El Ateneo Mexicano (Ciudad de México), tomo I, 1844, pp. 112-115
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DISCURSO LEÍDO EL 30 DE ABRIL.
Diversas y urjentes ocupaciones me han impedido escribir para esta noche sobre alguno de los puntos que me había propuesto: cuando llegue el turno á alguna de las otras secciones á que pertenezco, acaso tendré el honor de verificarlo. Por hoy solo he podido traducir un pequeño artículo tomado de un periódico literario estranjero. Algunos de mis consocios y estimables amigos á quienes debo afecto y consideracion, me han invitado para que leyese algo, y esto me obliga á presentar algun trabajo aunque imperfecto. Si no fuese enteramente desagradable á las personas indicadas y á los demas dignos socios que tienen la bondad de escucharme, quedaré satisfecho.
LITERATURA ITALIANA.
obrillas morales del conde leopardi.
Bajo este título se conoce un pequeño volúmen publicado por el conde Leopardi en Milan el año de 1827.—Esta obrita y las poesías que salieron á luz en Florencia en 1831 con la denominacion de „Canti del Conte Leopardi,” aumentaron considerablemente en Italia la reputacion bien merecida de este insigne literato. [p. 113, col. 1ª →]
Jacobo Leopardi nació en Recanati (Marca de Ancona) el año de 1798, de una familia ilustre: su desarrollo intelectual desde su mas tierna infancia, fué pronto y prodijioso. Había trabajado ya á los 16 años de su edad manuscritos que hubieran honrado á un hombre de 30. Pero este desarrollo precoz y la asiduidad con que se dedicó á estudios profundos, desmejoraron de tal manera su salud, que á los veinte años se vió obligado á renunciar á toda clase de ocupacion literaria.
Sus poesías están todas marcadas con un mismo tinte de melancolía y desesperacion, mezclado de aquellas reflexiones dulces y pacíficas que solo puede inspirar la pureza del alma á un espíritu meditabundo.
En otra ocasion comunicarémos á nuestros lectores las ideas que tenemos sobre el lugar que en nuestro concepto debe ocupar el poeta italiano al lado de Lord Byron, de Lamartine y de algunos otros jenios poéticos contemporaneos. Pero es menester que se le haya conocido suficientemente para que puedan interesar á su favor estas consideraciones mas jenerales. Entonces tal vez, podrémos hacer ver que en nuestros días la poesía melancólica, filosófica, desesperante, no se puede juzgar ni gustar sino cuando se conoce bien el punto de donde han partido los poetas. El disgusto de los placeres, la necesidad de una relijion positiva, el vacío que deja en el corazon el estudio profundo de las ciencias, he aquí tres grandes cosas que obligan al hombre á entrar en sí mismo. ¿Quién es aquel que no ha chocado con semejantes escollos? Todo hombre es poeta en el santuario de su alma; pero no todo hombre que ha meditado puede ser poeta para otro. Dando á conocer en Francia un poeta filósofo, haremos acaso un servicio á nuestros lectores, porque así se conocerá el injusto desdén con que nuestro pais ha visto todo aquello que es estranjero.
Volviendo á las obrillas morales de nuestro autor, objeto principal de este artículo, creemos con Manzoni, que deben reputarse como una de las primeras producciones de la prosa italiana en el siglo 19.º Leopardi trata en este volúmen los mas grandes problemas que han ajitado en todo tiempo los talentos de los pensadores. Vamos á dar, por ahora, un trozo de aquella prosa.
DIÁLOGO ENTRE RUYSCH Y SUS MOMIAS (a).
Coro de muertos en el estudio de Ruysch.
¡O tú, que solamente eres eterna en el mundo! tú ante quien se inclina toda criatura! ¡O muerte! Nuestra na- [p. 113, col. 2ª →] turaleza fría y despojada, reposa en tu seno, si no contenta, á lo menos al abrigo del antiguo dolor. Una profunda noche oscurece el pensamiento que se estingue en el espíritu confuso: el alma consumida, siente que le falta el aliento para la esperanza, para el deseo: libre de agonía y de terror, el tiempo corre lento y vacío. Hemos vivido, y á la manera que el espectro aterrador y el penoso sueño hacen vacilar en el alma del niño un recuerdo vago, así se confunde en nuestro espíritu el recuerdo de la vida, recuerdo que á lo menos, no es perturbado por el temor. ¿Qué hemos sido? ¿Cuál fué aquel amargo instante que se llama vida? ¡Estraño y prodijioso misterio! Hoy se presenta la vida á nuestro pensamiento, tal como al pensamiento de los vivos aparece la muerte que no conocen. Huyen los vivos delante de la muerte, como delante de la llama de la vida huye nuestra naturaleza fría y despojada, si no contenta, á lo menos tranquila, puesto que el destino rehusa la dicha á los muertos del mismo modo que á los que han de morir.
Ruysch. [Saliendo de su gabinete y asechando por una hendidura de la puerta del estudio.] ¡Hay cosa!... ¿Quién ha enseñado la música á estos muertos, que [p. 114, col. 1ª →] cantan á media noche como los gallos?.... Pero yo siento un sudor frío y poco falta para que esté tan muerto como ellos. En verdad jamas me ocurrió que preservándolos de la corrupcion, debiesen de despertar alguna vez. Nada; filosofía, y no hay que hacer aprecio de muertos.... Mas con toda la filosofía del mundo yo tiemblo de pies á cabeza. Maldito sea el espíritu maligno que me sujirió la idea de hospedar esta raza en mi propia casa.... ¿Qué haré? ¿Dejarlos encerrados? Pero ¿quién me responde de que no derriben la puerta ó se escapen por el agujero de la cerradura y vayan á buscarme á mi cama? ¿Pedir auxilio por miedo de los muertos? ¿Qué se diría de mí?.... Pues no hay mas; valor, entremos y tratemos de amedrentarlos á ellos. [Entra.] ¿Qué juego es este, hijos míos? ¿Habeis olvidado que sois muertos? ¿Qué significa toda esta alharaca? ¿Os habeis acaso envanecido con la visita del Czar hasta el punto de no creeros ya sometidos á vuestras primitivas leyes? Yo me figuro que esta es una broma de vuestra parte y nada mas. Si habeis resuscitado, me alegro mucho; pero yo no soy tan rico que pueda manteneros vivos como os he mantenido muertos: así, desocupad al punto mi casa. Si lo que se dice de los vampiros es cierto, y vosotros sois vampiros, buscad otra sangre con que saciaros, porque yo no estoy dispuesto á dejarme chupar la mía para que se transfunda en vuestras venas con la misma jenerosidad con que os he introducido esa sangre artificial. Finalmente, si quereis continuar tranquilos y silenciosos, como lo habeis estado hasta aquí, quedaremos buenos amigos y nada os faltará; de lo contrario, tened entendido que voy á cojer la tranca de la puerta y á mataros á todos.
Un muerto.—No te enojes tanto: yo te prometo que todos nos quedarémos tan muertos como estamos sin necesidad de que tú nos mates.
Ruysch.—Pues entónces ¿qué capricho habeis tenido de repente de cantar de esa suerte?
Muerto.—Hoy á las doce de la noche se cumple por primera vez aquel grande año matemático sobre el que tanto han escrito los antiguos, y en esa misma hora, tambien por primera vez, hablan los muertos. Y no solo nosotros; en cada cementerio, en cada sepulcro, en el fondo de los abismos del mar y bajo de la nieve ó de la arena, así como bajo de la bóveda celeste, en cualquiera parte, en fin, que se encuentren muertos, todos han cantado á las doce de la noche el mismo canto que tú nos has oído.
Ruysch.—Y ¿cuánto tiempo continuareis hablando y cantando?
M.—De cantar hemos acabado; pero nos queda la facultad de hablar todavía durante un cuarto de hora, despues del cual volveremos al silencio ordinario hasta que el mismo año haya hecho su nueva revolucion.
R.—Siendo así, ya no debo temer que volvais á interrumpir mi sueño. Pero hablad entre vosotros libremente: yo desde lejos os escucharé con gusto sin perturbaros.
M.—Nosotros no podemos [h]ablar sino respondien- [p. 114, col. 2ª →] do á una persona viva. Cuando no la hay, enmudecemos inmediatamente despues de nuestro canto.
R.—Lo siento mucho, porque me imajino que me causaría sumo placer oír lo que pudieseis deciros entre vosotros.
M.—Aun cuando pudiésemos, nada oirías, porque nada tenemos que decirnos.
R.—Mil preguntas me ocurren que haceros; mas siendo el tiempo tan corto, hacedme comprender en pocas palabras qué es lo que habeis sentido física y moralmente en el instante mismo de la muerte.
M.—¿En el instante mismo de la muerte?.... Yo nada he sentido.
Los otros muertos.—Ni nosotros tampoco.
R.—¡Cómo!.... ¿nada habeis sentido?
M.—Nada: como tú por ejemplo nada sientes en el instante en que comienzas á dormirte por mucho cuidado que quieras poner.
R.—Pero el sueño es cosa natural.
M.—¿Y qué la muerte no te parece natural? Dame un hombre, un animal, una planta que no muera.
R.—Ya no me asombro de que os hayais puesto á hablar y á cantar.
„Así se vió combatir
Aquel bravo caballero,
Que ya despues de morir
Era insensible al acero.”
dijo un poeta italiano. Yo me había figurado que sobre esta gran cuestion de la muerte, sabían vuestros semejantes algo mas que los vivos. Pero dime seriamente, ¿no se siente algun dolor en el instante mismo de la muerte?
M.—El dolor que no se siente ¿puede ser un dolor?
R.—Pues todos los hombres se persuaden de que la sensacion de la muerte es muy dolorosa.
M.—Como si la muerte fuera una sensacion, y no mas bien lo contrario de una sensacion.
R.—Pues así los que admiten, sobre la naturaleza del alma, la opinion de los epicureos, como los que llevan la adoptada jeneralmente, todos, ó casi todos están de acuerdo en que la muerte es por su naturaleza particular, y sin comparacion un dolor muy vivo.
M.—Bien: pues proponles de nuestra parte esta cuestion. Si no es dado al hombre conocer el instante en que las funciones vitales, en mas ó menos parte, no están sino suspensas en él, ya por el sueño, ya por el letargo, ya por la pérdida de conocimiento ó por cualquiera otra causa: ¿cómo pudiera conocer el instante en que todas estas mismas funciones deben cesar enteramente y no por algunas horas sino por toda la eternidad? Y, por otra parte, ¿cómo una sensacion que pertenece á la vida pudiera encontrar lugar en la muerte? ¿Cómo pudiera ser la muerte misma por su naturaleza una sensacion que pertenece á la vida? Cuando la facultad de sentir está no solamente debilitada y agotada, sino reducida á tan poca cosa que desaparece y se acaba, ¿creeis que el individuo sea susceptible de una sensacion enérjica? La estincion de la facultad de sentir, ¿pensais que deba ser una sensacion podero- [p. 115, col. 1ª →] sa? Ved á los que mueren de enfermedades agudas y dolorosas, estos al aproximarse la muerte, mas ó menos tiempo antes, se calman y se apagan de tal modo, que es fácil convencerse de que su vida, reducida á su mas pequeña parte, no basta ya para el dolor, de suerte que este acaba antes que aquella. Todo esto dirás á nombre nuestro, á los que teman morir de dolor en el instante mismo de la muerte.
R.—Ese razonamiento está bueno para los epicureos, no para los que como yo profesan otra opinion sobre la sustancia del alma, opinion que yo he tenido hasta hoy y que tendré en adelante con mayor razon, ahora que he oído hablar y cantar á los muertos. ¿Qué podrá decirse á los que hacen consistir la muerte en la separacion del cuerpo y el alma? Seguro es que ellos no comprenderán cómo estos dos seres unidos, y por decirlo así, pegados de suerte que constituyen una sola persona, puedan separarse sin una violencia grande y un trabajo inesplicable.
M.—Dime: ¿por ventura está el alma unida al cuerpo por medio de un nervio, de un músculo, de una membrana, que sea preciso se rompan cuando el alma se va? ¿O es el alma un miembro del cuerpo que haya de romperse en ese caso, ó de desgarrarse con violencia?—¿No ves que el alma no abandona al cuerpo si no cuando ya no puede permanecer en él, y no porque alguna fuerza la arranque ó desarraigue de allí?—Dime otra cosa: cuando el alma entra en el cuerpo, ¿se siente acaso que esté clavada en él, ó como tu dices, pegada? ¿Por qué, pues, se había de sentir cuando se va? Convéncete de que la entrada del alma en el cuerpo y su salida, son igualmente pacíficas, tranquilas, imperceptibles?
R.—¿Pues qué cosa es la muerte sino es un dolor?
M.—Mas bien es un placer. La muerte como el sueño, llega por grados que son mas ó menos sensibles segun las diversas causas ó diversos jéneros de muerte; pero en los últimos momentos, la muerte, como el sueño, no trae consigo ni placer ni dolor. En los instantes que preceden tampoco puede producir el dolor, porque este es una cosa viva, y los sentidos del hombre poco antes de morir están sumamente debilitados é incapaces de una sensacion enérjica. Que la muerte sea una fuente de placer, puede probarse, recordando que la cesacion del dolor y de todo malestar es por sí mismo un placer. Así pues, la languidez de la muerte puede ser mas ó menos agradable segun que ella libre al hombre de mayores sufrimientos.—Por lo que á mí toca, no pude cuando morí, atender bien á lo que sentía, porque los médicos me habían prohibido fatigar la cabeza: me acuerdo sin embargo de que la sensacion que entonces tuve, fué muy análoga á aquel placer que causa el sueño á los hombres en el momento en que comienzan á dormirse.
Los demas muertos.—Iguales son nuestros recuerdos.
R.—Pues señor, enhorabuena; aunque todas las personas con quienes he discutido este punto, lo hayan resuelto de un modo diferente; bien que segun me acuerdo, ninguna de ellas alegaba su propria esperiencia.— [p. 115, col. 2ª →] Ahora dime: cuando en el momento de la muerte sentias aquella dulce languidez ¿te figurabas que ibas á morir y que este placer fuese un acto de urbanidad de la muerte, ó qué cosa imajinabas?
M.—Mientras que no me morí, jamas pude persuadirme de la imposibilidad de escapar de semejante peligro, y con todo eso, hasta el último momento en que conservé la facultad de pensar, esperé siempre tener una hora ó dos de vida.
Los demas muertos.—A todos nos ha sucedido lo mismo.
R.—Con justicia dijo Ciceron, que no hay hombre tan decrépito que no se prometa vivir al menos un año.—Pero, ¿cómo supisteis por fin, que el alma había salido del cuerpo? Decid ¿cómo habeis sabido que estabais muertos?....—No responden.—¡Hijos mios! ¿no me oís?—¿Habrá pasado ya el cuarto de hora?—Veamos á ver.—Ni duda, se murieron de nuevo.—Vaya, no hay que temer que me vuelvan á asustar: vamonos á dormir.—JOSE IGNACIO DURAN.
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[a] Lo que el autor llama momias, eran propiamente hablando, preparaciones anatómicas. Federico Ruysch nació en Hag á 23 de marzo de 1638. En 1665 era en Amsterdam profesor de anatomía, arte que aprendió del famoso naturalista Swammerdam en la época en que este, alucinado por el ilum[i]nismo de Bourignon, creyó que el estudio anatómico era una ofensa al Criador. Ruysch perfeccionó este arte, y sus inyecciones de cera colorida fueron tan felices que llegaron [p. 113, col. 2ª, al pie →] hasta las últimas ramificaciones de los vasos capilares, conservando la parte inyectada un grado de consistencia, de suavidad, de colorido, de delicadeza y de frescura, que imitaba perfectamente al estado natural. Sus cadáveres aun cuando los hubiese preparado en una época algo avanzada y próximos á corromperse, no tenian mal olor ni alteracion alguna: tal sucedió con el vice-almirante ingles Berkeley muerto en un combate entre los ingleses y holandeses, que fué preparado por Ruy[s]ch, de órden de los estados jenerales y enviado á Inglaterra. Despues dirijió principalmente su atencion este hábil profesor al estudio de la botánica, cuyo ramo cultivó con tan buen éxito como la anatomía. Sus preparaciones anatómicas y colecciones de historia natural, colocadas en tres grandes salas, eran la admiracion de los hombres mas instruidos y distinguidos de Holanda y de los paises estranjeros. Cuando el Czar Pedro vió por la primera vez este museo, le agradó tanto, que á un niño que parecia sonreirse, le dió un beso. Todos los dias visitaba el gabinete, y una vez aceptó la invitacion de sentarse á la mesa del Dr. solo por disfrutar mas tiempo de su conversacion. En su segundo viaje, el año de 1717, compró todas las piezas del museo y las hizo llevar á San-Pete[r]sbourg: muchas de ellas se perdieron en el viaje, y el resto aun se conserva en aquella capital. Ruysch, infatigable en el trabajo, repuso la coleccion, formándola tan preciosa como la primera. Murió este hombre esclarecido el año de 1731 á los 93 años de su edad. Enriqueció la anatomía con grandes descubrimientos que se publicaron en 1737, bajo el título de „Opera omnia medico chirurgica,” en Amsterdam en 3, 4 ó 5 tomos en 4.º con láminas. Solo un reproche hay que hacer á Ruysch, y es que no confió el secreto de sus operaciones, sino á su hijo Enrique, que lo guardó siempre y murió aun antes que su padre.
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