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NOTA SOBRE EL TRADUCTOR
MIGUEL CANÉ (1851-1905) nació en Montevideo, adonde había emigrado su familia durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Fue abogado, profesor universitario, intendente de la ciudad de Buenos Aires, diputado, senador, diplomático y escritor. La simultaneidad y diversidad de actividades fue la nota dominante de la generación del 80, decidida a construir un país blanco, europeo, laico, culto, organizado y moderno. En el proyecto, que sentó las bases de la Argentina del futuro, Cané no ocupó un lugar central, pero su lateralidad resulta harto elocuente. Escribió el primer best-seller de la literatura argentina, Juvenilia —cuyos primeros 2.000 ejemplares se vendieron en pocos días— y fue autor de la Ley de Residencia (1902) que recortó drásticamente los derechos de los inmigrantes convocados por la Constitución de 1853. Si en la novela de sus recuerdos en el Colegio Nacional de Buenos Aires se describe la manera como la élite dominante se percibía a sí misma, la Ley Cané define la frustración de esa misma élite por la clase de extranjeros que, a su juicio, vinieron a habitar el suelo argentino: anarquistas, proxenetas, malvivientes, pobres. Los matices de su escritura representan con eficacia las contradicciones de los hombres del 80, quienes, con una prosa extraordinaria, combinaban vislumbres lucidísimas, vaguedades, pensamientos reaccionarios y crónicas diversas sobre sus peregrinajes mundiales. Los destinos diplomáticos de Cané en Colombia, Venezuela y España muestran su desdén por el atraso y la ignorancia. La misión en Viena, en cambio, nos ofrece un ojo avizor fijo en la modernidad y el otro envuelto en las brumas del spleen que estaba de moda cultivar. Además de Juvenilia (1884), convertido en un clásico escolar, fue autor de una obra miscelánea que incluye desde noticias sobre los rayos X, escándalos parisinos o las costumbres del caimán en el río Magdalena. Entre ellas se cuentan Ensayos (1877), En viaje (1883), Charlas literarias (1885), Notas e impresiones (1901), Prosa ligera (1903) y Discursos y conferencias (1919). Aunque utilizaba a menudo la traducción en sus escritos desde el Viejo Mundo, sólo dejó un Enrique IV de Shakespeare, publicado en 1900, con una larga introducción y compendiosas notas que contribuyeron a la fundación de la crítica literaria argentina. Cané murió en Buenos Aires, donde estaba considerado una suerte de patriarca literario. Un elogio suyo equivalía a la inmediata fama. Otro clamor, sin embargo, lo persiguió. Julio Camba y Comunardo Braccialarghe, conocido como Folco Testena, fueron algunas de las primeras víctimas de la Ley Cané. Camba fue expulsado del país; Testena, el primer traductor del Martín Fierro y de Jorge Luis Borges, dio con sus huesos en la cárcel. Quizá por ello el escritor y factótum del periodismo porteño, Alberto Gerchunoff, venido con aquella inmigración maldecida, tituló la necrológica de Cané: «Al fin solos». [MARIETTA GARGATAGLI]
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