VICENTE GIRBAU, DIPLOMÁTICO ANTIFRANQUISTA Y TRADUCTOR
Alberto RIVAS YANES
Filólogo y traductor
Investigador independiente
2025
Recibido: 3 de septiembre de 2025
Aceptado: 10 de octubre de 2025

1. De la diplomacia al exilio

Vicente Girbau León (Gijón, 1923-Madrid, 1998), miembro de la Carrera Diplomática desde 1953 (su memoria de fin de estudios versó sobre el estatuto jurídico del protectorado español en Marruecos), parecía llamado a seguir la trayectoria normal de cualquier diplomático de su generación, ascendiendo gradualmente en el escalafón y desempeñando distintas funciones en España y el extranjero, hasta que, en 1956, su vida dio (según sus propias palabras) un viraje.(1) Ese viraje lo condujo a exiliarse y a residir fuera de España durante casi dos decenios, durante los cuales su actividad profesional principal fue la traducción en los organismos internacionales.

El 29 de enero de 1956, Miguel Sánchez-Mazas Ferlosio llamó por teléfono al domicilio madrileño de Vicente Girbau para invitarlo a una reunión que iba a celebrarse en el Club Tiempo Nuevo con el objetivo de «formar una estructura organizativa cuya actuación pudiera desbancar al SEU [Sindicato Español Universitario, la única organización estudiantil legal en aquel momento] [... y] que fuera políticamente neutra y abierta a todas las tendencias, aconfesional y estrictamente profesional» (Lizcano, 2006: 135); es decir, que respondiera a los postulados de la Federación Universitaria Escolar (FUE) previa a la Guerra Civil. La confabulación estaba orquestada por militantes comunistas dirigidos por Javier Pradera y Enrique Múgica y contaba con el respaldo de Dionisio Ridruejo, alejado desde hacía tiempo del falangismo y represaliado por el Régimen, así como de otras personas más próximas a la esfera oficial. A la reunión asistió una veintena de personas, entre las que se encontraban, junto a Ridruejo, Sánchez-Mazas, Pradera y Múgica, otros jóvenes activistas, como Ramón Tamames y Jesús López Pacheco. Aquella misma noche se redactó la versión definitiva de un manifiesto en el que se incorporaron las propuestas de Sánchez-Mazas, socialista, que quedó encargado de pasarlo a máquina.

El manifiesto denunciaba la situación de indigencia material y vocacional que sufrían los universitarios españoles y el divorcio entre la visión oficial de la Universidad y la realidad, e invitaba a los estudiantes universitarios de Madrid a suscribir la petición dirigida al Gobierno franquista de que se convocara un congreso nacional el que estuvieran representados democráticamente todos los estudiantes del país. El eco que tuvo el manifiesto, incluso en otros países europeos, fue considerable, en lo que «[e]ra el primer desafío público al régimen franquista que se hacía desde el interior de España, respaldado por una amplia confluencia de opciones políticas y refrendado de forma tan masiva» (Lizcano, 2006: 141).

Como consecuencia del revuelo provocado por la difusión del manifiesto, pocos días después se produjo un asalto de las fuerzas de choque de la Falange a la Facultad de Derecho de la calle San Bernardo, al que siguió el 9 de febrero una violenta confrontación en Alberto Aguilera entre falangistas y estudiantes opuestos a ellos. El enfrentamiento se saldó con dos falangistas heridos, uno de ellos en estado grave, al parecer debido a los disparos de sus propios correligionarios, y con la detención ese mismo día de siete de los promotores del manifiesto, entre ellos Ridruejo y Sánchez-Mazas y, dos días después, de varios integrantes del grupo comunista universitario.

Los disturbios costaron el puesto a Pedro Laín Entralgo, que dimitió de su cargo de rector, y a Joaquín Ruiz-Giménez, ministro de Educación, y a Raimundo Fernández-Cuesta, secretario general del Movimiento, que fueron cesados. Por su parte, los detenidos, tras su paso por la cárcel de Carabanchel, en la que recibieron un trato ciertamente deferente, fueron saliendo poco a poco de prisión a lo largo de «un período de cuatro meses» (Lizcano, 2006: 162).

Los sucesos de febrero de 1956, en los que desempeñaron un papel preponderante los estudiantes de militancia comunista, dieron pie a que un grupo de estudiantes con ideas socialistas constituyeran, a finales de ese mes, la Agrupación Socialista Universitaria (ASU), al margen del PSOE, partido que por entonces tenía escasa actividad en el interior del país y de cuyas directrices políticas, dictadas desde el exilio, estos jóvenes se sentían muy alejados. En el mes de marzo, tras la redacción de un primer manifiesto del grupo que se difundió de manera artesanal (Girbau, 1989), Francisco Bustelo y Vicente Girbau, pertenecientes a la ASU, imprimieron en una multicopista instalada en el domicilio de este un nuevo manifiesto en el que se protestaba por las detenciones del mes anterior y se pedía la dimisión del ministro de la Gobernación. El 1 de abril se difundió otro manifiesto más, fruto de la colaboración de la ASU con el PCE, en cuya redacción participó «Federico Sánchez» (Jorge Semprún), que también se encargó de su reproducción.

Las acciones propagandísticas de marzo dieron como resultado sendas oleadas de detenciones de militantes socialistas. Manuel Ortuño fue el primer detenido al ser interceptado mientras distribuía copias del manifiesto impreso en casa de Girbau. Ello no impidió que, coincidiendo con el puente del 19 de marzo, día festivo, este emprendiera en su coche un viaje de placer por el norte de España junto con Alberto Machimbarrena, Juan Benet y Luis Peña la víspera de que se dictara una orden de busca y captura de los involucrados en la difusión del manifiesto. En San Sebastián se unió a ellos Luis Martín Santos, ya por entonces activo militante socialista, que les leyó una carta de Enrique Múgica desde la cárcel, y con él continuaron viaje hasta Jaca, de donde se trasladaron a Pamplona, con parada previa en Estella. En un bar de la plaza del Castillo de Pamplona fueron detenidos por la policía al grito de «¿dónde está el Vicente?». En un descuido de la policía, Martín Santos se comió la carta de Múgica, según el relato del episodio que hace Girbau (1989). Una vez en la comisaría,

cuando le dije que era diplomático [el comisario] puso cara de estupor. [...] Cuando le enseñé el pasaporte, se repitió su sorpresa y dijo «debe ser una equivocación». [...] Su admiración fue en aumento cuando Martín Santos le dijo que era psiquiatra, Benet que era ingeniero de caminos, Machimbarrena que era economista, y Peña que estudiaba arquitectura. A partir de aquel momento, aquellos agresivos policías se transformaron, nos hablaban amablemente, nos ofrecían café, licores, etcétera. Diferencias de clases; muy diferente hubiera sido todo si hubiésemos sido obreros metalúrgicos.

La estancia en los calabozos de la Dirección General de Seguridad (DGS) en la Puerta del Sol sirvió a Martín Santos de inspiración para el episodio de Tiempo de silencio que transcurre en ellos, según testimonio de Girbau:

Poco antes de morir y recién salido el libro, yo exiliado en Francia, [Martín Santos] me regaló un ejemplar con esta dedicatoria: «A Vicente Girbau, compañero de mi primer descenso a los infiernos».

Al parecer, los detenidos fueron interrogados por el comisario Conesa, ante el que Girbau «se autoinculpó para exculpar [a Víctor Pradera] [diplomático, socialista y hermano de Javier], compañero suyo de la Escuela, que se acababa de casar y recibir su primer destino» (Duque, 2007: 116). Tanto Martín Santos como Benet, que no habían tenido nada que ver con el manifiesto, fueron puestos en libertad. Machimbarrena, Peña y Girbau estuvieron encarcelados en la prisión de Carabanchel, pero los dos primeros solo durante un corto período, porque no fueron procesados. También ingresaron en prisión Luis Caro, Jesús Ibáñez y Manuel Ortuño, que serían juzgados con Girbau. En la cárcel convivieron con otros detenidos políticos a resultas de los acontecimientos de los meses anteriores, como Ridruejo, Ramón Tamames (compañero de celda de Girbau), Javier Pradera y Enrique Múgica. A ellos se unió el grupo detenido en relación con el manifiesto del 1 de abril (Francisco Bustelo, Manuel Fernández-Montesinos, Pablo Sánchez Bonmatí y José María González Muñoz).

De pie, de izquierda a derecha, Jesús Ibáñez, Pablo Sánchez Bonmatí, Julián Marcos, Vicente Girbau, Manuel Fernández-Montesinos García y Francisco Bustelo; sentado en el suelo, José María González Muñoz. Ibáñez, Marcos y Girbau, que ya estaban en libertad, estaban visitando a sus compañeros encarcelados (Foto: Manuel Fernández-Montesinos, Lo que en nosotros vive, 2008)

El juicio a Girbau y sus tres compañeros, que se siguió con gran expectación en España y tuvo resonancia mundial por la presencia en la sala de varios corresponsales de grandes medios internacionales, se celebró a finales de abril. Para ellos se pedían muchos años de prisión por publicación clandestina, propaganda ilegal e injurias a las autoridades; entre ellas, la referencia al ministro de la Gobernación, Blas Pérez, como «Blas Himmler». El abogado José María Gil Robles (el antiguo dirigente de la CEDA que en aquellos años secundaba la causa monárquica de Juan de Borbón) ejerció la defensa, que convirtió en un espectáculo político, e hizo un alegato basado en tratar de demostrar que todo lo que se afirmaba en los manifiestos era cierto. Declararon como testigos, entre otros, Luis García de Valdeavellano, José María de Llanos (el «padre Llanos»), el diplomático Josep Maria Trias de Bes Borràs, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo, Federico Sopeña y Miguel Sánchez-Mazas, compañero de militancia de Girbau. Este último fue condenado «a dos penas de tres meses por publicación clandestina y a otras dos de dos meses por propaganda ilegal» (Girbau, 1989), de las que solo tuvo que cumplir nueve meses, y los otros tres reos a seis meses.

Vicente Girbau, Julián Marcos, Francisco Bustelo y Pablo Sánchez Bonmatí en la cárcel de Carabanchel (abril de 1956); la niña es una sobrina del también preso político Adolfo Lucas Reguilón García
(Foto: Archivo familiar de Vicente Girbau)

Al salir de la cárcel, Vicente Girbau, suspendido de empleo y sueldo y convertido en «una suerte de “personalidad”, siquiera en tono menor» (Girbau, 1989), decide partir al exilio y, hasta su marcha de España, se dedica a despedirse de sus muchos amigos, simpatizantes y conocidos. En Madrid se reencuentra, entre otros, con Javier Pradera, con el antiguo torero Domingo Dominguín, con sus compañeros diplomáticos Fernando Morán y Gonzalo Puente Ojea, con Enrique Tierno Galván, que había sido mentor suyo, y con sus queridos Valdeavellano y Ridruejo, visita a los miembros de la familia García Lorca residentes en la capital, y conoce a Antonio Buero Vallejo. En Barcelona se despide de sus amigos Fabián Estapé y Joan Reventós, conversa con Josep Maria Castellet, con Manuel Sacristán e incluso con Jordi Pujol y Miguel Maura, y se desplaza a Montserrat para visitar a su primo José Juan (el padre Basilio), monje del monasterio. Además, sus contactos durante ese período con el grupo socialista del País Vasco (Martín Santos, Vicente Urquiola) y el de Cataluña (Reventós) le facilitan el enlace con Antonio Amat, «Guridi», que ejercía de correo del PSOE en el interior (Lizcano, 2006: 194).

En las memorias relata su salida de España, provisto de su pasaporte:

Un día de la primavera de 1957, tomé por la noche el tren en Barcelona. Al día siguiente, por la mañana, llegué a Ginebra. Iban a pasar ocho años y medio antes de que volviese [a España]. (Girbau, 1989)

Algunos amigos le habían aconsejado que no se marchara («creo que tenían razón», escribirá al final de su vida). Como otros exiliados, pensaba

que el cambio iba a ser más rápido. Pocos podían pensar que iba a tardar aún casi veinte años. Me decía también que fuera iba a contribuir al mismo y así lo hice, más o menos, mejor o peor. (Ibid.)


2. La forja de un (señorito) rebelde y el misticismo de lo empírico

Vicente Girbau León descendía de una familia de origen catalán y asturiano por el lado paterno y andaluz por el lado materno. Poco tiempo después de su nacimiento en Gijón el 5 de agosto de 1923, se trasladó con sus padres a Barcelona, donde tanto su padre como su madre habían residido con sus familias una decena de años antes de su matrimonio. Su padre, funcionario del Cuerpo Pericial de Aduanas, fue destinado en 1933 a Valcarlos (Navarra), pero su madre y él continuaron viviendo en Barcelona durante el curso escolar. En 1934 el padre obtuvo destino en Port Bou y él siguió cursando sus estudios en Figueras hasta junio de 1936. Cuando comenzó la Guerra Civil toda la familia se encontraba en Barcelona, adonde el padre había sido destinado recientemente.

«Toda mi familia, prácticamente, fue franquista» (Girbau, 1989). «Mi padre estuvo también del lado franquista. He dicho que era azañista y que votó incluso al Frente Popular el 16 de febrero [de 1936], pero era un hombre esencialmente moderado y su sitio no estaba con la revolución». Al ser movilizado, el padre huyó en barco y pasó a la zona franquista, donde se incorporó a la aduana de Fuentes de Oñoro (Salamanca). El resto de la familia, que había permanecido en Barcelona, tras el estallido de una potente bomba arrojada por la aviación italiana en marzo de 1938 (que provocó el fallecimiento de la madre de los Goytisolo), se trasladó a un pueblo del Ampurdán, pero, tras la detención de un tío de Vicente, su madre y una tía suya volvieron a Barcelona, donde fueron detenidas. La madre permaneció presa (primero en el buque-prisión Uruguay, posteriormente en la prisión de la calle Vallmajor y finalmente en el monasterio del Collell, adonde fue trasladada en vísperas de la caída de Barcelona) hasta la derrota del ejército republicano. El padre, enterado de la detención, se trasladó a Burgos y de allí a Perpiñán; durante tres meses pensó que su esposa había sido fusilada. Vicente y tres primos suyos fueron evacuados y se reunieron en Francia con su padre, de donde se trasladaron a Irún y luego a Fuenterrabía. El padre fue destinado a Irún y la familia se instaló en San Sebastián. Entró en Barcelona con el ejército franquista y consiguió reunirse con su esposa, antes de regresar a San Sebastián, donde toda la familia permaneció hasta el final de la guerra. Vicente cursó después en Barcelona el último año del Bachillerato, que culminó con el examen de Estado en 1940.

Tras iniciar estudios de ingeniería de caminos, que abandonó al cabo de un año académico, Vicente Girbau cursó la licenciatura de Derecho (1941-1946) en la Universidad de Barcelona. Durante los años universitarios, la relación con Luis García de Valdeavellano influyó de manera determinante en su evolución personal a partir de la participación en el Seminario de Historia del Derecho de dicho catedrático (que marcó una «cesura decisiva» en su vida). En aquellos años trabó una entrañable y duradera amistad con sus condiscípulos María Antonia Tous y su futuro esposo, Fabián Estapé («una de las personas de las que más a fondo puedo decir que está imbricado en mi vida»). En el seminario de Valdeavellano conoció a Pierre Vilar (residente en Barcelona), que deslumbró al joven Girbau por su clarividente modo de explicar el devenir histórico (sus «ideas quedaron grabadas en mi subconsciente hasta que bastantes años después se revelaron»). Al concluir la carrera de Derecho, Girbau (al igual que Estapé) obtuvo Premio Extraordinario y fue profesor ayudante de Valdeavellano.

De Barcelona se trasladó a Madrid, donde se preparó para ingresar en la Carrera Diplomática, en la que ingresó en 1953 «tras unos brillantes exámenes, especialmente en los temas de derecho internacional, tanto público como privado» (García Miranda, 1998). En la primavera de 1949 había conocido a Enrique Tierno Galván, que le ayudó a preparar la oposición de acceso a la Escuela Diplomática, en la que cursó estudios de 1951 a 1953. Desde su ingreso en la Carrera permaneció en Madrid, adscrito a la Dirección General de Relaciones Culturales. El magisterio que ejerció Tierno sobre Girbau (quien, cuando falleció el «Viejo Profesor», reconoció ser su «viejo alumno» [Girbau, 1986b: 211], pese a que solo mediaba entre ellos una diferencia de edad de cinco años), así como su sintonía política y la relación de amistad que se mantuvieron hasta el fallecimiento del maestro, quedan ilustrados en dos momentos de la vida de Girbau.

El primer momento fue en enero de 1956, cuando formó parte del «grupo de señoritos rebeldes» (Girbau, 1986b: 212) que se desplazó a Salamanca, donde Tierno era catedrático, para la fundación de la Asociación por la Unidad Funcional de Europa,(2) promovida por Tierno. Unos días después de ese viaje,

nos reuníamos en la plaza de Salamanca [de Madrid], en casa de Melquíades Álvarez (por supuesto, no el viejo don Melquíades, sino su nieto); [la reunión] era, entre otras cosas, para redactar una suerte de escrito fundacional, y a mí se me ocurrió la expresión «mística de lo empírico». [Rafael] Lorente se opuso con vehemencia, por estimar la expresión un poco críptica y no muy inteligible [...]. Tierno aceptó [que se desechara esa expresión], ante la actitud de varios, pero lamentándolo, pues pensaba se trataba de «una expresión feliz». Por entonces, Tierno, camino de «la realidad como resultado», estaba mucho en la «mística de lo empírico»; en sus últimos años de vida le hemos visto proclamar la necesidad de un «cierto techo de utopía» para poder ascender a un elevado edificio, pero, a decir verdad, ¿acaso no serán la misma cosa «la mística de lo empírico» y el «cierto techo de utopía», aunque desde diferentes perspectivas y talantes? (Girbau, 1990)

Girbau retomará la expresión acuñada por él en varios artículos que publicó en Nueva York la revista Ibérica por la Libertad:

Victoria Kent la ilustró con el dibujo del esqueleto de un edificio en el que trabajaban afanosamente un sinnúmero de personas. Federico Álvarez y otros me han dicho mucho después que estos artículos y esa frase influyeron en la fundación del Movimiento Español 59 de México. (Girbau, 1986b: 212)

El segundo momento fue años más tarde, cuando, tras la fundación del Partido Socialista del Interior (PSI) por Tierno Galván, este entregó a Vicente Girbau en Roma «una credencial escrita para que le representase en Italia» (Girbau, 1986b: 213), tal como consigna Tierno en sus memorias (Tierno, 1982: 408). Cuando, el 28 de diciembre de 1970, se dictó sentencia en el llamado proceso de Burgos por la que se condenaba a muerte a seis de los etarras encausados, la movilización ciudadana en España en contra del juicio, en la que participó la jerarquía eclesiástica, así como la fuerte presión internacional que ejercieron la prensa, las organizaciones políticas y gobiernos de todo el mundo, dieron como resultado el indulto de los condenados a muerte y la conmutación de sus penas por penas de reclusión. En ese momento, Girbau hizo su contribución, con ayuda de la credencial de Tierno, a la toma de posición del Gobierno italiano:

en medio del gran tumulto internacional (yo llegué a ver una manifestación de clérigos en la plaza de San Pedro), fui a ver a [Pietro] Nenni [político socialista que había sido vicepresidente del Gobierno] [...]. [En] la entrevista con Nenni, en su casa de la Piazza Adriana, [...] le di [...] la carta de Tierno. Aquel viejo campesino romagnolo, después de analizar agudamente la situación española, de prever con certeza lo que realmente ocurrió (sentencias de muerte pero indulto posterior) y de proclamar su amor por España (su patria, según él, igual que Italia), telefoneó en mi presencia a Di Martino [también socialista, vicepresidente del Gobierno en aquel momento] y pocas horas después se produjo la intervención directa de Aldo Moro [por entonces ministro de Asuntos Exteriores] en El Pardo.

Alberto Machimbarrena, Vicente Girbau y Fernando Morán con Pío Baroja
en el domicilio de este (octubre de 1955) (Foto: Archivo familiar de Vicente Girbau)

Volviendo a los años que precedieron —y explican— el «viraje» de Girbau, ya en 1954 había recibido la propuesta de Justo Uranga, en una cena con Alberto Machimbarrena, de entrar «de un modo orgánico en la resistencia» (Girbau, 1982b). En esa época, Girbau se siente comprometido en contra de la dictadura, pero reconoce «que [eran] un poco ingenuos» al creerse que estaban «cambiando el mundo» (ibid.). En el otoño de 1955, hechos como un Congreso Universitario de Escritores Jóvenes que no llegó a tener lugar, una conferencia de Gregorio Marañón en la Universidad y, pocos días después, la marcha estudiantil de homenaje a Ortega y Gasset —de cuya muerte se había enterado Girbau al tiempo que Pío Baroja mientras estaba de visita en casa de este con Morán y Machimbarrena— constituían en su opinión indicios de que la sociedad española empezaba a salir del letargo inducido por la represión política y estimulaban en él un deseo de emprender algún tipo de activismo político. Pierre Mendès France fue en aquel momento uno de sus referentes personales («[d]esde mi rincón de Madrid me sentí arrastrado por la acción “mendesista”» [Girbau, 1989]). Su domicilio fue el lugar de reunión de muchos de sus amigos y conocidos que compartían con él sus inquietudes y que en su mayoría participarían, como Girbau, en la agitación política antifranquista del año 1956. Una o dos semanas antes de su detención, Valdeavellano le presentó a Francisco García Lorca, que volvía a España por primera vez desde la Guerra Civil:

Al presentarme como diplomático español, Paco me dijo algo así como «que conste que todavía no he renunciado a ser su jefe» [en la Carrera Diplomática], a lo que le contesté que esperaba lo fuera pronto. A él, que me había hablado con aquella leve agresividad, se le iluminó amistosamente el rostro. Así empezó mi amistad con los García Lorca, que en poco tiempo iba a extenderse.


3. Los primeros tiempos en París

Tras su llegada en tren a Ginebra en 1957, pronto marchó a París, donde la relación trabada en Barcelona con Joan Reventós lo condujo a establecer rápidamente contacto con los exiliados antifranquistas, en particular con Josep Pallach, que le presentó a José Martínez Guerricabeitia, con quien mantendría «una larga relación de amistad, camaradería y colaboración, que daría posteriormente sus mejores frutos en la fundación de la editorial Ruedo Ibérico» (Forment, 2000: 167).

Durante el curso 1957/58, la intensificación de la agitación universitaria promovida por la ASU alarmó a la policía española, especialmente al tener conocimiento «de los contactos internacionales establecidos por Vicente Girbau y Víctor Pradera [...], a través del PSOE, con la COSEC, una confederación de organizaciones estudiantiles no comunistas con domicilio en La Haya y que luego se descubrió infiltrada por la CIA» (Lizcano, 2006: 207-208).

En París retomó el contacto con Rafael Lorente, que era por entonces el cónsul español, que «se dedicaba a diversas conspiraciones antifranquistas y a la concesión de visados» (Girbau, 1990). Girbau ha evocado una reunión «de reconciliación nacional» en casa de Manuel Jiménez (hijo de Alberto Jiménez Fraud), en la que participaron, entre otros, José Estelrich, Enrique Llovet, Manuel Tuñón de Lara y José Antonio Novais. Parece evidente que Vicente Girbau, por su carácter sociable y su interés por el contacto con la gente, se desenvolvió con mucha comodidad en los círculos parisinos del exilio español.

En julio de 1957 se constituyó el comité provisional del Centro de Estudios Sociales, que aspiraba a ser un instituto de investigación. José Martínez era el presidente del comité y Girbau uno de sus vocales y director de la revista que proyectaba el centro. A principios de agosto, Martínez y Girbau se desplazaron a Albi para pedir ayuda económica a Rodolfo Llopis, el secretario general del PSOE en el exilio, pero este les exigió que «no buscaran entre los otros partidos políticos españoles más fuentes de financiación» (Forment, 2000: 168). Vicente Girbau perfiló detalladamente la futura revista (Sociedad Española), que se pensaba complementar con la organización en el otoño de «una mesa redonda para debatir sobre la sociedad española al margen de los dictados de partido» (ibid.). Pero todos estos proyectos acabaron por abandonarse pocos meses después, dados el desinterés de Llopis y la beligerancia anticomunista del PSOE.

En 1957 hizo desde París tres viajes a Escandinavia (Girbau, 1989): el primero (de placer) a Noruega al principio del verano; el segundo, para acompañar a un grupo de niños (hijos de exiliados españoles) invitados a dicho país, en el otoño; y el tercero en diciembre, invitado a Oslo, Estocolmo y Copenhague por asociaciones de estudiantes. En su retorno en tren a París, pasó unos días en los Países Bajos, donde estableció contacto con una asociación internacional de estudiantes en relación con la preparación de un viaje a España que iba a hacer un grupo de latinoamericanos. Tales contactos, al parecer, dieron lugar a una reacción de las autoridades españolas «que unos meses después iba a ocasionar definitivamente [su] petición de asilo en Francia y [su] exilio por unos diez» (ibid.).

Vicente Girbau, presumiblemente en Noruega en 1957
(Foto: Archivo familiar de Vicente Girbau)

Él estaba suspendido de empleo y sueldo desde el 20 de abril de 1956 (BOE de 8 de diciembre de 1957). En septiembre y octubre de 1958 se le instruyó expediente disciplinario (que aparce mencionado en el BOE de 24 de mayo de 1976) y en diciembre del mismo año fue separado del servicio (BOE de 22 de diciembre de 1958). Su petición de asilo y su separación del servicio en la Carrera Diplomática auguraban al treintañero Girbau un período prolongado de ausencia de su país y lo obligaban, pese al apoyo económico que le prestaban sus padres desde Barcelona, a buscar una actividad remunerada estable.


4. Girbau traductor

Como otros muchos exiliados españoles y latinoamericanos —la mayoría de ellos procedentes de la política, la diplomacia, la judicatura y el mundo académico—, Vicente Girbau encontró en los organismos internacionales el modo de ganarse la vida como traductor. A este oficio se dedicó durante largos períodos desde al menos 1958, año en el que trabajó para la UNESCO, en París.(3) En esos primeros años de expatriación estuvo un tiempo en Viena trabajando para un organismo de las Naciones Unidas (posiblemente el Organismo Internacional de Energía Atómica) (Girbau, 1989) y se alojó en la pensión Suzanne de la Wahlfischgasse, que aún existe.

Desde la década de los sesenta y hasta 1975 trabajó como traductor, en Ginebra, en la Organización de las Naciones Unidas, la OIT, la OMS y, en Roma, en la FAO.(4) En esta última ciudad residió de manera continuada de 1966 a 1972.

Al margen de su dedicación a la traducción institucional, fue el traductor del libro Imperialismo. Clases sociales, de Joseph A. Schumpeter (Madrid, Tecnos, 1965; 2.ª ed., 1986), que incluye un amplio estudio preliminar de Fabián Estapé. La traducción corresponde a la edición en inglés de 1951, aunque los dos ensayos del influyente economista austríaco y estadounidense que componen el volumen se habían publicado (en 1919 y 1927) en alemán.

Cubierta del libro Imperialismo. Clases sociales de Joseph Schumpeter (Tecnos, 1965),
traducido por Vicente Girbau

Además, una parte de sus tareas en la editorial Ruedo Ibérico (de cuyo grupo fundador formó parte) tuvo que ver con las traducciones, que «ojeaba». No consta, sin embargo, que se encargara de la traducción de ninguno de los volúmenes que publicó la editorial, pero desempeñó un papel crucial en la publicación de algunos de los mayores éxitos de la editorial, como se verá en el apartado 6.

La traducción, en definitiva, era una actividad a la que una persona con la preparación y las inquietudes intelectuales como las que él tenía —y de manera particular su interés tanto por la evolución política en España como por la política internacional, tal como se observa en sus escritos de aquellos años— se orientó de manera natural.


5. Periodismo activista

El 7 de agosto de 1958, El Socialista, el órgano del PSOE en el exilio que se publicaba en Toulouse, reprodujo la «Carta de un diplomático a un general», fechada el 29 de julio de 1958, que firmaba Vicente Girbau y estaba dirigida al teniente general Antonio Alcubilla Pérez. El militar era en aquel momento el jefe de Estado Mayor del Ejército de Tierra y en 1959 sería nombrado director general de la Guardia Civil. Girbau mantenía con él una relación de entrañable amistad y sentimiento de familiaridad que se remontaba al período en el que la esposa de Alcubilla había convivido con la madre de Girbau en la prisión de la calle Vallmajor. Alcubilla visitó a Girbau en la DGS y posteriormente en la prisión de Carabanchel «por lo menos una vez cada quince días» (Girbau, 1989); además intervino personalmente para que Girbau, tras su salida de la cárcel, obtuviera su pasaporte. En la carta, que acarreó al militar «alguna molestia, pero no mucha, porque era bien conocido» (ibid.), le señala que se ve forzado a solicitar «la condición de refugiado político» en Francia (Girbau, 1958a) y atribuye la requisitoria en la que el coronel Eymar, titular de un juzgado militar de excepción, reclamaba su presencia inmediata para responder a los cargos de un nuevo sumario abierto contra él a la «saña vengativa» de dicho juez militar. Unos días después —declara Girbau en la carta—, el Ministerio de Asuntos Exteriores pidió a sus consulados y embajadas que comunicaran a las autoridades de los demás países que su pasaporte había quedado anulado por ser «persona de actividades subversivas». Girbau apela al amor y la generosidad para «la reconciliación de todos los españoles [y] la convivencia nacional pacífica en una España habitable para todos, en la que cada cual procure imponer de manera civilizada su visión y su solución de los problemas» y declara su «fe en nuestra España y [...] en el futuro, [...] seguro de que nos encontraremos un día en una España recobrada para todos».

La carta al teniente general Alcubilla se reprodujo en el número de septiembre del mismo año de Ibérica por la Libertad (Girbau, 1958b). Esta revista, creada por Victoria Kent y la estadounidense Louise Crane, empezó a publicarse con carácter mensual en Nueva York en dos versiones, en español y en inglés, en 1954, tras una etapa previa en la que, en 1953, se publicó su predecesora, Ibérica, también en español y en inglés, como suplemento del boletín Hemispherica. La edición española continuó publicándose hasta 1974, mientras que la edición inglesa dejó de publicarse en 1966. La revista fue el núcleo de una empresa «desde la que se organizaban numerosas iniciativas dirigidas a denunciar el régimen franquista y las relaciones políticas entre Estados Unidos y este» (Leijte, 2021: 3). La revista, que, a partir de 1955, incluyó un suplemento de cuatro páginas que «recogía breves referencias a informaciones sobre España publicadas en periódicos extranjeros, así como temas de especial interés» (Leijte, 2021: 102), llegó a tener una extraordinaria difusión en todo el mundo, incluida España, donde su difusión aumentó a partir de 1956 y alcanzó en 1959 los mil ejemplares (Leijte, 2021: 116-117). Contaba con una amplia red de colaboradores, entre ellos muchos pertenecientes al exilio español y situados en diferentes posiciones ideológicas, pero la revista también recibía artículos y cartas de colaboradores del interior de España.

Tras la publicación de la carta a Alcubilla, Vicente Girbau publicó otros artículos en Ibérica por la Libertad y, durante varios años, él «fue quien más autores propuso para la revista» (Leijte, 2021: 180). En el otoño de 1958 se había puesto en contacto, a través de Carlos Esplá, político republicano en el exilio y traductor, con Victoria Kent, con quien mantuvo una copiosa correspondencia, «para enviarle tres artículos procedentes de “jóvenes” del interior» y, en los tres años siguientes, se inició la colaboración de Esteban Pinilla de las Heras y de Fabián Estapé y «se insertó un artículo acerca del Plan de Estabilización de “uno de los mejores economistas del país”, bajo el pseudónimo de Coriolano, que pudo haber sido Estapé (que en aquel momento estaba trabajando con López Rodó en dicho Plan) o Manuel Sacristán» (Leijte, 2021: 180). Marianne Leijte (2021: 391), investigadora de Ibérica por la Libertad, ha mencionado a Girbau como una de las personas «que se volcaron en la batalla en contra de la dictadura y cuya aportación desgraciadamente ha caído en el olvido».

En el número de julio-agosto de 1958 de Ibérica por la Libertad, en la sección «Sin permiso de la censura», firmada por Telmo Lorenzo, pseudónimo de Tuñón de Lara (que continuó encargándose de esa sección hasta la desaparición de la revista, en 1974 [Leijte, 2021: 158]), bajo el epígrafe «Algo pasa en España», se dedicaban un par de párrafos a comentar, junto a otras noticias procedentes del interior, el proceso abierto por el coronel Eymar contra Vicente Girbau, que había «causado una impresión penosísima entre bastantes miembros del cuerpo diplomático y funcionarios del Ministerio» (Tuñón de Lara, 1958). Tuñón señala que Girbau había designado abogado de su caso a José María Ruiz Gallardón y desmiente el rumor, que había corrido por Madrid, de que el procesamiento del diplomático se hubiera debido a las declaraciones de dos delegados de la COSEC que fueron expulsados de España, pero denuncia que la policía había efectuado un registro ilegal de la habitación del hotel en que se alojaba en Madrid uno de dichos delegados, lo cual (junto con otros posibles elementos, «procedentes del espionaje en el extranjero», a los que apunta Tuñón) había permitido al coronel montar el proceso contra Girbau.

En diciembre de 1958, Vicente Girbau inició la publicación de una serie de tres artículos con el título común de «España, 1958». En la primera entrega, titulada «La rebeldía de las “generaciones ajenas a la Guerra Civil”», el autor toma como referencia, ya desde el título del artículo, el manifiesto «Testimonio de las generaciones ajenas a la Guerra Civil» (Pinilla, 1986: 314-339), que redactó Esteban Pinilla de las Heras en el verano de 1956 y cuya versión definitiva (en la que se incorporaron modificaciones y añadidos del propio Girbau y de Castellet y Sacristán) se difundió en España y, de manera más amplia, en el extranjero y tuvo un importante eco en medios de información internacionales a partir de 1957, así como una respuesta en nombre del Régimen publicada en el diario Arriba en 1962 (Pinilla, 1986: 112-115).

Cubierta de la revista Ibérica por la Libertad, 6:12 (15 de diciembre de 1958)


Girbau había participado en la concepción del manifiesto a su salida de prisión:

estuve reunido con Esteban Pinilla de las Heras, Ramon Viladás y algún otro, creo que almorzábamos y hasta creo que me invitaban por mi «hazaña» carcelaria. Discutimos, entre otras cosas, las líneas generales, también el esquema de un escrito que iba a llamarse «Testimonio de las generaciones ajenas a la Guerra Civil». Le encomendamos la redacción a Esteban Pinilla y lo terminó algo después, llegando en un ejemplar a París, donde tuvo una relativa difusión, aunque creo que poca dentro de España. (Girbau, 1989)

Dicho manifiesto denunciaba el «mito» de la España nueva que prometió el bando vencedor de la Guerra Civil, frente a una realidad en la que «una minoría oligárquica y exigua, con un poder social y económico concentrado en pocas manos», de la que formaban parte «los financieros, banqueros, industriales monopolistas y unos cuantos negociantes», entre los que se repetían «unos cuantos nombres y unas determinadas familias», eran los beneficiarios reales de la contienda (Pinilla, 1986: 326). Tras señalar que la «riada de propaganda que se ha vertido sobre la generación posterior a la que hizo la guerra, tratando de inculcarnos un odio permanente contra los que fueron derrotados, haya acabado por despertar nuestra violenta indignación», el manifiesto llamaba a «combatir esa consigna de odio que todavía se mantiene» (1986: 327).

En su artículo, Girbau señala que en los dos años anteriores «España [había] comenzado a agitarse, a despertar del sueño histórico en que la sumió el enorme traumatismo de la Guerra Civil» (Girbau, 1958c), con el surgimiento de nuevos grupos políticos y las muestras de rebeldía estudiantil y movilización de la clase trabajadora. De manera optimista, afirma que la fase de liquidación de la dictadura tiene como momento inicial el mes de febrero de 1956, en que comenzaron las revueltas universitarias. A continuación el autor hace un análisis de la sociedad española del momento muy próximo al del manifiesto de 1957:

Desde hace veinte años puede decirse que España vive en un verdadero régimen de castas: una casta superior, dominadora, y beneficiaria de la vida toda del país, y una casta inferior, determinada por la situación económica o por el pasado político, cuyos componentes, para utilizar la distinción rousseauniana, han sido siempre meros súbditos y no ciudadanos. (Ibid.)

Después aborda dos características del Régimen franquista: «la inmensa corrupción y la inmensa estupidez». A ellas se añaden «la asfixia intelectual, la carencia total de libertad de pensamiento y de expresión». Pero «la principal razón de la rebeldía de tantos hijos de la “casta dominadora” frente a una situación de la que, aun sintiéndose como hemos dicho insolidarios, se saben sin embargo beneficiarios, y se sienten por eso culpables» es «la inmensa explotación del pueblo español establecida o, por mejor decir, afianzada y reforzada por el Régimen». Por ello el «complejo de culpabilidad es una de las características esenciales de esas generaciones: yo diría que un inmenso complejo de culpabilidad, por una u otra razón, anida en el fondo de toda alma española y sería urgente una suerte de psicoanálisis colectivo». El artículo concluye citando datos socioeconómicos extraídos de un estudio de Miguel Sánchez-Mazas editado en Ginebra sobre las causas económicas de la crisis social española, para concluir que «[e]ste cuadro, hecho de explotación, tiranía, corrupción y estupidez, forma la trama de la vida pública española» y dar paso a una cita del manifiesto de 1957 que le sirve a Girbau para reafirmar la voluntad de su generación (que Pablo Lizcano bautizaría posteriormente como «Generación del 56» en su citado libro del mismo título) de luchar por combatir ese estado de cosas.

Tras esta toma de posición personal (pero también generacional), Vicente Girbau continuó desarrollando su visión política en los dos artículos que completan la serie publicada en Ibérica por la Libertad: «España, 1958. II. El principio de la desintegración» (Girbau, 1959a) y «III. El momento actual» (Girbau, 1959b).

En «El principio de la desintegración» analiza la evolución del Régimen en los años anteriores, partiendo del ciclo político, concluido en 1955, de las personas que pretendieron reformarlo desde su interior, y hace un breve repaso de los sectores de la Iglesia que tenían una preocupación social y del sector monárquico liberal. En opinión del autor, los impulsos reformistas de esos sectores fueron inútiles y estaban abocados al fracaso. Señala el otoño de 1955 como el momento de inicio de un nuevo ciclo en el que «se comenzó a sentir la rebeldía en diversos círculos de estudiantes e intelectuales de Madrid» (Girbau, 1959a) y que desembocó en la «agitación estudiantil de febrero de 1956 en Madrid [que] no tuvo en sí misma una gran envergadura, y, sin embargo, por unos días se tuvo en Madrid la sensación de que se había llegado a la crisis definitiva del Régimen». Girbau reconoce que los detenidos por los disturbios estudiantiles pertenecen a la «casta dominadora» (antiguos dirigentes, familiares de autoridades o de «personas de la situación», o funcionarios, como él mismo), lo que obligó a las autoridades a tratarlos con «ciertos miramientos» por tratarse de juicios públicos en los que funcionó «hasta un cierto punto el principio de la independencia del poder judicial». La debilidad y el nerviosismo del Régimen en tal coyuntura auguran, en opinión del autor, «la iniciación de un nuevo despertar y el principio de la desintegración del Régimen». La crisis de 1956, al eliminar «el elemento más o menos reformista», dejó «dos totalitarismos frente a frente: el totalitarismo de la Falange y el totalitarismo católico del Opus Dei».

Por último, en el tercer artículo de la serie, «El momento actual», Girbau pasa revista a distintas facetas de la realidad española (recientes huelgas de trabajadores, situación económica difícil, fuga de capitales, repliegue táctico del Opus Dei) del momento en el que escribe (1959), para esbozar la perspectiva de futuro. El autor observa «que se están desintegrando simultáneamente todas las estructuras españolas, del Régimen y del exilio» (Girbau 1959b). Por el momento, las corrientes políticas de oposición del interior se mantienen desunidas. Por otra parte, cualquier cambio debería contar con el consentimiento del ejército, la jerarquía eclesiástica y la oligarquía financiera. Para poder avanzar, Girbau propone «preconizar incansablemente la idea de reconciliación nacional» y «proponer a los españoles un plan concreto de reconstrucción y de desarrollo económico y social del país», y concluye invocando a Pablo Iglesias, Francisco Giner y Antonio Machado con un mensaje voluntarista de esperanza.

La actitud combativa de Vicente Girbau frente al Régimen tuvo una reacción por parte de este en la difusión de un libelo titulado ¿Qué pasa en España? (sin pie de imprenta ni mención de sus autores o editores; se publicó también una versión en francés), que contenía un virulento ataque a Girbau. Él respondió en un artículo (del mismo título que el libelo franquista) publicado en El Socialista en abril de 1959 (Girbau, 1959c) en el que defendía su trayectoria y su marcha al exilio y atacaba la errática política internacional del Régimen, desde su actitud sumisa ante las potencias del Eje en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial al alineamiento posterior con Estados Unidos. En su diatriba citaba extensamente un libro de 1941 de Fernando María Castiella y José María de Areilza en el que se defendía con ardor la adhesión de la España de Franco a la Alemania nazi. El artículo de Girbau encontró eco en una noticia sin firmar titulada «Réplica a unas insidias» («Réplica», 1959) publicada unas semanas después en Ibérica por la Libertad.

En el otoño de 1959 Girbau publicó en la misma revista otra serie de tres artículos en los que aborda la política internacional franquista. En el primero (Girbau, 1959e), comienza haciendo un repaso, impregnado de ironía, de la evolución desde «la voluntad de Imperio recobrada» (el período germanófilo) a la conversión de España en «Centinela de Occidente» (según la carta que dirigió Franco a Churchill en diciembre de 1944), así como del llamado «Plan D» (propuesto a principios de 1940 por el diplomático franquista José María Doussinague), que proponía una alianza de España con determinados círculos conservadores europeos (británicos y franceses) que pudieran promover la neutralidad de sus países a cambio de un entendimiento con Hitler. A partir del otoño de 1942, Franco abogó por la neutralidad en el conflicto y la búsqueda de «una paz sin vencedores ni vencidos» y posteriormente, ante el declive de Alemania en el conflicto bélico, supo subirse al «carro norteamericano». Pero, desde 1947, con la división de Europa en dos bloques, Franco se da cuenta de que, pese a la presión internacional en contra de su Régimen, la continuidad de este no peligra, aunque es acuciante la necesidad de ayuda económica internacional.

La segunda entrega de la serie (Girbau, 1959f) se centra en la nueva etapa de la política internacional de Franco, que aspiraba a que España fuera «el eje del mundo occidental» (por sus lazos con la comunidad hispanoamericana) y «el único puente posible con el Oriente» (por su supuesta proximidad a los países árabes). Ese período está marcado por la instalación de las bases militares estadounidenses en España y por el ingreso en las Naciones Unidas. En el artículo se dedica especial atención a la denominada «operación Marruecos» ideada por el Régimen, que constituye en opinión de Girbau «el más grande desastre que ha sufrido, antes del presente desastre económico». De la actuación de España en el proceso de independencia de Marruecos extrae el autor «una clara lección, y es esta: hay que saber escoger el lugar que se desea y se puede ocupar en el mundo, no se puede jugar otra carta creyendo que se va a engañar a todo el mundo»; las fuerzas históricas acabaron por imponerse, «dejando en ridículo al burlador [el ministro Martín Artajo y con él al Régimen], que se [convirtió] en burlado».

En el tercer artículo de la serie (Girbau, 1959g) el autor recapitula acerca de los tres años anteriores, desde la sustitución, en febrero de 1957, de Martín Artajo por Castiella como ministro de Asuntos Exteriores. En 1956 Marruecos había obtenido la independencia, que conllevó la desaparición del protectorado español salvo su zona sur (el territorio de Cabo Juby, con capital en la actual Tarfaya) e Ifni; tras la guerra con Marruecos, en 1958 Cabo Juby pasó a soberanía marroquí y el territorio de Ifni en manos de España quedó reducido a su capital. Girbau constata el absoluto fracaso de la política de España en Marruecos y el derrumbamiento del supuesto «puente entre dos mundos», tanto en su arco occidental (Marruecos) como en el oriental (Egipto). Por otra parte, el autor señala la pésima situación de la economía del país, que se ve agravada por los efectos de la creación del entonces llamado Mercado Común europeo. Su conclusión es que «esta España roquera del Caudillo, si bien, a base de exterminio y represión, ha conseguido que en la fachada sea una, no es ni grande, ni libre».

Girbau no volvió a publicar más artículos en Ibérica por la Libertad, pero su nombre figura como uno de los firmantes de la carta (Arrabal et al., 1963), publicada en la revista, del grupo de exiliados que se adhirieron a una carta previa suscrita, entre otros intelectuales, por Vicente Aleixandre y Pedro Laín (Aleixandre et al., 1963) en protesta por las torturas sufridas por varios mineros asturianos tras las huelgas de aquel año, en la que se retomaban las reivindicaciones del gran movimiento huelguístico de 1962. La carta suscrita por Girbau no fue el único escrito colectivo firmado por él que se difundió en medios del exilio desde finales de los cincuenta. Otra muestra de su activismo en esos años es la carta de felicitación dirigida al periodista estadounidense Curtis Bill Pepper —publicada en España Libre, órgano de la CNT en Francia, en abril de 1959— por unas fotos suyas aparecidas en la revista estadounidense Newsweek que constituían un alegato sobre la situación de miseria de «unos seres únicos que, pese a su aspecto medieval y africano, representan las cuatro quintas partes de nuestras mujeres, nuestros hombres y nuestros niños de hoy» (Girbau, 1959d); los otros tres firmantes de esa carta eran Juan Manuel Kindelán, Francisco Bustelo y Miguel Sánchez-Mazas.

Girbau además formó parte de la amplia red de informantes que desde 1960 suministraba noticias de la actualidad política española (Amat, 2016: 191) para el Boletín Informativo (perteneciente al Centro de Estudios y Documentación) que elaboraba Francesc Farreras (a quien Girbau conocía desde su primera juventud). Dicho centro fue creado por Julián Gorkin, que tenía un papel protagonista en las actividades orientadas a España y América Latina del Congreso por la Libertad de la Cultura, organización anticomunista que (como se reveló unos años después) estaba financiada por la CIA. Vicente Girbau fue quien había llevado a Farreras, que acababa de exiliarse en París, al despacho de Gorkin (Amat, 2016: 186).

En la línea del activismo político se sitúa también el opúsculo Respuestas a una encuesta de Les Temps modernes (Girbau, 1959h), en el que el autor se pronuncia sobre la opción entre monarquía y república en España, así como entre las distintas formas de Estado posibles para ella (Estado unitario, federal y «federable»), sobre su política exterior (respecto a las instituciones europeas, la cooperación militar con Estados Unidos y el Concordato), sobre su estructura económica, la cuestión de la reforma agraria y las posibles nacionalizaciones, sobre una eventual amnistía y sobre los medios políticos necesarios para transformar el país. Para lograr tal transformación, concluye Girbau, ha de establecerse «un programa a largo plazo, basado en [...] [una] escala de prioridades» y formarse «una coalición estable capaz de tener el Gobierno durante un largo período de tiempo».

En 1960 Vicente Girbau dio a la luz otros tres artículos sobre los dos aspectos que más le preocupaban en aquella época: la política internacional de España y la situación económica del país. Los dos primeros constituyen sendas partes de un estudio que se publicó en la prestigiosa revista mexicana Cuadernos Americanos. En la primera parte, «España y la Guerra Fría» (Girbau, 1960b), el autor analiza la evolución del país desde su aislamiento internacional debido al cerco diplomático impuesto por las grandes potencias tras la derrota de Alemania, hasta la formación de los dos bloques que conformarán la Guerra Fría y la consiguiente ruptura de dicho cerco, pasando por la firma del protocolo Franco-Perón, que alivió temporalmente el hambre que sufrían muchos españoles, pero que se saldó con un sonoro fracaso por las dificultades económicas tanto de España como de Argentina. La revocación en 1950 de la Resolución 39 de las Naciones Unidas de 1946, contraria a España, y la aprobación de las primeras ayudas de Estados Unidos abrieron el camino de la normalización internacional del Régimen franquista.

En la segunda parte del estudio, titulada «España y la Guerra Fría» (Girbau, 1960c), el autor profundiza en las cuestiones esenciales de la política internacional de Franco que Girbau había tratado en la serie sobre ella publicada el año anterior (las aspiraciones de España a ingresar en la OTAN, la relación con los países árabes y con Marruecos, los acuerdos con Estados Unidos para la instalación de sus bases militares en territorio español, la entrada en la UNESCO, que conllevó el «fin del aislamiento moral de Franco», y la firma del Concordato).

El tercer artículo de ese año, «The Economic Background of the Spanish Situation» (Girbau, 1960d), lo publicó Girbau en The World Today, otra influyente revista que edita el veterano think tank londinense Royal Institute of International Affairs (o Chatham House). El artículo constituye un pormenorizado y bien documentado análisis de todos los sectores productivos y de la política económica del Régimen. Girbau constata la crítica situación económica y social del momento, solo mitigada por la ayuda estadounidense y marcada por su exclusión del Mercado Común europeo y por el proceso de superación de la anterior política de autarquía económica en virtud del riguroso Plan de Estabilización de 1959.

Dos años después, en agosto de 1962, Vicente Girbau publicó un nuevo artículo en The World Today (Girbau, 1962) titulado «General Franco's Political Opponents», en el que ofrece un panorama muy completo de las distintas tendencias políticas en liza que sustentaban el Régimen, así como de las fuerzas de oposición que trataban de abrirse paso en el interior, desde los grupos cristianos y los monárquicos hasta la izquierda, y que se dieron cita con los dirigentes políticos del exilio en el reciente Congreso del Movimiento Europeo celebrado en Múnich (el célebre «Contubernio»). Para el autor «[t]he whole situation is fascinating», pero no augura quién acabará venciendo, entre un Régimen que trata de introducir cambios formales sin ningún cambio real del poder y una izquierda que aspira a la implantación de un régimen democrático alineado con los países de Europa occidental.

Su actividad periodística se complementó en 1960 y 1961 con la publicación en International Affairs (otra revista científica de la Chatham House) de sendas breves reseñas de dos libros de signo muy distinto. En su recensión (Girbau 1960e) de Church and State in Franco Spain, de William Ebenstein, el articulista resalta que «the violence of the religious struggle in Spain is mainly due to the social and political attitude of the Church», que «the Church in Spain, as well as the Army, has been instrumental in impeding the rise of the poorer classes» y que «Spanish Catholicism is mainly a bourgeois religion». En la reseña (Girbau, 1961) del libro Fronteras hispánicas: geografía e historia, diplomacia y administración, del politólogo falangista José María Cordero Torres, Girbau critica la «thorough lack of analysis» de la obra al abordar las distintas fronteras naturales, políticas y administrativas que condicionan la realidad española, pese a los abundantes datos de orden histórico y geográfico que ofrece.


6. Una pasión política: la experiencia de Ruedo Ibérico

Vicente Girbau ingresó en el PSOE y la UGT en junio de 1958 sin abandonar su pertenencia a la ASU, que no estaba integrada orgánicamente en el partido; junto con Francisco Bustelo participó en el XX Congreso del PSOE, que se celebró en Toulouse (Mateos, 1994: 124). En los años que transcurrieron desde ese congreso hasta el celebrado en Suresnes en 1974, Girbau se mantuvo muy alejado de la doctrina oficial del partido: «desde el punto de vista de la disciplina y conducta militante durante cerca de quince años dejé probablemente bastante que desear, considerando yo lamentable la actitud de inmovilismo del partido, así como su anticomunismo y antimonarquismo viscerales, que me parecían totalmente inoperantes; pero también es cierto que darme de baja en el seno del partido nunca lo hice» (Girbau, 1984). Tal alejamiento explica que Manuel Vázquez Montalbán considerara al Girbau del exilio «un embajador volante del antifranquismo internacional» (Vázquez Montalbán, 1984), etiqueta que Girbau acepta con cierto distanciamiento irónico (Girbau, 1984).

En París Vicente Girbau retomó el contacto con Pierre Vilar, que, retornado a Francia tras sus largos años de residencia en España, impartía seminarios sobre historia española a los que asistían numerosos exiliados españoles, entre ellos, además de Girbau, Nicolás Sánchez-Albornoz, José Martínez Guerricabeitia y Ramon Viladás, tres personas con las que este compartirá la fundación y los primeros tiempos de la editorial Ruedo Ibérico, una editorial que «fue durante más de quince años una de las obsesiones del franquismo, al propiciar la fuente más constante de contrainformación sobre el régimen español y sobre la visión que este daba de la realidad española y su historia más reciente» (Sánchez et al., 1998: 361). Girbau señala (1984b) la influencia, ya señalada, que ejerció en él su «querido Pierre Vilar»: fue «determinante en muchas cosas de mi pensar y [su] casa fue, durante muchos años de exilio parisino, prácticamente mi hogar de París».

Sin perder el contacto con París, Girbau viajó a Londres en 1959 y residió hasta la primavera de 1962 en esa ciudad, donde trató de colmar sus «aspiraciones académicas» (Girbau, 1989) de aquellos años:

saludaré ahora los meses y meses que pasé tiempo después en la Biblioteca de Press Cuttings de Chatam House o en el Public Record Office o en la Biblioteca del British Museum y de la London School of Economics y otras, reuniendo materiales para un libro que no llegué a escribir (y que es poco probable que escriba), del que salió un artículo bajo el título «La conferencia de Hendaya» en uno de los números anuales de [Cuadernos de] Ruedo Ibérico [que dediqué] al análisis de los meses de política internacional española entre la caída de Francia y la entrevista de Bordighera (con Mussolini). (Ibid.)

En una extensa carta mecanografiada del 1 de mayo de 1960 dirigida a un tal «Paco» (¿Bustelo?) (Girbau, 1960a), hace un repaso de sus actividades en Londres (promete «cuatro o cinco cuartillas de preparación para el “Nuevo Manifiesto Comunista”», trabaja intensamente en la preparación del libro e imparte conferencias en círculos sindicales y del Partido Laborista, así como en el Royal Institute of International Affairs) y de su relación política y de amistad con el historiador Eric Hobsbawm. Este, en su autobiografía (Hobsbawm, 2002, p. 343), alude a él como «my dear friend Vicente Girbau León» y destaca la importancia de su contribución a la editorial Ruedo Ibérico. Girbau ocupa una habitación en el piso de Bloomsbury en el que residía el gran historiador británico: «a large, partly dark flat full of books and records, overlooking Torrington Place, which, until my marriage in 1962, I successively shared with a series of communist or ex-CP friends: Louis Marks and Henry Collins of the Historians’ Group, the old Marxist literary critic Alick West and the Spanish refugee Vicente Girbau» (Hobsbawm, 2002: 219). Girbau describe en su carta la personalidad de su anfitrión y el ambiente que se respiraba en su casa:

Estoy muy contento con mi instalación aquí, no solo porque es materialmente muy buena y en el mejor sitio de Londres, sino porque Hobsbawm es realmente un tipo estupendo y de una gran cordialidad. Es más chino que nadie, aunque absolutamente revisionista; y continuamente pasan por aquí amigos suyos de análoga tendencia, por lo que supongo debe ser ya conocidísimo en la Kominform. El otro día se alojó aquí un búlgaro que estaba en Londres, que creo es muy importante en su país, y actualmente está un austríaco, sobrino de Eisler y miembro del Comité Central austríaco. Guardadme el secreto, porque si no acabarán quemándome vivo cuando llegue por ahí.

Más tarde Girbau —probablemente una vez de vuelta en París— pondrá al historiador británico «in touch with the anarchists» (Hobsbawm, 2002: 343).

Girbau dirige en Londres —según refiere en su misiva (1960a)— cartas a la prensa británica firmadas por la ASU sobre una huelga de hambre (presumiblemente, de presos políticos en España) y muestra su distancia política respecto a la dirección del PSOE. Al mismo tiempo constata que «la situación del mundo se hace progresivamente revolucionaria»; augura: «en la próxima década vamos a ver grandes cambios revolucionarios en el mundo y también grandes triunfos del comunismo»; y propugna «formas de partidos socialistas nuevas que sean las que realicen la revolución».

Durante su estancia en Londres convivió también con Nicolás Sánchez-Albornoz, tuvo contacto con el padre de este, Claudio Sánchez-Albornoz (Girbau, 1984b), a quien había conocido en Barcelona años antes en casa de Valdeavellano, y visitó en Oxford a Alberto Jiménez Fraud. Y, como otros muchos exiliados españoles, se desplazó a Collioure para participar en el homenaje que se rindió a Antonio Machado junto a su tumba (Forment, 2000: 205). Además, en Londres —según Aquilino Duque (2007: 118)— «contribuyó a la fundación de [Amnistía Internacional] de la mano de [su fundador, Peter] Berenson», que tuvo lugar en julio de 1961.

En mayo o junio de 1960, en París, José Martínez, Nicolás Sánchez Albornoz, Ramon Viladás y Vicente Girbau, a los que se unirá posteriormente Elena Romo, deciden fundar una editorial con la intención de «publicar básicamente libros que restituyeran —objetivamente y desde un pluralismo político— la verdadera y secuestrada memoria de la reciente y traumática historia de España, así como obras de ciencias sociales que informaran de la realidad social, económica y política que el franquismo trata de ocultar con su falsa propaganda» (Hernando, 2017: 27-28), que acabará llamándose Ruedo Ibérico. Tras unas conversaciones preparatorias que tuvieron lugar en Andorra (Girbau, 1986a), el 28 de septiembre de 1961 los cinco socios firmaron el acta de constitución de la editorial; Girbau aportó a la empresa 100.000 pesetas (López, 1987). Desde los primeros pasos del proyecto hasta la desaparición, en 1982, de la editorial, que se había instalado en España en 1978, José Martínez, que siempre se mantuvo fiel al anarcosindicalismo en el que había militado desde su adolescencia, fue el alma de la editorial y la persona que logró, a costa de un gran esfuerzo personal y de una entrega sin límites, sacarla adelante afrontando toda clase de obstáculos de orden económico, político y de gestión y aglutinar a muchas personas que a lo largo del tiempo colaboraron con ella en el exilio y desde el interior del país. En el seno de la editorial se alumbró otra gran empresa editorial, la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico, de cuya redacción formaron parte Jorge Semprún y Fernando Claudín, expulsados del PCE.

La relación de amistad de Girbau con Martínez no impidió que los dos socios tuvieran serios choques personales debido a sus diferencias en cuanto a la gestión y orientación de la empresa, que acabarían desembocando en el alejamiento de Girbau respecto a ella. El perfil de Girbau encajaba en sus funciones iniciales dentro de la editorial: «Vicente Girbau, con sus relaciones internacionales, su simpatía personal y su don de idiomas, ejercería de relaciones públicas y de ojeador de novedades» (Forment, 2000: 184); su cometido de relaciones públicas está recogido en el membrete de las cartas de esa época de la editorial. Contribuyó a algunos de los primeros éxitos editoriales de Ruedo Ibérico, como La Guerra Civil española, de Hugh Thomas, cuyos derechos habían negociado en Londres Girbau y Nicolás Sánchez-Albornoz, y El laberinto español, de Gerald Brenan:

[Girbau y Sánchez-Albornoz] [h]abían leído el manuscrito original [de La Guerra Civil española] en septiembre de 1960, en casa del historiador Eric Hobsbawm, y ya por entonces le habían comentado a José Martínez el interés del libro. Girbau [también] había conseguido [...], a finales de 1960, los derechos en lengua española de otro libro fascinante, The Spanish Labyrinth (El laberinto español), del gran hispanista inglés Gerald Brenan, cuya lectura le había metido en la sangre el deseo de ser editor. (Forment, 2000: 188)

Cubiertas de La Guerra Civil española, de Hugh Thomas, y El laberinto español, de Gerald Brenan

Asimismo negoció los derechos de publicación del Diario de la guerra de España, de Mijaíl Koltsov, propició la primera visita a la sede de la editorial del historiador Herbert Southworth (Girbau, 1986a) y participó en un proyecto de cancionero de la Guerra Civil que no llegó a cuajar (Forment, 2000: 193). El dinero aportado por sus padres permitió acondicionar los despachos de la primera sede, en la plaza de Saint-André-des-Arts. Girbau, nuevamente instalado en París a su retorno de Londres, «llevaba» en el verano de 1962 con José Martínez la editorial, según testimonio de este (Forment, 2000: 216-217). Por otra parte, se encargó de tratar con Luciano Rincón acerca de la biografía de Franco que este escribiría.

Pero «a mediados de diciembre de 1962, estalló una grave crisis en Ruedo Ibérico, cuyo origen residía en los enfrentamientos, a menudo de raíz personal, que se originaban entre José Martínez y Vicente Girbau, a causa del mal carácter del primero, y de los celos y personalismo de ambos» (Forment, 2000: 225). Girbau aducía que los métodos de distribución de tareas no eran adecuados, por lo que se decidió optar por que la editorial se dirigiera de manera colegiada. Pese a las graves dificultades financieras de la empresa, Girbau se resistía a que Martínez incrementara su participación en el capital. A 31 de diciembre, Martínez tenía el 44 % del capital de la empresa, frente a Girbau, al que solo pertenecía el 20 %. Girbau se sentía relegado de la toma de decisiones, dada la elevada participación de Martínez en la sociedad limitada, a la que se sumaba otra importante proporción que poseía Sánchez-Albornoz, el cual respaldaba a Martínez. Tras un semestre en el que permaneció congelada toda ampliación de capital, necesaria para la viabilidad de la empresa, el 29 de junio de 1963 Girbau anunció su voluntad de ceder su parte y abandonar la editorial, pero tal ruptura no llegó a concretarse (Forment, 2000: 239). En agosto Girbau propuso como solución el nombramiento de un gerente que respondiera ante la junta de accionistas y «la creación de un comité de dirección del que formarían parte José Ángel Valente, Ignacio Fernández de Castro, Francisco Fernández Santos, Francisco Benet, Juan Goytisolo, José Corrales Ejea, Manuel Tuñón de Lara, Jorge Semprún, Francisco [Francesc] Farreras y Manuel Lamana» (ibid.), pero Martínez no aceptó ninguna de esas propuestas.

La solución al conflicto entre Girbau y Martínez se arbitró en enero de 1964: la sociedad limitada reembolsaría al primero su participación en ella y otras cantidades que se le debían en un plazo de dos años en cuatro vencimientos, a cuyo término, a finales de 1965, Girbau vendería todas sus acciones a los otros cuatro accionistas (Forment, 2000: 243). Una carta de Martínez de esa época incluye a Girbau en unos maliciosos comentarios acerca de la evolución que él augura de algunos exiliados:

«la gente se apartará de la política “activa”, se meterá en su torre de marfil, algunos se pasarán al régimen aprovechando algún viraje formalmente liberal del Estado franquista, como se ha visto. (Anécdota: Pallach dicen que se va a España; Girbau quiere irse también si no lo condenan —se es señorito hasta en esto—. Tuñón contra viento y marea también dice —él— que quiere irse, que está cansado).» (Cita recogida por Forment, p. 256)

La situación económica de la editorial dificultó la ejecución de los pagos acordados con Girbau, y este, el 28 de junio de 1965, amenazó, mediante carta de su abogado, con emprender la vía judicial si no le devolvían las cantidades adeudadas. Los demás socios reaccionaron airadamente a la carta, pero Martínez efectuó un pago parcial. Girbau hizo una nueva reclamación judicial (Forment, 2000: 283), pero, un mes después de su boda —se casó en enero de 1966 con María Ronda del Valle—, decidió «reconciliarse con sus viejos amigos y socios de Ruedo Ibérico» (Forment, 2000: 289) y le dijo a Martínez que ya no tenía prisas por cobrar su parte. Además, prometía la entrega de su artículo sobre la conferencia de Hendaya. En mayo hicieron las paces y firmaron el acuerdo financiero definitivo. Pese a las desavenencias entre Girbau y Martínez, en 1972 aquel aún conservaba una pequeña participación de 240 acciones de la empresa (Forment, 2000: 434). Durante la Transición los dos antiguos amigos continuaban en contacto; y en 1977 Girbau seguía siendo socio de la editorial (Sarría, 2001: 514, n. 24): hacia el mes de marzo de 1977, Girbau aseguraba a Martínez desde Madrid que este pronto recibiría el ansiado pasaporte español, solicitado dos meses antes, que le debía restituir la ciudadanía española. Cuando Martínez, una vez obtenido su pasaporte, pasa una semana en Madrid en esa misma primavera, Girbau es una de las muchas personas a las que ve en la capital.

Cuando, en 1986, falleció Martínez, Girbau expresó (1986a) su «gran afecto personal» hacia ese «compañero de una gran aventura común», que «desapareció solo, como tantos luchadores de la historia», y evocó los primeros tiempos de su amistad con él: «fue para mí un ser entrañable en los momentos dramáticos del comienzo de mi exilio, por el apoyo moral que nos dimos mutuamente y por tantas otras cosas».

El mencionado artículo «La conferencia de Hendaya» (Girbau, 1966), que apareció en el suplemento de la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico (la cual había iniciado su andadura en 1965) titulado Horizonte español 1966, constituye el único texto firmado por Vicente Girbau que publicó la editorial a la que estuvo ligado de manera tan intensa. Ruedo Ibérico no publicó ningún texto de él bajo seudónimo, recurso que se utilizó en el caso de muchos autores con el fin de protegerlos de las represalias del Régimen. El artículo es el fruto del ambicioso proyecto de investigación en el que trabajó en su período londinense y que no llegó a realizar en su totalidad. A diferencia de la mayoría de los demás artículos publicados en dicho suplemento, que abordaban la realidad económica y política más inmediata de España, el texto de Girbau se ceñía a un concienzudo análisis histórico de la evolución de Franco respecto a Hitler durante la Guerra Mundial, sin referencias a los años posteriores.

Cubierta de Horizonte español 1966, I (suplemento de Cuadernos de Ruedo Ibérico)


7. La resignación al exilio y el retorno del peregrino

«Cuando ocurrió lo del Contubernio de Múnich [1962]», declaró Girbau veinticinco años después, «pensé que Franco ya no moriría nunca y que tenía que forjarme otra vida» (López, 1987). En los últimos meses de 1962 o el comienzo de 1963, probablemente empujado por la necesidad de aminorar su grado de dependencia económica respecto a sus padres (más acuciante a partir de su matrimonio y del nacimiento de sus hijos), comenzó el período de su exilio en el que trabajó de manera más continuada como traductor de los organismos internacionales.

En ese período, que se extiende hasta su definitivo retorno a España, continuó siendo un atento observador de la evolución política nacional y mundial. En 1965 recuperó su pasaporte español, lo que le permitió empezar a viajar de nuevo a su país con cierta asiduidad desde el otoño de ese año. Después de que viera la luz un artículo suyo (Girbau, 1965) acerca de la República Dominicana (con la que ya había manifestado en 1963, según señala en sus memorias, su solidaridad con motivo de un golpe militar que dio paso a la ocupación del país por Estados Unidos) y apareciera su artículo sobre la conferencia de Hendaya (1966), no volvió a publicar ningún otro texto hasta diez años después.

Durante sus años de residencia en Roma nacieron sus tres hijos. En la capital italiana trabó una entrañable amistad con Rafael Alberti y María Teresa León, a quienes había conocido en París, y sobre los que escribiría un texto inédito (Girbau, 1988); los visitó con frecuencia en su domicilio romano y también en el «refugio» de los Alberti en Anticoli Corrado. En esta época mantiene contacto epistolar con grandes figuras del exilio, como Álvarez del Vayo, y recibe la visita de Tierno Galván (en dos ocasiones), así como la de Claudio Sánchez Albornoz. En un almuerzo en casa de la familia Girbau al que asistieron Alberti, María Teresa León y don Claudio, todos los comensales escucharon algunos villancicos españoles, lo que hizo «derramar lágrimas de emoción a tan conspicuos “antiespañoles”» (Girbau, 1984b).

En 1974, tras el congreso de Suresnes del PSOE, —tal como ha quedado anotado— reanuda «la militancia disciplinada y activa» en el partido (Girbau, 1984a). Tras su instalación en España (antes incluso de la muerte del dictador) en junio de 1975 y, en mayo de 1976, una vez anuladas todas las medidas disciplinarias anteriores (BOE de 25 de mayo de 1976), reingresa en la Carrera Diplomática, con el apoyo del ministro Areilza.

Vicente Girbau con Enrique Tierno Galván y André Labarrère, alcalde de Pau,
en el Ayuntamiento de Madrid (Foto: Archivo familiar de Vicente Girbau)

En 1976 sus hijos se reúnen con él en España. Inicialmente reside en Barcelona, donde (según se declara en una breve semblanza adjunta a un artículo suyo publicado en enero de ese año) está «dedicándose a escribir y al difícil oficio de conocer bien nuestro país, del que ha estado tanto tiempo alejado» (Girbau, 1976). Reintegrado a su trabajo en el ministerio en Madrid, se encarga de Asia y Extremo Oriente. En ese año recibe con alborozo en Barajas a los Sánchez-Albornoz, padre e hijo, y a los Alberti, y vuelve a frecuentar a Tierno Galván. No abandona sus actividades de militancia: se conserva, por ejemplo, un borrador de manifiesto de principios de 1977 que redactó ante la perspectiva de las elecciones anunciadas a Cortes constituyentes y comentó con Aranguren, Laín Entralgo y Bergamín (Girbau, 1977), aunque no llegó a hacerse público. Al final de la Transición, el 21 de marzo de 1982 escribió una carta a El País, que tampoco se publicó (Girbau, 1982a), en la que expresaba de manera aguda su adhesión a un «análisis moral, psicológico y sociológico del fondo subyacente» al intento de golpe del 23-F formulado por López Aranguren (1982).

Desde julio de 1980 hasta mediados de 1983 fue cónsul general en Pau. Allí intervino en un seminario sobre Martín Santos que organizó la universidad de la ciudad en marzo de 1982. En esta época redactó una primera versión (o una parte) de sus memorias, que remitió a Claudio Sánchez Albornoz (Sánchez Albornoz, 1982). Tras su destino pirenaico, ocupó el puesto de ministro plenipotenciario de la Embajada de España en Berna (1983-1985) y posteriormente fue embajador en Malta (1985-1988). En agosto de este último año, ya jubilado, se instaló en Barcelona. En 1989 fechó sus memorias, que solo abarcan hasta los primeros tiempos en París, aunque incluyen algunas referencias a hechos posteriores. Sus últimos años de vida fueron —según sus allegados (Girbau Ronda, 2025)— «de exilio interior, paradójicamente [su] período más complejo y difícil».

En marzo de 1998 Vicente Girbau trasladó su residencia a Madrid, donde falleció el 4 de diciembre del mismo año. Está enterrado en el Cementerio Civil de la ciudad, según su deseo, cerca de las tumbas de Pablo Iglesias y de algunos intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza. En su necrológica de Girbau, Manuel García Miranda trazó el siguiente balance de su vida:

Vicente Girbau participó en todos los intentos políticos de oposición al régimen anterior, tanto en el interior, especialmente con los grupos de Dionisio Ridruejo, Enrique Tierno y otros, ingresando en el PSOE, como en el exterior. Hombre de vasta y profunda cultura y enorme disposición para el contacto, todos los que contaban en el exilio lo frecuentaron, y con ellos mantuvo una relación de enorme sinceridad en la que no ocultó nunca sus propios juicios y eventuales discrepancias: Prieto, Llopis, Jiménez de Asúa, Araquistain, Azcárate, Madariaga, la Pasionaria y Carrillo fueron no solo sus interlocutores, sino también participantes de proyectos comunes. También don Juan de Borbón. [...]

Con una brillantísima y lúcida capacidad intelectual, quizá físicamente no pudo sobrellevar el gran drama humano del que fue tan voluntariamente protagonista y en el que se reflejaron tanto las ilusiones como las tremendas frustraciones de una generación a la que le tocó sentar las bases para una España nueva, abierta a los vientos de la democracia. Tremendamente encerrado en sí mismo, aislado en un autoanálisis permanente, se separó de todos, o de casi todos, hasta ese 4 de diciembre en que [...], con enorme dignidad y silencio, se reintegró a un mundo en el que reina la más absoluta de las igualdades. (García Miranda, 1998)

En un acto de recuperación de la memoria histórica por el que el Estado ha reconocido solemnemente, por primera vez, la contribución de los diplomáticos que fueron leales a la democracia durante la Guerra Civil y la posterior dictadura, el 9 de junio de 2025 se descubrió una placa en el Ministerio español de Asuntos Exteriores en recuerdo a cuarenta y cinco miembros de la Carrera que fueron represaliados, entre los que figura Vicente Girbau. La mayor parte de ellos eran diplomáticos al estallar la guerra, y únicamente Girbau y Julio Cerón fueron objeto de represalia posteriormente, durante el franquismo.

En el acto se leyeron unas palabras de homenaje (Girbau Ronda, 2025) de su hija, Clara Girbau, la cual, en nombre de los tres hermanos («también hijos de su lucha, de su honestidad intelectual, de su bondad y de su vasta cultura»), rememoró la trayectoria de Vicente Girbau, el orgulloso «sentido de misión» que enarboló durante toda su vida y «su compromiso intelectual y político contra la dictadura desde el exterior, uniéndose a lo que él solía llamar la España peregrina, rememorando aquella revista fundada en México en 1940 por intelectuales españoles exiliados», y evocó el «[e]xilio como misión y compromiso con una causa, pero también exilio como pérdida, como lo que pudo ser y no fue, como sinónimo, en ocasiones, de incomprensión y estrechez material».

Vicente Girbau en su despacho oficial (Foto: Archivo familiar de Vicente Girbau)


NOTAS

(1) «El viraje mental [...] se había producido ya hacía tiempo, pero se trata ahora de un viraje vital. Todo lo que ha sido mi vida a partir de entonces se basa, en último extremo, en lo que aconteció aquellos meses. Y eso no en el sentido vulgar, en el que puede decirse que la vida es siempre acumulación y que lo que sea la vida a partir de cada momento depende de lo que en aquel momento ocurra y lo que haya ocurrido antes. Sino en el sentido de cesura radical que cambia de decisivamente el decurso de ese río que es nuestra vida, al modo que una presa puede cambiar la orientación fluvial» (Girbau, 1989).

(2) Véase el acta de constitución en https://www.facebook.com/infoarchivos/ posts/el-viejo-profesor-documento-de-la-imagen-expediente-asociación-para-la-unidad-fu/1036640843187186/ [consultado el 2 de septiembre de 2025].

(3) Mi padre, Manuel Rivas Corral, lo menciona en una carta dirigida a su familia del 9 de noviembre de 1958 (archivo familiar).

(4) Aquilino Duque, que coincidió con Vicente Girbau durante algunos períodos en los que ambos trabajaron como traductores de los organismos internacionales, publicó en 2007 la novela La loca de Chillán (Valencia, Pre-Textos), en la que recrea, bajo un nombre inventado y combinando realidad y ficción, algunos aspectos de la vida de Girbau.


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— «Siempre fue militante» (carta al director) El País, 29 enero 1984, citada como 1984a, disponible en https://elpais.com/diario/1984/01/29/opinion/ 444178805_850215.html [consultado el 2 de septiembre de 2025].

— «Don Claudio Sánchez Albornoz», texto mecanuscrito inédito (con tono de necrológica), archivo familiar de Vicente Girbau, citado como 1984b.

— «Don Claudio Sánchez Albornoz. Política y exilio», texto mecanuscrito inédito (comunicación no enviada a tiempo a un coloquio de la Fundación Claudio Sánchez Albornoz), archivo familiar de Vicente Girbau, 1984 o 1985.

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