. Conducian á los muelles muchas calles que hormigueaban de habitantes, y millares de escaleras conducian á los baños, miéntras el rio parecia comprimido por el crecido número de buques ricamente cargados que cubrian su seperficie en todas direcciones. Fuera de las murallas de la ciudad se descubrian numerosos grupos de palmeras, cocos y otros árboles de edad vetusta, aquí y allá un arrozal, la choza del labrador, una fuente, un templo retirado ó una moza solitaria con su cántaro, dirigiendo sus pasos hácia la orilla del espacioso rio.

Diréis sin duda que yo soñaba ; pero no, de ningun modo. Lo que yo veia, lo que oia, lo que experimentaba, lo que pensaba, nada tenia de la idionsicrasia inapreciable del sueño. Todo era consiguiente y lógico rigorosamente. Primeramente, dudando si estaba en realidad despierto, emprendí una série de experiencias que me convencieron que lo estaba positivamente. Cuando alguno sueña y en el sueño sospecha que sueña, esta no deja de confirmarse, y el dormiente se despierta casi inmediatamente. Por esto Novalis no se equivoca asegurando que nosotros estamos próximos á despertarnos cuando soñamos que soñamos. Si la vision hubiera tenido lugar como la describo, sin que hubiese sospechado que era un sueño, habria podido ser puramente un sueño ; pero sucediendo como lo digo y sospechado, y comprobada como lo fué, me veo forzado á clasificarla en el número de otros fenómenos.

— En eso no afirmaré que no tenga usted razon, dijo el doctor Templeton, y añadió : mas continuemos; usted se levantó y bajó á la ciudad.

— Me levanté, continuó Bedloe, mirando al doctor con aire de sorpresa : me levanté, como usted dice, y bajé á la ciudad, y en el camino me encontré en medio de una plebe inmensa que se agolpaba en cada encrucijada, encaminandose toda ella hácia el mismo punto, y manifestando en su actitud la mayor agitacion. Instantáneamente me sentí, ignoro por cual influencia, profundamente poseido de un interés en lo que iba á suceder. Creia que debia representar un papel importante, pero sin comprender con exactitud cuál. Experimentaba alguna vez una profunda animosidad contra la muchedumbre que me rodeaba. Me sustraje y prontamente, por un camino circular llegué al pueblo, y entré en él, en medio de un tumulto espantoso y del desórden mas violento. Un destacamento uniformado, la mitad á la indiana y los demas á la europea, mandados por un caballero inglés, sostenia un combate desigual co tra el populacho que llegaba en todas direcciones. Me reuní a esta débil fuerza, y apoderándome de la espada de un oficial muerto, la esgrimí con el furor nervioso de la desesperacion, pero no sé contra quién. Muy luego fuimos arrollados por la muchedumbre, y obligados á guarecernos en una especie de pabellon, en el que nos atrincheramos, evitando por el momento los ataques del enemigo. Subí á lo alto del pabellon, y por una tronera ví un inmenso gentío, en una exaltacion furiosa, sitiando y asaltando un magnífico palacio que dominaba el rio, y descolgarse por una de sus ventanas superiores un personaje de fisonomia mujeril, valido de una cuerda fgrmada de los turbantes de sus criados, y que se guarecia en un bote que le llevó a la orilla opuesta.

En aquel mismo momento un nuevo objeto invadió mi alma. Dirigí la palabra, veloz y acalorada, á mis compañeros, y habiendo conseguido que algunos entrasen en mi proyecto, hice una salida arriesgada y furiosa, y nos arrojamos con singular violencia sobre los que cercaban el pabellon, que huyeron; pero se rehicieron y pelearon con bravura, y se retiraron otra vez. Con el ardor del combate, y la persecucion, nos habiamos alejado del pabellon, y nos hallabamos sumamente comprometidos en la estrechura de calles en las cuales jamás habia penetrado un rayo de sol : el populacho nos cargaba impetuosamente, nos hostigaba con sus lanzas y nos acribillaba con sus flechas, por cierto muy notables y parecidas algo á las varas retorcidas de los malayos : su movimiento asemejaba al de una serpiente cuando anda ; eran largas y negras, y su punta estaba envenenada : una de las tantas que tiraban me dió en la sien derecha : dí paspiés, vacilé y caí : un mal instantáneo y terrible se apoderó de mí : mi agitacion fué extrema : me esforcé para respirar y morí.

— ¿Usted se obstina aun, dije á Bedloe sonriendo, en sostener que toda su aventura no es mas que una pesadilla... ó está usted resuelto á probar que está muerto?

Dicho esto me prometia alguna ocurrencia feliz de Bedloe, pero con gran sorpresa mia, se limitó la respuesta a dudar, temblar, cambiar de color y callar. Miré entónces á Templeton y le ví de pié sobre su silla, rechinando sus dientes y saliéndosele los ojos de sus órbitas.

— Continúe usted ; dijo al fin con voz ronca á Bedloe.

— Durante algunos minutos, prosiguió este, mi única sensacion, mi única impresion fué la de no existir y la conviccion de la muerte, y por fin me pareció que una conmocion instantánea como la chispa eléctrica embargaba mi alma, y á ella se siguió readquirir la elasticidad, y la luz que sentí sin verla. En un instante me pareció que me elevaba sobre la tierra, mas sin tener existencia corporal, visible, auditiva ni palpable. La multitud habia desaparecido ; el tumulto habia cesado : la ciudad estaba tranquila comparativamente : mas arriba de mí yacia mi cuerpo con la flecha en mi sien, y la cabeza estaba hinchada extraordinariamente y desfigurada: todas estas cosas las sentí, pero no las ví, y ninguna me interesó, mi mismo cuerpo me pareció un objeto que no tenia relacion alguna conmigo. Carecia de toda voluntad ; pero me parecia que me ponia en movimiento y que iba por el aire á salir de la ciudad por el mismo punto que habia entrado. Cuando llegué en la montaña al sitio del barranco en que habia encontrado la tierra, experimenté una conmocion parecida á la que produce una batería galvánica, y readquirí el conocimiento de la gravedad, de la voluntad y de la materia ; volvi a ser el mismo, completamente el mismo, y dirigí velozmente mis pasos hácia casa, sin que lo sucedido hubiera perdido en mí el carácter de la realidad ; y en este mismo momento no puedo reducir mi entendimiento á que considere todo esto ni un solo instante, como un puro sueño.

— No lo era en efecto, dijo Templeton con tono magistral ; pero seria dificil encontrar otra expresion que explicase mejor el caso. Supongamos que la mano del hombre moderno toca la linde que le separa de algunos prodigiosos descubrimientos físicos, y contentémonos de esta situacion; y por lo demás tengo algunas explicaciones que dar acerca de lo ocurrido. Hé aqui una pintura á la aguada, que hubiera enseñado á ustedes hace mucho tiempo, si un testimonio de horror no me lo hubiese impedido hasta ahora.

Miramos la pintura que nos enseñaba, y yo nada de extraordinario encontré en ella; pero en Bedloe produjo un efecto prodigioso, porque apénas la habia mirado que se conmovió en tales términos, que estuvo á punto de desmayarse. La pintura no era otra cosa sino un retrato de miniatura, admirablemente bien concluido, del mismo Bedloe, con su fisonomia completamento original, y por lo ménos tal me pareció cuando lo miré.

— Ven ustedes la fecha de esa pintura, dijo Templeton... ahí está... apénas se distingue... en esa esquina... 4780... En aquel año fué pintado este retrato. Es la fisonomía de un amigo difunto... un señor Oldeb, con quien tuve íntima amistad en Calcuta, durante el gobierno de Warren-Basting; entónces tenia yo veintidos años. Cuando ví á usted por primera vez en Saratoga, señor Bedloe, su maravillosa semejanza con este retrato me decidió á hacer su amistad y el arreglo que ha hecho de mí su compañero perpetuo. Además, para obrar así, me ví forzado, acaso principalmente, por la memoria amarga de mi difunto amigo, y bajo otro aspecto por una curiosidad penosa y no exenta de algun terror, con respecto á usted.

— En la narracion de la vision que se presentó á usted en la montaña, ha hecho usted la descripcion mas detallada de la ciudad de Benarès en la India : las reuniones, los combates, la matanza fueron los hechos principales de la insurreccion de Cheyte-Sing, que se apoderó de ella cuando Hasting corrió los mayores peligros para salvar su vida. El hombre que se descolgó por la cuerda hecha con los turbantes era el mismo Cheyte-Sing. El destacamento se componia de cipayos y de oficiales ingleses, á cuya cabeza iba Hasting y yo formaba parte de aquella tropa, é hice los mayores esfuerzos para impedir la imprudente y fatal salida de un oficial que murió en las calles de una flecha envenenada que disparó un bengali: este oficial era Oldeb, mi amigo mas querido. Ustedes verán en ese manuscrito ( enseñando un libro de memoria en el que habia algunas páginas que parecian recientemente escritas ) que al mismo tiempo que usted pensaba esas cosas en medio de la montaña, yo estaba ocupado en escribirlas aquí en este papel.

Una semana despues de esta conversacion apareció en un diario de Charlotteville el articulo siguiente :

« Nos hacemos un deber de anunciar el fallecimiento de M. Augusto Bedlo, un caballero inglés, cuyos modales y sus muchas virtudes habian hecho muy apreciable á los habitantes de Charlotteville.

» M. Bedloe padecia, de algunos años á esta parte, de una nebralgía que en varias ocasiones se presentaba bajo tristes condiciones, mas no debe considerarse sino como causa indirecta de su muerte. La inmediata fué de un carácter particular y especial. En una escursion que hizo hace algunos dias á las montañas Rocheuses contrajo un resfriado con calentura, á lo que se siguió una alteracion extraordinaria en el sistema sanguíneo, y para corregirla acudió el doctor Templeton á la sangría y a la aplicacion de sanguijuelas en las sienes, y el enfermo sucumbió en cortisimo tiempo. Se observó despues que en la vasija que contenia las sanguijuelas se habia introducido una de las vermiculares venenosas, que se encuentran algunas veces en los estanques. Este animalejo se fijó por sí mismo en una pequena vena de la sien derecha. Su mucha semejanza con la sanguijuela quirurgical, fué la razon porqué la equivocacion se conoció demasiado tarde.

» Obsérvese que la sanguijuela venenosa de Charlotteville puede distinguirse siempre de la quirurgical por su negregura, y particularmente por sus movimientos vermiculosos que se parecen mucho al culebreo de las serpientes. »

Hablaba yo con el editor del diario citado sobre este incidente sensible y me ocurrió preguntarle porqué al difunto se le habia dado el nombre de Bedlo. Presumo, añadí, que usted tiene alguna autoridad para publicarlo así : yo habia creido que el apellido debia escribirse con una e final.

—¿Autoridad? no, me respondió él. Es sencillamente un yerro de imprenta : el apellido es Bedlo con una e, y todo el mundo le conoce, y por mi parte jamás lo ví escrito de otro modo.

Así, pues, murmuré en mis adentros al volver la espalda, sucederia que una realidad seria mas extraña que una ficcion : — Porqué Bedlo sin e no quiere decir ni mas ni menos que Oldeb Invertido. — iY este hombre me dice que es una falta tipográfica!


Traduccion d'Edgard Poe, por CARLOS BAUDELAIRE.

 

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