OBRA EN PROGRESO. ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN:
12-10-2010 1:52
ÍNDICE ONOMÁSTICO
ABRIL, Pedro Simón
AZCÁRATE, Patricio de
CANÉ, Miguel
GARCÍA BACCA, Juan David
GOYA Y MUNIAIN, José
IRIARTE, Tomás de
MENÉNDEZ Y PELAYO, Marcelino
MITRE, Bartolomé
PELLICER Y SAFORCADA, Juan Antonio
SEGALÀ I ESTALELLA, Lluís
ZULUETA, Antonio de
AUTORES DEL DICIONARIO
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PEDRO SIMÓN ABRIL (c. 1530-1595) era originario de Alcáraz, en el campo de Montiel. No se sabe nada prácticamente de su vida hasta 1570, cuando la Universidad de Huesca, en nombre de los privilegios concedidos en 1354 por Pedro IV, lo amonestó y consiguió una orden de excomunión por haber enseñado gramática y filosofía en Uncastillo desde 1566, orden que quedó sin efecto al aceptar el compromiso de no hablar de tema alguno que mermara las prerrogativas oscenses. Después de enseñar griego, filosofía y poesía en el Estudio de Tudela entre 1570 y 1574, enseñó retórica en Zaragoza hasta 1576. En 1583 fue nombrado por Pedro Cerbuna para ocupar una de las cátedras de Gramática de la Universidad de Zaragoza, donde impartió además clases de latín y griego. Al final de su vida, enseñó en la escuela de gramática de Medina de Rioseco, donde sucedió en 1592 a Baltasar de Céspedes. Su labor como gramático, retórico y pedagogo se considera de gran importancia en la historia del humanismo hispano. Entre otras obras, publicó en castellano una gramática latina (1583) y una gramática griega (1586), y Apuntamientos de cómo se deben reformar las doctrinas y la manera de enseñarlas (1589), donde argumenta en favor del uso de la lengua vulgar en la enseñanza. Asimismo, reinterpretó el aristotelismo escolástico a través de una obra de enseñanza de la filosofía dividida en tres partes: La primera parte de la filosofía llamada Lógica o parte racional (1587), que constituye el primer manual de lógica en vernáculo; La segunda parte de la filosofía llamada Fisiología o filosofía natural, que circuló sólo en manuscrito; y una tercera parte sobre la filosofía moral, de la que apenas se sabe nada. Sus traducciones publicadas en vida incluyen Los dos libros de las epístolas selectas de Cicerón (1572), Acusaciones contra Verres (1574), Fábulas de Esopo (1575), Las seis comedias de Terencio, con la Vida de Terencio de Elio Donato (1577), Los seis libros de la República del filósofo Aristóteles (1584), Progymnasmata de Aftonio (1584), La tabla de Cebes (1587) y Los dieciséis libros de las cartas o epístolas de Cicerón vulgarmente llamadas familiares (1589). Es probable que fuera el primer traductor que vertió al castellano directamente del griego obras de Aristóteles, Esopo y Terencio. Algunas traducciones de Simón Abril publicadas en vida, como la de la Política de Aristóteles o la de las comedias de Terencio, fueron objeto de diversas reediciones durante los siglos XVII y XVIII, y de versiones adaptadas, refundidas o modernizadas durante los siglos XIX y XX; otras sólo circularon en manuscrito y fueron redescubiertas tardíamente, como su versión comentada de la Ética Nicomaquea, publicada en 1918; de algunas sólo hay noticias, como las del Cratilo y el Gorgias de Platón, y la Medea de Eurípides, aparentemente publicada en Barcelona en 1599, después de su fallecimiento. Para la relación de Pedro Simón Abril con la traducción, véase Luís de Cañigral, «Pedro Simón Abril, teórico de la traducción», y Manuel Breva-Claramonte, «La traducción en la pedagogía de Pedro Simón Abril», en J. C. Santoyo et al. (eds.), Fidus interpres. Actas de las primeras jornadas nacionales de historia de la traducción, Universidad de León, 1987, I: 215-221. Para su traducción de Terencio, veáse José Carlos Miralles Maldonado, «Pedro Simón Abril: sus traducciones de los Adelphoe de Terencio», en Keith Gregor y Ángel Luis Pujante (coords.), Teatro clásico en traducción: texto, representación, recepción, actas del Congreso Internacional, Murcia, 9-11 noviembre 1995, 1996: 209-218. [AF]
¬ La Ética de Aristóteles (c. 1570-1590; 1918)
PATRICIO DE AZCÁRATE (1800-1886) nació en León y estudió Derecho en la Universidad de Oviedo. Durante el trieno liberal ingresó en la Milicia Nacional y luchó con el Batallón Literario. Prosiguió luego sus estudios en la Universidad de Santiago de Compostela, donde se licenció en Derecho. Tras residir una tiempo en Gijón, regresó a su ciudad natal, donde pronto se convirtió en una destacada figura pública y participó en iniciativas como la Comisión de Monumentos, la Biblioteca provincial y la Sociedad Económica de Amigos del País. En 1833 fue elegido vocal de la Junta Científica, que propugnaba fusionar la enseñanza laica y la religiosa. Fue elegido diputado a Cortes por León en 1841, durante la regencia del general Espartero, y en 1843 pasó a ser jefe político de León nombrado por Joaquín María López. Entre el alzamiento de 1854 y la caída de O'Donnell en 1863, los gobiernos liberales lo nombraron en varias ocasiones gobernador civil. Según cuenta él mismo en Veladas sobre la filosofía moderna (1853), su dedicación a la filosofía se debió a una preocupación por las carencias de los planes de estudio al respecto y la necesidad de formar a su propio hijo. Entre 1871 y 1878 publicó la Biblioteca filosófica, un proyecto traductor para dar a conocer de manera sistemática en castellano obras fundamentales de la historia de la filosofía, en la que aparecieron sus versiones de las obras de Platón, Aristóteles y Leibniz. Según Gustavo Bueno, «los 26 volúmenes de la Biblioteca filosófica dispuesta por Azcárate (con 11 volúmenes de obras completas de Platón, 10 volúmenes de obras de Aristóteles y 5 volúmenes de obras de Leibniz), junto con la Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos modernos (1861), suponen quizá la aportación más trascendental que durante todo el siglo XIX pudo hacerse a la filosofía en el ámbito de la lengua española». Sobre la labor traductora de Patricio de Azcárate, véanse Gustavo Bueno, «Patricio de Azcárate Corral, 1880-1886», en el sitio Proyecto de filosofía en español [http://www.filosofia.org/ave/001/a163.htm, consultado el 28-03-2008], de donde se toma la cita; y Nicolás M. Sosa, Patricio de Azcárate (1800-1866): filósofo e historiador de la filosofía, Universidad de Salamanca, 1979. [AF]
¬ Aristóteles, Moral a Nicómaco (1874)
MIGUEL CANÉ (1851-1905) nació en Montevideo, adonde había emigrado su familia durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Fue abogado, profesor universitario, intendente de la ciudad de Buenos Aires, diputado, senador, diplomático y escritor. La simultaneidad y diversidad de actividades fue la nota dominante de la generación del 80, decidida a construir un país blanco, europeo, laico, culto, organizado y moderno. En el proyecto, que sentó las bases de la Argentina del futuro, Cané no ocupó un lugar central, pero su lateralidad resulta harto elocuente. Escribió el primer best-seller de la literatura argentina, Juvenilia —cuyos primeros 2.000 ejemplares se vendieron en pocos días— y fue autor de la Ley de Residencia (1902) que recortó drásticamente los derechos de los inmigrantes convocados por la Constitución de 1853. Si en la novela de sus recuerdos en el Colegio Nacional de Buenos Aires se describe la manera como la élite dominante se percibía a sí misma, la Ley Cané define la frustración de esa misma élite por la clase de extranjeros que, a su juicio, vinieron a habitar el suelo argentino: anarquistas, proxenetas, malvivientes, pobres. Los matices de su escritura representan con eficacia las contradicciones de los hombres del 80, quienes, con una prosa extraordinaria, combinaban vislumbres lucidísimas, vaguedades, pensamientos reaccionarios y crónicas diversas sobre sus peregrinajes mundiales. Los destinos diplomáticos de Cané en Colombia, Venezuela y España muestran su desdén por el atraso y la ignorancia. La misión en Viena, en cambio, nos ofrece un ojo avizor fijo en la modernidad y el otro envuelto en las brumas del spleen que estaba de moda cultivar. Además de Juvenilia (1884), convertido en un clásico escolar, fue autor de una obra miscelánea que incluye desde noticias sobre los rayos X, escándalos parisinos o las costumbres del caimán en el río Magdalena. Entre ellas se cuentan Ensayos (1877), En viaje (1883), Charlas literarias (1885), Notas e impresiones (1901), Prosa ligera (1903) y Discursos y conferencias (1919). Aunque utilizaba a menudo la traducción en sus escritos desde el Viejo Mundo, sólo dejó un Enrique IV de Shakespeare, publicado en 1900, con una larga introducción y compendiosas notas que contribuyeron a la fundación de la crítica literaria argentina. Cané murió en Buenos Aires, donde estaba considerado una suerte de patriarca literario. Un elogio suyo equivalía a la inmediata fama. Otro clamor, sin embargo, lo persiguió. Julio Camba y Comunardo Braccialarghe, conocido como Folco Testena, fueron algunas de las primeras víctimas de la Ley Cané. Camba fue expulsado del país; Testena, el primer traductor del Martín Fierro y de Jorge Luis Borges, dio con sus huesos en la cárcel. Quizá por ello el escritor y factótum del periodismo porteño, Alberto Gerchunoff, venido con aquella inmigración maldecida, tituló la necrológica de Cané: «Al fin solos». [MG]
¬ William Shakespeare, Enrique IV (1900; 1918)
JUAN DAVID GARCÍA BACCA (1901-1992) nació en Pamplona, estudió en el Seminario de los Padres Claretianos de Cervera, se ordenó sacerdote en 1925 y amplió estudios de Filosofía y Teología en Lovaina y Friburgo, así como de Física en Múnich. Distanciado de la Iglesia católica, que finalmente abandonaría, se licenció en Filosofía en la Universidad de Barcelona, donde se doctoró en 1935 con la tesis Ensayo sobre la estructura lógico-genética de las ciencias físicas. Entre 1933 y 1937, enseñó como profesor de Lógica en la recién fundada Universidad Autónoma de Barcelona. En 1936, ganó la cátedra de Introducción a la Filosofía de la Universidad de Santiago de Compostela, pero no pudo ocuparla debido al desencadenamiento de la guerra civil. Abandonó España en 1937 y permaneció durante el resto de las hostilidades en París, donde colaboró con José Bergamín en la sección de propaganda del Pabellón de la República durante la Exposición Internacional. Concluida la guerra, se exilió a Ecuador (1939-1942), donde ejerció la docencia en la Universidad de Quito y el Instituto Mejía, y México (1942-1946), donde ejerció la docencia en la UNAM. Terminaría radicándose en Venezuela, país del que adoptó la nacionalidad en 1952. En Caracas fue profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela y fundó el Instituto de Filosofía, del cual sería director. Se jubiló en 1971 y regresó por primera vez a España en 1977, tras la muerte del general Franco. Su prolífica obra abarca ensayos y trabajos sobre ontología, filosofía de la ciencia e historia de la filosofía. Entre sus traducciones del griego, el latín y el alemán, son notables las versiones de textos de filosófos antiguos, muchas veces acompañadas de extensos estudios introductorios y aparato crítico; entre ellas se cuentan la obra completa de Platón, concluida en 1977, y dos volúmenes dedicados a los presocráticos. Tradujo asimismo los Elementos de geometría de Euclides (precedidos de Los fundamentos de la geometría de David Hilbert); Diferencia entre la filosofía de de la naturaleza de Demócrito y Epicuro, de Karl Marx; diversos escritos de Martín Heiddegger (Hölderlin y la esencia de la poesía, Esencia del fundamento, Doctrina de la verdad según Platón, Carta sobre el humanismo); y escritos en latín de Kant y Hegel. Para la actividad traductora de García Bacca, véanse Antonio Jiménez, «García Bacca y su labor como traductor», en Actas del Congreso Internacional de Filosofía: Centenario del nacimiento de Juan David García Bacca, 2001, Universidad de Deusto, Bilbao, 2003; y Blas Bruni Celli, «García Bacca: el traductor y el filósofo», Episteme, XIII.1-3 (1993): 33-56. [AF]
¬ Aristóteles, Poética (1946)
JOSÉ GOYA Y MUNIAIN (1756-1807), de origen navarro, estudió Derecho Civil y Canónico en la Universidad de Zaragoza gracias a la ayuda prestada por su tío Juan Gil, quien le cedió la capellanía de la casa de Azanza, y se graduó como bachiller en Leyes. Residió luego en Valencia, donde se licenció y doctoró en Cánones. En Valencia entró en contacto con Gregorio Mayans y su círculo. En 1780 se trasladó a Madrid, donde ingresó como bibliotecario de la Real Biblioteca, bajo la protección de Francisco Pérez Bayer. Fue auditor del Tribunal de la Rota y canónigo de Sevilla. Publicó con su firma las traducciones (y sendos prólogos) de Los comentarios de Julio César (1798) y El arte poética de Aristóteles (1798). Sin embargo, según las fuentes que ya recogió en su momento Menéndez Pelayo en la Bibliografía hispano-latino clásica (II:108-109), hay motivos fundados para sospechar que la primera fue, en realidad, de José Petisco y la segunda, de Pedro Luis Blanco. Las razones de la probable apropiación son desconocidas. Asimismo, figura como autor de una traducción castellana publicada en edición trilingüe el mismo año del catecismo de san Pedro Canisio, que se menciona en el prólogo de la traducción de Aristóteles. La traducción de Los comentarios de Julio César publicada por Goya y Muniain fue revisada y publicada de nuevo por Milá y Fontanals en 1865 con numerosas variantes; es ésta versión de 1865 la que se ha reeditado en repetidas ocasiones durante el siglo XX, a veces refundida con los libros del corpus cesariano que no figuraban en la traducción de Goya, pero sí en otras versiones dieciochescas, como la de Manuel de Valbuena. Por otra parte, la traducción firmada por Goya de la Poética ha sido reeditada varias veces durante la segunda mitad del siglo XX, tanto en la Península como América, en una versión modernizada de manera anónima, publicada por primera vez en Buenos Aires (1948) dentro de la Colección Austral. Para un comentario sobre traducciones castellanas de la Poética, incluida la firmada por Goya y Muniain, véase el prólogo de Valentín Garcia Yebra en su edición trilingüe Aristotelous peri poietikes. Aristolelis ars poetica. Poética de Aristóteles (Madrid: Gredos, 1974). [AF]
¬ Aristóteles, El arte poética (1798)
¬ Aristóteles, El arte poética (1798; 1948)
TOMÁS DE IRIARTE (1750-1791), nacido en el Puerto de la Cruz (Tenerife, Canarias), se instaló con catorce años en Madrid a cargo de su tío Juan de Iriarte, literato, traductor de la Primera Secretaría de Estado (hoy Ministerio de Asuntos Exteriores) y miembro de la Real Academia de Lengua y de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. A la muerte de su tío, en 1771, obtuvo el cargo de traductor oficial que éste había ejercido y, al año siguiente, se encargó brevemente del Mercurio histórico y político, un periódico oficial que publicaba noticias europeas traduciéndolas del Mercure historique et politique de La Haya. En 1776, fue nombrado archivero del Consejo Supremo de de Guerra. Esos empleos oficiales, que mantuvo hasta su muerte, como traductor y archivero en los Ministerios de Estado y Guerra le permitieron dedicarse con holgura a sus intereses literarios. Entre 1769 y 1772, tradujo en prosa para el repertorio teatral de los Reales Sitios diversas obras francesas: El malgastador de Néricault Destouches, La escocesa de Voltaire, El mal-hombre de Jean-Baptiste-Louis Gresset, El aprensivo de Molière, La pupila juiciosa de Christophe-Barthélémy Fagan, El mercader de Esmirna de Chamfort y quizá otras. De todas ellas, Iriarte sólo juzgó dignas de ser recordadas —y recogidas en sus Obras completas— otras dos versiones realizadas en verso: El filósofo casado de Destouches y El huérfano de la China de Voltaire. Estas traducciones se enmarcaron dentro del proyecto oficial ilustrado de introducción del teatro francés, con clara vocación social y moral. Sin embargo, también sirvieron para forjar un estilo como escritor. Entre sus obras, recogidas en seis tomos en 1787 (y, en ocho, en 1805, tras su muerte), destacan la sátira Los literatos en cuaresma (1773), el poema didáctico La música (1779), Las fábulas literarias (1782), obra de la que estaba especialmente orgulloso y a la que debe su fama póstuma, o las comedias Hacer que hacemos (1770), El señorito mimado (1787), La señorita malcriada (1788) y Guzmán el bueno (1791). También tradujo el Arte poética de Horacio (1777), Catorce fábulas escogidas de Fedro (1787), así como El nuevo Robinsón de Joachim-Heinrich Campe (1789). Al parecer, tras desistir de un intento de componer un poema épico sobre la conquista de México, comenzó a traducir la Eneida, pero sólo vieron la luz los cuatro primeros libros (1787). Muy asiduo a tertulias y reuniones sociales, participó en las polémicas literarias de su época, relacionadas con la influencia francesa y también con las críticas a obras ajenas y propias, como las suscitadas por su traducción del Arte poética y la publicación de las Fábulas literarias. La defensa de la traducción de Horacio lo llevó a componer el «diálogo joco-serio» Donde las dan las toman (1778), que incluyó en su primera edición la traducción de la primera Sátira de Horacio. Fue procesado por la Inquisición en 1786 por sus tendencias enciclopedistas, aunque logró salir sólo levemente rasguñado por lo que llamó la «crítica negra». Sobre la vida de Tomás de Iriarte, véase Emilio Cotarelo y Mori, Iriarte y su época, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1897. Sobre Iriarte como traductor, véanse Francisco Salas Salgado, «La Ars poetica de Horacio en la versión de Tomás de Iriarte: justificaciones del método traductor», Fortunatae, 13, 2002; y Alfonso Saura, «Aprendiendo a connaturalizarse: Iriarte, traductor de Fagan», Dieciocho: Hispanic Enlightment, 29:2, 2006. [JGLG]
¬ Horacio, El arte poética ó Epístola a los Pisones (1777)
MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO (1856-1912) estudió en Barcelona y en Madrid donde, a los 21 años, llegó a ser catedrático. Fue miembro de la Real Academia Española (1881), de la Real Academia de la Historia (1883), de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (1891) y de la Academia de Bellas Artes (1901). Ocupó el cargo de director de la Biblioteca Nacional (desde 1898) y de la Academia de la Historia en 1911. En 1881 adhirió a la Unión Católica, partido de corte ultraconservador por el que fue elegido en 1884 diputado a Cortes por Mallorca. Ese año también fue nombrado Consejero de Instrucción Pública, cargo que mantuvo hasta 1891. Formó parte del Senado entre 1893 y 1910. De esta vida política, que él mismo describió como apática, quedan algunos documentos notables: el llamado «Brindis del Retiro», un discurso parlamentario de réplica al republicano Emilio Castelar. Como consejero educativo elaboró, en 1892, un dictamen sobre la enseñanza universitaria y, más tarde, en 1910, redactó una carta sobre las escuelas laicas. Lógicamente, estaba en contra. En 1911, Marcelino Menéndez Pelayo hizo un diseño de sus obras completas que abarcaban entonces 19 tomos. Esa publicación debió esperar hasta 1940, cuando Adolfo Bonilla y San Martín inició la edición del Centro Superior de Investigaciones Científicas, cuyos 65 volúmenes, que terminaron de aparecer en 1974, contienen sus obras publicadas y numerosos inéditos. El extensísimo trabajo histórico y filológico de Menéndez Pelayo comenzó con la traducción. Siendo todavía un adolescente, empezó a anotar textos trasladados por autores españoles que, en su peculiar definición del gentilicio, incluía a portugueses, americanos o judíos expatriados y diversas lenguas: castellano, catalán, gallego. De esas investigaciones resultaron las siguientes obras: Horacio en España (1877), Traductores de las Eglogas y Geórgicas de Virgilio (1879), Traductores españoles de la Eneida (1879), Bibliografía hispano-latina clásica: códices, ediciones, comentarios, traducciones, estudios críticos, influencia de cada uno de los clásicos latinos en la literatura española (1902) y la Biblioteca de traductores españoles (1952-1953), cuya edición póstuma fue preparada por Enrique Sánchez Reyes. Entre las traducciones que llevan su firma se publicaron en vida las Obras completas de Marco Tulio Cicerón (1879-1901), Dramas de Guillermo Shakespeare (1881), Odas, epístolas y tragedias (1883) y el Diálogo sobre las justas causas de la guerra de Juan Ginés de Sepúlveda (1892), una respuesta en latín a Bartolomé de las Casas, inédita hasta aquel momento en castellano. Odas, epístolas y tragedias, volumen publicado con un prólogo de Juan Valera, contiene sus traducciones juveniles, realizadas hacia 1875, de poetas griegos, latinos y europeos, como André Chénier, Lord Byron, Ugo Foscolo, Francisco Manuel do Nascimento (conocido como Filinto) y Joaquín Rubió. Los cuatro dramas de Shakespeare iban a formar parte de unas obras completas que nunca llegaron a editarse. Su interés por la traducción no terminó aquí. En Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882), Historia de las ideas estéticas en España (1883-91), Antología de la poesía hispanoamericana (1893) y Orígenes de la novela (1905; 1907; 1910) aparecen noticias y comentarios sobre versiones o, incluso, traslados fragmentarios de su propia mano. Ese recuento exhaustivo no incluye una teoría de la traducción ni tampoco reflexiones que parezcan ir más allá de la valoración de cada traducción en particular. Pensar que la traducción sea algo separado de lo literario es una concepción moderna. Para Menéndez Pelayo, traducir era simplemente otro modo de escribir y no parecía ver razones para juzgar el resultado con parámetros que no fueran estéticos. Sus extraordinarios juicios revelan que fue el máximo recopilador de una tradición traductora; también su más eximio crítico. La progresiva eliminación de su nombre de las bibliografías académicas y la escasa o ninguna consulta de su impresionante trabajo, graves en sí mismas, tuvieron y todavía tienen penosas consecuencias en el campo de la traducción y de la historia de la cultura y del pensamiento hispánicos. Menéndez Pelayo vivió los últimos años de su vida envuelto en un melancólico descuido. Ocupaba unas tristes habitaciones públicas que sólo abandonó para ir a morir a Santander. Era entonces todavía un ilustre hijo de la patria. [MG]
¬ Dramas de Guillermo Shakespeare (1881)
BARTOLOMÉ MITRE (1821-1906) fue periodista, militar, escritor, historiador, bibliófilo, numismático, traductor, académico de la RAE, ministro, gobernador y presidente de la República Argentina. En 1891, La Ilustración hispano-americana de Madrid lo describía así durante una visita a España: «alto, garrido, muy esbelto, de complexión recia, cabellera larga y rizada, la mirada pronta, vivísima, muy despierta. En la frente, un agujero extraño: una cicatriz, la huella perdurable de un balazo. Semejante herida trae a la memoria la condición guerrera del ilustre americano; su condición de militar. Nadie pensaría que tan cumplido caballero, de tal dulce y simpática presencia, maneja la espada a la par que la pluma.» Expatriado durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, estudió en Montevideo la carrera de las armas; ejerció el periodismo y la oposición en Uruguay, Bolivia, Perú y Chile. Después de la batalla de Caseros (1852), cuando Justo José de Urquiza derrotó a Rosas, se convirtió en la cabeza más visible de los intereses porteños que terminaron por dirimirse en 1880, cuando Buenos Aires fue declarada capital federal de la Argentina. Su comprometido papel tanto militar como político en batallas y conjuras le dieron un inmenso poder que facilitó su elección como presidente del país (1862-1868). En 1890, participó en la fundación de la Unión Cívica, grupo político que dio origen, un año más tarde, a la Unión Cívica Radical de Leandro Alem y a la Unión Nacional liderada por el propio Mitre. Dedicado al periodismo desde la época del exilio, creó Los debates en 1852 y colaboró en El Nacional de Dalmasio Vélez Sársfield (1852-1893). En 1870, fundó La Nación, el periódico actual de gran tirada más antiguo en lengua española y donde se publicarían más adelante autores esenciales como Rubén Darío, José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno o Jorge Luis Borges. En 1901, el diario inició una notable labor editorial: la Biblioteca de La Nación, una colección de cerca de 900 volúmenes muy codiciados por el creciente público lector por la calidad de las obras y el reducido precio. Interesado en la bibliofilia, legó una importante biblioteca (que se conserva en el Museo Mitre de Buenos Aires) formada por unos 20.000 volúmenes. De gran importancia para la historia cultural americana es una vasta colección de 250 documentos en lenguas indígenas, que incluyen traducciones, gramáticas y diccionarios de guaraní, quechua, aymará, toba, chiriguano, araucano, mije, zoque, otomí o huasteca. Muchos de estos documentos tienen anotaciones de Mitre que redactó también un Catálogo razonado de las lenguas indígenas de América (1910). No tuvo la vigorosa prosa de Sarmiento ni la ligereza irónica de Lucio Mansilla: escribía de manera eficaz, llana y, cuando correspondía, combativa. Dejó poemas (Rimas, 1854), una novela (Soledad, 1847), un drama en prosa y en verso (Cuatro épocas, 1840), una traducción para la escena (Ruy Blas de Victor Hugo, 1845) y relevantes ensayos históricos. Los más influyentes para la historiografía posterior fueron Historia del General Belgrano (1857), ampliado más tarde como Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina (1876 y 1877), y la Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana (1887, 1888 y 1890). Como historiador su relevancia resulta indiscutible; durante décadas la historia argentina fue por antonomasia «la historia de Mitre». Como literato debe su fama al genio de otros: tradujo en buenos versos a Dante y a Horacio. Las versiones del poeta latino fueron recogidas en Horacianas (1874 y 1900); El Infierno de La Divina Comedia se publicó en 1889 y la obra completa en 1891. Relatos apócrifos describen a Mitre trabajando la versión de Dante en los intermedios de las batallas. De ser cierta la historia reflejaría el extraño arte de conciliar la violencia de la realidad con el rostro de un hombre velado por su exuberante biografía. La agonía y la muerte de Mitre fueron seguidas por multitudes. Como casi todos los presidentes constitucionales está enterrado en el cementerio de la Recoleta en un mausoleo que esculpió el turinés Edoardo Rubino. Se dice que las tres figuras de la obra, inaugurada en 1938, remedan los gestos del entonces muy popular Benito Mussolini, un atrabiliario homenaje que no parece merecer el eximio traductor de Dante. [MG]
¬ Dante Alighieri, La Divina Comedia (1897; 1922)
JUAN ANTONIO PELLICER Y SAFORCADA (1738-1806) nació en Encinacorba (Zaragoza), estudió en Alcalá de Henares, donde se graduó como bachiller en Cánones y Leyes, e ingresó en 1762 como «tercer escribiente» en la Biblioteca Real. Allí recibiría unos años más tarde el encargo de culminar, junto con Tomás Antonio Sánchez y Rafael Casalbón, la revisión y ampliación de la Bibliotheca hispana nova (1672) del bibliógrafo Nicolás Antonio (1617-1684), un repertorio de escritores españoles desde 1500. La tarea se prolongó a lo largo de dos décadas, y los dos volúmenes de la edición refundida vieron finalmente la luz en 1783 y 1788. Dicho proyecto reflejaba fielmente el impulso ilustrado por los estudios bibliográficos y la naciente historia literaria. Además, en Pellicer, ese espíritu secular de fervor cartográfico y acumulación de saberes dio lugar, por un lado, a una destacada trayectoria como cervantista (publicó en 1797 una edición crítica del Quijote y en 1800 una Vida de Miguel de Cervantes Saavedra) y, por otro, a la compilación de un Ensayo de bibliotheca de traductores españoles (1778). Dicha obra, cuyo título indicaba en el siglo XVIII el adelanto de una obra en curso Cy en el XXI plantea la duda sobre la posibilidad de su conclusión—, reúne dos libros en apariencia muy diferentes. En efecto, al catálogo de traductores anteceden unas «noticias literarias», ajenas al contenido anunciado y de mayor extensión en número de páginas, sobre los hermanos Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola y sobre Miguel de Cervantes. Sin embargo, las «biografías literarias» de estos tres autores del Siglo de Oro desarrollan lo contenido de modo más breve en las entradas dedicadas a los treinta y seis traductores: datos biográficos entreverados con la rigurosa descripción de sus obras. En realidad, Pellicer sigue una concepción clásica de la historia literaria en la cual el traducir se inscribe como actividad de pleno derecho, no como ejercicio subalterno y parasitario: «estas traducciones... arguyen el gusto y laboriosidad de nuestros Españoles, y la diligencia con que aprovechaban a su nación, y enriquecían su lengua». Pellicer murió en Madrid sin poder concluir su «biblioteca». El proyecto fue retomado un siglo más tarde por Marcelino Menéndez Pelayo, quien tampoco pudo verlo publicado como libro: la Biblioteca de traductores españoles se editaría cuarenta años después de su muerte. Sobre el ambiente intelectual de la época, véase José Cebrián, Nicolás Antonio y la Ilustración española, Kassel, Reichenberger, 1997, que contiene además un capítulo sobre Pellicer. También puede verse Antonio Marco García, «Sobre el Ensayo de una bibliotheca de traductores españoles de J. A. Pellicer y Saforcada», en F. Lafarga (ed.), La traducción en España (1750-1830), Lérida, Universitat de Lleida, 1991. [JGLG]
¬ Ensayo de una bibliotheca de traductores españoles (1778)
LLUÍS SEGALÀ I ESTALELLA (o LUIS SEGALÁ Y ESTALELLA, 1873-1938) nació en Barcelona, en cuya universidad, tras una estancia de varios años en la de Sevilla (1899-1906), ocupó la plaza de catedrático de Griego desde 1906 hasta la guerra civil española. Miembro fundador de la Sección Filológica del Instituto de Estudios Catalanes (1911) y la Real Academia de Buenas Letras (1912), dirigió diversas colecciones de clásicos griegos y latinos, y fue maestro de figuras tan relevantes como Lluís Nicolau d'Olwer (1888-1961) y Pere Bosch-Gimpera (1891-1974), así como de buena parte de la primera hornada de traductores de la colección Bernat Metge, el vasto proyecto de publicar en ediciones bilingües los clásicos grecolatinos al catalán. En su magisterio, supo transmitir unos sólidos conocimientos de la lengua, unos excelentes principios sobre la traducción (basados en la adhesión fiel al original, en términos poco frecuentes para la época) y, por encima de todo, la convicción de que la abnegada tarea de los traductores tenía un rol crucial a la hora de superar el atraso y las seculares limitaciones del humanismo peninsular. El prestigio de Segalà está vinculado principalmente a sus traducciones de la épica griega al castellano: la Ilíada (1908); la Teogonía de Hesíodo (1910), con el texto griego, algo relativamente insólito por entonces; la Odisea (1910); los Himnos homéricos, Batracomiomaquia, Epigramas y fragmentos de poemas cíclicos (1927), hasta culminar en las Obras Completas de Homero (1927), un poderoso volumen in quarto que, además de reunir las traducciones anteriores revisadas, contiene un resumen de la «cuestión homérica», un elenco de las traducciones de Homero aparecidas en la Península e Hispanoamérica, así como una bibliografía. El conjunto constituye uno de los mayores hitos del homerismo hispánico moderno. Sus traducciones presentan importantes aciertos, derivados ante todo de la fidelidad y una férrea honradez científica; y constituyen un avance muy considerable respecto a las anteriores. Sin embargo, pecan de cierto prosaísmo y no están exentas de ocasionales tropiezos de la sensibilidad literaria. La fortuna póstuma de tales versiones merece algún comentario, pues es posible llegar a la conclusión —difícil de probar, pero no carente de base— de que han sido algunos de los textos en castellano objeto de mayor número de ediciones no autorizadas, abusivas o piratas de todo el siglo XX. Durante más de cincuenta años, hasta el alud de traducciones clásicas de finales de la década de 1980, Homero habló en castellano por la boca de Segalà; se trata, en el fondo, de un impresionante homenaje para unas traducciones concebidas y maduradas en unas circunstancias tan distintas de las que vinieron después. Semejante desbarajuste fue probablemente perpetuado por la muerte del traductor en 1938, durante uno de los bombardeos de los que fue objeto Barcelona por parte de la aviación italiana, aliada a la causa franquista, así como por las miserias del período posterior. En la faceta de Segalà como historiador de la traducción y la tradición humanística, conviene mencionar la lectio inauguralis del curso académico 1916-1917, titulada El renacimiento helénico en Cataluña, un extenso repertorio de traducciones de autores griegos al castellano y al catalán que habían visto la luz en Barcelona a partir de 1836, fecha del retorno de la universidad desde Cervera a Barcelona. Segalà también tradujo al catalán, en una prosa muy literal, Hero i Leandre, un pequeño poema tardío atribuido a Museo; siete epigramas de la Antologia griega; una serie de Facècies del Philogelos (compilación de anécdotas y chistes de la Antigüedad tardía que gozó de un gran prestigio entre los humanistas); y el primer canto de la Iíada (1929), como primicia de un Homero en catalán que no pudo ser. [JP]
¬ El renacimiento helénico en Cataluña (1916)
¬ Homero, Obras completas (1927)
ANTONIO DE ZULUETA (1885-1971) estudió con los jesuitas en Barcelona y cursó después la licenciatura en Ciencias Naturales en Madrid, estudios que simultaneó entre 1907 y 1910 con estancias en la Sorbona y el Instituto Koch de Berlín. Se doctoró con una tesis en Zoología y fue nombrado en 1911 conservador interino de la Sección de Osteozoología del Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Dirigió el Laboratorio de Biología del mismo museo desde su fundación en 1913. Junto con José Fernández Nonídez, fue uno de los principales difusores de la obra de Mendel e introductores de la genética en España. Tras desempeñarse como ayudante de la cátedra de Histología de la Facultad de Ciencias, en 1933 ocupó la primera cátedra de Genética creada en el país, dependiente de la Academia de Ciencias Físicas, Exactas y Naturales. Sus investigaciones pioneras en este campo le valieron el reconocimiento de la comunidad científica internacional. En la década de 1930, realizó una estancia de investigación en los Estados Unidos y participó en numerosos congresos y reuniones científicas nacionales e internacionales de su especialidad. La guerra civil truncó su brillante carrera investigadora; al terminar la contienda fue juzgado por sus ideas republicanas e inhabilitado para ejercer cargos directivos. A diferencia de su hermano Luis, catedrático de Pedagogía, que había sido ministro de uno de los gobiernos de Azaña y embajador de la República, no se exilió, pero quedó condenado al ostracismo. Su fallecimiento en 1971 fue silenciado por las instituciones y revistas científicas oficiales. La actividad traductora de Zulueta estuvo íntimamente vinculada con la genética y el evolucionismo. Vertió al castellano La teoría de la evolución y las pruebas en que se funda de William C. Scott (1920), Evolución y mendelismo de Thomas Hunt Morgan (1921), La biología de los gemelos de Horatio Hawckett Newman (1922), y el manual Biología pedagógica de W.L. Eikenberry y R.A. Waldron (1931), además de El origen de las especies de Charles Darwin (1921). Su traducción de El origen de la especies (la segunda en versión directa del inglés: la primera, de Enrique Godínez, fue publicada en 1877) ha sido la más difundida hasta la fecha tanto en la Península como América, y repetidamente copiada, plagiada y alterada en ediciones anónimas o firmadas por otros. Para la recepción del darwinismo en España, véase Thomas F. Glick, Darwin en España, introducción y traducción de José M. López Piñeiro, Barcelona: Península, 1982. [AF]
¬ Charles Darwin, El origen de las especies, tomo I (1921)
¬ Charles Darwin, El origen de las especies, tomo II (1921)
¬ Charles Darwin, El origen de las especies, tomo III (1921)
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AUTORES DEL DICCIONARIO
[AF] |
Albert FREIXA |
CIEHUM - Universidad Nacional de Rosario |
[MG] |
Marietta GARGATAGLI |
Universidad Autónoma de Barcelona |
[JGLG] |
Juan Gabriel LÓPEZ GUIX |
Universidad Autónoma de Barcelona |
[JFRC] |
Juan Francisco RUIZ CASANOVA |
Universidad Pompeu Fabra |
[JP] |
Jaume PÒRTULAS |
Universidad de Barcelona |