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NOTA SOBRE EL TRADUCTOR
MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO (1856-1912) estudió en Barcelona y en Madrid donde, a los 21 años, llegó a ser catedrático. Fue miembro de la Real Academia Española (1881), la Real Academia de la Historia (1883), la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (1891) y la Academia de Bellas Artes (1901). Ocupó el cargo de director de la Biblioteca Nacional (desde 1898) y de la Academia de la Historia en 1911. En 1881 adhirió a la Unión Católica, partido de corte ultraconservador por el que fue elegido en 1884 diputado a Cortes por Mallorca. Ese año también fue nombrado Consejero de Instrucción Pública, cargo que mantuvo hasta 1891. Formó parte del Senado entre 1893 y 1910. De esta vida política, que él mismo describió como apática, quedan algunos documentos notables: el llamado «Brindis del Retiro», un discurso parlamentario de réplica al republicano Emilio Castelar. Como consejero educativo elaboró, en 1892, un dictamen sobre la enseñanza universitaria y, más tarde, en 1910, redactó una carta sobre las escuelas laicas; lógicamente, estaba en contra. En 1911, Marcelino Menéndez Pelayo hizo un diseño de sus obras completas que abarcaban entonces 19 tomos. Esa publicación debió esperar hasta 1940, cuando Adolfo Bonilla y San Martín inició la edición del Centro Superior de Investigaciones Científicas, cuyos 65 volúmenes, que terminaron de aparecer en 1974, contienen sus obras publicadas y numerosos inéditos. El extensísimo trabajo histórico y filológico de Menéndez Pelayo comenzó con la traducción. Siendo todavía un adolescente, empezó a anotar textos trasladados por autores españoles que, en su peculiar definición del gentilicio, incluía a portugueses, americanos o judíos expatriados y diversas lenguas: castellano, catalán, gallego. De esas investigaciones resultaron las siguientes obras: Horacio en España (1877), Traductores de las Eglogas y Geórgicas de Virgilio (1879), Traductores españoles de la Eneida (1879), Bibliografía hispano-latina clásica: códices, ediciones, comentarios, traducciones, estudios críticos, influencia de cada uno de los clásicos latinos en la literatura española (1902) y la Biblioteca de traductores españoles (1952-1953), cuya edición póstuma fue preparada por Enrique Sánchez Reyes. Entre las traducciones que llevan su firma se publicaron en vida las Obras completas de Marco Tulio Cicerón (1879-1901), Dramas de Guillermo Shakespeare (1881), Odas, epístolas y tragedias (1883) y el Diálogo sobre las justas causas de la guerra de Juan Ginés de Sepúlveda (1892), una respuesta en latín a Bartolomé de las Casas, inédita hasta aquel momento en castellano. Odas, epístolas y tragedias, volumen publicado con un prólogo de Juan Valera, contiene sus traducciones juveniles, realizadas hacia 1875, de poetas griegos, latinos y europeos, como André Chénier, Lord Byron, Ugo Foscolo, Francisco Manuel do Nascimento (conocido como Filinto) y Joaquín Rubió. Los cuatro dramas de Shakespeare iban a formar parte de unas obras completas que nunca llegaron a editarse. Su interés por la traducción no terminó aquí. En Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882), Historia de las ideas estéticas en España (1883-91), Antología de la poesía hispanoamericana (1893) y Orígenes de la novela (1905; 1907; 1910) aparecen noticias y comentarios sobre versiones o, incluso, traslados fragmentarios de su propia mano. Ese recuento exhaustivo no incluye una teoría de la traducción ni tampoco reflexiones que parezcan ir más allá de la valoración de cada traducción en particular. Pensar que la traducción sea algo separado de lo literario es una concepción moderna. Para Menéndez Pelayo, traducir era simplemente otro modo de escribir y no parecía ver razones para juzgar el resultado con parámetros que no fueran estéticos. Sus extraordinarios juicios revelan que fue el máximo recopilador de una tradición traductora; también su más eximio crítico. La progresiva eliminación de su nombre de las bibliografías académicas y la escasa o ninguna consulta de su impresionante trabajo, graves en sí mismas, tuvieron y todavía tienen penosas consecuencias en el campo de la traducción y de la historia de la cultura y el pensamiento hispánicos. Menéndez Pelayo vivió los últimos años de su vida envuelto en un melancólico descuido. Ocupaba unas tristes habitaciones públicas que sólo abandonó para ir a morir a Santander. Era entonces todavía un ilustre hijo de la patria. [MARIETTA GARGATAGLI]
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