El supuesto retraso cultural en el que estuvo sumida España durante siglos entra en contradicción con los avances experimentados en el ámbito de la traducción ya incluso desde el siglo XVIII, debidos en su mayoría, como es bien sabido, al interés desarrollado en la época borbónica por hacer llegar al país la cultura exterior y lograr con ello una mayor apertura.(1) Como no podía ser de otra forma en aquel siglo ilustrado, el lugar de procedencia de la mayoría de esas traducciones era Francia. De Italia e Inglaterra llegaron también un buen número de aportaciones, pero la proporción resultó siempre muy inferior. No obstante, fue seguramente debido al importante volumen de obras procedentes de otras latitudes por lo que el fenómeno de la traducción ocupó un destacado lugar entre los grandes debates del siglo ilustrado. Aunque en general la traducción del pensamiento extranjero se entendía como beneficiosa, precisamente porque el conocimiento de las culturas de otros países había ido mejorando gracias a un intercambio cultural en constante crecimiento, a menudo se puso de manifiesto una clara resistencia a considerar como positivos los resultados que los textos traducidos producían sobre la lengua española. Ello tenía su justificación en el hecho de que el ingente número de traducciones que vio la luz a lo largo de aquel último cuarto de siglo fueron realizadas por traductores sin la preparación necesaria y presentaban, por tanto, una calidad pésima que, en verdad, no tuvo efectos muy positivos sobre nuestro idioma. En el caso de las obras procedentes de los ámbitos de lengua alemana el problema parecía agravarse, pues a los factores mencionados, se unió también el alto grado de desconocimiento que público, autores y editores tenían de la cultura y de la lengua del país germano, cuya literatura, traducida prácticamente siempre a partir de las versiones francesas, era leída con las innumerables distorsiones que esto conllevaba. El resultado tampoco era mucho mejor en el caso de los textos traducidos a partir del original, pues solían presentar una gran complejidad sintáctica y un vocabulario ampuloso que contribuyeron a que el público español percibiera la lengua alemana y su literatura como excesivamente densas y complejas, idea que sigue viva incluso a día de hoy (Hernández, 2013: 318). Con el paso del tiempo la defensa de la lengua llegó a convertirse a su vez en una férrea defensa de la cultura y, consiguientemente, en un fuerte ataque a todo lo foráneo, especialmente a lo francés, que no se veía con buenos ojos a consecuencia también de los acontecimientos políticos de los últimos años del siglo.
Esta defensa a ultranza de lo propio sería justamente lo que, en opinión de algunos, propiciaría el tan discutido retraso cultural del país,(2) pues no deja de ser cierto que a partir de este momento se produjo un llamativo retardamiento en el ritmo en el que fueron llegando a España muchas de las obras más relevantes de la literatura mundial, aunque esa ralentizaciónn iría decreciendo a medida que avanzaba el siglo. En cualquier caso, en este proceso la literatura en lengua alemana ocupó siempre un lugar secundario frente a la popularidad de las literaturas inglesa y francesa, y ello a pesar de la buena acogida que entre traductores y editores españoles tuvieron algunos escritores de corte clásico y romántico en un momento en que la industria editorial experimentaba un importante desarrollo, que propició que revistas y semanarios ilustrados desempeñaran un papel clave en la difusión de las literaturas europeas, y por tanto también de la narrativa en lengua alemana.(3) Aun con todo, el retraso con el que las voces de los escritores alemanes empezaron a oírse en España fue notable, y a ello vino a unirse posteriormente la falta de apertura durante el franquismo, hasta el punto de que numerosos autores y obras de gran relevancia no se conocieron hasta el final de la dictadura.
Debido a esta situación ha venido asentándose durante mucho tiempo la idea generalizada de que el lector hispano desconoce la literatura alemana porque apenas se ha traducido, porque los editores no se interesaban ni se interesan en exceso por un mundo cultural que nos ha quedado siempre un tanto distante, y cuya lengua y cultura por lo general nos resultan lejanas. De que esto no es cierto da buena cuenta el hecho de que en nuestra lengua siempre se han editado estudios sobre literatura alemana, así como también el de que ya a principios de siglo los españoles contábamos con traducciones de diferentes obras de la práctica totalidad de los clásicos alemanes, traducciones que aumentarían notablemente al salir al mercado la Colección Universal que empezara a publicar la editorial Calpe, fundada en 1919 por Nicolás María de Urgoiti (1869-1951), y que tuvo como director de su conocida colección a José Ortega y Gasset (1883-1955). No deja de resultar llamativo que autores de la categoría de Heinrich (Enrique) Heine, o de Gottfried Keller o Theodor Fontane, por mencionar a dos de los grandes realistas alemanes prácticamente desconocidos del lector actual, tuvieran ya un espacio en aquella colección, lo que da testimonio, por un lado, de la actualidad de su obra, pero, por otro también, de la vitalidad del sistema editorial hispano que, ya entonces, recogía entre sus novedades obras de tales autores e incluso de otros cuya estela sigue viva en nuestros días, si tenemos en cuenta, por ejemplo, que una obra como Así hablaba Zaratustra de Friedrich Nietzsche vio la luz en español ya en 1900, el mismo año de la muerte del autor.(4)
Y es que ya a principios del siglo XX la relación entre las culturas alemana y española era mucho más fluida de lo que a priori podría imaginarse. Es evidente que en la realidad de estos intercambios culturales tuvo mucho que ver el interés de los grandes pensadores de la época por la cultura germana, muchos de los cuales habían pasado alguna temporada en Alemania, como fue el caso de Ortega, quien, cansado del peso de lo francés, que había dominado el pensamiento desde el siglo XVIII, decidió, tras su doctorado, orientar su mirada hacia otros ámbitos culturales. Fue así como llegó en 1905 a Leipzig, ciudad que, junto con Berlín y Marburg, resultaría fundamental en su formación, hasta el punto de que, a partir de entonces, sería la cultura de este país la que determinaría las bases de su orientación y su dedicación.
Ello afectó sin duda de manera muy favorable a la traducción de numerosos textos de autores de lengua alemana, que encontraron un importante espacio de difusión no solo en la colección Universal, sino también en las revistas literarias de la época, de entre las cuales la más relevante fue de seguro la Revista de Occidente, fundada en 1923 por el propio Ortega. Un año después, en 1924, el mismo Ortega pondría en marcha también la editorial del mismo nombre. En la revista Ortega publicó textos de los grandes pensadores del momento y se reseñaron las obras más destacadas del pensamiento alemán. Ello repercutió de manera decidida en el entorno cultural de la España de la época, pues se abrió camino a un nuevo campo de ideas que mantuvo su influencia en la vida cultural española durante varias generaciones.(5) La revista fue, sin embargo, mucho más allá y abrió sus puertas también a la literatura, hasta el punto de que fueron las traducciones en ella publicadas las que acercaron a los intelectuales españoles a la realidad de la novela extranjera, si bien el conocimiento de los autores solía ser bastante superficial. Aun con todo, lo cierto es que los modelos propuestos por muchos de los autores publicados en la revista (Proust, Joyce o Kafka, entre otros) supusieron un nuevo punto de referencia para lectores y críticos, a pesar de que no se les prestó la atención debida a causa, seguramente, de la realidad del contexto cultural de la España franquista, que influyó, ya se ha dicho, de manera muy negativa en la recepción de determinadas obras extranjeras. Muchas traducciones fueron censuradas, y así se mantuvieron en el mercado editorial durante mucho tiempo, a menudo por cuestiones de carácter económico, sin revisarse ni volver a traducirse hasta una vez asentada la democracia. Fue precisamente en las páginas de Revista de Occidente donde, contradiciendo el supuesto retraso de nuestra cultura, vio la luz la segunda traducción a una lengua extranjera de una de las obras cruciales del siglo XX: en 1925, con el título de La metamorfosis, se publicaba en los números 24 y 25 de la revista esta novela de Franz Kafka,(6) tan solo diez años después de la publicación de la versión original en alemán.(7) En ningún lugar se hacía visible el nombre del traductor, tal como era norma de la revista y en las publicaciones de la época en general. Siguieron dos relatos más del autor: «Un artista del hambre» («Ein Hungerkünstler») y «Un artista del trapecio» (traducción libre de «Erstes Leid») en sendos números de 1927 y 1932 respectivamente, de igual modo sin nombre del traductor. Veinte años después, en 1945, la editorial Revista de Occidente volvió a publicar la novela, esta vez en forma de libro, en la colección que llevaba por nombre Novelas extrañas. La traducción era la misma que se había publicado con anterioridad en la revista.
Es seguro que los editores de la Revista de Occidente desconocían en aquel momento la importancia de aquella publicación. Sin embargo, suponía ni más ni menos que, el comienzo, precisamente en nuestro país, de la recepción internacional de uno de los autores más representativos de nuestra contemporaneidad, una recepción que continuó lentamente con el resto de su obra hasta llegar a convertirse en España, como en el resto del mundo, en «un referente cultural inexcusable», del cual, «[c]anonizado como clásico de la modernidad, la postmodernidad no ha hecho sino acentuar su imagen de adelantado a su tiempo» (Martínez Salazar, 2016: 15). A la vista de la fecha de publicación del volumen, 1945, esto podría resultar extraño; sin embargo, y a pesar de que la recepción de las obras de un autor como Franz Kafka fue prácticamente nula durante la época de la dictadura, hay claras evidencias de que sí fue leído, sobre todo si se tiene en cuenta que la editorial Alianza, que inició su andadura en 1966, cuando aún quedaban nueve años para la muerte de Franco, publicó también La metamorfosis, en aquel momento la obra más conocida del escritor praguense, en su exitosa colección El libro de bolsillo. Que la traducción aparecida en Alianza fuera la misma de la revista tiene su explicación seguramente en el hecho de que el fundador de esta nueva editorial no fue otro que José Ortega Spottorno (1916-2002), quien en los años en que se publicó la obra por vez primera había sido también director de Revista de Occidente.
Hasta 1998 la traducción de Alianza siguió siendo reeditada un total de 17 veces sin ningún tipo de modificación y sin verse sometida a ningún tipo de censura por parte del correspondiente organismo a cargo de ella.(8) Unos leves cambios se llevaron a cabo por vez primera en la edición de 2011, donde seguía sin figurar el nombre del traductor, aunque tan solo fueron objeto de alteración aquellos puntos en que los usos lingüísticos se revelaban ya un tanto obsoletos (pronombres enclíticos, léxico arcaico, sintaxis anticuada, etc.). A pesar de ello, tampoco se decía en ningún lugar de la edición que se tratase de una versión revisada de la anterior y con la misma forma volvió a ver la luz en una nueva edición en 2015, coincidiendo con el centenario de la publicación de la obra en su versión original. Sea como fuere, el hecho viene a demostrar que esta traducción anónima sigue teniendo lectores aun con el paso del tiempo o, lo que es lo mismo, que no ha envejecido y sigue siendo perfectamente legible para el lector actual.
Hasta aquí todo parecería normal si no fuera porque entre la publicación de la novela en la revista y en su posterior formato de libro a la traducción anónima del texto se le adjudicó un nombre nada insignificante. Fue en Argentina, donde la editorial Losada (entre cuyos fundadores se encontraba Guillermo de Torre (1900-1971), el poeta y crítico español, marido de Norah Borges), dentro de su colección La pajarita de papel (dirigida precisamente por de Torre), había publicado en 1938 esta misma traducción anónima en un volumen titulado La metamorfosis y otros relatos. El volumen presentaba una pequeña diferencia respecto de todo lo editado hasta ese momento en español, pues se mencionaba como autor de la traducción de todo el volumen y del prólogo que lo acompañaba ni más ni menos que a Jorge Luis Borges. Exactamente con el mismo contenido volvió a ver la luz en 1943, esta vez en una colección más económica, de la que se hicieron un buen número de reediciones, y a partir de entonces no ha dejado de publicarse como tal tanto en ediciones argentinas como españolas.(9)
En 1914 Jorge Luis Borges había llegado con su familia a Suiza. Hasta 1919 el escritor en ciernes estudió en el Collège de Genève, un largo periodo de cinco años que le permitió familiarizarse con la lengua y la cultura alemanas. Durante esos años fundamentales de su formación, Borges tuvo también oportunidad de conocer la obra de Kafka, y es muy posible que ya entonces leyera La metamorfosis, que vio la luz en 1915, primero en la revista Die weissen Blätter, y a finales de ese mismo año en forma de libro en la editorial de Kurt Wolff (en la portada figura, no obstante, 1916 como fecha de publicación). Definida por Elias Canetti como una de las pocas obras maestras y perfectas de este siglo, el autor, como era propio de él, se mostró dubitativo acerca de su historia en numerosas ocasiones, dudas que a menudo puso de manifiesto en su correspondencia con Felice Bauer, a través de la cual puede seguirse la cronología de su redacción a lo largo de un periodo aproximado de veinte días. La ingente correspondencia con su prometida, llena de obsesiones recurrentes permite establecer una relación paralela entre el texto literario y el texto epistolar, por medio de la cual es posible seguir el hilo de la construcción de la novela. Aunque publicados en ediciones muy reducidas, pero en una prestigiosa editorial interesada en difundir a los nuevos autores del momento, los libros de Kafka eran conocidos en los círculos de vanguardia en los que se movía Borges, por lo que en ningún modo debe resultar extraño que, en efecto, conociera la obra de Kafka en sus años ginebrinos y que su lectura resultara para él una influencia decisiva. Él mismo declaró siempre haber leído de joven sus textos y haber sentido gran admiración por la obra del escritor praguense, de lo cual dejó constancia en el artículo titulado «Las pesadillas y Franz Kafka», aparecido en La prensa el 2 de junio de 1935, así como en otras publicaciones posteriores, incluidas una reseña de El proceso y una breve biografía de Kafka, ambas fechadas en 1937.(10) Interesante también por lo que a la autoría de esta traducción a él atribuida se refiere es que durante esos años Borges no solo conoció la obra de Kafka, sino que también tuvo ocasión de conocer personalmente a Ortega, pues pasó en España los dos últimos años de su periplo europeo antes de regresar a Argentina en 1921. Poco después, en 1924, una colaboración suya vería la luz en la Revista de Occidente: el artículo titulado «Grandeza y menoscabo de Quevedo». Y también en la revista se reseñaron algunas de sus obras.
Grandes especialistas en la obra de Kafka y Borges, como el argentino Óscar Caeiro, apostaron desde un primer momento por la autoría de Borges. El profesor Caeiro alababa el estilo de sus traducciones, en las que veía rasgos distintivos de la escritura del argentino: «Sus traducciones dan testimonio de una comprensión muy precisa del original, pero también de un gran esfuerzo por integrarlo completamente en el español, con una exactitud que solo Borges había logrado anteriormente».(11) Pero con el tiempo, otros conocedores de la obra del argentino pusieron en tela de juicio las afirmaciones de Caeiro y, con ellas, el hecho de que la autoría de la traducción de La metamorfosis (y en consecuencia también la de las otras dos narraciones publicadas posteriormente en Revista de Occidente) fuera de Borges. El primero en llamar la atención sobre tal posibilidad fue el también argentino Fernando Sorrentino, quien apreció serias diferencias entre su estilo y el estilo de la traducción del relato de Kafka, en el que advirtió «un lenguaje totalmente ajeno al de Borges» (Sorrentino, 1996: 156, nota 3). Con ocasión de una entrevista con el autor, Sorrentino le preguntó directamente por estas divergencias:
Me pareció notar en su versión de La metamorfosis, de Kafka, que usted difiere de su estilo habitual…
Bueno: ello se debe al hecho de que yo no soy el autor de la traducción de este texto. Y una prueba de ello –además de mi palabra– es que yo conozco algo de alemán, sé que la obra se titula Die Verwandlung y no Die Metamorphose, y sé que hubiera debido traducirse como La transformación. Pero, como el traductor francés prefirió –acaso saludando desde lejos a Ovidio– La métamorphose, aquí servilmente hicimos lo mismo. Esa traducción ha de ser –me parece por algunos giros– de algún traductor español. Lo que yo sí traduje fueron unos cuentos de Kafka que están en el mismo volumen publicado por la editorial Losada. Pero, para simplificar –quizá por razones meramente tipográficas–, se prefirió atribuirme a mí la traducción de todo el volumen, y se usó una traducción acaso anónima que andaba por ahí.(12)
La respuesta de Borges no deja de ser sorprendente. En primer lugar, declaraba abiertamente no ser el autor de la traducción en cuestión y desviaba la responsabilidad sobre la autoría a la editorial que, por una cuestión de economía le había atribuido a él «una traducción acaso anónima que andaba por ahí», una frase con la que Borges se refiere a este texto de una forma enormemente despectiva, contribuyendo a despertar aún más admiración ante el hecho de que el escritor, a sabiendas de ello, nunca hubiera negado su autoría excepto, y aunque de muy mala gana, en el momento en que Sorrentino le preguntó al respecto. Además, Borges intentó justificar de manera un tanto peregrina que no era el traductor basándose en sus conocimientos de alemán, desviando con ello la conversación hacia algo marginal, el título de la obra, del que decía que estaba mal traducido, culpando curiosamente del error al traductor francés, al que el supuesto traductor anónimo español habría imitado, tachándolo así despectivamente de «servil». Curiosamente el traductor francés, A. Vialatte, aún no había publicado su traducción: es muy probable que Borges no supiera, y tan solo corroborara una idea generalizada en la historia de la traducción de textos alemanes a nuestra lengua, que la primera traducción francesa de la obra de Kafka había visto la luz en 1928.(13) Pero más curioso aún es el hecho de que Borges reaccionó exactamente de la misma manera cuando el uruguayo Juan Fló le entrevistó sobre esta cuestión unos años más tarde, en 1981. Fló comenta lo siguiente al respecto:
El diálogo fue algo extraño porque durante algunos minutos Borges evitó responder la pregunta y derivó sobre otros temas acerca de los cuales ya antes había dicho lo mismo, en particular sobre la inadecuación de la expresión «metamorfosis» para trasladar Verwandlung, puesto que en alemán se dispone del término de origen griego y también del término germánico, y que la elección de Kafka podía ser respetada en español en tanto disponemos del término «transformación» [...]. El otro desvío para no responder directamente a mi pregunta tuvo que ver con su conocimiento temprano de Kafka y de la literatura alemana de vanguardia a través de la suscripción a publicaciones expresionistas en sus tiempos juveniles de Suiza. Sólo cuando insistí me contestó, algo alterado, que la traducción de La metamorfosis no era suya, y sí en cambio la de los otros breves relatos incluidos en el libro de 1938 tantas veces reeditado. Y no me atreví a preguntarle, dada la molestia que le causaba el asunto, por qué razones había amparado con su nombre el conjunto de las traducciones incluidas en el libro y cómo a lo largo de tantos años había dejado correr ese malentendido» (Fló, 2013: 228).(14)
Al igual que Sorrentino, Fló pone de relieve las grandes diferencias existentes entre el estilo de Borges y el estilo de la traducción, sobre todo en el uso de las abundantes expresiones rioplatenses que Borges utilizaba en sus textos en aquella época y que no aparecen por ningún lado en la traducción de la novela de Kafka (Fló, 2013: 227).
Unos años antes había escrito también sobre el asunto Cristina Pestaña, quien al hilo de las investigaciones realizadas para su tesis doctoral sobre las traducciones de La metamorfosis al español llevó a cabo una comparación entre las publicadas en Losada y Revista de Occidente. La autora advertía algunos breves cambios, casi imperceptibles, directamente relacionados con aspectos muy llamativos para el lector argentino como el uso de los pronombres enclíticos, leísmos o el verbo «coger», justamente aquellas cuestiones que Sorrentino había identificado como propias de un traductor español, pero que, por cuestiones editoriales, era probable que se hubieran preferido a fin de poder llegar a un público más amplio.(15)
Es evidente que no es posible analizar una traducción de esa época con criterios actuales, pero lo que a todas luces resulta innegable es que «su» traducción presenta divergencias con el original alemán, expresiones que suenan raras y a veces incluso oscuras, producto de un abuso de la traducción literal. Lo cierto es que a menudo da la impresión de que el traductor, como el propio Borges declara de sí mismo, solo conocía «algo de alemán», y llevaba a cabo su trabajo con bastante ligereza, cometiendo errores y alterando incluso la división de párrafos del original.(16) Sea como fuere, en 1980, cuando Losada publicó el primer volumen de la prosa de Kafka, lo hizo con una nueva traducción de todos los textos a excepción de las traducciones publicadas en Revista de Occidente, que siguió atribuyendo a Borges.(17) No obstante, las tres traducciones observan modificaciones respecto de las originales, en tanto que no presentan ya un solo rasgo que recuerde usos específicamente peninsulares.
En cualquier caso, la traducción española fue, y esto es lo verdaderamente reseñable, la primera, y en ello debe reconocerse la realidad del mercado editorial español que ya en el primer cuarto del siglo XX presentaba a sus lectores textos de capital importancia para el desarrollo del pensamiento y las letras del momento… y posteriores. Sin embargo, y a pesar de la situación privilegiada en la que se encontraba en aquel momento el mundo editorial español, estos avances no tuvieron la repercusión esperada y la obra de Kafka pasó prácticamente desapercibida, al contrario de lo que ocurriría, por ejemplo, en Francia, donde Henri Michaux, uno de los escritores sobre los que la escritura kafkiana ejerció una notable influencia, tuvo conocimiento de la obra del autor de Praga precisamente a través del texto publicado en Revista de Occidente.(18)
Aun con todo, a pesar de la labor pionera llevada a cabo en nuestro país respecto del resto de países del entorno, el proceso por el que llegaron a nuestra lengua las demás obras del autor de Praga presenta notables diferencias entre unos momentos y otros, pues los textos fueron publicándose de manera sucesiva hasta los años 50, acompañados de reseñas y artículos en prensa, sobre todo en los diferentes países de Hispanoamérica, mientras que en la península su recepción se vio frenada por la censura impuesta por el régimen de la dictadura. A que Kafka fuera un autor leído en España contribuyeron sin duda las traducciones llevadas a cabo fundamentalmente en Argentina hasta los años 70, momento en que empezó a tener lugar un proceso de traducción masiva de su obra tanto a uno como a otro lado del Atlántico, acompañado además de la publicación de estudios sobre su vida y su obra.
Podría parecer que, llegados a este punto, y con toda su obra traducida, no solo la de ficción, sino también los diarios y las cartas, la necesidad de versionar a Kafka en nuestra lengua hubiera tocado ya techo y, teniendo en cuenta incluso que las traducciones han salido, supuestamente, de la pluma de un autor tan reputado como Jorge Luis Borges o de traductores de tan reconocido prestigio como Pablo Sorozábal, Juan José del Solar o Miguel Sáenz, por mencionar tan solo a algunos de ellos, el mercado editorial no hubiera tenido ya necesidad de volver sobre sus textos. Sin embargo, y casi haciendo honor al adjetivo al que él mismo dio nombre, las obras de Kafka no han dejado de ver versiones en nuestra lengua, incluso después de publicada la traducción de las obras completas (el último volumen de cartas acaba de ver la luz este mismo año) a partir de la edición crítica que la editorial Fischer inició en 1982, un año antes del centenario del nacimiento del autor.(19)
Transcurridos ya más de cuarenta años desde entonces y coincidiendo con otro centenario, esta vez el de su fallecimiento, el número de traducciones (y de reediciones) resulta sorprendente, aunque quizá lo más llamativo, por kafkiano, sea el hecho de que, al contrario de lo que suele afirmarse respecto de la vigencia de las traducciones, todavía a día de hoy sigue reeditándose la que a todas luces fue la primera traducción de La metamorfosis. Que podemos hablar en este caso ya de una traducción canónica es algo que se ha encargado de demostrar con muy buen criterio Susanne M. Cadera, pero lo que el paso del tiempo no consigue poner en claro es el misterio, ya casi convertido en «leyenda»(20) o «mito»,(21) un auténtico rompecabezas en definitiva, que rodea la cuestión su autoría. Rastrear los archivos de la revista tratando de buscar documentación sobre el autor de la traducción resulta a día de hoy tarea imposible, pues fueron destruidos durante la guerra civil; no obstante, hay estudiosos que han querido ver en los nombres de algunos de sus colaboradores a posibles e hipotéticos traductores del texto. Uno de ellos, que ha cobrado fuerza tras la publicación del trabajo de José María Paz Gago, que recientemente ha visto también la luz en la misma Revista de Occidente,(22) es el de Ramón María Tenreiro, escritor y político gallego, quien en el número de junio de 1927 publicó sendas reseñas sobre El proceso y El castillo. No obstante, las opiniones de Tenreiro respecto de ambas novelas («lacerantes pesadillas, seniles e invernizas, llenas de oscuridad y congoja, en las que la vida se nos aparece como infinitamente más turbia, más cruel, más bochornosa, de lo que puede llegar a serlo, aun en las más desdichadas circunstancias») (23) y, sobre todo, respecto del estilo de Kafka reducen al terreno de lo poco verosímil el hecho de que fuera él quien llevara a cabo el trabajo de traducción de la obra. También Cristina Pestaña (y con ella Jordi Llovet) menciona como posible traductor a otro de los colaboradores de la revista, Galo Sáez, pero lo cierto es que Sáez no fue traductor, sino simplemente impresor de la revista, aunque tal como Juan Fló pone de manifiesto, en 1925 no era él el encargado de esta tarea, sino que lo era aún Rafael Caro Raggio (Fló, 2013: 221). El mismo Fló ha podido demostrar que incluso tras Caro Raggio no es siquiera el nombre de Sáez el que figura como impresor, sino el de su viuda. La polémica está, y sigue estando a día de hoy, servida.
Lo que quizá es mucho más interesante es el hecho de que Pestaña, al margen de los colaboradores de la revista, afirma en su artículo que la obra fue traducida «posiblemente» por Margarita Nelken, aunque por desgracia no aporta ningún tipo de pruebas al respecto: «Abierta queda la puerta para futuras y apasionantes investigaciones: ¿La traducción se basa a su vez en una traducción francesa? ¿Es realmente Margarita Nelken la traductora? Si es así, ¿estaba Borges al corriente de ello?».(24) La hipótesis de Pestaña, basada en una conversación de la autora con Ortega Spottorno, quien relevó a su padre en la dirección de la publicación, ha vuelto a cobrar fuerza gracias a los trabajos de Elisa Martínez Salazar, quien en diversos artículos publicados recientemente ha centrado su investigación en la figura de esta intelectual, hija de judíos alemanes asentados en España, posteriormente exilada en México, colaboradora de Cuadernos Americanos y gran conocedora del mundo editorial en las dos orillas, donde se desarrolló también como traductora. A pesar de las muchas posibilidades que apuntan a su autoría, lo cierto es que Nelken no dejó testimonio directo alguno de que ella fuera la traductora del texto de Kafka, ni tampoco mencionó en lugar alguno que el texto hubiera sido objeto de una apropiación indebida. Pero las recientes investigaciones de Martínez Salazar están poniendo de manifiesto que muy bien pudo ser Nelken, crítica de arte, escritora y traductora, colaboradora asimismo de Revista de Occidente, la que se encargara de traducir el texto y su voz haya sido acallada, sobre todo si se tienen en cuenta, por un lado, su actividad política durante la República y la Guerra Civil (fue una de las primeras mujeres diputadas tras la aprobación del sufragio para las mujeres durante la II República) y, por otro, el hecho de que la traducción que Nelken había hecho de De profundis de Oscar Wilde había sido justo por aquella época duramente criticada por Enrique Díaz Canedo, Ricardo Baeza y Luis Astrana Marín, quienes la acusaban de haber falseado el original.(25) En su último artículo publicado en junio de 2024 en Letras Libres, Martínez Salazar se refiere a una carta conservada en el Archivo Histórico Nacional de España, en la que Nelken, en respuesta a una estudiante que le había preguntado por su trayectoria, dice haber realizado diferentes traducciones, entre ellas la «primera publicación de Kafka en la Revista de Occidente».(26) De reconocerse la autoría de Nelken, habría que considerar el juego de Borges con la (no) autoría de esta traducción como otra más de sus «ficciones», como una intrusión de la ficción borgiana en la realidad, que, debido precisamente a su emplazamiento entre ambas ha generado abundantes ríos de tinta.
Aunque vuelve a haber voces como la de Marietta Gargatagli, que reclaman una posible autoría del argentino atendiendo a cuestiones relacionadas primero con su propia forma de escribir (el Borges de los primeros años utilizaba expresiones más cercanas al castellano que en años posteriores) y, segundo, con la situación editorial en la Argentina del momento, ampliamente dominada por las casas españolas que, evidentemente, imponían el uso de registros claramente peninsulares, que pudieran llegar con facilidad al lector español,(27) lo cierto es que de confirmarse que Margarita Nelken fue la autora de esta traducción, contaríamos con un elemento de primer orden para demostrar, una vez más, que el (supuesto) retraso de España en los ámbitos cultural y científico, no fue tal, en tanto que, a diferencia del resto de países occidentales, no solo fuimos los primeros en reconocer su valor y dar voz internacional a un escritor de la talla de Franz Kafka, sino que, además, quien le dio voz fue, como también hiciera Milena con algunos de sus relatos al checo, una mujer. Ello vendría a confirmar que nuestro «retraso» nunca fue tal, sino tan solo el que otros, por intereses tardíamente aclarados, han querido hacer ver.
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FLÓ, Juan, «Jorge Luis Borges traductor de Die Verwandlung (Fechas, textos, conjeturas)», Anales de Literatura Hispanoameriana, 42 (2013), 215-240.
GARGATAGLI, Marietta, «Y si La metamorfosis de Borges fuera de Borges? (I)», El Trujamán. Revista diaria de traducción, 10 enero 2014, disponible en https: //cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/enero_14/10012014.htm [consultado: 10 junio 2024].
― «Y si La metamorfosis de Borges fuera de Borges?» (II), El Trujamán. Revista diaria de traducción, 24 enero 2014, disponible en https://cvc.cervantes. es/trujaman/anteriores/enero_14/24012014.htm [consultado: 10 junio 2024].
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― «Y si La metamorfosis de Borges fuera de Borges? (IV)», El Trujamán. Revista diaria de traducción, 24 febrero 2014, disponible en https://cvc.cervantes .es/trujaman/anteriores/febrero_14/24022014.htm [consultado: 10 junio 2024].
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― «Borges y Die Verwandlung: algunas precisiones adicionales, Espéculo. Revista de estudios literarios, 12 (1999), disponible en https://www.biblioteca.org.ar/libros-comedias/5511.html [consultado: 20 junio 2024].
(1) A este respecto véase Ángel Gómez Moreno, «El retraso cultural de España: fortuna de una idea heredada», en Ángel Sesma (ed.), Actas de la XXXVIII Semana de Estudios Medievales, Estella, Gobierno de Navarra, 2012, pp. 353-416. Por otro lado, el inusitado desarrollo de los estudios dieciochescos a lo largo de las últimas décadas ha servido para corregir estas falsas impresiones y demostrar que fue un periodo extremadamente prolífico en todos los ámbitos de la ciencia, a lo que contribuyó sin duda la fundación de las reales academias y las reales sociedades.
(2) Del que se sigue hablando hoy en día con relativa ligereza. Cf., entre otros, el artículo de F. Fernández de Alba y P. Pérez del Solar, «Hacia un acercamiento cultural a la literatura hispano-americana», Iberoamericana, 6 (2006), pp. 99-107, quienes tildan de provinciano, entre otros ámbitos, al de la crítica literaria, pero sobre todo el ensayo de Eduardo Subirats, Memoria y exilio. Revisiones de las culturas hispánicas, Madrid, Losada, 2003, en el que se pone de manifiesto cómo este retraso incidió negativamente en el desarrollo de las naciones latinoamericanas.
(3) En referencia a las vías por las que la literatura alemana llegó a España, en su artículo «La traducción de la narrativa en lengua alemana en el siglo XIX» Lorena Silos menciona una realidad que sigue siendo así incluso a día de hoy: «en muchos casos, [la llegada de la literatura alemana] estaba claramente vinculada al interés personal de alguno de sus editores (véase, por ejemplo, Antonio Bergnes de las Casas o José del Perojo)».
(4) Editada por La España Moderna (Madrid) en traducción de Juan Fernández. Lorena Silos se refiere precisamente a esta situación cuando habla de que «la notoriedad que alcanzó la obra de J. W. Goethe –particularmente a través de sus obras más célebres, Werther y Fausto– permitió que entrasen en nuestro país otros autores coetáneos como Heinrich Zschokke o Jean Paul, ahora apenas conocidos para los lectores de lengua española, pero que en la época ilustraron las páginas de los semanarios más populares y constituyeron una suerte de canon literario, que no por temporal deja de ser relevante. Por otra parte, España tampoco se mantuvo ajena a la admiración que el movimiento romántico alemán despertaba en los círculos culturales de los países vecinos y, de forma paulatina y particularmente a través de destacados intelectuales, la influencia del pensamiento y de las inquietudes literarias de los principales autores románticos derivará en un buen número de traducciones y en la popularización de los géneros breves en el panorama literario español a través de la obra de E. T. A. Hoffmann o de Wilhelm Hauff».
(5) Sobre la importante labor de Ortega al respecto, véase Jaime Ferreiro Alemparte, «José Ortega y Gasset y el pensamiento alemán en España», Glossae. Revista de Historia del Derecho europeo, 2 (1989-90), 143-159.
(6) En una carta a la editorial Kurt Wolff con sello de entrada de 21 de octubre de 1922, Kafka alude a la primera, la traducción al húngaro de La metamorfosis, La condena y Un fratricidio, realizadas por Sándor Márai y publicadas ese mismo año: «Casualmente he llegado a saber por terceros que la Verwandlung y Das Urteil han aparecido en traducción húngara en 1922 en la revista Szebadśag, de Kaschau; Brudermord en el número de Pascua de 1922 de Kassai Naplo, también publicada en Kaschau. El traductor es el escrito húngaro Sándor Márai, que vive en Berlín. ¿Lo sabían Vdes.?» (Kurt Wolff, Autores, libros, aventuras. Observaciones y recuerdos de un editor, seguidos de la correspondencia del autor con Franz Kafka, trad. I. García Adánez, Barcelona, Acantilado, 2010, p. 199). La traducción al húngaro no tuvo sin embargo la repercusión internacional que sí tuvo la traducción española.
(7) Año III, nº. XXIV (junio 1925), 273–306 y nº. XXVI (julio 1925), 33–79.
(8) Una lista detallada de las veces que esta traducción ha sido reeditada también en otras editoriales hasta entrado ya el siglo XXI puede encontrarse en Cadera (2022: 79) .
(9) Los relatos que contenía el volumen eran, además de los tres mencionados: «La edificación de la muralla china», «Una cruza», «El buitre», «El escudo de la ciudad», «Prometo» y «Una confusión cotidiana». Los relatos de este volumen (reeditados por Losada y posteriormente por Alianza) fueron incluidos en las Obras completas del autor que Emecé empezó a publicar en 1960. Casi dos décadas después, en 1979, vieron la luz también en el volumen titulado El buitre, incluido en la colección de lecturas fantásticas dirigida por Borges (Ediciones Librería La Ciudad / Franco Maria Ricci, Colección La Biblioteca de Babel), esta vez, sin embargo, sin La metamorfosis. En esta edición «Un artista del hambre» y «Un artista del trapecio» son atribuidos a Miguel Ballesteros Acevedo, nombre que corresponde a Miguel de Torre, hijo de Guillermo de Torre Ballesteros, nieto de Leonor Acevedo, y sobrino por tanto de Borges.
(10) Al respecto Borges se contradice en diferentes declaraciones. Por un lado dijo haberlo conocido durante su estancia en Suiza a través de diferentes revistas expresionistas como Die Aktion o Der Sturm, pero esto resulta difícil de aceptar si se tiene en cuenta que Kafka no publicó nada en ellas. Posteriormente, en un artículo publicado en El País el 3 de julio de 1983 con motivo del centenario del nacimiento del autor praguense Borges escribe: «Mi primer recuerdo de Kafka es del año 1916, cuando decidí aprender el idioma alemán. [...] Fue entonces cuando leí el primer libro de Kafka que, aunque no lo recuerdo ahora exactamente, creo que se llamaba Once cuentos. [...] Después tuve oportunidad de leer El proceso y a partir de entonces, lo he leído continuamente». En torno a 1917 Kafka sólo había publicado un libro: Betrachtung, en el que se incluyeron 18 relatos. El título mencionado por Borges (Once cuentos) no existe, pero es posible que Borges lo confundiera con el relato «Once hijos», escrito en 1917 y publicado por primera vez en mayo de 1920 (con fecha de 1919) en el volumen Ein Landarzt.
(11) Óscar Caeiro, «Die Aufnahme in den einzelnen Ländern: Hispania», en Hartmut Binder (ed.), Kafka-Handbuch. Das Werk und seine Wirkung, Stuttgart, Kröner, 1979, pp. 704-721, aquí p. 705. La traducción es mía.
(12) Fernando Sorrentino, Siete Conversaciones con Jorge Luis Borges. Prólogo de Jorge Luis Borges, Buenos Aires, El Ateneo, 1996, p. 137. La primera edición apareció también en Buenos Aires, Casa Pardo, 1974. Al respecto Sorrentino publicó también un artículo en La Nación, Buenos Aires, 9 de marzo de 1997, que volvió a publicar con alguna variante en Espéculo, 10 (1998-1999).
(13) Franz Kafka, La métamorphose, trad. A. Vialatte, La Nouvelle Revue Française, 172 (enero 1928). Tampoco es posible que el título se tomara de la versión italiana o inglesa, pues estas aparecieron en 1934 y 1937 respectivamente.
(14) Sobre la «equivocada» traducción del título se publicó en El País del 15 de abril del 2015 un extracto de una carta que envié a su director y que reproduzco ahora aquí en su totalidad:
«Estimado director: en el artículo del pasado día 9 "El bicho de Kafka cumple un siglo" que firma José Andrés Rojo, leo, resaltado, lo siguiente: “Franz Kafka tituló su narración Die Verwandlung, cuya traducción literal es 'La transformación'. Era un tipo extremadamente meticuloso, obsesivo incluso, con la utilización de las palabras, le interesaba su precisión y que dijeran exactamente lo que dicen. Así que no utilizó el término Metamorphose, que también existe en alemán y que acota el significado más general de 'transformación' al referido específicamente al cambio que se produce cuando los seres humanos se convierten en animales, plantas, manantiales, etcétera.” Como autoridad que sustenta tal teoría se basa el autor del artículo en la afirmación de Borges, sobre cuya traducción de la obra ha habido también más de una polémica. Cito literalmente del artículo de Carlos García "Borges y Kafka" (2005): "En 1938 apareció en Losada (Buenos Aires) un volumen de Kafka titulado La Metamorfosis, con un prefacio de Borges, a quien también se atribuye la traducción de todos los textos que el libro contiene. No hace falta comentar aquí la supuesta traducción del relato La metamorfosis, puesto que, tras los trabajos de Sorrentino y Fló al respecto, no cabe duda de que la traducción de ese relato no procede de la pluma de Borges, sino de la de un innominado traductor español". Por mencionar solo a uno de ellos, en Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (1974), Francisco Sorrentino transcribe una conversación con el escritor argentino en la que le hace notar su observación de que la traducción de La metamorfosis difícilmente podía proceder de la pluma de Borges, pues no cuadraba con el estilo del autor. Evidentemente esto contradice sus afirmaciones en la posterior entrevista publicada en El País en 1983. En cualquier caso, no puede tomarse a Borges, cuyos conocimientos de la lengua alemana, él mismo lo reconoce, eran limitados, como autoridad en la que basarse para justificar un error de traducción del título de esta obra, error que, por cierto, se habría producido asimismo en otras muchas lenguas que también traducen y han traducido desde siempre por "metamorfosis". Como traductora de la edición de la editorial Nórdica a la que se refiere Rojo en su artículo, me documenté cuidadosamente a la hora de optar por mantener como título La metamorfosis, a sabiendas de que las últimas ediciones, incluida la de Círculo de Lectores, habían optado por cambiar el título a La transformación, inspiradas tal vez por la nueva moda de cambiar el título a los clásicos en las recientes retraducciones, en un afán, probablemente, de dejar una impronta de renovación o de hacer valer la necesidad de una nueva traducción como consecuencia de un error. No lo sé. También me llamó la atención en su momento el hecho de que la traductora de la edición de Letras Universales de Cátedra, la titulara primero La metamorfosis y en la edición revisada de hace unos pocos años le cambiara el título por La transformación sin justificar el porqué de ese cambio.
»En cualquier caso, y consciente de la importancia que, no solo Kafka, sino cualquier escritor da a las palabras, y en aras de ese respeto que todo traductor debe tener hacia el texto que traduce, investigué una vez más sobre el término "Verwandlung", 'transformación', aplicada también a la de personas en animales y viceversa, y "Metamorphose", el término científico que se utiliza en el caso de la mutación o transformación de un ser vivo en otro. Goethe, al que sí puede considerarse como autoridad de la lengua alemana, utiliza el término Metamorphose exclusivamente para sus tratados científicos (Metamorphose der Pflanzen, La metamorfosis de las plantas), y, sin embargo, Verwandlung para toda metamorfosis que tenga lugar en el ámbito mitológico-literario. Él mismo, al referirse a Las metamorfosis de Ovidio (en el original Metamorphoseon) utiliza el término Verwandlungen ("Ovids Verwandelungen", Goethe IV 28, 335 W.), una obra que ha recibido este título en numerosas traducciones al alemán. Un ejemplo: Ovids Verwandlungen aus dem Lateinischen übersetzt von J. B. Sedlezki, Augsburg, Leipzig 1763. Tal vez deba aclararse que la preferencia por los términos de raíz germánica se impuso a partir del siglo XVII gracias al impulso de las diferentes sociedades lingüísticas y literarias (aunque bien es cierto que el primer intento para frenar la introducción de préstamos y la creación de neologismos en alemán lo llevó a cabo ya el propio emperador Carlomagno).
»Aun con todo, yo, personalmente, no me atrevo a afirmar qué es lo que Kafka pretendió o no al titular su obra, no lo explica ni en sus diarios ni en sus cartas de aquellos años a Felice Bauer, y tampoco qué es lo que tenía en mente a la hora de titular el relato, pero de lo que creo estar segura es de que el español utiliza el término "metamorfosis" para referirse a las transformaciones de seres humanos en animales en el ámbito mítológico-literario, y de un texto literario precisamente es de lo que estamos hablando aquí».
La publicación del extracto de esta carta llevó a la posterior publicación en El País del 25 de abril de ese mismo año del artículo titulado «Dos visiones: Traducir a Kafka: ¿La metamorfosis o La transformación?» en el que esta opinión se contrastaba con la de Jordi Llovet.
(15) No obstante, el análisis más detallado de los cambios perceptibles entre una y otra versión lo puede encontrar el lector en Gómez-Pablos (2003: 102-104). Asimismo, Gómez-Pablos constata sutiles diferencias entre la versión de Alianza y la de Revista de Occidente de 1945 que le sirvió como base.
(16) Borges nunca aclaró con rotundidad si era o no el autor de la traducción. En el artículo que escribió para Clarín el 30 de junio de 1983 dijo, insistiendo una vez más en la cuestión del título: «[...] yo traduje un libro de cuentos para Losada y ellos le pusieron de título La metamorfosis. Ahora, yo no quise porque el título alemán es Die Verwandlung, que quiere decir la transformación, y por algo Kafka eligió esa palabra… Había que traducirla así, y no como se hizo aquí, que recuerda a Ovidio, en fin… «Verwandlung» es una palabra alemana y «metamorfosis» es una palabra griega. De cualquier forma, tampoco La metamorfosis es lo mejor de él».
(17) Vid. Franz Kafka, Relatos completos, 2 vols., Buenos Aires, Losada, 1981.
(18) Cf. Robert Bréchon, Henri Michaux, París, Gallimard, 1959, p. 208. Fló nos recuerda en su artículo (2013: 224) que Michaux viajó a Buenos Aires en 1936 con motivo del congreso del PEN Club internacional, por lo que no resulta casual que accediera al texto publicado en la revista, dado que algunos de sus conocidos colaboraban en ella.
(19) Me refiero a la edición alemana de la editorial S. Fischer llevada a cabo por Hans-Gerd Koch, Klaus Hermsdorf, Benno Wagner, Wolf Kittler, Gerhard Neumann y Malcolm Pasley (el último volumen de cartas verá la luz a finales de 2025), y a la española de Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg dirigida por Jordi Llovet con traducciones de Miguel Sáenz, Juan José del Solar, Adan Kovacsis y Carlos Fortea.
(20) María Belforte, «Kafka in Argentinien», en Ekkedhard W. Haring (ed.), Kafka-Atlas, disponible en https://www.kafka-atlas.org/src/docs/beitraege/baf4f _Kafka_in_Argentinien.pdf [consultado: 20 junio 2024].
(21) Georg Pichler, «Franz Kafka in Spanien», en Ekkedhard W. Haring (ed.), Kafka-Atlas, disponible en https://kafka-atlas.org/src/docs/beitraege/672c8_Kaf ka_in_Spanien.pdf [consultado: 20 junio 2024].
(22) José María Paz Gago, «Primera traducción de un texto de Kafka a una lengua extranjera: La metamorfosis de Revista de Occidente», Revista de Occidente (2024), pp. 59-68. El autor había defendido esta misma autoría con anterioridad en «Kafka en España. Ramón María Tenreiro, autor de la primera traducción de La metamorfosis a una lengua extranjera», Svět literatury, XXXIII (2023), 19-28, disponible en https://svetliteratury.ff.cuni.cz/en/2023-3-2/ [consultado: 20 junio 2024], así como en el artículo «La vía española de Franz Kafka» publicado en ABC el 11 de agosto de 2022.
(23) Ramón María Tenreiro, «Franz Kafka. Der Prozess. Verlag Die Schmiede. Berlin, 1925. Das Schloss. Kurt Wolff Verlag. München, 1926», Revista de Occidente, 48 (1927), 385-389.
(24) Cristina Pestaña Castro, «¿Quién tradujo por primera vez La metamorfosis de Kafka al castellano?», Espéculo, 11 (1999). También Pilar Benito se hace eco de la posible autoría de Nelken en la edición de la novela que preparó junto con Luis Fernando Moreno Claros para Atalanta en 2016. Por otro lado, comentando esta hipótesis de Pestaña, Sorrentino propone también como posible traductor del texto a Julio Gómez de la Serna (1895-983), traductor, editor y escritor además de abogado, pero en realidad entre su amplia bibliografía como traductor del portugués, del francés y del inglés, solo he podido encontrar una obra de un autor alemán, Heinrich Hoffmann, el que fuera fotógrafo personal de Hitler, la cual, probablemente, fuera traducción del francés. Esta hipótesis, por tanto, parece difícil de sostener.
(25) Marietta Gargatagli hace también mención a este hecho en «Y si La metamorfosis de Borges fuera de Borges? (IV)» sin pensar en que estas críticas bien pudieran haber contribuido a silenciar su nombre como traductora del texto a fin de acallar posibles críticas de similares características.
(26) Elisa Martínez Salazar, «Avatares de la recepción hispánica de Franz Kafka», Letras Libres, 273 (junio de 2024), 21-23, aquí p. 22. Martínez Salazar también ha defendido esta hipótesis en el congreso «El impacto de Franz Kafka» organizado por la Sociedad Goethe en España y celebrado en Barcelona del 8 al 10 de mayo de 2024.
(27) Gargatagli añade además que «[p]ocas veces se recuerda que en España y en América se accedió a la escritura al mismo tiempo, de forma ya masiva a finales del siglo XIX, y que los modelos lingüísticos que se utilizaron para la alfabetización eran los mismos y eran contemporáneos. De ahí procede la uniformidad de la lengua escrita».
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